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En tu etapa de sexo sin compromiso, practica el sexo responsable

Estoy en un momento de la vida en el que tengo dos tipos de amigas: las que ya son madres y otras con las que todavía puedo ir de fiesta.

Así que vivo entre conversaciones de las ganas que tienen unas de descansar, porque sus hijos apenas pegan ojo, y las ganas que tienen otras de echar un buen polvo sin complicaciones.

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Sobre lo primero no puedo aportar mucho, ya que estoy en ese punto en el que la maternidad sigue siendo un misterio, pero sí que lo segundo es algo que he podido experimentar y, sobre todo, aprender al respecto.

Pero primero de todo, quiero hacer un pequeño paréntesis porque es de celebrar que vivamos en unos tiempos de libertad sexual.

Especialmente en los que una mujer pueda decir que solo quiere sexo y seamos capaces de disfrutar de nuestra sexualidad sin ser criminalizadas por ello.

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Dicho esto, quiero recordar que el deseo y el placer son parte de nuestra vida y buscarlo sin que venga acompañado de una relación, no tiene nada de malo.

Me parece la prueba definitiva de que nos hemos librado de ideas un poco arcaicas de que el sexo solo puede darse bajo el prisma del amor.

Pero, desde mi propia vivencia, eso no significa que se haga de cualquier manera. Es fácil que en algo que incluye afectos y sensaciones de disfrute (además de un porrón de hormonas) haya quien pueda entender que es algo más.

Por eso lo que quiero abordar es la importancia de la responsabilidad afectiva en el sexo cuando solo es eso: sexo.

Creo que la mayoría conocemos un caso de algo que empezó como un lío y terminó con dolor y despecho porque los sentimientos, de un lado o de otro, hicieron acto de presencia.

Así que es un primer paso muy saludable el preguntarse, ahora que ya sé que solo quiero un buen rato de placer en compañía, ¿cómo hago para evitar que acabe mal? ¿Se puede prevenir de alguna forma?

Diría que me repito más que el ajo, pero es la única respuesta, transparencia en la comunicación.

Y es que el principal problema se da cuando para una persona solo era algo físico y la otra creía que esos encuentros eran también señal de que el vínculo emocional estaba desarrollándose.

Es importante sincerarse desde el principio, sin medias tintas ni vaselina, aquí no hay ambigüedad posible, así que evita dejar cosas en el aire o utilizar términos que no quieren decir nada («fluir» o «Ya vamos viendo», cuando no quieres ver nada).

Que tus expectativas estén sobre la mesa, porque sincerarse sobre los deseos y límites hace que se esté en la misma página y, por tanto, tomar decisiones informadas sobre si participar o no. Y en qué condiciones.

En caso de que se acepte, toca también poder hablar abiertamente de la frecuencia de los encuentros, del uso de métodos de protección o cualquier otro asunto que sea de relevancia para los participantes.

Transparencia emocional antes, durante y después

Puede que esto de hablar tanto le quite gracia a la idea que tienes de la espontaneidad del sexo sin compromiso (sobre todo a quienes les cuesta abordar estos temas).

Pero que no haya una intención de que eso derive en una relación, no significa que no se deba tener consideración hacia la otra persona.

Ahora que podemos disfrutar de un sexo sin ataduras, hagámoslo bien. Y eso equivale a recordar que todos merecemos un trato digno, sea cual sea nuestra relación sexual.

Algo que también implica escuchar necesidades y preocupaciones propias y ajenas y, por supuesto, respetar los límites en todo momento.

Sin embargo, ¿significa que después de esta charla ya podemos olvidarnos de tener que volver a hablar del tema?

No, dejar la puerta abierta a la comunicación es importantísimo, porque esos deseos del principio pueden cambiar en cualquier momento.

Aquí entra en escena si podéis adaptaros a las fluctuaciones o al menos, mostrar empatía si no se quiere continuar con la relación sexual.

Después de ponerme técnica, me queda confirmarte que esto no le quita ninguna magia al sexo sin compromiso (de eso ya os encargáis por vuestra cuenta), pero es un recordatorio de que tiene que ser abordado desde la responsabilidad y el respeto.

Vaya, que se puede disfrutar sin ataduras emocionales de ningún tipo, pero no sin dignidad y consideración hacia la otra persona.

Y así como es importante sentir comodidad y seguridad, es nuestra tarea que los demás también se sientan así.

Mara Mariño

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Cuando uno quiere y la otra persona no (tanto)

Al principio de toda relación, las ganas nunca faltan. Da igual el momento, sitio o lugar, la sensación de necesidad de querer tener sexo una y otra vez, nos acompaña.

Por lo menos en la primera fase, ya que esa frecuencia va disminuyendo según avanza la relación.

