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La ingeniera y la socióloga que van a hacer las calles más seguras para las españolas

Cuando empecé a salir sola, de las primeras cosas que me desaconsejó mi madre fue cruzar uno de los barrios en el que se encuentra la calle con más denuncias de apuñalamientos de Madrid.

Barrio que no estaba muy lejos de nuestro piso, así que nos pillaba de camino en muchas ocasiones.

Aunque seguí a rajatabla aquella recomendación, y busqué rutas alternativas, de adulta no me quedó otra que frecuentarlo, ya que me mudé con mi pareja a la calle perpendicular.

mujer andando calle

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Si bien nunca vi un navajazo (aquello sucedía de madrugada), no había día en el que no me hicieran algún comentario por la calle. Incluso llegaron a seguirme en bicicleta durante un tramo de mi camino.

Para mi exnovio aquello no era para tanto y tenía que aprender a relativizar. Para mí era un desgaste normalizarlo.

Pensarás que tuve mala suerte con mi barrio, pero el acoso callejero se ha repetido por Gran Vía, por Retiro, por Príncipe Pío y hasta por Castellana, cuando un desconocido paró su coche en uno de los laterales del Ministerio de Defensa y me invitó a subir con él.

Y en todas y cada una de las veces, mi reacción fue la misma: agachar la cabeza y apretar el paso. Tampoco es que hubiera otra opción, ¿no?

Contra esta idea fue que se revelaron Begoña Guadaño y Clara Espinosa, ingeniera de caminos y socióloga especializada en tecnología y violencia de género respectivamente.

Acaban de lanzar un proyecto, B.MUUN que aún está en fase beta, pero apunta maneras, ya que su objetivo es convertir las ciudades españolas en lugares más seguros para las mujeres.

La herramienta se encuentra todavía en desarrollo y funciona por invitación, sin embargo algunas periodistas pudimos probarla hace unos días.

Al acceder muestra un navegador que va marcando rutas, un sistema de navegación diseñado en base a la información recibida por otras usuarias que hayan reportado situaciones de acoso.

Es decir, te lleva a casa por la vía que considera más segura teniendo también en cuenta el trazado urbano.

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Otro de los pilares de esta web, que ha sido financiada por el Ministerio de Igualdad después de que Begoña y Clara presentaran el proyecto a concurso, es la creación de una red de espacios concienciados y preparados para socorrer en situaciones de riesgo.

Su objetivo es que establecimientos de nuestros barrios reciban una formación de atención y recepción de víctimas de acoso y abuso sexual callejero a los que se podrá acudir en caso de peligro.

Aunque también ‘pone en el mapa’ qué negocios como peluquerías, restaurantes o tiendas están concienciados en lo que a seguridad de las mujeres se refiere.

Y quizás en esa colectividad reside la emoción de este proyecto, en sentir que tienes una mano amiga a tan solo unos metros de distancia y que, a la vez, son otras mujeres las que han ido avisando de sus experiencias, cuidando todas de todas.

Un botón de socorro

Aunque lo más interesante es el botón de SOS, una opción que comparte la ubicación con los contactos que se hayan elegido previamente y comienza a registrar en audio lo que sucede desde ese momento.

Una vez pulsada la opción de auxilio, el navegador te dirige al punto B.MUUN más cercano donde, entre los protocolos a seguir, está el de llamar al 112.

Poco después del evento de presentación, le contaba a mi padre lo que me conmovía que se tomara el acoso callejero como un tema serio que se debe combatir.

Él opinaba que no debería haber una lista de calles con un ‘visto bueno’ para circular, porque las mujeres tendríamos salir a la calle sin miedo y sin evitar ningún lugar, ya que todos deberían ser seguros para nosotras.

Yo le comentaba que, por desgracia, aplicación móvil o no, ya vamos buscando esas vías alternativas que -creemos- nos mantienen más a salvo, en vez de otras donde nos sentimos más expuestas.

Sí, en un mundo ideal las mujeres podemos volver a casa como nos da la gana, incluso solas y borrachas sin sufrir ataques físicos o verbales. Pero no estamos en un mundo ideal.

No quita que, de manera paralela, no se destinen esfuerzos para concienciar a los hombres de que una mujer andando por la calle no invita a comentarios ni tocamientos no deseados.

Pero si, mientras tanto, aparecen recursos que tienen en cuenta nuestra manera de movernos, que nos dan opción de mandar localización inmediata y hasta grabar lo que nos rodea (por si necesitamos pruebas para emprender medidas legales) o cualquier cosa que nos haga sentir un mínimo de seguridad, lo cogeremos sin dudar.

Mara Mariño

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¿En qué momento hacer ‘topless’ se convirtió en vía libre para el acoso?

No soy especialmente fanática del topless, pero sí que he estado en la playa o la piscina con amigas que, nada más pisar la arena, se han sacado las tetas fuera.

chica topless

chica topless

(¿Cómo que aún no me sigues en Instagram? Pues venga…)

En ese momento, entro en modo ‘torre de vigilancia’ y me paso el resto del tiempo en alerta.

