Archivo de julio, 2015

Coprofilia: la excitación sexual a través de las heces

Por muy de vuelta que se crea una, hay cosas a las que nunca se acostumbra. Porque una cosa es leer sobre determinadas parafilias, saber de ellas en abstracto, y otra muy distinta verlas de cerca. Esta en cuestión no es que la haya visto, pero como si lo hubiera hecho, vaya. Hablamos de la coprofilia, consistente en la excitación sexual a través de las heces. Olerlas, tocarlas, saborearlas o ver el acto de defecar en sí se convierte en fuente de atracción y placer. Vamos, que es ver una mierda y volverse locos…

GTRES

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Seré una pardilla, pero lo cierto es que, más allá de alguna escena o referencia expresa en el cine (sobre todo porno) y en alguna que otra serie de televisión, no conocía a nadie que lo hubiese practicado. O eso me creía yo. El fin de semana pasado salí de fiesta con una amiga y, de casualidad, nos encontramos con una pareja de amigos suyos. Chica y chico, de lo más normal. Yo no la conocía de nada, pero en cuanto mi amiga le dijo lo del blog, me contó emocionada que hace unos días había “probado algo nuevo” que le había resultado de lo más excitante.

Al parecer todo empezó cuando su novio, con el que lleva unos meses, le confesó que “le ponía” imaginársela “cagando”. Superado el susto inicial, acabó accediendo a hacerlo delante de él mientras este se masturbaba. Y así estuvieron varias semanas hasta que él se animó a hacerle la gran petición: quería verla defecar desde abajo, sobre su cabeza. Pero, al menos de momento, no quería que las heces le cayesen encima, así que optaron por utilizar una mesa de cristal. Imaginaos la escena, ella encima, en cuclillas, y el debajo, como testigo privilegiado. “¿Y luego quién lo limpió?”, preguntó mi amiga.

Yo, sinceramente, no sabía qué cara poner. No porque me parezca mal, que no me lo parece (allá cada cual mientras sea adulto y consentido), sino porque no lograba visualizar la escena sin que me diese bastante asco, la verdad. Después, ya hablando del tema con mis habituales, me entero de que una de mis mejores amigas, hace años, le dejó un botecito de cristal con un trozo de “caca” a su exnovio. ¿Perdonaaaaa? “Él me lo pidió, me dijo que de mí le gustaba hasta mi mierda. Fue un juego”, me dice. Y una conocida me contó, en esa misma reunión, que una noche de enrolló con un tipo y que, en mitad de la faena, él le preguntó si le importaba que le defecase en las tetas. No accedió, todo sea dicho.

El caso es que, aunque no sea una práctica erótica muy extendida en la sociedad, hay quien la lleva a cabo. En Estados Unidos, por ejemplo, se usa mucho un término coloquial para describir la forma de coprofilia anteriormente nombrada, cuando alguien defeca en el pecho de su pareja: el Cleveland Steamer. Normalmente, según los expertos, se combina con alguna forma de sadomasoquismo. En común tienen que se trata, la mayoría de las veces, de un juego recíproco de poder y sumisión donde un miembro de la pareja es el dominante y el otro, el dominado.

Por mi parte, lo que digo siempre… Para gusto los colores. Me parece estupendo para el que le guste, pero en lo que a mí respecta, suficiente mierda hay ya en el mundo como para que alguien te cague encima.

Ya si eso de la lluvia dorada hablamos otro día…

Sexo por todo el mundo para olvidar

Sexo como evasión. Esa fue la forma que tuvo la actriz Michelle Rodríguez de intentar superar la muerte de su compañero y amigo Paul Walker, fallecido en accidente automovilístico hace dos años. Así lo ha confesado ella misma esta semana en una entrevista en la revista Entertainment Weekly.

Michelle Rodríguez«Entré en una especie de borrachera permanente, me volví un poco loca. Paul Walker era el tipo más profundo que he conocido», afirma la actriz, que se dedicó a practicar sexo a lo largo y ancho del mundo. Rodríguez, de 36 años, era compañera de reparto de Walker en la saga de películas Fast & Furious.