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Cuando se da ese cambio hay quien enseguida lo nota (es que al principio lo hacíamos más), quien no sabe qué ha podido cambiar (¿ya no te gusto?) y, por supuesto, quien quiere que las cosas vuelvan a ser como eran al comienzo.

Sin embargo, esa bajada de libido es normal. Las hormonas son responsables, en gran parte, de esa euforia del inicio de la nueva relación.

Que el deseo sexual baje es lo que permite que el vínculo se desarrolle en otros aspectos.

Sin embargo a día de hoy puede resultar incómodo o hasta tabú poner sobre la mesa el cambio del deseo en las relaciones de pareja.

Es algo que me han preguntado tanto por redes sociales como en charlas: «¿Qué hago para recuperarlo?», «Yo siempre quiero y ella nunca está dispuesta…»

Además podemos tender a pensar que es ‘culpa’ de la otra persona, o al menos su responsabilidad adaptar sus niveles de deseo a los nuestros, en vez de llegar a puntos intermedios o averiguar qué está sucediendo.

Una de las cosas que más me ha llamado la atención estudiando terapia sexológica es que no es tanto el sexo lo que debe trabajarse cuando hay problemas de este, sino otros factores como serían, en este caso, la tolerancia y la comunicación.

Tolerancia porque puede que tendamos a pensar que, si hay alguna disminución del tipo que sea (frecuencia, duración…), es señal de algo negativo, en vez de entender que la vida sexual también pasa por fases.

Soy la primera que lo entiende, la idea que tenemos de relaciones de pareja es que son siempre fuegos artificiales en el sofá, en la cama, el viernes noche, el domingo por la mañana…

Y puede que sí, pero también hay momentos de no tocarte ni con un palo porque tienes un estrés brutal en el trabajo, un herpes labial que no te hace sentir muy sexy (sino todo lo contrario) o que la astenia primaveral te tiene con cansancio acumulado.

Es decir, que entender que vamos a pasar por etapas más tranquilas es un primer paso. Y, sobre todo, aceptar y acompañar en esas ocasiones cuando al iniciar un acercamiento, la respuesta sea la del rechazo.

Puede pasar por «vale, si no te apetece no pasa nada, a mí me gustaría terminar el masaje si quieres» o proponer otra actividad que os guste hacer juntos.

Eso le da a la otra persona la tranquilidad de que no está recibiendo presión para seguir y no sentirse culpable por no querer participar en una interacción sexual.

Comunicarse para desearse

Por otro lado, si destaco que la comunicación es fundamental, es porque hablar de ello es clave.

Esto pasa por exponer los deseos propios y dar también pie a que la pareja pueda tener un lugar en el que expresar con confianza qué le sucede.

Es el primer punto de partida para combatir las posibles películas mentales que nos hayamos montado (y confirmar que claro que le seguimos gustando), pero también para llegar a un punto de encuentro.

El terreno común puede ir desde dar el espacio que la otra persona necesita, a acordar nuevos términos para el sexo.

Y es que muchas veces -y aquí hablo en primera persona- no es que no tengas deseo sexual, es que no te apetece hacer lo que soléis hacer con mucha frecuencia.

Es decir, si tu vida sexual se resume a la penetración, que es la práctica que a las mujeres no nos facilita llegar al clímax precisamente, es normal que haya menos motivación por hacerlo que si es otro tipo de dinámica.

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Así que hay veces que no es que no se tenga deseo, sino que deseo hay, pero por algo nuevo que permita recuperar el interés y la curiosidad.

Esa conversación también puede ser una buena oportunidad para revisar cómo es tu vida íntima y rediseñarla de nuevo.

Pero sobre todo recordarte que no hay una cantidad mínima requerida ni una cuota mensual que cumplir, puedes tener una vida sexual sana haciéndolo una vez a la semana, una vez al mes o una vez al año.

Porque solo depende de que sea algo con lo que estéis de acuerdo, lo disfrutéis así y vuestros niveles de intimidad y disfrute sexual estén más que satisfechos.

Mara Mariño

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¿Necesitas realmente un bálsamo para tu vulva, la nueva tendencia cosmética?

Desde que a alguien se le ocurrió por primera vez la idea de sacar un gel íntimo para limpiar la vulva, se abrió una oportunidad de negocio que hasta ese momento no había sido contemplada.

Sí, los genitales daban dinero.

O al menos las vulvas, ya que los análogos de este tipo de jabones, que sería una gama de productos para la higiene del pene brillan por su ausencia.

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En su momento (y a día de hoy) muchas miramos con desconfianza este tipo de geles.

Sobre todo porque la idea de empezar una nueva rutina de higiene con productos químicos en una zona del cuerpo que tiene su propio sistema de ‘autolavado’, parece innecesario.

Pero también porque uno de los atractivos de los geles íntimos es su perfume a menta o a flores, así que el mensaje que va implícito es, a la vez, inequívoco: la vulva huele y mal.