Vigilando -más o menos disimuladamente- que nadie a nuestro alrededor haga cosas raras.

Y es que en cuanto una mujer se encuentra con el pecho descubierto, el riesgo de ser acosada crece exponencialmente.

Esas tetas, como cantaba Rigoberta Bandini, solo dan miedo en Instagram -donde se censuran- o cuando se amamanta y hay quien se atreve a llamar la atención.

Uno de los pocos lugares donde, más que motivo de miedo, se interpretan como invitación, son las piscinas y las playas.

Porque hay quienes leen en un pezón a la vista una carta blanca, en vez de las simples ganas de tomar el sol con comodidad para una misma.

Siempre empieza con lo mismo: una mirada más intensa de lo normal, que puede llegar a convertirse en algo que hace sentir incomodidad.

Hasta el punto que te dan ganas de preguntar si es que nunca ha visto unas tetas en su vida o «sentir que eres como una especie de muñeca hinchable», me comenta una seguidora.

«Nunca me he sentido tan sexualizada». «Me miran como si estuviera buscando el acostarme con alguien».

Y eso si tienes la ‘suerte’ de que no hay un teléfono a mano. El acoso 2.0 no solo te permite capturar momentos con tu cerebro, sino llevártelos en formato digital a sabiendas de que, de preguntarle a la improvisada ‘modelo’, no tendrías su consentimiento.

«Ya van varias veces que cada vez que hago topless en la playa pillo a alguien haciéndome fotos o vídeos. Nunca he llegado a decir nada por vergüenza», me dice otra.

Vergüenza, un sentimiento que ni está ni se le espera cuando se habla de la persona que está apropiándose de tu imagen más íntima.

Acoso sexual, el deporte del verano

De mirar o fotografiar, se pasa a invadir el espacio personal y hasta ejercer el acoso sexual, otros de los comportamientos que como admiten muchas de mis seguidoras, les hace vivir la experiencia con disgusto.

«Estaba en la playa con mis amigos y yo tendría 16 años y estaba muy desarrollada. Decidí hacer topless porque me apetecía. Un hombre, que era mi vecino, nunca me había mirado de forma lasciva, pero ese verano lo hizo. Empezó a mirarme mucho y se comenzó a masturbar disimuladamente. Yo lo noté, fue muy asqueroso».

«Estaba en Menorca y vino un tío desnudo a rodear la zona donde estaba sola. Me pidió que le hiciera fotos con su móvil y me sentí muy incómoda».

«En una playa naturista un tipo se me quedó mirando con una sonrisilla. Estaba empalmado tumbado de lado de cara a mí como si estuviese invitándome a comérsela».

«Primero me miraba con un espejo de mano. Cuando se dio cuenta de que le miraba, se sacó todo».

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Hasta ahora, cuando esto pasaba, sabíamos que era lo que había que hacer. Cubrirnos el cuerpo, llevarnos a otra parte esos pechos de goma dos y nitroglicerina (que parecen detonar el deseo sexual allá por dónde van) o incluso volver a la seguridad de casa.

«Estaba de rodillas en topless poniendome la crema. Un chico se pone a mi lado y empieza a hacer el pino para llamar mi atención. Cuando lo miro me pregunta que si necesito ayuda para ponerme la crema. Le digo que no varias veces, él insiste. Me termina diciendo que es un experto en poner cremas (a mi lado, sus diez amigos se ríen). Acto seguido me suelta que también es experto en perforaciones. Paso de él. Me doy la vuelta. Al rato, al levantarme para ir al agua, me miran el culo y sueltan ‘ahora sí’ entre risas y grititos. Menos mal que a los 20 minutos se fueron, porque estuve a punto de irme».

«Hacía topless con mi amiga en la playa. Al ir al agua un hombre empezó a seguirnos y nos fuimos».

Porque mientras nos tapamos, movemos de sitio, recogemos la toalla pensando que no aguantamos más y encima nos sentimos unas exageradas o paranoicas por hacerlo, pasamos por alto el verdadero problema.

Y es que seguimos sin sentirnos tranquilas en los espacios públicos, aquellos donde nos convertimos en un mero objeto sexual para un espectador, por supuesto, heterosexual y masculino.

Así que igual es el momento de reivindicar que la playa y las tetas también son nuestras y empezar a reservarse un derecho de admisión que nos proteja de estas experiencias.

Que quienes tengan ese tipo de comportamientos, no puedan acceder a los sitios donde no saben comportarse.

E igual así ellos aprenden que la clave estaba en compartir el espacio tratando a las mujeres como personas y no como trozos de carne.

Mara Mariño

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Tenemos que hablar del acoso que están recibiendo las sexólogas en redes sociales

Irene Negri, Melanie Quintana y Sara Izquierdo tienen algo en común, las tres se dedican a la sexología y utilizan las redes sociales para la divulgación.

