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¿Con cuánta gente te has acostado?

La pregunta es como una picadura de medusa, aparece cuando menos te lo esperas y no hay forma de escapar de ella.

En un contexto en el que te encuentras rodeado de tus amistades puedes decir tanto ocho como ochenta, que les va a dar lo mismo. Son tus amigas, las que te cubren pase lo que pase, y son tus amigos de toda la vida, con los que tienes un pasado más truculento que una banda de delincuentes del Salvaje Oeste.

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Pero la cosa cambia cuando aparece en la boca de una persona que te gusta.

Soy de las que piensa que lo mejor de esta pregunta es obviarla: ni hacerla ni dejar que te la hagan. En primer lugar porque la respuesta nunca la vas a esperar (a no ser que sea muy obvia) y en segundo lugar porque puede dar lugar a otras preguntas que tampoco quieres, ni tienes por qué, contestar.

No pienso que eludir el tema se considere ocultarle algo importante a tu pareja, sino que estamos entrando en algo íntimo y personal perteneciente al pasado, un pasado que, si bien ya no nos afecta, nos ha cincelado hasta ser la persona que somos ahora.

Sé de casos que, cuando surgió la pregunta, se han llevado sorpresas al considerar que era una cantidad elevada para las cifras que tenían en mente. Uno de mis mejores amigos dice rondar el centenar, algo que no me extraña para nada ya que estoy al tanto de la mitad de su historial, y aún su última pareja se ofendió profundamente cuando supo la cantidad.

En mi situación, siempre que he tenido pareja, he preferido no hacerla. No por nada, sino porque, de alguna manera, es algo que no me interesa, es algo personal y prefiero respetar la intimidad de cada uno. Además, tampoco es que me seduzca la idea de imaginarme a un novio teniendo sexo con un sinfín de mujeres que no son yo.

A mí la única vez que me la han contestado, y no fue porque yo indagara, fue cuando el noviete con el que hice el amor por primera vez, se jactó muy ufano de que si él era mi primero, yo era su chica número doce (pasados los años me confesó que también había sido la primera, pero que le había dado vergüenza contármelo).

Yo, la verdad, no estaba interesada en si era la primera, la vigésima o la centésima, lo que me importaba era que yo quería hacerlo con él y lo demás me daba absolutamente igual. Ahora pienso que el hecho de que también fuera su primera vez explica muchas cosas de esa tarde.

Tener un mayor o menor número de parejas sexuales no dice absolutamente nada de nosotros más que la variedad que hemos podido experimentar a la hora de pasar un buen rato. Es igual de respetable quien solo toma helado de chocolate porque es su favorito y, sabiendo que es su favorito, disfruta cada vez que se lo pide, que quien prefiere probar todos los sabores de la heladería.

¿Qué más da que haya probado vainilla, pistacho, crema, arándanos, chocolate blanco, avellana, café, limón, tarta de queso, caramelo, fresa, pasas al ron, stracciatella, naranja, dulce de leche, cappuccino, pistacho otra vez, plátano, oreo, yogur, melocotón o frutos rojos si lo que tú quieres es que te pruebe a ti?

¿Lo hace mal en la cama? Dilo

¿Sabes cuando tienes la mala suerte de que en el supermercado te ponen pescado malo, vas después a quejarte y te dicen, con sorpresa, que hasta ese momento nadie había protestado por la calidad? En la cama pasa lo mismo.

Las personas se dividen en dos grupos: las que señalamos cuando algo no nos gusta en la cama y las que se callan por miedo, vergüenza, timidez o falta de confianza y dejan que esa persona crea que está yendo por el buen camino.

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Esto crea una especie de situación de pescadilla que se muerde la cola (por aquello de volver al símil de la pescadería del principio). Tú no dices nada, por lo que esa persona no sabe que igual está haciendo algo mal, lo que hace que continúe haciéndolo (o no haciéndolo) y luego le toque a otra que, seguramente, tampoco diga nada.

Esta situación puede prolongarse infinitas veces hasta que llegue (si tiene la suerte de llegar) a una persona que se lo diga, lo que hará que reciba la noticia con sorpresa e incluso hasta con enfado de que nunca nadie se hubiera manifestado al respecto anteriormente.

Amante no se nace, amante se hace. Nadie viene al mundo sabiendo como complacer en la cama, es una mezcla entre curiosidad personal, ensayo y error…

Pero lo que más ayuda, o al menos en mi caso, es, y aunque no sea un trago agradable de primeras, decirlo. Parar los pies cuando después de pedirle que te estimule el clítoris ves que su lengua va por el gemelo. Sé de casos de amigos que han preferido callarse pasar sin sexo oral porque sus compañeras de cama les deslizaban los dientes inconscientemente cada vez que les hacían una felación.