«Estaba tratando de sentir. Sentía que nada en el mundo podía hacerme sentir viva, así que viajé por el mundo practicando sexo para ignorar lo que verdaderamente me ocurría por dentro», explica. ¿Por qué mierda sigo yo aquí?», se preguntaba.

La actriz, que pasó largos periodos en Ibiza, asegura que muchas de las cosas que hizo el año pasado “no las hubiera hecho de estar cuerda«. ¿Qué opináis? ¿Creéis que hace falta perder un poco la cordura para recurrir al sexo como vía de escape?

‘Galatea’ y el sexo en la literatura no erótica

Por primera vez, hoy tenemos firma invitada en este blog. Todo surgió a raíz de la noticia que leímos hace un par de días sobre la publicación de Grey, la nueva entrega de la serie Cincuenta Sombras, a la que la crítica ha destrozado por considerarla, entre otras cosas, profundamente sexista. Varios amigos tuvimos un intenso debate sobre estos libros, y aunque acabamos saliendo por peteneras, mi compañera Melisa Tuya (autora del blog ‘Madre reciente (cada vez menos)’ y En busca de una segunda oportunidad tuvo el detalle de ‘regalarme’ este post que os reproduzco a continuación:

beso Blade runnerHe escrito una novela de ciencia ficción, una que quiero creer que es buena. Al menos las reseñas que están llegando y las opiniones de los lectores van en esa dirección. Galatea tiene unas cuantas escenas en las que hay sexo explícito, que no sucio (como dijo un buen amigo y ahora consta en la solapa). El sexo para mí es parte de la vida y, al escribir, no tiene sentido soslayarlo. Si no me siento incómoda describiendo otras acciones y sensaciones de mis protagonistas, ¿por qué apagar la luz y pasar a otro capítulo cuando se quitan la ropa si lo que puedo contar va a ayudar a entender a la historia y a los personajes?

Para mí era tan natural, le había dado tan poca importancia a esos pocos párrafos, que me sorprendió que llamaran tanto la atención tras publicar la novela. Ya en la presentación fue uno de los temas estrella; la escritora Espido Freire destacó estas escenas y me recomendó, entre bromas y veras, que abordara una novela erótica porque se me iba a dar bien, reconociendo además su pudor a la hora de escribir con alto voltaje. Hace poco, en la presentación de la primera novela de mi compañera Arancha Serrano, Neimhaim, también se destacó que el libro era a veces explícito.

Más allá de presentaciones, un porcentaje razonable de lectores (con los que más confianza tengo) me han destacado también estas escenas. También el hecho de que hubiera sexo con robots (módulos los llamo yo en el libro), y en bastantes entrevistas me han preguntado sobre si creo que, de haber alguna vez androides como los que describo, tendremos sexo con ellos. Clarísimo tengo que sí. El ser humano lleva dando un uso erótico a la tecnología desde el primer momento. ¿Alguien duda de que si logramos crear replicantes los usaremos para ello? Yo no.

No había reflexionado demasiado respecto al tratamiento del sexo en novelas no eróticas, pero últimamente estoy muy pendiente de si otros escritores apagan la luz o describen lo que pasa sobre las sábanas (o en el pajar o la encimera de la cocina) y de lo que opinan respecto a instroducir contenido explícito. Con frecuencia no lo incluyen y en algunos casos directamente he leído que no ven necesidad en describirlo, que para eso ya hay recursos audiovisuales mucho mejores.

No lo entiendo. También hay fotos de paisajes maravillosas y no por eso dejamos de contar cómo es el bosque por el que camina nuestro personaje. También los hay que se sienten como pez en el agua escribiendo de ello y los que se quedan en los soez, gratuito o repetitivo. Aunque percibo demasiada luz apagada que, de encenderse bien, mejoraría la novela.

Tal vez sea pudor, tal vez inseguridad, impericia, miedo a perder consideración literaria (sí, hay prejuicios con el género que pueden salpicar las ‘obras serias’), a que juzguen menor la calidad de su obra… o pura falta de interés. Habrá de todo. Igual que hay muchos escritores que publican obras eróticas con pseudónimo. De hecho, si hay algún escritor por ahí leyéndome, agradecería que me ilustrase sobre su caso particular.

