Archivo de marzo, 2014

Encontrarse de repente con el fantasma de un amor perdido

Fue como ver un fantasma. Estábamos las dos sentadas en una cafetería, una de esas de Madrid con mucha solera, cuando él entró con una mujer. No sabría decir si era una amiga, una compañera de trabajo o una novia. Se advertía cierta complicidad entre ellos, pero en ningún momento les vi darse un beso ni nada por el estilo. Yo no sabía quién era él, no lo había visto en mi vida, y no me habría parado a mirarlo ni un minuto si no hubiera sido por ella.

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Al principio no me di cuenta. Luego la vi quedarse pálida, con la mirada fija y las palabras que estaba pronunciando ahogadas en su garganta. “¿Qué te pasa, Laia? Parece que hubieras visto un muerto”, le dije, un poco asustada. Y en parte, así era. “¿Ves ese hombre, el de jersey gris y pantalón negro? Ese hombre era mi marido”. Yo ni si quiera sabía que hubiera estado casada. Entonces me vino a la cabeza, como un latigazo, aquel maravilloso libro de Sándor Márai, La mujer justa. Estaba ocurriendo exactamente la mismo, solo que en una cafetería madrileña del año 2014 en lugar de una del Budapest de mediados del siglo XX.

Laia no me ha contado qué fue lo que ocurrió entre ella y aquel fantasma. “Aquello pasó en otra vida”, me decía. Luego supe que no hacía tanto; unos tres años, más o menos. Salvo que no había vuelto a verlo, no me dio ni un detalle. Solo la certeza de un amor fallido, de un proyecto fracasado, de una apuesta perdida. La historia me llevó a reflexionar sobre mis propios fracasos y me pregunté si, en su situación, me habría impactado tanto. La respuesta fue que no, pero claro, yo sigo teniendo relación con mis exnovios (que no sexo). Con todos mantengo el contacto de una u otra manera, y eso cambia las cosas, supongo. Bueno, con todos menos uno, pero eso ya es otra historia.

Las ucranianas declaran una huelga de sexo contra los rusos

Ni sanciones políticas y económicas ni incursiones militares. Dado la nula efectividad de estas medidas para frenar a Rusia a la hora de anexionarse Crimea, las mujeres ucranianas han recurrido a un mecanismo de presión tan antiguo como la Grecia del siglo V antes de Cristo: una huelga de sexo. En este caso, los afectados por el boicot sexual serían los ciudadanos del país vecino.

huelga de sexo

IMAGEN DEL PERFIL DE FACEBOOK DE LA CAMPAÑA

“No se lo des a un ruso” es el lema de la campaña, lanzada en Facebook hace una semana y que ya tiene más de 3.000 seguidores. En el perfil aparecen las fotografías de varias ucranianas que llevan una camiseta blanca, con el citado lema debajo de dos manos colocadas en forma de vagina.

Detrás de la iniciativa hay mujeres destacadas dentro del periodismo, la cultura y el mundo empresarial de Ucrania. No es que vayan a conseguir mucho, todo sea dicho, pero es una forma diferente, pacífica y alternativa de protestar contra el Kremlin. Efectiva o no, la campaña ha causado bastante revuelo y no ha sentado nada bien a los rusos, que se han lanzado a proferir todo tipo de insultos sexistas a las ucranianas, a las que ponen de prostitutas para arriba. Qué bonito…

No son las primeras en hacerlo. Antes que ellas lo hicieron las mujeres de Liberia, Kenia, Togo, Colombia y otros países, que en el pasado realizaron huelgas de sexo para alejar a los hombres de la guerra. Aunque la primigenia fue Lisístrata, una pieza teatral del griego Aristófanes, donde las mujeres rechazaban acostarse con sus hombres hasta que no terminase la guerra del Peloponeso. A ver si tienen más suerte que aquellas, porque Atenas acabó perdiendo.

Sexo en la primera cita, ¿Sí o no?