Ahí estaba la red flag que nos alertaba, el riesgo de que se convirtieran en una fuente de inseguridades perpetuando una idea que no solo es falsa, sino perjudicial para nuestra vida íntima. Como así ha sucedido en varios casos, por cierto.

Sin embargo, gracias a ginecólogas y expertas que llevan su tarea de divulgación a redes sociales, podría parecer que terminaríamos rebelándonos -o dejando de consumir, otra forma de revolución dentro del capitalismo- este tipo de productos.

Ellas han sido quienes más hincapié han hecho en que solo se necesita agua para limpiar los labios exteriores e interiores.

Entonces, ¿cuál ha sido la nueva ocurrencia del mercado, la alternativa a los jabones? Primero fueron las mascarillas, pero debieron de tener poco éxito porque lo que verdaderamente está arrasando son los bálsamos para vulva.

De las mascarillas de labios a los bálsamos íntimos

Esta nueva tendencia ha relevado a los geles, prometiendo hidratar y perfumar la piel de la zona. Diferente packaging, pero mismo problema, si me preguntas.

Y es que es imposible no preguntarse hasta qué punto necesitamos algo así para mantener nuestra salud íntima.

Es más, al tener una flora bacteriana vaginal, lo que puede suceder en todo caso es que los cosméticos puedan alterarla (y terminar sufriendo las molestias de la candidiasis, como bien sabemos algunas).

Este boum de bálsamos para vulva solo encuentra explicación en aprovecharse de la obsesión por la perfección estética, y ha encontrado su mercado ideal en mujeres que se sienten presionadas por llevar el estándar de belleza y juventud hasta a sus genitales.

«Úsala a diario para disfrutar de una vulva tan suave como la seda», dice una de las descripciones de estos bálsamos. «Hidrata y rejuvenece tu zona íntima», dice otra.

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Así que los cosméticos se presentarían como la solución para todas esas preocupaciones al prometer una piel suave sin ‘imperfecciones’, cuando la mayoría de ingredientes que utilizan son los mismos de las cremas hidratantes convencionales, pero con un precio de venta mucho mayor.

La clave para lograr su consumo está en saber venderlo, de ahí que los fabricantes hayan optado por presentarlo como una necesidad de nuestras vulvas en vez de un lujo innecesario, lo que son realmente.

Un ejemplo más de que el poder del marketing y del machismo pasa por ir de la mano con la premisa de que nuestras vulvas necesitan ser mejoradas o embellecidas, ya sea con productos o cirugías.

A las empresas no les sale a cuenta que nos opongamos al irreal modelo de belleza con la aceptación personal, los intereses comerciales de crearnos nuevas inseguridades son los que llevan al consumismo de productos de este estilo y que sigan apareciendo bajo nuevos nombres y estilos.

Y quiero puntualizar que no hay nada negativo en querer cuidar nuestro cuerpo -zona genital incluida-, pero hay que hacerlo de forma informada y consciente, con una perspectiva crítica que permita abrazar nuestra singularidad en cuanto a nuestra apariencia, olor, etc.

Así que en lugar de comprarte productos caros e innecesarios, opta por las prácticas de cuidado, basadas en la evidencia científica, que ya seguía tu abuela: ropa interior de algodón, una buena higiene con agua y nada de productos con perfume.

Mara Mariño

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Cuando las fantasías íntimas producen incomodidad

Es imposible controlar las ocurrencias de tu cabeza que te excitan. Puedes intentarlo, pero en el campo de la imaginación, siempre habrá una fantasía con la que tu cerebro te sorprenda.

Para bien o para mal, ya que pueden llevarte a ideas que no te habías planteado -e inspiran tu vida sexual– o a pensamientos que te generan malestar por los participantes que aparecen, las acciones que realizas, etc.

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Sin embargo, incluso las fantasías que nos parecen más raras y conflictivas, no lo son tanto en realidad.

Un estudio de la Universidad de Quebec realizado en el año 2014 puso en evidencia que desnudarse en sitios públicos, las violaciones o tener sexo con alguien que está durmiendo, se colaban y repetían hasta en un 10% de los participantes.

No quita que nos hagan plantearnos de dónde salen esas ideas o que pueda llegar a preocuparnos.

Es en el sexo donde la naturaleza y la cultura se encuentran, y la mejor prueba de ello es de qué manera nuestra educación y socialización incide en este.

Puede que vengan acompañadas de culpa: «Una buena persona no debería fantasear con eso», se dice a sí mismo un usuario en un foro de internet donde afirma que le estimula la idea de sentir que humilla a otra persona en la cama.

Para nuestra tranquilidad, las fantasías solo son eso, imágenes que se crean en nuestra cabeza.

Que las pensemos no significa que queramos cumplirlas en la vida real ni que vayamos a hacerlo.