Os voy a invitar a debatir al respecto, a que me digáis escritores que creáis que lo hacen bien, mal y regular o que deberían hacerlo o hacerlo más (sí, yo no doy nombres pero os los pido, la vida es injusta y luego vas y te mueres), y os voy a dejar con la escena más erótica de Galatea. Advierto que no hago spoilers, pero puede mermar un poco la sorpresa.

Eric estaba cenando. Se alegró de no encontrarlo dormido, probablemente no se habría atrevido a despertarlo y tal vez el día siguiente ya habría perdido el valor que había reunido caminando por la Aurora en penumbras.

La sonrisa del hombre era espontánea y sincera. Se alegraba de verla allí. Cala se relajó un poco.

-La reunión ha terminado, he creído que te gustaría saber lo que ha pasado-.

-Te lo agradezco-, dijo Eric invitándola a sentarse a su lado, en la pequeña barra.

Se sentó más cerca de lo que era necesario, sus piernas estaban tan próximas que casi se rozaban. Notar el calor que irradiaba el cuerpo del hombre a través de la ropa la dio la seguridad que la faltaba mientras explicaba el enfrentamiento irresoluble que había presenciado. Su madre jamás permitiría lo que la Comandancia exigía como único requisito para cederles Galatea.

-¿A tu madre le gustaría que me lo contaras?-, preguntó Eric.

Ella bufó. -Me da igual lo que opine-.

Tardó poco en resumir el desastre, la pelea a gritos entre su madre y Joupé, y ambos se quedaron en silencio, sin mirarse. Él probablemente rumiando la información recibida, Cala decidiendo su siguiente movimiento.

Su cuerpo actuó por ella. Sin pensar en lo que hacía, su muslo se apretó contra el del hombre, desde la rodilla hasta la cadera. Su antebrazo desnudo rozó la mano de Eric. Esperó unos instantes antes de girar el rostro para ver su expresión y lo que encontró fue una boca ansiosa, que exploró sus labios y su cuello, recorrió la línea de su mandíbula y volvió de nuevo a su boca. El roce furioso en torno a sus labios de la áspera barba incipiente la hizo desear tenerle dentro, en ese mismo instante, sin esperar ni un segundo más.

Se separó de él, con la respiración entrecortada, para tomarle de la mano y llevarle hasta la cama. Se desnudaron casi con rabia, pero se detuvo para deleitarse con las marcas que la ropa interior había dibujado sobre su piel. Otra novedad a la que no estaba acostumbrada. Las recorrió con la punta de la lengua, como si fueran caminos a explorar.

Besó su cuello y su nuez, disfrutando con su respiración agitada, sintiendo al mismo tiempo la ancha palma de la mano masculina recorrer su espalda, su cintura, apretando su culo. Ella bajó por su pecho, su vientre, el vello bajo el ombligo, sus muslos musculosos. Y mordió esa carne dura, sabiendo que le dolería. Y se dirigió hacia su pene erecto y lamió carne, sabiendo que él sentiría placer. Repasó toda su superficie con sus labios, exhalando su aliento cálido desde la base hasta la increíblemente suave piel del glande, jugueteó con la punta de la lengua en su orificio antes de introducírselo casi entero en la boca. Nunca antes lo había hecho, jamás había sentido ese impulso con sus módulos. ¿Por qué debía de haberlo experimentado?. Todos eran máquinas que podían dispensar placer, pero no sentirlo. Salvo ClaX, claro.

Y descubrió por vez primera a qué huele el sexo mientras lo introducía en su interior. Y esa mezcla de su olor y el de él, el saber que él sentía tanto o más que ella, la llevó al orgasmo más rápido de lo que jamás habría creído posible.

Él la dio la vuelta sin contemplaciones para ponerse encima. -Si me dejara llevar te abrazaría tan fuerte que te rompería-, susurró el hombre sobre el lóbulo de su oreja justo antes de derrumbarse sobre ella.

Ya separados, Eric recorrió de nuevo con la palma de la mano el cuerpo desnudo de Cala.