El simple hecho de tener que plantear esta pregunta implica que hay muchas cosas que aún no se han superado. Y eso que los tiempos han cambiado mucho… Pero visto lo visto, no lo suficiente. La cuestión la planteo porque el fin de semana pasado un amigo me contaba emocionado que, tras quedar por primera vez con una chica, había echado el polvo de su vida. Primera vez con esa chica, quiero decir, no me interpretéis mal. Lo típico: amiga de un amigo a la que conoce en una fiesta, charlan, se gustan, se despiden porque tenían planes distintos para después pero se dan el teléfono. Al día siguiente él la llama para tomar algo, quedan y, unas cuantas cañas y tapas después, acaban en la cama. Les debió de ir muy bien, porque ambos están más que contentos y piensan repetir.

pareja en la cama

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El caso es que ayer, comiendo con unos compañeros de trabajo, saqué el tema a modo de anécdota y más de uno me dijo que a ellos les “tiraba para atrás” que una chica accediera a practicar sexo en la primera cita. “Si es solo para guarreo no me importa, pero si la chica me interesa para algo más, prefiero que no sea de las lanzadas”, me dijo uno en particular. La frase en sí no me pudo parecer más desagradable, machista y desafortunada. Pues anda que yo contigo, ni a coger billetes de 500 me iba, pensé.

Mi malestar aumentó cuando comprobé que algunas de las presentes, además, me reconocían luego en privado que alguna vez se habían aguantado las ganas por miedo a quedar ante su cita como “facilona”. Como si por ejercer libremente tu sexualidad con otro adulto merecieras menos respeto o fueras menos digna de ser tenida en cuenta para vete tú a saber qué.

Hay quien prefiere esperar porque cree que un acercamiento lento aumenta la magia del encuentro íntimo; quien piensa que así la pareja tendrá más futuro y quien opina que, a más espera, más deseo y fantasía. Todas son opciones válidas. No estoy diciendo que haya que acostarse por narices con el otro/a en la primera cita; lo que estoy diciendo es que cada uno tiene derecho a hacerlo o no, dependiendo de si le apetece, quiere o si le da la real gana, sin tener que ser juzgado por ello. ¿Sexo en la primera cita? Pues habrá veces que sí, habrá veces que no, habrá veces que te lleve a una segunda y una tercera y puede que hasta la eternidad… Quién sabe. Y si alguien opta por no hacerlo nunca porque así lo decide y así lo piensa pues perfecto también, pero que no juzgue a los demás ni les cuelgue etiquetas.

Porque en el sexo, como en todo en la vida, cuanto menos prejuicios haya, mejor. Y porque las etiquetas son muy fáciles de poner pero muy difíciles de quitar y algunas pesan para toda la vida.

Asexuales: ¿Es posible vivir sin sexo?

El sexo mueve el mundo, dicen. Y es cierto. Pero, por difícil que resulte de creer, hay gente a la que se la suda. No es que tengan nada en contra, no, es simplemente que no les aporta nada, no lo necesitan ni lo buscan y, por tanto, no lo practican. Sencillamente no sienten ninguna atracción sexual por nadie, eso es todo. La asexualidad no es muy común y es ahora cuando está empezando a ser objeto de estudio, por lo que no es posible hablar de cifras con exactitud. Para hacernos una idea, no obstante, los estudios de Anthony Bogaert, profesor de Ciencias de la Salud Comunitaria y Psicología en la Universidad de Brock, estiman que en Canadá, una país con 35 millones de habitantes, el 1% de la población es asexual.

Asexuales

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Hay diferencias entre la gente que se define como asexual, aunque la mayoría se refiere principalmente a la ausencia de deseo o atracción romántica. Algunos solo experimentan una de las dos, otros las dos y otros ninguna. Incluso hay una terminología específica para distinguirlos. Los asexuales arrománticos se denominan squish, en inglés. Tienden a conformarse con tener amigos muy cercanos con los que comparten una gran conexión emocional, pero con quienes no desean establecer una relación formal y tampoco tienen problemas con que estos tengan relaciones con otras personas. Simplemente quieran formar parte de su vida y pasar tiempo con ellos.

