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‘Pegging’: cuando se la metes tú a él

Todos tenemos, aunque intentemos evitarlo, ciertas trabas en la cama. Un límite, una frontera, una línea invisible que mentalmente nos trazamos en algún momento de nuestra vida en la que encontramos la barrera bajada y semáforos intermitentes acompañando el cartel «No pasar».

AMANTIS/GTRES

Para una es hacer una felación, para otra sexo anal, para otra el perrito o hacerlo en el parking de un centro comercial. Aunque para ellos el límite suele estar en el mismo punto: el culo.

Algo tiene el culo que espanta profundamente al hombre heterosexual joven (aunque imagino que al que es más adulto también. Sigo a la espera de que me confirmen mis fuentes). Da lo mismo que acabes de conocerle, que lleves con él años, que os hayáis visto hacer de todo, que se va a cerrar en banda (y en culo) a cualquier cosa que pueda traspasar ese punto.

El pegging precisamente es la práctica sexual que consiste en que la mujer penetre al hombre con un arnés con dildo o strap on (para las que queráis buscarlo en algún vídeo). De esta manera ambos pueden penetrar y ser penetrados por el ano, lo que supone que los dos puedan disfrutar de la sensación placentera e incluir algo nuevo en la cama.

El problema que muchos hombres encuentran con el pegging es precisamente el gigantesco miedo al culo. La insistencia con la que muchos protegen el agujero haría sospechar a cualquiera de que es ahí donde están guardando el carné de «tio hetero» y que cualquier cosa introducida por el ano, les va a hacer perder la tarjeta del club.

Automáticamente, cuando propones hacerlo,más de uno salta con el «Pero si no soy gay» o aún mejor «No creo que me vaya a gustar». En ese momento tú le recuerdas que a ti te ha metido por ese mismo agujero un trozo de carne de tamaño butifarra media. «Ya, pero no es lo mismo, a vosotras os gusta«. Error.

Bueno, error no, sí, nos gusta, sí, es placentero por las terminaciones nerviosas que llegan al ano, pero lo tenemos ambos géneros igual de diseñado. Sin embargo (y más a su favor), la estimulación de la próstata mediante esta práctica puede conducir a orgasmos espectaculares.

El pegging no tiene nada de vergonzoso ni humillante (a no ser que justo la pongas en práctica el día que te has tomado una tiramisú siendo intolerante a la lactosa y termines con las sábanas como un Pollock). No es «algo gay», no te vuelves gay por ponerla en práctica, no vas a ser menos hombre, no se te va a encoger el pene ni vas a empezar a hacer pis sentado (a no ser que quieras).

Es una experiencia como cualquier otra y, aquellos lo bastante atrevidos y liberados mentalmente como para ponerla en práctica, se llevarán una sorpresa muy agradable.

Duquesa Doslabios.

Urgencias: Lo que hay que ver, lo que hay que oir

Querid@s,

Una compañera de trabajo más maja que las pesetas, de la que tengo mucho que aprender, me ha dejado en herencia, haciendo limpieza de estanterías, este simpático y divertido libro. Se trata de La Medicina Todo (Lo) Cura. Escrito por Elisabeth G. Iborra, resulta ser un compendio de historietas y anécdotas de médic@s y enfermer@s . Es un  homenaje, con todos los respetos, a esas cosas curiosas con las que vienen a los hospitales los pacientes más extraordinarios e irrepetibles.
http://www.huffingtonpost.es/2015/12/06/anecdotas-de-medicos_n_8709020.html

Este libro de cabecera habla, entre otras lindas curiosidades, de esa pobre gente que aparece a horas intempestivas, aquejándose de que, por accidente, se les ha metido por sus partes un objeto inanimado capaz de adentrarse por arte de magia en lo más profundo. Así el personal sanitario ve fuera de su sitio arsenales como botellas, velas, pilas, botes de champú y desodorantes, morteros, teléfono de antaño, hasta crucifijos o rosarios en el caso de los más creyentes. En estos orificios para el placer también hay sitio para la más variopinta flora y fauna del planeta: ratoncillos, zanahorias, berenjenas o tomatitos cherry que con toda la buena intención la pareja pretende insensatamente extraer como si fuero un pincho moruno.

Un hombre que llegó a Urgencias con dos botellas de cerveza introducidas en el culo. El hombre desconocía cómo se sucedieron los hecho y no se explica ante el personal sanitario dónde fueron a parar las chapas y el zumo de cebada. Otro caballero echaba la culpa a dos berenjenas con vida propia que le perforaron el ano hasta instalarse dentro. O un señor que alegó que las vinagreras que enjabonaba se le deslizaron y acabaron envolviendo su pene, colándose por la bragueta y esquivando sus calzoncillos.

Cuando los calentones aprietan, el ser humano es capaz de todo. Y en urgencias bien lo saben. Bolsas de pipas en lugar de condones que inevitablemente acaban arañando la vagina. Entiendo que cuando nos entra un calentoó, nos pueden entrar cortocircuitos y podemos acabar actuando como bárbaros. Pero lo de la bolsa pipas es demasiado, antes recurría yo a una bolsa de Mercadona. O como los romanos, en cuya época no existían los condones y con las tripas de los cerdos,follaban los muy cabrones.  A falta de lubricante estándar, hay quien piensa que lo mismo da embadurnarse las partes con el aceite calentito de la moto.