También tienen en común que las tres han sido víctimas de acoso sexual, en la misma plataforma, por su profesión.

mujer teléfono

PEXELS

(Inciso: ¿no me sigues en Instagram? ¡Pues corre!)

Recibir una ‘fotopolla‘ o una invitación sexual de alguien a quien acabas de conocer, es algo a lo que la mayoría de mujeres -por desgracia- nos hemos enfrentado alguna vez. Pero hablando con ellas, me doy cuenta de que esta situación, en su caso, es casi el pan de cada día.

Poco a poco, es un problema que se empieza a denunciar en redes sociales, ya no queda solo entre ellas, como antes. Y la única conclusión, tras compartir el acoso constante con mensajes que se alejan de lo profesional, es que tiene que parar.

Instagram o Facebook son dos herramientas fantásticas para divulgar e interaccionar con seguidores de diferentes edades y partes del mundo. Como afirma Irene, «tu contenido y trabajo se ven expuestos a mayor cantidad de personas».

El problema empieza cuando, en palabras de la sexóloga, «las redes sociales deshumanizan a las personas. La gente es super maleducada, no te saluda no te da las gracias… Tienen esta idea de que nuestro tiempo no vale y si te hacen una pregunta, tienes que responder. De ese lugar parte el acoso».

Melanie pone también en el foco el desconocimiento de su ciencia: «La mayoría de las personas aún hoy en día se piensa que enseñamos a follar bien. En gran parte por ese motivo llegamos a recibir fotopollas no solicitadas, mensajes de hombres que se piensan que enseñamos a follar o que directamente nos dedicamos a follar por dinero y quieren solicitar nuestros ‘servicios’».

«Y digo hombres porque la mayoría que mandan ese tipo de mensajes son hombres cis», afirma.

De las imágenes íntimas a las proposiciones sexuales

«Lo del tema de las fotopollas da para libro y es constante», dice Melanie. «Directamente te abren conversación con la foto o te preguntan si pueden enseñarte algo antes de mandártela. Yo tiendo a bloquearlos pero ha habido ocasiones en los que he denunciado harta de la reiteración».

«Una vez, cansada, a uno le dije que fuera al médico porque tenía una malformación en el glande que era preocupante. Él estaba bien, pero se asustó bastante y declinó en una conversación donde le expliqué los motivos por los que no podía seguir mandando ese tipo de mensajes, y que si se los mandaba a una profesional no esperara otra cosa que no fuera una valoración. El gran problema es que se creen que así nos seducen».

Como ella misma aclara, el sexting no tiene nada que ver con mandar una foto de este estilo. La diferencia es que es una imagen íntima no solicitada.

Otro ejemplo es el que relata Sara Izquierdo cuando ha compartido fotografías suyas en su cuenta.

«Lo que más me sorprendió fue uno que me dijo que me quería hacer de todo», explica. «Te quiero dar placer en esa postura», escribió un seguidor. «Me encantaría comerte el coño y follarte el culo», escribió otro.

«Luego me dijo ‘con perdón’», cuenta Sara. «Realmente se pensaba que estaba siendo educado y que me iba a gustar eso. Se pensaba que no estaba haciendo nada mal con ese comentario».

«Me pasa mucho que tengo seguidores que son súper majos que me responden a todo de buenas, que son simpáticos y punto, pero luego, en cuanto pueden soltar alguna, ya me dicen que o dónde vivo o que si quedamos a tomar algo. En seguida sabes que no están siendo majos, sino que quieren sexo», afirma.

La experiencia de Melanie con las proposiciones sexuales pasa porque incluso ha intentado -como dice ella- ponerse en modo sexóloga, e intentarles explicar que no es la forma de aproximarse de manera íntima a alguien.

«Hay tíos que te mandan mensajes preguntando si pueden follar contigo gratis y cuando les dices que no, y que esa no es forma de entrar a una mujer -porque no activa su deseo-, se enfadan y alegan cosas como ‘pero si eres sexóloga'».

Menos acoso, más educación

Para Melanie, gran culpa de esto la tiene la pornografía que se empieza a consumir a edades muy tempranas: «La interacción con el porno les ha construido unos patrones en la interacción que nada tienen que ver con la realidad o con los patrones de activación del deseo o la seducción».

No quita que, como ella dice, no pueda haber quien se excite con un mensaje directo o una foto privada: «Aunque seguro que haya mujeres que les ponga esto, no se puede dar por hecho. Primero pregunta o conoce a esa tía antes de entrarle así».

«Que seamos mujeres y nos dediquemos a hablar de sexualidad, produce dos cosas. Por un lado un efecto de fascinación, de wow, qué raro lo que haces, qué exótico, qué extraño. Por el otro lado hay esta idea de que si eres sexóloga eres una diosa del sexo, como si esto no fuese una carrera profesional que depende de un montón de conocimientos», explica Irene.