A los otros, los que sí experimentan atracción romántica pese a no sentir deseo sexual, se les llama crush. Pueden enamorarse perfectamente de alguien y querrían tener una relación , solo que prefieren excluir la actividad sexual. El problema es que, a menos que se emparejen con otro asexual, esto les coloca en una situación muy difícil. Porque ellos son capaces de tolerar practicar sexo con su pareja, pero esta antes o después acabará psicológicamente afectada al ver que es incapaz de resultarle sexualmente atractiva a su compañero/a. ¿Os imagináis lo que tiene que ser vivir con alguien así? No sé, igual hay gente que acaba por aceptarlo y se adapta, pero yo creo que antes o después un desequilibrio así entre dos personas acaba pasando factura. Como en aquella comedia romántica que protagonizaban Barbra Streisand y Jeff Bridges, El amor tiene dos caras, creo que se llamaba.

Conozco un matrimonio de ese tipo, aunque no siempre lo fueron. Supongo que los años y el desgaste acabaron por convertirlos en lo que hoy son: compañeros de vida y de casa, una suerte de primos hermanos que comen juntos y comparten gastos y familia. Catorce años hace que no se acuestan, incluso duermen en habitaciones separadas. Pero no se llevan mal, ni discuten, y juran que se aprecian y que no han sido nunca infieles.

¿Y de los otros? Juraría que sí, que a alguno conozco, pero no puedo asegurarlo. Nunca he hablado del tema con ellos, aunque jamás los he visto no ya con algún ligue o pareja, sino siquiera inmutarse o mostrar el más mínimo interés por nadie, del sexo que fuera, sexual o románticamente hablando. “Hay gente pa tó”, que diría mi madre.

¿Los casados practican más y mejor sexo que los solteros?

Se lo planteaba Paz Vega a Tristán Ulloa en la película Lucía y el sexo: “¿Prefieres polvo salvaje con desconocida, o polvo de amor con salvaje conocida? Pues habrá de todo, digo yo, aunque un estudio de la Universidad de Nueva York acaba de concluir que las parejas estables y que conviven practican más sexo y más satisfactorio que los solteros. Pues hombre, lo primero a muchos les parecerá obvio: si tienes una pareja al lado, será más fácil tener relaciones que si te toca buscarte la vida cada vez que te lo pida el cuerpo. Más que nada porque el sexo es cosa de dos (como mínimo) , y una cosa es que a ti te apetezca, y otra muy distinta que te correspondan. A menos que pagues por ello y eso ya es otro tema.

Lucía y el sexo

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Aunque también es cierto que conozco a algún que otro soltero que folla bastante más que muchos casados, el estudio sostiene que el 45,8% de las personas con pareja estable practica sexo entre 2 y 3 veces por semana, mientras que sólo el 8% de los solteros iguala esta cifra. Sólo el 1% de los hombres y el 3% de las mujeres emparejados encuestados aseguraron no haber tenido relaciones sexuales en el último año. Por el contrario, el 23% de los hombres y el 32% de las mujeres sin pareja reportaron no haberlas tenido en ese periodo de tiempo.

En cuanto a lo segundo, es decir, la calidad del sexo, el estudio sostiene que las relaciones sexuales entre parejas estables son más satisfactorias porque aumentan la pasión, la comunicación y la experimentación. “Las parejas casadas o que viven juntas hablan más de sexo, se comunican más y esto las lleva a experimentar más frecuentemente. Incorporan nuevos elementos lúdicos en la actividad sexual con mayor facilidad”, explica al respecto Carme Sánchez, sexóloga y psicóloga clínica y asesora de Durex.

En esto último he encontrado menos unanimidad. Muchos dicen que sí, que la confianza y la complicidad que aporta una relación estable ayudan a hacer cosas que de otra forma no harías. Otros, en cambio, señalan que ninguna relación duradera, por satisfactoria que sea, puede competir sexualmente con la pasión y el placer de los primeros encuentros. Así que retomo la pregunta de Paz Vega y os la devuelvo. ¿Con qué os quedáis vosotros?