El hombre frotó la punta de su nariz hasta llegar a su oreja, la mordió delicadamente el lóbulo y susurró en su oído con esa voz maravillosa que ella nunca se cansaría de escuchar: -Tienes una piel perfecta, dorada como el sol reflejado en el agua-. Enterró la nariz en su cuello. -Y hueles a pan caliente, a pan crujiente y recién horneado-.

Eric se elevó, apoyándose en un codo, mirándola a los ojos.

Cala se vio en los ojos del hombre, y junto a su reflejo vio deseo, devoción, complicidad… creyó al mirarle que, al menos en ese instante, él nunca querría estar con otra mujer. Y se maravilló al descubrir lo que le había estado faltando.

-Ahora lo entiendo-, dijo aplastando la mejilla contra su mano.

P.D.: Aprovecho para recomendaros su lectura, si andáis buscando un libro para el verano. Cuesta 14 euros y la mitad de los beneficios que nos genere a mí y a la editorial (Lapsus Calami) irán destinados a la Asociación Nacional de Amigos de los Animales (ANAA). Espero que me disculpéis la cuña, que vender libros no es fácil.

Solo una semana para acabar con un matrimonio

Una miserable semana de vacaciones. Eso es todo lo que ha necesitado una pareja de amigos para que su matrimonio pasase a mejor vida. Ya sé que hay tropecientos estudios y expertos que hablan de cómo el descanso estival provoca multitud de separaciones, que si en septiembre se disparan los divorcios, que las parejas no están acostumbradas a pasar tanto tiempo juntas y todo ese rollo, pero una semana me parece todo un récord, la verdad.

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Y sí, supongo que, como todas las parejas, tenían sus más y sus menos y sus problemas de fondo, pero de verdad que, en esta ocasión, no lo vi venir. La versión de ambos, por separado, coincide bastante: que la rutina diaria les había hecho tener vidas muy distantes y que al final, casi sin querer, acabaron siendo más compañeros de piso que otra cosa, de esos que se ven solo por la noche para cenar, y a veces ni eso. En este caso no había niños de por medio, así que todo ha sido más fácil, pero su ruptura ha provocado que muchos amigos de nuestro entorno se hayan puesto a reflexionar sobre sus relaciones y sobre su ritmo de vida. Y no son pocos los cimientos que se han echado a temblar. “No nos dimos cuenta hasta que nos tuvimos ahí, el uno frente al otro sin nada que decirnos y sin saber cómo tocarnos, con siete largos días con sus siete noches por delante. Al final hasta nos resultábamos molestos el uno al otro, como la típica visita pesada que no termina de irse de casa y ya no puedes soportar”, me cuenta él. Triste, muy triste.

En seguida me acordé de unos tíos míos que, hace unos años, cuando pasaban la cincuentena, se fueron de vacaciones a las islas Seychelles. Normalmente pasaban las vacaciones en una pequeña casita que tienen en un pueblo de Cádiz, pero ese año decidieron darse un homenaje. Y claro, no es lo mismo. En su pueblecito cada uno tenía sus quehaceres, sus hobbies, tenían amigos, etc. Pero allí, en aquel trozo de tierra en medio del océano Índico, solo tenían un par de libros y una baraja de cartas para matar el tiempo. Ni sexo, ni deportes acuáticos, ni excursiones, ni nada. A los tres días de estar allí a él se le cruzó el cable y no quiso hacer nada. A la vuelta, hizo las maletas y se fue a vivir a un hotel. “No quiero acabar como mis padres”, dijo a modo de explicación. En lugar de hundirse, recuerdo a mi tía repitiendo como un mantra: “Si no me quiere como soy, prefiero que se vaya”. Al final, tras tres meses de mareo, él volvió a casa, y hasta hoy. Personalmente creo que no fue por amor, sino por miedo a envejecer en solitario. El peso de la costumbre y el calorcito de lo conocido. La zona de confort, que diría hoy en día cualquier de coach de tres al cuarto.

No los juzgo, en serio, pero de verdad que para mí espero algo más. Algo más que tener que rellenar los días con multitud de actividades y compañías para poder estar en pareja. Algo más que resistir, algo más que la simple confortabilidad. Porque el amor es otra cosa… y la vida, también.