Entradas etiquetadas como ‘camareros’

Sexo en grupo los domingos por la tarde

Iban allí todos los domingos, más o menos a la misma hora. Eran un grupo amplio, con unos cuantos miembros fijos y otros tantos que iban cambiando, distintos cada vez. Quedaban siempre para comer en aquella taberna/restaurante de la calle San Bernardo, en Madrid, en pleno barrio de Universidad. Era un almuerzo largo, con litros y litros de vino y una sobremesa con copas que parecía eterna.

GTRES

GTRES

Serían unos 10, más o menos, y cada uno era de su padre y de su madre: una pija pijísima, un clon de Loquillo, uno de apariencia árabe, otra rollo hippy… Los camareros los miraban con más curiosidad cada vez y no paraban de preguntarse cuál sería el vínculo entre las personas que conformaban ese grupo tan variopinto. Un día, mi amigo Dani, que trabaja allí desde hace años, pilló sin querer a dos de ellos enrollándose en el baño. La cosa no tendría la más mínima importancia pero, siempre según me cuenta él, una hora más tarde volvió a encontrarse a la misma chica en el baño… solo que con otro de los miembros del grupo. Lejos de sobresaltarse, ella lo miró con cierta provocación, como si le estuviera invitando a unirse a la fiesta.

El domingo siguiente a aquella escena, la chica, cuando el grupo se disponía a pagar y abandonar el lugar, se acercó a la barra y dijo algo a uno de los camareros. Nadie oyó el qué, pero cuando se marcharon, el chico, alucinado, contó a sus compañeros que lo que le había propuesto la chica era sumarse a la orgía que iban a montar a continuación. Al parecer, eso es lo que hacían cada domingo por la tarde, no sé si en una casa, un hotel, un local o dónde narices. “¿Y tú qué has dicho?”, le preguntaron todos. “He dicho que no”, contestó. Mi amigo Dani me lo cuenta indignado: “Joder, ya me lo podía haber propuesto a mí”. No sé, no sé, a la hora de la verdad, creo que se hubiera acojonado.

La erótica de los camareros

¿Quién no le ha entrado alguna vez a algún camarero/a? No sé si es porque están ahí delante, tan cerquita y tan visibles, o porque la gente va con dos copas de más y se envalentona en las distancias cortas, pero es un hecho: poniendo copas se liga como nadie. Lo he visto cientos de veces. Tíos y tías que en la calle no harían girar ni media cabeza pero que detrás de la barra se transforman, empoderados por la erótica nocturna y el morbo del otro lado de la frontera.

Estos días atrás, con tanta fiesta de por medio, he vuelto a confirmarlo. En fin de año, en concreto. Como no soy de cotillón, acabé de bares con los amigos de toda la vida, a cientos de kilómetros de Madrid, y la verdad es que fue una noche de lo más reveladora. No sé si será cosa de la edad, pero me encontré al personal con la vida patas arriba y poco menos que aullando (por no llorar). Parejas recién rotas, otras a medio camino, calzonazos eternos al borde del hartazgo, solteros en busca de amor y/o sucedáneos y alguna que otra salida del armario… Una bomba de relojería, vaya. Y ese día, casi todas y casi todos querían poner fin a sus males con un camarero/a. Al menos por un rato…

camarero

GTRES

Uno, el calzonazos, me confesó que estaba harto de su novia la sargentona y que llevaba dos meses liándose con la camarera del garito de la esquina de su casa. Diría el nombre, porque el sitio mola, pero no quiero meter a nadie en problemas. Ya se lo dijo Hannibal Lecter a Clarice en El silencio de los Corderos: “Empezamos a codiciar lo que vemos cada día”. Y eso fue lo que le pasó a mi amigo. Un pusilánime en casa que juega a reinventarse entre las paredes de un bar cualquiera, arropado por la cercanía, el alcohol y la falta de suspicacia. Y ya sabéis lo que pasa con el cántaro cuando va mucho a la fuente… Por supuesto esa noche tocó la visita de rigor, aunque fuese solo para conformarse con el dolor de huevos y el juego de miradas.

Otra, la soltera en búsqueda eterna, quedó prendada del camarero que nos puso las primeras copas después de comernos las uvas. La pobre está falta de cariño y se confunde, porque el muchacho lo único que hizo fue ser agradable y mirarla a la cara al servir la bebida, lo cual forma parte de su trabajo, pero eso fue suficiente para que ella se montara la película. Y venga a pedir cervezas, y venga sonrisas empalagosas y tocarle el brazo, y venga a darle conversación al hombre con el bar abarrotado… Al final, cabreo cuando no accedimos a quedarnos toda la noche. Convencida como estaba de que era mutuo, se atrevió a dejarle su móvil apuntado en una servilleta, que él guardó sin entusiasmo por no parecer maleducado. Al menos eso me pareció. Y no debo de equivocarme mucho porque a día de hoy no la ha llamado.

Y ojo que no la critico, que yo hice lo mismo este verano (bastante parecido) con aquel maravilloso camarero de la playa de Las Salinas, en Ibiza. Como ya os conté en su día, fue el primer hombre que me devolvió las ganas después de mi última ruptura. Y aunque todo acabó en eso, en ganas, me hizo gracia acordarme de aquello ese día. O esa noche, mejor dicho. Y me acordé también de otra, hace años, en una cueva en El Sacromonte, en Granada, donde una amiga se encoñó del camarero gitano y se le fue la mano. Por poco no salimos de allí despelucadas, que resulta que el tipo, pese a ser veinteañero, tenía mujer e hijos y la mitad del clan estaba allí en la cueva metido.

Y con todo esto en la cabeza vuelvo a Madrid y lo primero que me encuentro es a otro amigo, uno de los grandes, suplicándome para que vayamos este fin de semana al Penta porque está enamorado de la camarera. En realidad, este post es para ver si me lee, se anima, y me libro del marrón.