Hola bebé, adiós sexo: ¿Realidad o mito?

Llevan nueve meses sin tener relaciones sexuales, los mismos que acaba de cumplir su bebé. Desconozco las razones de ella, pues no tenemos mucha confianza y no me he atrevido a preguntarle, pero él está desesperado. Al principio le parecía normal por todo el tema del postparto, las hormonas y tal, pero ahora no entiende nada y está que se sube por las paredes.

“Es como si yo no existiera, solo tiene ojos para el niño. Está tan centrada en ser madre que se ha olvidado de que también es una mujer”, se queja. Yo, la verdad, nunca la vi muy ardiente, pero eso son prejuicios y ya se sabe que las apariencias engañan. Lo insté a hablar con ella, pero afirma que ya lo ha intentado y que no le ha servido para nada. “Dice que soy un egoísta que solo piensa en sus necesidades y que deje de presionarla”. Pero no es solo cuestión de sexo. “Echo de menos lo que teníamos antes”, asegura.

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El asunto me dio qué pensar y empecé a preguntar a las amigas con hijos. Como casi siempre, me encontré de todo, pero tengo que decir que a la mayoría esos nueve meses les parecieron una exageración. Que si el cambio es muy fuerte, que si adaptarse a la nueva situación, que si estás como si un tren te hubiera pasado por encima… Casi todas reconocieron que tardaron un tiempo en volver a sentirse cómodas con su cuerpo. Pero en el tema del sexo, cada mujer es un mundo. Varias me dijeron que a las pocas semanas ya estaban dale que te pego, y muchas esperaron en torno a un par de meses.

Un par de ellas se separaron antes de que el niño cumpliese dos años y otra, la que más me sorprendió, dice que tuvo una especie de eclosión sexual coincidiendo con su vuelta al trabajo. “Durante todo el embarazo y toda la lactancia no me reconocía a mi misma. Creí que nunca volvería a sentirme sexy de nuevo, y cuando al fin sentí que volvía a ser yo tuve la necesidad de comprobar que aún era capaz de atraer a un hombre”. No, no es que se liara la manta a la cabeza y se pusiera a follar a diestro y siniestro, pero tuvo un par de tonteos de los que más tarde, cuando todo volvió a su sitio, se sintió de lo más culpable.

Aunque también del lado de ellos me he llevado alguna que otra sorpresa. Como el marido de una muy querida amiga, que se muestra incapaz de acercarse a sus tetas porque ahora las considera solo “el alimento” de su retoño. O ese otro que se niega a tocarla mientras el bebé duerma con ellos en la habitación.

En fin, poco puedo decir yo, que no tengo hijos y ni siquiera sé si los tendré algún día. Pero viendo a algunos, no puedo evitar pensar que más les hubiera valido comprarse una mascota.

¿Qué es el electrosex o electroestimulación sexual?

Lo sé, soy una cateta, pero tengo que admitir que de esto no tenía idea. Por eso cuando ayer una pareja de amigos de lo más convencional me contó que se habían animado a probarlo y que estaban entusiasmados, se me pusieron los ojos como platos. Por la novedad que suponía para mí y porque nunca nunca me los habría imaginado.

Mystim tension lover

Mystim tension lover (Mystim.es)

La electroestimulación erótica, también llamada electrosex, es una práctica sexual que implica la estimulación de los nervios del cuerpo, especialmente de los genitales, a través de la aplicación de una fuente de energía eléctrica. Y no, no se trata de dejar el asunto echando humo y oliendo a chamusquina. Aunque es habitual asociarlo a prácticas de bondage y sadomasoquismo (BDSM), se la considera, más bien, una evolución de éstas.

El caso es que, pese a esta habitual asociación, cada vez son más los que se animan a probarlo y a incorporarlo a su vida sexual como una forma más de explorar el placer, el erotismo y la propia sexualidad. Hasta donde se quiera llegar es cosa de cada uno, pero estos amigos me aseguraban que tienen unas experiencias de lo más placenteras e inocuas. Esta tecnología puede usarse tanto en hombres como en mujeres, pero en el caso de ellos, por ejemplo, él es el mayor entusiasta.