De la misma manera que a veces fantaseamos con romper algo al hacer un trámite para el que nos dicen que falta un papel y que volvamos a intentar pedir cita, después de llevarla esperando un mes.

Fantasías sexuales, malestares sociales

Cuando digo que la sexualidad tiene mucho cultural, significa que se cuela la moral compartida.

Los estándares de la sociedad de lo correcto e incorrecto, así que lo que se salga de lo aceptado por la mayoría puede producirnos esos sentimientos encontrados.

De ahí que sea tan común que las violaciones se hayan colado en el repertorio fantasioso y, al mismo tiempo, no vayas a encontrar a una sola persona que quiera que eso le suceda en la vida real.

Este tipo de agresiones son un gran ejemplo porque cada vez que pregunto por redes sociales a mis seguidores qué cuestiones consideran que son tabú, me contestan que pensar en esto.

La explicación es sencilla, han pasado a formar parte de las fantasías por la exposición a unas imágenes pornográficas explícitas que hemos visto desde la adolescencia (o antes) en el porno.

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Pero, ¿significa eso que tengamos que martirizarnos por ello o buscar ayuda corriendo para desprendernos de esas ideas que están en nuestros pensamientos?

La propia Ana Requena nos lo comentaba hace unos días en el podcast Zorras y Lagartas en el que soy copresentadora: «No podemos caer en el estándar del buen sexo feminista».

«Una cosa es repensar y hacer la crítica y otra cosa es exigirnos unos estándares, como si eso estuviera mal hacerlo», afirmaba.

Así debe ser, ya que la sexualidad es un terreno en el que poder experimentar, sin la excepción de lo que ocurre en nuestra propia cabeza.

No quita, como dice la periodista y escritora, que nos cuestionemos, planteemos y pensemos de dónde vienen las cosas. Pero, a fin de cuentas, necesitamos autoconcedernos un poco de cancha, vivir con cierta tranquilidad.

Y eso incluye fantasear con lo que nos dé la gana.

Mara Mariño

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‘No sé moverme en la cama’

«No sé moverme en la cama. Me digo a mí misma estrella de mar y lo paso fatal» me escribía hace unos días una seguidora.

La entiendo porque me ha pasado.

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Nuestra escasa educación sexual, a la que hay que reconocerle que nos enseñó a colocar un preservativo, no incluía esta parte, la de averiguar qué nos daría placer.

Así que, ¿cómo no íbamos a tener inseguridad al respecto si lo más cercano a formación en ese sentido eran los artículos de revistas donde se nos instaba, en la sección de posturas del mes, a hacer la ‘cowgirl’?

Como si la mayoría de nosotras fuera una experta en equitación o se hubiera criado en un rancho…

Aunque también tenemos una versión patria, que sería la famosa ‘bicicleta’ de Estela Reynolds en La que se avecina.

Bicis o caballos, comparten que nuestra misión es tener recursos para saber manejarnos y no quedarnos paralizadas en pleno coito.

O, al menos si nos sentimos perdidas y no sabemos qué hacer, que la otra persona no lo note. Y es que aquel comentario me resonó porque todas hemos oído hablar de la ‘estrella de mar’.

Todas conocemos a esa chica que se ha acostado con un amigo y que no se movía en la cama, que parecía que estaba ahí, pero sin estar.

No es ninguna mujer en concreto, pero si una leyenda urbana lo bastante poderosa como para saber que no queremos parecernos a ella y por eso nos angustia la idea de no pasar el estándar del movimiento.

De ahí la ansiedad que he compartido con mi seguidora de pasar por situaciones en las que he intentado menearme en la cama, como pensaba que se esperaba, para que no me cayera el apelativo.

Sin embargo, no debería ser así. Lo suyo sería que si te apetece moverte te muevas, y si no te apetece, no lo hagas, no que la condición del sexo sea forzar un despliegue corporal, algo impostado.

Juzgar nuestro rendimiento

Que este sea no solo un miedo real que tenemos, sino algo que puede producirnos agobio antes del encuentro, es la enésima prueba de que muchas vivimos el sexo a través del otro y no de nosotras mismas.

Que ponemos por delante la performance en vez del propio placer.

A esa seguidora solo puedo darle un consejo y es que se olvide de cowgirls, bicicletas y demás

Lo que realmente ayuda en la cama es estar relajada, es disfrutar de una estimulación que te haga sentir un notable aumento de temperatura y tener ganas de seguir probando qué cosas te dan placer.

Podría entrar en que es de ayuda que la otra persona suba las caderas (que puedes ayudarse de un cojín o almohada) o que es mejor tener algo de movilidad para que puedas probar diferentes movimientos, mientras tu acompañante tiene acceso a otras partes de tu cuerpo.

Pero te mentiría. Eso es lo que me funciona a mí, pero no tiene por qué ser lo que nos va a servir a todas. Por eso necesitamos buscar lo que nos gusta a cada una en una jornada de autoexploración y exploración compartida.

