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El efecto del admirador secreto

“Me ha costado encontrar tu correo. Solo quiero decirte que me pareces increíble. Como diría Sabina, si alguna vez te cansas de amores baratos me llamas… Fdo: un admirador”.

Ese es el mensaje que ella encontró en la bandeja de entrada de su correo personal nada más entrar a trabajar. Encendió el ordenador, abrió el mail y pum, ahí estaba. Obviamente le escribían desde una cuenta ficticia, porque en el remitente figuraban solo dos palabras: “No importa”. Sintió que el pulso se le aceleraba. Instintivamente miró a su alrededor, primero a las personas que se sentaban junto a ella y luego al resto, a todos aquellos seres que trabajaban como hormiguitas sentados en sus sillas, frente a sus pantallas. De repente aquella vasta planta de oficinas se le antojó un campamento militar de extensión interminable.

GTRES

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Buscaba algo, una señal, una pista, cualquier movimiento o mirada que pudiera resultar mínimamente sospechosa, pero no halló nada fuera de lo normal. Quizás sea una broma, pensó. No, en el fondo sabía que no. Aunque no tenía ningún indicio que apuntara hacia alguien del trabajo, estaba convencida de que era alguien de allí. Quizás era porque últimamente curraba como una burra y apenas salía. Con ese panorama las opciones se reducían bastante, la verdad.

Esa fue una mañana de lo más improductiva, desde el punto de vista laboral. La pasó releyendo el mensaje una y otra vez, como si fuera a descubrir algo distinto y revelador entre sus escasas letras. Y reflexionó. Hizo un repaso mental a su equipaje amoroso y llegó a la conclusión de que aquel admirador secreto tenía razón. Sus amoríos habían resultado ser muy baratos, casi de saldo, pero a ella le habían salido demasiado caros. Cosas de la oferta y la demanda y del capitalismo sentimental.

Desde entonces anda como florecida, sonriente y feliz. Cada mañana se arregla para ir al trabajo y mira a todo el mundo de forma distinta. Ni siquiera está muy segura de querer saber quién es; solo disfruta sabiendo que él está ahí, en alguna parte. Y cuando ya creía que nunca volvería a saber nada, recibe otro email. “Hoy estás preciosa”. Parece que sí, que esta vez se va a animar a responder. Aún a riesgo de romper el encanto.