«Es súper frustrante, te encuentras con hombres que tienen estas fantasías y asumen que tienes mucho sexo, asumen que eres muy buena teniendo sexo y asumen que tienes un deseo tan ferviente que, cada día de tu vida, necesitas tener sexo».

Y más allá de las imágenes no solicitadas o las proposiciones, exigir recibir respuesta a cualquier duda es también una forma de acosar a las profesionales.

«Hace poco una persona me preguntaba muy obsesivamente si estaba bien que tuviera un fetichismo de los pies, que qué opinaba yo al respecto… Fue una conversación muy incómoda (no por el fetichismo de los pies), sino por lo insistente que se puso. No aceptar un no también se puede considerar como violencia», dice la sexóloga.

¿Les pasa a los sexólogos hombres?

Hace poco, estando en medio de un directo en Instagram con José Alberto Medina (también psicólogo y sexólogo), un espectador pedía a mi interlocutor que le contestara una consulta personal que le tenía que hacer.

Llegó a tal punto la insistencia que José Alberto, en plena emisión, tuvo que pedirle que por favor le contactara por mensaje privado, en vez de utilizando la sección de comentarios del directo.

Cuando acudió a su bandeja de entrada, se encontró una consulta medio habitual: «Te voy a preguntar algo. Me cuesta ahora empalmarme. ¿Por qué puede ser?».

En esos casos, la respuesta del sexólogo suele ser la de facilitarle su mail, pidiendo que le cuenten un poco sobre el tema, e invitar a hacer la sesión online, lo que hizo también con él.

La sorpresa fue cuando, la respuesta que recibió a su mensaje, fue si lo «quería ver un momento». El psicólogo le aclaró que esa no era una manera profesional de abordar el tema -si ese era su objetivo- y que de otra forma estaría encantado de atenderle.

Curiosamente, por mucho que se ofrece una asesoría online para tratar lo que muchos califican como un ‘problema’, no suelen terminar teniendo lugar. Lo que demuestra que el objetivo de los que contactan no tiene mucho que ver con el ejercicio de los sexólogos.

Así que, con este último ejemplo, hay algo más que debo añadir a la reflexión con la que empezaba el artículo.

Irene, Melanie, Sara y José Alberto, no solo tienen en común su profesión y que, por ejercerla en redes o divulgar conocimientos sobre ella, sufren acoso.

Sino que, quien les acosa, son hombres.

Puedes encontrar en Instagram a todos los participantes de este artículo: Irene Negri (@sexeducando), Melanie Quintana (@mel_apido), Sara Izquierdo (@vozdelagarta) y José Alberto Medina (@sex_esteem).

¿Nos aproximamos al fin de las fotos de genitales no solicitadas?

Hace unos meses me preguntaba a qué se debía ese hábito que han adquirido ciertos hombres en bombardear con fotos de sus genitales que, para empezar, no se habían pedido (una reflexión que puedes leer aquí).

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A modo de inyección de autoestima o como una curiosa forma de impresionar a una mujer que produce interés, son algunas de las razones ‘sanas’ que argumentan los expertos a la hora de tratar de explicar esta práctica.

Otras, como el control o ejercer poder -ya que no existe la opción de negarse- son menos saludables, pero también comunes.

Recibir estas fotos cuando no hay ningún tipo de consentimiento es una manera de acosar, por lo que hay quienes únicamente encuentran satisfacción en reacciones de sorpresa, dolor o enfado cuando la otra persona ve las imágenes.

Si nos ponemos a consultar cifras, el estudio realizado en 2017 sobre acoso cibernético por el Pew Research Center averiguó que un 53% de mujeres entre 18 y 29 años habían recibido estas fotos que no habían sido solicitadas.

Personalmente, estoy convencida de que, si volvieran a hacer la prueba en 2019, el resultado sería incluso mayor.

Y, como el acoso de cualquier tipo, sobre todo el online, es una asignatura pendiente también para todas las aplicaciones, no existen medidas efectivas que realmente puedan combatir este tipo de prácticas.

La estadounidense Kelsey Bressler, harta de este tipo de envíos, tomó la decisión de ir un paso más allá y elaborar un filtro de Inteligencia Artificial en redes sociales que consiguiera difuminar esas fotos para evitar el impacto.

Una manera muy eficaz de solventar el problema de las fotos no deseadas -funciona en un 95% de las veces- evitando la visión del contenido explícito.

Por buena idea que parezca –ojos que no ven, corazón que no siente– y por extraño que me resulte que, hasta ahora, no hubieran desarrollado mecanismos que evitaran estos actos (que no son otra cosa más que otro tipo de violencia), ¿es realmente la solución?

¿Qué nos garantiza que no habrá otro desarrollador que decida crear un sistema para escapar de la censura de la Inteligencia Artificial?

Aplicaciones que registran el recorrido de las mujeres cuando vuelven a casa, accesos rápidos a llamadas de emergencia por si se da una situación de peligro, filtros que borran imágenes que no queremos recibir… Soluciones a modo de parche que no curan la herida, sino que se dedican a taparla.