Y seguramente no sea hacerlo de arriba a abajo, porque el clítoris es más de movimientos circulares similares a amasar con las caderas, para que las terminaciones internas de este también reciban estimulación.

Lo importante es divertirse dando con tu vía del placer. Pero también hacerlo con alguien que tenga empatía por tu disfrute y no vea el sexo como una demostración que tienes que hacerle.

Mara Mariño

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Este tipo de trío sigue siendo tabú

Nunca falla, en el momento en el que dices que eres una mujer bisexual, ves cómo en el pensamiento de tu acompañante se va formando una idea clara.

Eres su oportunidad de hacer, por fin, un trío con dos mujeres.

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O, al menos, así es como me hizo sentir aquel exnovio que no dejó de presionar hasta conseguirlo. Aprendí la lección, iba a ser más discreta con mis preferencias sexuales de aquel momento en adelante.

Sin embargo, con el paso del tiempo y sacándole el tema a otras parejas, la respuesta ha sido siempre de mostrar un interés mayor ante la idea de sumar otra mujer a la cama, que de hacerlo con un hombre.

Les frenaba la perspectiva de estar con otros hombres, porque, según su razonamiento, no se sentían atraídos de la manera que yo me podía sentir atraída por mujeres.

Pero, por otro lado, que yo me sienta atraída por mujeres no significa que quiera tener sexo con ellas en un contexto de trío con mi pareja, sino que puede que quiera tener esa intimidad solo con ellas.

Sin llegar a ningún acuerdo claro, el tema de los tríos, desde aquella experiencia, se ha quedado en el limbo.

Y justo cuando pensé que aquella idéntica reacción por parte de mis novios era casualidad, encontré un foro en Reddit en el que se preguntaban por qué era tabú que una mujer quisiera hacer un trío con dos hombres.

Las experiencias que contaban las foreras eran mucho más reveladoras que las mías.

«Cuando le comenté a mi amigo que tenía la fantasía de hacer un trío con dos hombres, me contestó que tenía que tener cuidado con ese tipo de afirmaciones porque los hombres no quieren salir con una chica así», escribía una.

«Le dije a mi novio que tenía esa fantasía y me llamó puta», posteó otra.

«Mi amigo admitió que tuvo sexo con dos mujeres, pero que no tendría nada serio con una mujer que hubiera participado en un trío con dos hombres o que le gustara eso».

Aquellos comentarios me hicieron ver la clara negativa de las parejas siguientes ante mi sugerencia desde una nueva posición.

Y es que, como reflexionaban algunos hombres en el mismo hilo, recibir esa propuesta, provoca sentimientos encontrados (y nada buenos).

Por un lado aparece el miedo ante la competencia. La duda de si realmente la pareja quiere estar con otro chico y es su manera de conseguirlo.

Por otro, la inseguridad de no sentirse suficiente en el plano sexual, la sensación de fracaso de que no se está satisfaciendo a la otra persona y necesita de la experiencia para disfrutar de verdad.

Todo esto teniendo en cuenta que, de darse el trío a la inversa, con una mujer, no se experimentarían esas emociones de miedos o inseguridades.

Por un lado, está la concepción del sexo como algo simple y llanamente genital, que gira en torno a una vagina y un pene y que todo el placer en la relación debe ser a través de ellos.

De ahí también que la penetración siga siendo la práctica más común aunque no sea la más efectiva para nosotras de cara a llegar al orgasmo.

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Pero luego hay que añadir a la ecuación otros dos factores: primero la tendencia a pensar que las mujeres, bisexuales o no, aceptemos más alegremente tener sexo con otra mujer si hay un chico de por medio

Y segundo, el insulto, la vejación o el prejuicio que se recibe como mujer al admitir que quieres realizar esa práctica. Es decir, se criminaliza el deseo, pero solo el de un lado.

A día de hoy, y pornografía mediante, la bisexualidad de las mujeres está completamente fetichizada, lo que ayuda a ese doble rasero.

En cambio, que un hombre pueda estar en una práctica sexual con otro hombre, resulta criticado por la homofobia que todavía constriñe a gran parte de nuestros compañeros.

Son ellos los partidarios de seguir a pies juntillas esa mentalidad de Barney Stinson, que, como comentaba en uno de los episodios de Como conocí a vuestra madre, es parte del Bro Code nunca mirar a los ojos al otro hombre con el que estás participando en un trío.

Como si por establecer contacto visual fuera a cambiar de repente tu sexualidad (o como si ese hipotético cambio de orientación fuera algo malo).

Que este trío se conozca como trío demoníaco, tampoco ayuda de cara a verlo como una práctica sexual positiva.

Aunque aparentemente esta connotación viene de que hay dos «cuernos», el lenguaje nos influye en la manera de pensar sobre las cosas.