Y digo yo, ¿no es mejor dedicar cinco minutos explicando cómo nos gusta, cómo se hacen las cosas bien, que callarnos y dejar, no solo que esa persona siga en su error sino sin recibir todo el placer que podríamos?

Personalmente, he sido de las maestras pacientes, de las que cortan el momento y, con toda la delicadeza del mundo (ya que no olvidemos que no es algo que la otra persona desconozca a propósito), he dicho cómo, cuándo y dónde me gustaba, si tenía que presionar, dejar de presionar, meter o sacar.

Piensa que si te encuentras en una situación así, él o ella no es culpable de no saber, pero tú sí que eres culpable de no enseñar y de perpetuar su desconocimiento si no le sacas del error.

El saber no ocupa lugar, pero puede ser la diferencia entre alcanzar o no un orgasmo.

Duquesa Doslabios.

Una atracción más allá del tiempo

Hace mucho tiempo que dejaron de ser amantes. Casi 15 años, concretamente, pero él aún se revuelve alterado cuando la tiene delante. Ahora no es que se vean mucho, la verdad, solo una vez cada pocos meses, cuando él tiene que viajar por trabajo y coinciden en la misma ciudad. Entonces ambos roban unas horas a sus respectivas vidas para comer, cenar o tomar una copa. Y aunque él siempre bromea con la idea, lo cierto es que no han vuelto a acostarse. El pasado, un enorme cariño y una gran complicidad, eso es lo que les une. Ahora rondan la cuarentena, él por arriba y ella por abajo, y los dos tienen una familia por la que matarían. Todo está como debe estar… salvo que, cuando la ve, tiene que reprimir sus ganas de arrancarle la ropa.

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“Nunca he vuelto a experimentar un deseo tan bestial como el que sentía cuando estaba con ella”, me dice. “Iba por la calle ansioso, embrutecido, no podía pensar en otra cosa {…} Aún hoy, evocar todo lo que viví a su lado es como inyectarme pequeñas dosis de felicidad”. Al final, todo acabó en nada. La distancia física resultó ser demasiada y, en esos años de juventud poderosa e incontrolable, la vida se fue abriendo paso con nuevos ingredientes y nuevos protagonistas. Y aunque, como digo, nunca se perdieron la pista, nada volvió a ser lo mismo. El tiempo, que es implacable.

Él cree que el hecho de que nunca llegaran a ser una pareja formal es lo que mantiene intacta esa atracción; que el no haberse visto sometidos a la erosión de lo cotidiano es la clave de ese milagro: un deseo suspendido en el tiempo y en la memoria. Ella es a lo primero a lo que recurre cuando necesita inspiración en momentos de soledad, por decirlo de una manera suave. Y así, hasta que pasen otros 15 años.

Yo creo que, en el fondo, nunca dejó de estar enamorado.

Amantes, pero sin penetración

Los dos tienen pareja, trabajan juntos y están liados desde hace un año. Hasta ahí, nada especial, solo una más de tantas historias de cuernos. Cuando lo descubrí me sorprendió no por la infidelidad en sí, sino porque no pegan absolutamente nada. Se podría decir casi literalmente que son de dos planetas diferentes. Aunque vete tú a saber, quizás precisamente por eso se atraigan.

Mujer bajo la cama

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Como decía, pillarles in fraganti fue una sorpresa, pero sin más. El caso es que ambos, al saberse descubiertos, se sintieron en la obligación de darme explicaciones y, cada uno por separado, me contó su milonga. No les creí una palabra, claro. Resulta que pretendían hacerme creer que, en todo ese tiempo, no se habían acostado. Bueno, acostados en una cama sí que reconocían haber estado, pero poco más. Es decir, que se besaban, se magreaban, se iban de cena y de copas juntos hasta las tantas… pero de follar, nada de nada.

Aunque intenté hacerles comprender que me importaban un pimiento los detalles de su vida sexual, ellos, cada uno con su historia, seguían erre que erre. Fingí creerles para que me dejaran en paz. Hasta que hace unos días, por casualidades de la vida, conozco a una persona que resulta ser íntima de ella y, sin saber mi nexo con ellos, acaba por revelarme todos los detalles. ¡Y resulta que es verdad!

Parece ser que ella se niega a llegar hasta el final, no alcanzo a entender muy bien por qué. Algo me dijo su amiga sobre que estuvo dispuesta a dejar a su novio si su amante dejaba a la suya, pero que él se negó en redondo. Y digo yo, sea cuales sean sus razones, ¿qué sentido tiene?. ¿Cómo narices se puede prolongar una situación así durante nada menos que un año? Mí no comprender. ¿Alguien lo hace?