La atención debería centrarse en programas, estrategias o planes que trabajen el problema desde dentro, que se centren en esos hombres que mandan esas fotos que nadie ha pedido. Que les enseñen que no tienen que mandarlas.

No que tengamos que estar poniendo nosotras una serie de barreras para evitar recibirlas. Es como si tuviéramos un sinfín de medidas antiincendios en el monte, pero no se hiciera nada para controlar a los pirómanos sueltos.

Duquesa Doslabios.

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Un violador en cada esquina

Fue uno de los reproches que le hice a mis padres respecto a la educación que me habían dado: que habían conseguido que nunca me sintiera segura por la calle, que caminaba con el miedo de que, en cualquier momento, podría salir un violador detrás de una esquina. 

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Para mí, entender a una edad tan temprana, porque nos lo enseñan cuando todavía somos pequeñas, que fuera siempre con cuidado por si alguien me hacía algo, me marcó de la manera en la que a todas nos marca saberlo cuando llega el momento.

Y si a mí me parecía injusto, doloroso y horripilante, si me hizo sentir insegura, ahora pienso en el lugar de mis padres.

Pienso en lo que debe ser tener una hija que nace mujer y saber que, en algún momento de su vida, tendrás que tener esa charla con ella. La charla en la que le haces entender a tu hija, a lo que más quieres, que puede haber gente que la quiera agredir, violar o incluso matar.

La impotencia, el dolor y el miedo que yo siento, imagino que es solo la mitad de lo que pueden llegar a sentir ellos. Mucho más vasto y lacerante que el mío.

Unas sensaciones que, me consta, podrían volverse más intensas, aunque no me lo dijeran, si me olvidaba de contestarles a qué hora volvía a cada o si al final me quedaba a dormir en una casa de una amiga y no tenían señales de mí hasta el día siguiente.

Al tiempo que a mí me enseñaban eso, el mensaje para mi hermano ha sido el del máximo respeto hacia las mujeres.

Pero que él haya aprendido que no debe hacer nada en contra de la voluntad de otra persona, no garantiza que las mujeres estemos exentas de peligro en manos de otra persona que no ha tenido el mismo desarrollo.

Si los padres siguen teniendo esa charla con sus hijas es porque la sociedad tiene un problema estructural cuya solución no es solo que los padres den una buena educación.

La responsabilidad, más que la culpa, es de todos y somos incapaces de asumirla. Así que mientras no haya cambios en las leyes, no se refuercen las penas, no se tomen medidas, no se apliquen estrategias en los colegios o las series de televisión, como The Big Bang Theory, no dejen de vendernos como objetos, seguiremos transmitiendo ese mensaje generación tras generación.

Seguiremos diciendo, como mi bisabuela a mi abuela, mi abuela a mi madre, mi madre a mí, y yo, si tengo algún día, a mi hija, que tengamos mucho cuidado, porque ya no se esconden en las esquinas, puede ser el de la casa de enfrente, tu ex novio o el compañero de la oficina.

Y no habrá cuidado o medida que podamos tomar, ropa larga, calle llena, sobriedad o luz del día, que garantice nuestra seguridad ni nuestra vida.

Duquesa Doslabios.

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De cuando fui la guarra del colegio

Hoy me apetece hablar de cuando fui la guarra del colegio. Fue una época que duró entre primero y segundo de bachillerato, es decir, cuando tenía entre 16 y 17 años.

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Ser la guarra del colegio, y en un colegio de monjas, era algo a lo que le teníamos más miedo que a los exámenes de tipo test en los que no hay una única respuesta correcta. Y ahí caí yo, por la puerta grande de las guarras.

Pero, ¿cómo pasé de alumna media a ser una guarra? Con la hormona alterada, a los 16 resultaba que los chicos que me llamaban la atención a mí, por primera vez, se la llamaba yo a ellos. Viví el milagro de la pubertad pasada, pero fue el amor platónico colegial el que me tiraba de la silla.

Tirar de la silla casi literalmente, ya que mi tutora pidió reunirse con mi madre de lo difícil que me resultaba despegar los ojos de él en clase. Al tenerle sentado a mi lado no conseguía concentrarme en clase, y aquello, a las puertas de la selectividad, no nos vamos a engañar, era un drama.

Fue en el viaje de fin de curso, que en mi caso fue un año antes de acabar, cuando terminé a golpe de casualidad y de correr de un lado a otro del hotel huyendo de los profesores que vigilaban los pasillos, terminé en la habitación del susodicho.

Un par de besos y alguna mano por encima del pantalón fue todo lo que aguantamos hasta quedarnos totalmente dormidos (viajábamos en autobús por Italia y al madrugón había que sumarle que todos los días salíamos por la noche, por lo que nos fue imposible escapar del cansancio).