¿Es casualidad que el trío en el que son dos hombres quienes se organizan para darle placer a una mujer se relacione con algo satánico? A estas alturas, yo ya no lo creo.

Mara Mariño

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Ellos nos preguntan menos en las citas, ¿por qué?

Recuerdo que era médico, tenía dos hermanos pequeños, quería especializarse en neurocirugía y su destino veraniego favorito era Cádiz.

También recuerdo que no me hizo ni una sola pregunta en toda la cita. Y, al desahogarme con mi amiga de la mala suerte que había tenido, empezamos a unir los puntos.

Era raro dar con alguien que se interesara por nosotras de la forma en que nosotras lo hacíamos.

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Así que la duda parecía clara, ¿vivimos las citas como si fueran auténticas entrevistas de trabajo, queriendo conocer todo de su vida, o es que ellos no se esforzaban demasiado?

No puedo evitar ver la similitud de cuando recorres los perfiles de cualquier aplicación para conocer gente y en un perfil con apenas un par de fotos encuentras la vaga descripción de «No sé que poner, pregúntame lo que quieras».

¿Funcionaría esa misma estrategia en la solicitud de un puesto para empezar a trabajar en una nueva empresa?

Vale que no es lo mismo. Esto, a diferencia de un cambio laboral, puede que sí sea para el resto de tu vida.

Sin embargo, el denominador común en ambas situaciones es la sensación de falta de esfuerzo.

Cuando quedamos con otra persona, nos gusta sentir que nos escuchan y que se interesan, por lo que hacer preguntas es fundamental.

De hecho, se gasta una cantidad inmensa de tiempo y energía cuando solo eres tú quien tiene ese papel.

Además, hablar es una forma de conectar y también el factor que garantiza que quieran volver a quedar contigo más adelante, según un estudio reciente de Hinge.

Por lo que tiene que darse una buena conversación si se busca que se desarrolle un vínculo, algo que se puede aplicar no solo a la pareja, sino también a las amistades.

Planteando mi desidia en Instagram sobre la aparente falta de ganas, varios seguidores me contestaron que podía deberse a timidez o inseguridad, a no saber cómo lanzar una pregunta.

Y es algo que también puede tener su raíz en la manera en la que hombres y mujeres somos socializados.

Nosotras estamos más acostumbradas a compartirnos, pero también a escuchar y saber qué siente la persona de enfrente.

Mismo lenguaje, distinta manera de usarlo

Ellos, en cambio, usan el lenguaje como una manera más de reafirmarse ante el resto del grupo, pero no como un espacio de vulnerabilidad.

Según expertas como Deborah Tannen, sociolingüista o Amanda Montell, lingüista, otro campo de competición serían las conversaciones.

De ahí que haya eternos diálogos en los grupos de amigos de quién ha jugado mejor al fútbol o de cuánto peso levantan en el gimnasio

Esto también podría explicar como ellos tienen menos síndrome del impostor en el mundo laboral, mientras que a nosotras nos cuesta más participar en reuniones de trabajo donde sentimos la presión de la competencia.

Esto es una generalización, por supuesto, pero, por otro lado, nos permite abordar esta diferencia de preguntas en las citas sabiendo que igual no estamos viendo la conversación como lo que es.

Un momento del que podemos sacar mucha información y que nos permite colaborar: ya sea para una futura cita, un encuentro sexual u otra cosa de la que ambas personas se vean beneficiadas.

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A fin de cuentas, ni nosotras somos responsables de que él sea la estrella de la cita ni ellos de que estemos comiéndonos la cabeza porque no nos ha preguntado por la querida mascota de nuestra infancia.

Ante la duda, iniciativa, que bien puede ser tirarse a la piscina si alguien identifica que no ha lanzado ninguna cuestión y de paso, dejar abierta la puerta de la duda si no nos han dicho nada.

«Aprovechando que estamos hablando más de nosotros, ¿hay algo que te gustaría saber de mí?», puede ser una forma muy elegante de invitarle a plantear una consulta.

Y recordar que no tiene que hacerte tantas preguntas como las que te hace tu mejor amiga, cada quien tiene sus habilidades sociales básicas de comunicación, puede que no sea a propósito que no se exprese con tanta facilidad como tú.

Pero si ni con esas cambia el comportamiento, más vale una retirada a tiempo, a no ser que quieras estar con una persona-podcast, a quien solo vas a escuchar hablar por el resto de vuestros encuentros.

Mara Mariño

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¿Cómo sé si tengo un problema sexual?

Quienes vivimos a toda prisa con la rutina pisándonos los talones, nos plantamos en la Semana Santa con un objetivo claro: calidad en pareja.