Otros copuladores más precavidas pero con mala suerte son los que llegan a Urgencias sangrando , uno encima del otro, con la verga de él enganchada sin remedio en los brackets de ella. O una pareja moderna que compra en un sex shop, pero que se deja llevar por la pasión en exceso, se introducen el juguetito demasiado profundo y no caen en esos momentos de lujuria y desenfreno, que los sex toys, llega un punto de no retorno, que hacen ventosa.

Pero sin duda me quedo con dos historias desternillantes. Esa mujer de poca fe que no entendía cómo su marido pudo tragarse una manzana entera después de que se la encontraran metida en el ano. Y  otra buena mujer que juraba y perjuraba que el bebedor de pájaros se le introdujo él solito en la vagina. El personal de urgencias sigue poniendo en duda la fuerza perforadora que puede ejercer dicho utensilio a través de la falda, las medias y las bragas de la buena señora.

Urgencias. Lo que hay que ver, lo que hay que oir.

Que follen mucho y mejor.

Año nuevo, vida nueva, ¿nuevo amor?

Balance. Eso es lo que suele hacer el personal en esta época del año, cuando aprovechan el cambio inminente en el calendario para soñar con dejar atrás sus problemas, conseguir sus objetivos y hacer todo tipo de promesas. Muchos se conforman con proponerse cambiar de trabajo, apuntarse al gimnasio o dejar de fumar. Otros fantasean con cambiarse de piel y de vida, como si el nuevo enero viniera con la redención bajo el brazo, dispuesto a conjurar todos los males y borrar toda mácula de nuestra estela, poniendo la felicidad al alcance de nuestros dedos.

Beso

GTRES

Por la parte que me toca, este que se acaba ha sido para mí, como ya os he dicho en alguna ocasión, un año de cambios. Un año de ruptura y renacimiento, de búsqueda y de hallazgos, de llantos y de risas, un año de inconformismo y evolución.

Y aunque me han hecho daño (ni más ni menos que a cualquiera), lo único que pido al 2014 es que las cosas sigan pasando. Con lo bueno y con lo malo, con su sal y su pimienta, pero que ocurran, que sucedan. Que la vida se mueva y no se quede quieta, aunque a veces escueza.

Porque lo que más temo es que no me pase nada, que el tiempo pase anodino, sabiendo de antemano el contenido de los días, perder el margen para improvisar, para hacer un quiebro. Porque tenerle miedo al dolor es tenerle miedo a la vida. Y nada hay que te ate más a ella que todo eso que sucede cuando conoces a alguien que te acelera el pulso y te nubla la razón. Alguien que te sacuda el corazón y la cama y te deje el regusto suficiente para recrearte durante días, macerando el recuerdo antes de dormir. Nada de amores baratos. Ese es mi propósito para el nuevo año.

Feliz 2014.

Sobre el blanqueamiento anal y la cirugía estética íntima femenina

La primera vez que oí hablar del blanqueamiento anal pensé que era una broma. Fue gracias a Paris Hilton, que reconoció públicamente hace unos años haberse sometido a uno. Se ve que la inquieta muchacha ya se había aburrido de comprarle todo lo comprable a su chihuahua y pensó que estaría genial que su ojete hiciera juego con el tono de su pelo. Esta técnica, conocida como anal bleaching, se puso de moda entre strippers y actores porno, y en menos que canta un gallo se convirtió en el “no va más” de las clínicas estéticas al otro lado del charco, especialmente en Miami, Colombia y Venezuela.

a00603354 271Desconozco el nivel de implantación de dicha práctica en España, aunque haciendo una búsqueda rápida en Google he encontrado varias clínicas en Madrid que ofrecen tratamientos para “blanquear los genitales y la región anal”. Las técnicas van desde cremas decolorantes a peelings químicos y tratamientos con láser. Y como no, ofrecen financiación en “cómodos plazos”. ¿Pero de verdad hay alguien dispuesto a pedir un préstamo o a pagar aunque fuera 15 euros por aclararse el culo? Pero, ¿estamos locos?

Pues parece que sí, porque al buscar información sobre el bleaching me he encontrado, además, con tropecientos artículos que informan de que “las intervenciones de cirugía estética íntima femenina se han duplicado en los´últimos cinco años en España”. Es decir, que cada vez más mujeres deciden pasar por un quirófano para una “lipoescultura del pubis o del monte de Venus”, para estrecharse la vagina, reconstruirse el himen o hacerse una labioplastia. Esto es, recortarse los labios menores, un procedimiento con serio riesgo de disminuir la sensibilidad erógena.

Y digo yo, ¿no teníamos bastante con los complejos tradicionales, los de toda la vida, que ahora tenemos que importar las gilipolleces y excentricidades de cualquier idiota? Que una cosa es hacerse las ingles brasileñas y otra muy distinta acabar con un láser tipo Darth Vader chamuscándote el periné. Como si el macizo de turno se fuera a ir a la cama contigo solo porque tuvieras el ano más blanquito del lugar. A menos que se trate de un racista anal, claro está.

Aunque no sé, igual estoy exagerando. ¿Vosotros qué pensais? ¿Es una mejora como otra cualquiera? ¿Merece la pena? ¿Le dais importancia a esos detalles?