Al día siguiente me despertaron las voces de su grupo de amigos, que entre mi sueño y la confusión de dormir cada noche en una ciudad italiana, no llegué a enterarme de qué hacían allí, pero al descubrirme en la habitación de un chico el rumor se extendió como la pólvora.

Y pasa lo que siempre pasa en los colegios, que él era el más crack, un campeón, y yo había sido una guarra. Aquella primera semana de clases a la vuelta del viaje fue una pesadilla de la presión que tenía encima. Recuerdo que fue difícil hasta el punto de que mi propio grupo de amigas me recriminaba mi «actitud».

No quería ir al colegio. Odiaba despertarme por las mañanas y saber que tenía que enfrentarme a comentarios hirientes. Sentía que no podía aguantar aquello y no encontraba las fuerzas como para afrontar otro año más.

Recuerdo un día concreto que, ante tanto insulto, me fui a llorar al baño, lugar en el que me encontró mi profesora de química y le conté compungida que todo el mundo se pensaba que me había acostado con un chico cuando simplemente habíamos dormido.

Ella, que era una bendita, me dijo que no me preocupara y que yo siguiera con mi vida que no era de nadie más que mía, cosa que hice.

Y no solo ese año sino el siguiente. Seguí comiendo la boca a cuanto chico quise y seguí aguantando a mis amigas decir que como podía ir haciendo eso de un día quedar con uno y otro besar a otro. Pues simplemente porque me apetecía y quería hacerlo.

Del colegio me llevé acosadores, una fama inmensa, ninguna amiga de esa época y una convicción certera: iba a seguir haciendo lo que quisiera con quien quisiera porque no estaba haciendo nada malo a nadie.

Llegó un punto en el que me di cuenta de que me daba igual lo que se dijera de mí. Y si por disfrutar de mi vida y de mi sexualidad me iban a acosar y a tildar de puta, prefería ser una «guarra» feliz libre que una santa amargada que encaja.

Ahora solo espero que llegue el día en el que ninguna mujer, chica o niña se sienta mal, vejada, humillada o acosada por vivir su sexualidad como ella decida.

Duquesa Doslabios.

¿Has sufrido Tindstagramming?

Todos hemos usado Internet para ligar, todos. Y quien esté libre de pecado que niegue haber dado nunca un like con segundas intenciones.

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Hace diez años, el ligoteo se daba a través del Messenger, con esas conversaciones tan llenas de emoticonos que hacían las palabras innecesarias, con los zumbidos urgentes que seguían los apremiantes «cnt» o «ctxt» y con abreviaturas que harían las delicias de cualquier desencriptador.

Después pasamos a las redes sociales, a Tuenti, Facebook, Instagram y esos «Me gusta» que en realidad significan «Me da absolutamente igual lo que publiques porque quien me gusta eres tú«.

Es algo tan natural y a lo que estamos tan acostumbrados que ya nadie se sorprende cuando te dicen que dos personas se han conocido en la red, especialmente desde el desarrollo de aplicaciones como Loovoo, Tinder, Happn, Meetic… o un sinfín más de juegos de palabras en inglés convertidas en los nuevos puntos de encuentro en la era 2.0.

Algunas, como es el caso de Tinder, te permiten enlazar tu cuenta de Instagram con el perfil del programa, lo que significa que se da acceso a las imágenes de la red social y permite a los que ven tu perfil conocerte más allá de la información que se escriba en la aplicación.

Sin embargo, hay ciertos usuarios que, no contentos con el unmatched (cuando el otro usuario decide que no está interesado y elimina a esa persona de la lista de usuarios que pueden verla o mantener conversación con él o ella) deciden salir de la aplicación e iniciar conversaciones en Instagram, llegando incluso al punto de, en algunos casos, insultar a la persona por no haberle dado la oportunidad de conocerse.

Esto, además de demostrar la incapacidad de más de uno (o de una) de no aceptar un «no» por respuesta, es una falta de respeto hacia la voluntad de la otra persona y algo que demuestra que no se tiene mucho amor propio a la hora de forzar una conversación, que por uno de los lados no es deseada, de esa manera.

No olvidemos que una cosa puede ser insistir y otra muy diferente acosar. Y me temo que los hay que tienen los conceptos mezclados.

 

La primera vez que me acosaron sexualmente

Tendría ocho o nueve años. Estaba en el metro con mi familia camino a un mercadillo y cuando iba a bajarme del vagón noté que me tocaban el culo.

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Al girarme, un hombre, ni muy joven ni muy mayor, retiraba el brazo y volvía a acomodarse en su asiento. «¿Qué pasa?» me preguntaron, y al contar lo que había sucedido mi padre y mi tío se giraron corriendo, pero el vagón había cerrado sus puertas.

El hombre nos miraba desde el interior del vagón, seguro, tranquilo, con una media sonrisa congelada en su cara. Esa estúpida media sonrisa que sé que, de haber sido de otra manera, mi padre le habría reventado.