Calidad en pareja es esa escapada que reservaste hace meses, pero también quedarte en tu ciudad tachando de la lista de pendientes el restaurante al que tanto queríais ir y, por supuesto, aprovechar que el tiempo no corre para dedicárselo al placer.

pareja vida sexual disfunción

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Sin embargo hay quienes pueden descubrir en estos días que algo es distinto. Bien porque no ‘reacciona’ como se esperaría o porque esas ganas -que en teoría deberían aparecer-, brillan por su ausencia.

Pueden ser los nervios, el cansancio, una noche de mal sueño, una nueva medicación o, quizás, algo más, pero ¿cómo saberlo?

Cuando estudiaba el máster de Terapia de Pareja y Sexología Clínica me sorprendía leer en los apuntes que se consideraba una disfunción todo aquello que no desencadenara una respuesta de placer en cuanto al coito se refiere.

Pero también eran disfunciones la incapacidad de mantener una erección a la hora de practicar la penetración o incluso llegar al orgasmo antes de que tu pareja lo hiciera.

Todo giraba en torno al coito y así fue que le pregunté a mi tutora si, como sexólogas, no estábamos demasiado centradas en la idea de que la penetración es la práctica por excelencia.

Coincidió conmigo y añadió que nuestra responsabilidad era precisamente educar en que hay un abanico de prácticas ideales para disfrutar más allá de meterla.

Claro que eso complicaba un poco más mi duda, entonces ¿cómo identificar un problema sexual?

Los ‘síntomas’ de que algo pasa

Si por algo se caracteriza una disfunción es por el malestar repetido durante un periodo de tiempo largo, hasta el punto de que afecta a tu vida íntima en general.

No es algo puntual, sino que sucede en todas las ocasiones (o casi todas) sin que tú lo desees ni lo busques.

Esto puede ir desde la dificultad a la hora de mantener excitación sexual, a la ausencia de libido, sí, pero también a la pérdida de erecciones.

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También sentir dolor durante las relaciones, la dificultad para alcanzar el orgasmo, la eyaculación precoz o retardada, e incluso la incomodidad, la vergüenza, la ansiedad o el estrés relativos a la actividad sexual entran en esta categoría.

Si tras un periodo de unos cuantos meses ves que cualquiera de ellos se sigue repitiendo, es el momento de entender que no está funcionando con normalidad y que hay que buscar ayuda experta.

De cualquier forma, una manera de salir de dudas es pedir un chequeo médico para que te confirmen que no es relativo a un malfuncionamiento físico.

Una vez queda superado este paso, si todo parece en orden, es muy probable que el origen del problema sea psicológico para lo que la terapia sexológica es la solución perfecta.

Por último recordarte que, ignorar o minimizar las disfunciones sexuales, puede ser peor por el impacto no ya solo en tu vida íntima, sino en tu propio bienestar emocional.

Mara Mariño

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No vas a tener buen sexo con una persona narcisista (y este estudio lo reconfirma)

A la mayoría se nos viene un nombre a la mente cuando leemos rasgos de la personalidad como son la exageración de logros, superioridad respecto a los demás o necesidad de admiración por parte del resto.

Y es porque, durante más o menos tiempo, casi todos hemos tenido una expareja narcisista.

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Lo que quizás no sabíamos en ese momento es hasta qué punto esa forma de ser del compañero o compañera podía estar afectando nuestra vida sexual conjunta, de una manera muy negativa.

El narcisismo no se queda en esa necesidad de ser el centro de atención de la mesa cada vez que hay un evento social o incluso en ponerte a ti por el suelo, si hace falta, para engrandecer su figura.

También en el plano íntimo tiene una serie de consecuencias, ya que este tipo de personas ven la sexualidad desde el mismo egoísmo que el resto de factores de su vida. No como un encuentro mutuo y recíproco, sino como un derecho.

Que los aires de grandeza se trasladen al terreno de las sábanas, parece un mal menor de la personalidad narcisista en comparación con la falta de empatía hacia la persona con la que está compartiendo ese momento.

Puede que ya hubieras identificado esto o no, en mi caso no vi esa relación para nada, pero hay otro componente de este tipo de personalidad que igual te resulta familiar.

Y es que las personas narcisistas son grandes expertas en manipular y salirse siempre con la suya, en hacer lo que sea necesario para poner sus necesidades y deseos por delante de los del resto y lo aplican también al sexo.

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Como comentaba, esa firme creencia de que el sexo es un derecho que tienen, junto a las tácticas que emplea para salirse siempre con la suya, les convierte en malos compañeros de intimidad.

Las parejas narcisistas no dudan en el empleo de una persuasión persistente, manipulación («He tenido un día durísimo, un polvo me haría sentir mejor») o avances continuos de besos y caricias aunque ya hayan recibido una negativa.

En otras palabras, las probabilidades de tener sexo por coerción y no por tu propio deseo se multiplican si tienes al lado a un narcisista.

