El amor de los otros: Retales de un relato erótico

Querid@s,

Desaparecieron juntos. Cogidos de la mano, como dos quinceañeros escapándose del mundo. Entraron en una boite à nuit a la orilla del mar, en el paseo marítimo de la sucia y contaminadísima Casablanca, en el paseo de la Corniche. El la besó, Zaira cerró los ojos y disfrutó con sus labios pegados a los de Monsieur La Font. Bebiendo de su boca, sintiendo su aliento caliente y cercano. Estaba en el cielo. Aquel profesor, que apestaba a alcohol y a tabaco, le espetó con tono imperativo “Te llevaré a mi casa.”

Ella ardía en deseo por pasar la noche junto a él y le siguió. Era la primera vez que Zaira entraba en esa casa. Entraron al salón. El se sirvió una copa de whisky, demasiado cargada, con hielo y le ofreció otra a Zaira. Ella declinó la oferta. Ya había bebido demasiado. Monsieur La Font la agarró de la mano y la llevó hasta su piano, en medio de una enorme sala.

Era un Steinberg. Imponente, majestuoso, de color rojo. Él no dijo una palabra, ella tampoco. El salón respiraba un tono decadente y triste. Las paredes estaban cargadas de cuadros centenarios, personajes de la nobleza, escenas de cacería, y otros cuadros que reflejaban el costumbrismo decimonónico. A ella aquel escenario se le antojó un auténtico espanto. Una enorme lámpara de cristal de swarovski dominaba la estancia. Brillaba con fuerza. Bajo ella, ese piano que era la niña de sus ojos, y un Monsieur La Font sentado a su taburete. Zaira, de pie a su lado. Se sentía extraña, callada, miraba ensimismada ese salón, esa estancia en la que ese hombre pasaba largas horas componiendo, leyendo partituras, creando arte y vida. Contemplaba detenidamente lo que le rodeaba, su retina se detenía en cada detalle, quería llevarse consigo todo ese mundo secreto e íntimo de su profesor. Quería retenerlos para siempre: los recuerdos y a él.

Zaira era ingenua, muy ingenua, pero no tanto como para ignorar que esa noche iba a perder la virginidad. Estaba nerviosa, excitada. El poder que el maduro profesor ejercía sobre ella era inexorable. Se sentía una marioneta en manos de aquel pianista francés. Quería que la poseyera. Él estaba ansioso, extremadamente excitado. Su miembro se erigió duro. Sin levantarse del taburete, sin apenas mirarla a los ojos, la colocó encima del piano, haciendo sonar las teclas. Un trueno musical repentino catalizó aún más el deseo de Zaira. Empezó a deslizarla suavemente de un extremo a otro del piano.

Ella se dejó llevar, echando la cabeza hacia atrás y soltándose el cabello que hasta ahora tenía recogido en una perfecta cola de caballo. Sentía cómo la excitación recorría su cuerpo, le parecía estar volando. Tenía el sexo empapado. Zaira miró con dulzura a Monsieur La Font y le puso las manos en la cabeza. Él le respondió con una mirada lasciva y retomó la copa de whisky que reposaba en el piano, bebió con ansia y la lanzó al suelo. Gemía como un animal, incapaz de contener sus instintos más primitivos. Continuó arrastrando su cuerpo con violencia. La levantó de golpe y le dio la vuelta cogiéndola con una mano de la espalda y con la otra girando su cabeza. Tiró de su melena hacia atrás, mientras la besaba alrededor de la nuca, el cuello, la espalda. Ella sentía el olor de su aliento, el calor de su cuerpo. Cerró de nuevo los ojos y casi entró en éxtasis cuando posó su mano sobre su sexo ingenuo. Como si de una pieza musical se tratase, ella sentía como los dedos de Monsieur La Font se adentraban en esa zona suya, íntima, hasta ahora inexplorada.