Tenía ocho o nueve años y recuerdo pasarme el resto del día sintiéndome sucia y deprimida. También me sentí así los días siguientes y me siento así años más tarde recordándolo.

Me llevó mucho tiempo entender que desgraciadamente, hay una serie de hombres (porque nunca en mi vida me ha acosado sexualmente una mujer ni conozco a nadie que le haya sucedido) que consideran que tu cuerpo está a su libre disposición, ya sea para verlo, juzgarlo o incluso, en casos extremos, tocarlo.

A los diecisiete, yendo al colegio, un coche seguía mi camino. Recuerdo que se paró a mi lado varias veces y el hombre que lo conducía me miraba señalando el asiento del copiloto vacío.

Apuré el paso y en un semáforo un poco por delante de mí, se paró, se bajó del vehículo y abrió la puerta. Eché a correr en dirección contraria y cuando llegué al lugar donde esperaban mis amigas me eché a llorar sin poder contenerme. Fue de las veces que más miedo he pasado en mi vida.

Con el paso de los años he ido coleccionando muchos más momentos de acoso, como quien colecciona sellos, en una caja y a buen recaudo dentro de mi cerebro, donde nadie lo pueda ver y sea yo la única que pueda acceder a ello para procesarlo.

Tengo de todo: silbidos, piropos no deseados de desconocidos, miradas a mis piernas por parte de los que han sido vecinos por veinte años, tocamientos disimulados y tocamientos exagerados casi hasta dañinos que más que una caricia eran un agarre con rabia, siseos, seguimientos por la calle y gestos lascivos.

Me ha pasado de día, de noche, a las tres de la tarde, yendo sola, con amigas, con novio, en España, en otros países, saliendo de casa, en el pueblo de mi amiga, en una calle desolada, en un local lleno… Los he recibido de hombres jóvenes, adultos de todos los tipos, ancianos, de todas las etnias, con todos los acentos posibles y en cada situación he pensado y sentido lo mismo.

He pensado que no es justo que por ser mujer no se respete mi cuerpo, que es mío y sobre el que yo decido. No es justo que se me considere de una categoría inferior, como que estoy a disposición de lo que quiera decir o hacer el hombre de turno. No es justo porque soy mujer, sí, pero como mujer que soy, también soy persona y merezco el mismo trato respetuoso que yo les dispenso a ellos.

Duquesa Doslabios.

Los peligros del “sexting” y cómo evitarlos

Querid@s,

El ciberacoso al igual que el acoso a secas existe. Y es una de las consecuencias más graves del “sexting”. Si ustedes son padres de criaturas adolescentes y jóvenes que empiezan a asomarse al mundo adulto y especialmente al sexo, esto les interesa. Ahora, a veces, se liga como antes, pero también se liga de una forma que antes no existía. Los tiempos cambian. En los últimos años, el término “sexting” se ha extendido rápidamente entre los adolescentes y jóvenes de todo el mundo. Este fenómeno potencialmente peligroso, que consiste en intercambiar datos íntimos a través de aplicaciones como WhatsApp, Viber, Snapchat, Skype o a través de redes sociales, puede conllevar graves consecuencias para sus usuarios. Con datos íntimos me refiero a mensajes calientes, fotografía y vídeos desnudos, tocándose, etc… Todo esto está muy bien, siempre que se haga con conocimiento de causa, pero si este intercambio se realiza entre menores que no tienen ni idea de las consecuencias que un mal uso del sexting puede tener, el pastel puede ser bien distinto.

sexting

El otro día yo misma utilizaba una aplicación de ligoteo y tuve un magnífico crash con un chico que no es una celebrity, pero sí es un personaje conocido. Empezamos a hablar y nos pusimos cachondos enseguida. El me mandó varias fotos que me sonrojaron y que me excitaron bastante. El tipo no se cortó un pelo y me mando una foto desnudito y tocándose. Estaba muy bien dotado. Aunque algunos de ustedes no lo piense, soy una persona en mis cabales y discreta. Otros no lo son. ¿Qué puede ocurrir con la foto? Si hubiera querido actuar de mala fe la hubiera publicado de mil formas o hubiera llamado a un medio de comunicación casposo para vender la exclusiva. Pero yo no soy así, aunque muchos sí lo son. Ese es el quid de la cuestión. Nunca se sabe quién está realmente al otro lado, nunca se sabe si a la persona a la que le manda usted (o sus hijos) esos pedacitos de tu intimidad le va a jugar una mala pasada.