Tienen varios aparatejos. Uno consiste en dos anillos: el primero se coloca en la base de los genitales y el otro, justo detrás de la cabeza del pene. De esta forma, la electroestimulación fluye a lo largo de todo el tallo, donde hay muchas terminaciones nerviosas. Su preferido, no obstante, es otro que se limita a estimular los testículos, dejando el pene libre para otras cosas. Cuánto cosa por aprender…

¿Se puede aprender a seducir?

“El fracaso sexual no nos parece cómico ni divertido, sino trágico. Y lo pensamos porque lo hemos sufrido en nuestra propia piel durante años”. Así arranca el texto de presentación de la web de una de las muchas escuelas de seducción que han proliferado en los últimos años. Ésta en concreto promete “incrementar drásticamente tu éxito con las mujeres” y se encuentra en México, aunque en España las hay por toda la geografía nacional. “Escuela de ligar para singles”, “Cursos y talleres de seducción”, “Técnicas coaching para seducir”… La oferta es amplísima.

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La mayoría hablan de espontaneidad y sinceridad, positivismo, perder el miedo, mejorar la confianza en uno mismo, además de dar una serie de consejos prácticos avalados, según dicen, por distintos estudios estadísticos. Ya sabéis, que si no perder la timidez, que si no invitar a la chica a la primera copa, etc. Los precios, en función de su duración y características, oscilan entre los 200 y los 500 euros. Por ejemplo, el curso prototipo de una de estas escuelas, con cuyos fundadores estuve charlando, son ocho horas de teoría repartidas en dos días y una clase práctica, que consiste en salir un sábado por la noche a una discoteca a intentar llevar a cabo lo aprendido.

Y yo me pregunto, ¿pero de verdad la gente se cree que por ir a un curso de estos va a ligar más? Serán prejuicios, lo admito, pero no puedo evitar que me suene a psicología barata de todo a 100 aderezada con una buena dosis de libros de autoayuda. Aunque bueno, si alguien me dice que le ayuda y que le funciona, pues yo me callo y le aplaudo, que al fin y al cabo cada uno hace lo que puede.

Hablo de esto porque la semana pasada tuve la ocasión de conocer personalmente a dos de los instructores de una de estas “escuelas”. Uno era el profesor veterano y el otro, un exalumno aventajado reclutado por su supuesto talento. Ambos se habían hecho amigos y salían juntos los fines de semana para “cazar”. “La regla de oro es la de las 72 horas. No llamar a la chica ni dar señales de vida hasta al menos tres días después de haberte liado con ella”, me explicaba el veterano. Yo no daba crédito.

Estábamos en un bar de Malasaña (Madrid) y pensé que igual, si los dejaba un rato, ponían en práctica su sabiduría y me callaban la boca, así que opté por no decir ni mú y retirarme a un rincón a observar. Pero nada, los dos tipos se pasaron toda la noche apoyados en la barra con una copa en la mano, mirando a su alrededor como aves rapaces, pero sin atreverse a dar un paso. Ni guapos ni feos ni mucho ni poco. Y esos eran el profesor y el alumno aventajado. Me pareció cruel recrearme en su fracaso, así que fingí no darme cuenta y opté cobardemente por una despedida a la francesa. Quien sabe, igual si me hubiera quedado hasta el final me hubiera llevado una sorpresa.

¿Cuál es el mejor momento para el sexo?

Por la mañana, en la siesta, por la tarde, por la noche… ¿Varía el apetito sexual según la hora y el día de la semana? Varios estudios sobre libido masculina y femenina concluyen que sí, que las hormonas y los biorritmos influyen, aunque los resultados que he encontrado son totalmente contradictorios. Por ejemplo, uno, encargado por la revista británica Women’s Health, deduce que el clímax sexual entre las mujeres se produce los sábados por la noche, mientras que otro de la London School of Economics afirma que ellas prefieren las mañana de los jueves para tener relaciones sexuales.