Zaira se retorcía de un dolor excitante, desconocía las reacciones que su cuerpo caprichoso mostraba. Le arrancó la falda y le rompió las bragas. La masturbó. Ella jadeaba de puro placer, casi hasta la asfixia. Se mareaba, perdía el control y pensaba que iba a perder la consciencia. Monsieur La Font la giró de nuevo, la apretó contra él y metió su cabeza desesperadamente en el sexo de Zaira. Su lengua experta y tersa lo recorrió. Levantaba la vista y observaba a Zaira con ojos rojos, por culpa del alcohol; una mirada vidriosa que Zaira no supo reconocer. Una mirada perversa, sin un ápice de amor. Sin embargo, ella rebosaba ternura. Todos los sentimientos que pensaba que no existían o que tenía dormidos, encorsetados, rebosaron sin control. Con su profunda mirada, Zaira ya le estaba diciendo que lo amaba.

Tambaleándose por los excesos del alcohol, sacó su sexo sediento, ansioso por penetrar a Zaira, quien tímidamente le susurró su secreto, mitad avergonzada y encantada, pidiéndole que tuviera cuidado, que fuera sutil. Metió sus dedos en la boca de Zaira, la hizo callar y la penetró encima del piano. La embistió de nuevo, con fuerza, sin clemencia. El ritmo era cada vez más acelerado y en cada embestida, el profesor la penetraba más duro, más fuerte, más rápido. Mientras agarraba con fuerza sus pechos. Se los metió en la boca. Su lengua prácticamente absorbía sus senos, mordiendo sus pezones. Mientras tanto unas notas desordenadas sonaban bruscamente por el movimiento animal de los dos cuerpos.

Él se corrió encima, dejó caer su cuerpo exhausto sobre ella, y se quedó dormido.

Zaira estaba desorientada, desconocía que hacer con ese peso muerto sobre ella. Le apenaba despertarlo, pero no había otra opción. Le despertó sutilmente, con delicadeza.

-François, levántate, vamos a la cama.- Era la primera vez que no le llamaba de usted y le llamaba por su nombre. Después de perder la virginidad con él, pensaba que eso le daba el derecho a tutear a su tutor. Habían intimado y se sintió cómoda tuteándole en privado.

-Déjame, ve tú a dormir si quieres. Tu habitación es la de invitados, al fondo del pasillo. Ve ahí.- le espetó somnoliento un con un tono evidentemente malhumorado. A ella se le empañaron inmediatamente los ojos de lágrimas y obedeció las órdenes de Monsieur La Font. Atravesó el eterno pasillo que conducía a la habitación. Entró sin encender la luz, y en la oscuridad, se metió en la cama y cubrió su cuerpo desnudo.

Ella lo amaba de verdad, él le había robado el corazón, el alma, hasta la respiración. Él no era bueno, bebía demasiado. No la quería. No iba a funcionar.

5 comentarios

  1. Dice ser un poco heavy pero nice

    Ay, Pfepfa, dfientef largof que me haf pfuefto. ¿Te apfetefen unaf clafef de pfiano?
    mmm do re mmmmi ffffaaahhh mmm mmmatracamatracammm mmmsossossosoosoooooollllllllhhhh
    No está nada mal, auqnue lo de meter la cabeza desesperadamente en el sexo es un poco brutal, si.

    P.S.: a lso del CPATCHA!!! siq eules daba bien por detrás, qeu no hay manera de acertar a la primera lo de las señales de tráfico. oño.

    13 marzo 2017 | 15:38

  2. Dice ser DULCE

    Resumiendo, que los cuentos de princesas y príncipes azules son eso, cuentos, la realidad no es como nos la cuentan en esas historias.

    13 marzo 2017 | 16:56

  3. Dice ser vibradores

    Gran polvo, buen ritmo y a boca llena

    13 marzo 2017 | 22:44

  4. Dice ser Afrodisiacos

    A mi me gusta mas lo de los mordisquirtos y tirones de pelo

    13 marzo 2017 | 22:49

  5. Dice ser Iván

    Un gran relato

    14 marzo 2017 | 13:41

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