Los canales de comunicación de hoy en día no piden permiso para colgar sus fotos o vídeos en Internet. Además operan a la velocidad del mismísimo rayo y permiten un intercambio instantáneo de todos ellos. No es de extrañar que esos datos que confiamos «que quede entre nosotros» pierdan ipso facto su privacidad e incluso lleguen a manos de extraños y degenerados. Y no tienen ni puta gracia. Maldita la gracia que le puede hacer a un@ verse de cierta guisa en páginas web pornográficas. Incluso en la deepweb, en páginas de pornografía o pedofilia. Sólo de pensar que un pederasta mostoso se la está cascando mientras ve en la pantalla a esa hija que no tengo, se me llevan los demonios.

sextingggComo le ocurrió a Angie Varona cuando tenía 14 años. Por darle gusto a su novio, colgó fotos en bañador, bikini  y ropa muy pequeña en la plataforma Photo Bucket a la que sólo podían entrar ella y su novio. Algún listillo le hackeó la cuenta y en cuestión de poco tiempo sus fotos privadas y otras 89,000 más supuestamente suyas se propagaron por las páginas más sórdidas de internet y de la deepweb. Se convirtió en una de las niñas más buscadas en internet. Por si fuera poco, la acosaban en el colegio, la cambiaron de colegio hasta dos veces, la amenazaban con abusar sexualmente de ella, hasta iban a buscarla a su casa. Se convirtió en un símbolo sexual y su imagen se t¡utiliza sin su consentimiento en anuncios emergentes para paginas de contenido sexual. A pesar del infierno por el que ha tenido que pasar esta chica, no se puede hacer nada. Las fotos no pueden retirarse de la web porque no son pornográficas ni sexualmente explícitas. Para más INRI, a Angie le decían que todo lo que le había ocurrido se lo merecía, le decían que la iban a violar porque lo iba pidiendo a gritos. Tócate los cojones. Malnacidos.

En el peor de los casos, esos contenidos pueden ser utilizados por ciberdelincuentes que chantajean a sus víctimas. No pretendo ser alarmista, pero puede ocurrir y ocurre que algunos adolescentes se conviertan en objeto de acoso por parte de sus compañeros. Según un reciente estudio de Kaspersky Lab, el ciberacoso es la mayor preocupación para más de la mitad de los padres españoles. Además, casi la mitad de estos progenitores cree que las amenazas online hacia los más pequeños siguen aumentando y cerca de un 35% piensa que no tiene control sobre lo que sus hijos hacen en Internet. Aunque los padres estén al loro de internet, el comportamiento de los adultos con este medio es diferente al de los adolescentes. El problema no es la falta de conocimientos tecnológicos de los padres, sino la falta de información sobre cómo y para qué utilizan los adolescentes las tecnologías, cómo utilizan las redes sociales, qué riesgos corren.

De nuevo, creo que la solución, si es que existe, es educación para los más jóvenes y tolerencia 0 con esa gentuza de ciberdelincuentes y ciberacosadores. He aquí algunos vídeos que disuaden a los más jóvenes de entregarse al sexting sin medir las consecuencias.

Para ellos y para ellas:

Kaspersky Lab recomienda algunos consejos para evitar las graves consecuencias del “sexting”:

  1. No intercambies fotografías íntimas. Tampoco con extraños, aunque te insistan a hacerlo.
  2. No envíes contenidos privados para atraer la atención de otra persona. Es probable que comparta esas imágenes o vídeos solo por diversión.
  3. No bromees con este tipo de imágenes o vídeos. Te traerá problemas.
  4. No publiques fotos íntimas en las redes sociales. Siempre habrá alguien que las pueda usar en tu contra.
  5. Instala una solución de seguridad que ponga especial atención en estos peligros, como Safe Kids de Kaspersky Lab.

Si los contenidos se hacen públicos:

  1. No comentes las imágenes o vídeos publicados en las redes sociales. Así se evitará atraer mayor atención.
  2. Es posible nivelar las consecuencias negativas mediante la publicación de contenidos positivos en las redes sociales. La mejor forma de hacer frente a esta situación es ignorar todos los comentarios que tengan que ver con el incidente.
  3. Independientemente de la plataforma donde se hayan publicado estos contenidos personales, se recomienda ponerse en contacto con el administrador para informarle que esas imágenes o videos fueron publicados sin consentimiento de la persona. En este caso, la plataforma se verá obligada a eliminarlos.
  4. Si estas recomendaciones no son suficientes, lo mejor es contactar con un abogado además de estudiar la legislación en materia de protección de datos personales y distribución de pornografía infantil.
  5. Denunciar  el delito ante los organismos pertinentes: Policía Nacional (Brigada de Investigación Tecnológica) o la Guardia Civil para poner punto final al problema. Los correos electrónicos a los que dirigirse son: delitos.tecnologicos@policia.es y denuncias.pornografia.infantil@policia.es

Y uno último consejo de cosecha propia. Más que un consejo es una aportación. Que nadie se sienta culpable. Ni padres ni adolescentes. Cuando uno tiene 14 años muchas veces no sabe lo que hace. Quieren comerse el mundo, creen que lo saben todo, pero se equivocan. Al igual que se equivocan ustedes como padres. Muchos pensarán que no tiene nada de malo hacerse fotos de este tipo. Pero insisto, la cuestión no es lo que se fotografía, sino los ojos que lo miran. Y cómo lo miran.

Que follen mucho y mejor.