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La desmitificación del sexo en la ducha

Hoy quiero hablaros del sexo en la ducha, esa experiencia que todos nos empeñamos en probar y que a veces termina con dramáticos resultados.

PIXABAY

Por el calor, es uno de los clásicos del verano, como los minis de sangría o los selfies en azoteas de moda de la ciudad de turno.

Sin embargo, para mí, el sexo en la ducha es como ver una película de DC, nunca es como me lo esperaba y no suele estar a la altura de mis expectativas.

La culpa la tiene, o al menos en mi caso, la imaginación y su manía de convertir todas mis ocurrencias cotidianas en un material digno de película pornográfica de calidad (no de esas censuradas).

El agua resbalando por los cuerpos desnudos o las manos en contacto formando espuma son imágenes que funcionan para cualquier escena, pero en la vida real el agua no es de ayuda para lubricar nada.

De hecho se convierte en un incordio más que en un estimulante a no ser que se aplique en zonas concretas y a chorro (ejem, clítoris).

Y eso sin contar que suelo ser de las torpes que, no me preguntéis cómo, suele terminar siempre con champú dentro del ojo retorciéndose de dolor.

Tanto mi pareja como yo somos altos, por lo que, a no ser que encontremos una ducha de varios metros cuadrados en algún hotel, la ducha media no nos deja mucho espacio para experimentar con las posturas.

De hecho, por mucho que nos guste la creatividad, la ducha te permite dos posiciones: el perrito de pie contigo despachurrada contra la parte de los grifos o el misionero vertical que requerirá de tus habilidades y equilibrios para no terminar desnucada.

Hay momentos que no sé si estoy en pleno polvo o echando una partida al Twister.

Es por eso que, siendo sincera, prefiero la ducha como calentamiento justo y necesario, pero terminar la faena en la cama. Nada mejor que ir con un poco de humedad para compensar las altas temperaturas que va a alcanzar la habitación.

Además puedes aprovechar que tienes los botes a mano y llevar una crema de esas resbaladizas para seguir el juego.

Duquesa Doslabios.

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¿Bisexuales por un día?

Mira que lo venía diciendo hace solo unos días: cuidadito con las cenas de empresa, que son muy peligrosas… El caso es que a estas alturas, con la Nochebuena a la vuelta de la esquina, la mayoría de estos eventos ya ha tenido lugar y empiezan a llegarme las historias de profusiones y excesos. En algunos casos con lamentaciones incluidas.

Lesbianas

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He de reconocer, no obstante, que muchas son realmente divertidas y otras, las menos, muy reveladoras. Es el caso de mi amiga Marta. Acaba de cumplir los 30 y hace un año que lo dejó con su última pareja. Desde entonces ha tenido tres o cuatros “escarceos”, pero ninguno “ha cuajado”, como ella dice.

Y así, un tanto “desencantada”, fue como acudió a su cena del trabajo junto a más de 50 compañeros del hospital donde curra como enfermera. Complicidad, vinos, risas, brindis con champán… La inminente Navidad se le acabó subiendo a la cabeza y tuvo que bajar al baño a echarse “un poquito de agua por la nuca”. En esas andaba, ya más recuperadita, cuando una compañera de las más nuevas, bastante jovencita, entró en el aseo.

“No sé cómo pasó, de verdad que no, pero cuando me quise dar cuenta me estaba encerrando donde el wáter y quitándome la camiseta”, me cuenta. Pues no le debió de disgustar, a Marta la enfermera, porque tras la camiseta vinieron los pantalones, y tanto se dejó hacer que perdió la noción del tiempo. Igual pudo haber estado 15 minutos allí dentro que una hora.

Nunca antes había estado con una mujer, nunca le había atraído ninguna, pero asegura que la experiencia le resultó de lo más placentera y ahora no sabe cómo sentirse. Recrea los momentos en su cabeza y siente “cosquilleos”, le sale una sonrisa y se siente extraña. No volverá a verla hasta el domingo en el trabajo y a medida que se acerca el día se pone más y más nerviosa. “¿Soy lesbiana?”, me pregunta. ¿Y yo cómo demonios voy a saberlo?