Factor de riesgo en las agresiones sexuales

Quienes hemos caído en este tipo de trampas, conocemos la sensación de vacío y desencanto de después. Porque entiendes que por mucho que respondas o finalmente accedas a ello, no era algo que quisieras hacer.

El sexo no debería ser algo a lo que se accede mediante el uso de trucos, sino algo que apetece sin reservas a todos los participantes. Aunque no se quedan solo ahí los métodos para tener sexo.

Un estudio en la Universidad de Basilea, en Suiza, ha querido investigar los factores de riesgo que predicen la violencia sexual en los campus universitarios.

Como habrás podido imaginar, según ibas leyendo, el narcisismo sexual era uno de ellos.

Además de todo lo anterior, de la manipulación o la insistencia, es más probable que, en su afán por llegar al encuentro sexual, estas personas empleen tácticas como llevarse a la persona a la que tienen ‘fichada’ lejos de los demás o negarse a devolverla a su casa a menos que tengan relaciones.

Pero también realizar prácticas sin escuchar las oposiciones que se puedan tener al respecto o incluso aprovecharse de un estado de menor consciencia de la otra persona.

Tras poder afirmar que el narcisismo estaba ahí como factor de riesgo, el equipo de psicólogas quiere seguir investigando si es posible reducir los niveles de narcisismo para prevenir las agresiones.

Así que si todavía no veíamos el narcisismo como una bandera roja a la hora de conocer a alguien, es la señal de que nos alejemos definitivamente.

Mara Mariño

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El príncipe Guillermo, el inesperado ‘embajador’ de una práctica sexual

Estas últimas semanas el ‘Kate-gate’ se ha consolidado como el fenómeno tras el que seguíamos de manera ávida todos los movimientos de los duques de Cambridge.

Pero entre fotos editadas malamente y vídeos que han levantado las sospechas de si son ellos o sus dobles, el rumor de la aventura por parte de Guillermo de Inglaterra también ha cobrado fuerza.

No tanto por el hecho de tener una historia extramatrimonial, un secreto a voces según periodistas ingleses, sino por una práctica sexual relacionada con este triángulo amoroso: el pegging.

Príncipe Guillermo

Max Mumby / Indigo / Getty

El pegging consiste en una inversión de roles y es la mujer quien penetra analmente al hombre, por lo general ayudada de algún tipo de atadura o arnés en la que puede insertar el juguete.

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Y, según una conocida página de cotilleo de las celebridades, sería su gran afición por este tipo de práctica que el príncipe heredero habría empezado su romance con otra aristócrata.

De esta información, como os digo, no hay pruebas que lo demuestren ni declaraciones por parte de los royals, solo artículos en medios ingleses que informan sobre la vida personal de las celebridades.

Pero si algo hacen es dejar claro que el motivo de la infidelidad es que Kate Middleton no quiere participar en esta práctica que tanto le gustaría a su marido.

Partiendo de que la culpa la tiene quien toma la decisión de no cumplir su promesa de ser fiel (y eso da para otro artículo) lo que tenemos que agradecerle a Guillermo de Inglaterra es que se haya convertido de manera improvisada en la cara pública del pegging.

Por desgracia, las prácticas sexuales que están relacionadas con el ano -de los hombres, por supuesto- luchan todavía contra el estigma social de que es algo vergonzoso.

Sin embargo, la biología es inequívoca: la zona que a ellos les proporciona el máximo placer, conocida como punto P, está en la próstata y su único acceso es vía anal.

De hecho, que desde hace un tiempo se conozca la existencia de este punto erógeno lleno de placer, es lo que hace que muchos quieran probarlo en algún momento de su vida, pero quizás no saben todavía cómo sacar el tema de conversación.

Así que el hecho de que una figura pública, de tanta influencia como es el príncipe heredero, haya protagonizado titulares hablando de lo que aún a día de hoy se ve con resquemor, es la mejor forma de decirle al mundo que hay que dejarse de prejuicios.

Lo cual viniendo de una institución que históricamente ha sido símbolo de tradición y protocolo no deja de ser un giro de trama que no vimos venir.

Que estas preferencias íntimas sean o no reales, es lo de menos.

La apertura al diálogo, así como la reacción de aceptación de la diversidad sexual, independientemente o no de que haya súbditos que la practiquen, ha sido propiciada por el duque de Cambridge.

Se ha generado un debate con el tema de manera pública y puede ser algo beneficioso no solo para hablar de sexo sin ruborizarse a quienes aún les cuesta meterse en esta parcela, sino para quienes creen que las suyas son prácticas poco convencionales y temen el juicio por parte de los demás.

Quién sabe… Si Kate es capaz de movilizar a cientos de mujeres, que van a agotar sus últimos estrenos en tiendas de ropa, quizás con esto pase lo mismo y empecemos a ver que nuestros compañeros nos piden en la cama lo mismo que el supuesto #princeofpegging.

Mara Mariño

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