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A mí que me perdonen, pero esto de los jueves por la mañana me parece una memez. A menos, claro, que estemos hablando de un jueves de vacaciones, pero en ese caso valdría cualquier día de la semana. Esto es lo primero que tendrían que tener en cuenta los dichosos estudios, porque anda que no varía el asunto si estamos en días laborables, madrugando y trabajando a tope; si estamos en fin de semana o si, como decía, andamos de vacaciones. El panorama cambia radicalmente.

La mayoría de las investigaciones al respecto deducen que los horarios matutinos favorecen la segregación de testosterona en los hombres y de estrógeno en las mujeres. Es decir, que las respectivas hormonas sexuales de ambos son bastante mayores al comienzo del día. No deben de andar muy desencaminados estos estudios, porque la mayoría de los que he consultado han elegido este momento como su favorito. Eso sí, siempre y cuando no estemos hablando de días entre semana con trabajo de por medio. Me cuentan que en ese caso se suelen levantar con el tiempo justo para ducharse y salir pitando, así que tanto a ellos como a ellas les queda poco tiempo para disfrutar de las famosas erecciones mañaneras.

Pero cuando llega el sábado, ya es otra cosa. Muchos han sido también los que, pensando en el fin de semana y en el tiempo de ocio, han optado por la siesta para remolonear entre las sábanas. Tengo que aclarar, no obstante, que estoy hablando de parejas más o menos estables. Cuando he preguntado a solteros/as o parejas recién formadas, las respuesta ha sido unánime: cualquier momento es bueno. Claro, así cualquiera.

Entre dos mujeres

Todo empezó por un pastel de chocolate blanco. Se lo había dado a probar una compañera del trabajo y le pareció delicioso, así que al día siguiente aprovechó un descanso para bajar a comprarse uno. Era la nueva especialidad de una de esas franquicias que venden todo tipo de cafés y que estaba (sigue estando) al lado de la oficina. Aquella fue la primera vez de muchas y, antes de tres semanas, ya bajaba todos los días.

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Los compañeros empezaron a hacerle coñas con el dichoso pastelito, hasta que uno descubrió que la mitad de las veces ni siquiera se lo comía. No le hizo falta preguntar mucho para dar con la respuesta al misterio. Digamos, más bien, que se dio de bruces con ella una mañana que salía del metro y lo vio a través del escaparate. Entonces lo supo. Era preciosa y joven, bastante más que él. Estaba allí, sonriéndole coqueta detrás de un mostrador, radiante a pesar del ridículo uniforme.

“Me temo que te has metido en un lío”, le dijo cuando ya estaban los dos arriba, sentados el uno frente al otro. Se lo soltó a modo de gracieta, pero no se hacía una idea de hasta qué punto tenía razón. Hasta entonces siempre había sido un tipo normal, aparentemente enamorado de su mujer y de sus dos hijos pequeños y responsable en el trabajo, sin estridencias. Por eso, cuando su comportamiento empezó a ser errático, a muchos les resultó especialmente chocante. Comenzó a ausentarse de la oficina sin avisar, y cada vez por periodos más largos. Descuidó sus tareas, volvió a fumar después de cinco años y perdió más de 10 kilos. Muchos creyeron que estaba gravemente enfermo.

Y de alguna forma, lo estaba. Estaba enfermo de un amor que lo consumía por dentro porque no podía vivirlo plenamente sin destrozar su familia, aquello que más le importaba. “Es como si tuviera que decidir entre cortarme un brazo o una pierna”, dijo una vez, antes de que explotara todo. Y no, según él, no era solo por los niños, amaba a su mujer. O al menos eso decía. “¿Por qué es tan difícil de creer que las quiera a las dos? Si no fuera así todo sería mucho más fácil”, se lamentaba.

La penúltima vez que lo vi acababa de hacer el intento. Había optado por amputarse la pierna, sin desinfectante ni anestesia. Pero como muchos amputados, no dejaba de sentir el miembro fantasma. Poco después todo explotó.