Archivo de noviembre, 2013

Vocación y porno

Al verlo por primera vez nadie lo diría. Especialmente si lo pillas volviendo del curro, tan enchaquetado y tan pulcro camino a su casa de clase media en la periferia madrileña. Empleado de banca de día, actor porno en su tiempo libre. “Anda ya, niña, ¿cómo va a ser eso el muchacho?”, me dijo mi madre un día que nos lo encontramos de casualidad mientras paseaba a su perro, un pincher enano, y le conté el cotilleo.

Quiso ser actor porno desde siempre. A los 10 años ya se lo había dicho a todos sus amigos, que siempre lo consideraron el guarrete del grupo. Más que nada porque se pasaba el día dibujando pollas y haciendo bromas con el sexo como protagonista. Alguna le costó más de una bofetada, como aquella vez en una fiesta adolescente en la que se hizo un agujero en el bolsillo de los vaqueros por el que, tras hurgar un rato en su bragueta, metió su pene semierecto. “Alicia, ¿puedes cogerme el mechero del bolsillo, por favor?”, decía mientras sujetaba sendas copas con las manos. Cuando la pobre chica se afanaba en encontrar el encendedor en el bolsillo de sus apretados pantalones, se llevaba la sorpresa de su vida. Y lo mismo Alicia que muchas otras incautas.

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Su pandilla, como decía, le reía las gracias, pero nunca se lo tomó en serio, hasta que un día, ya con 22 años, se fue a un festival erótico en Barcelona y a la vuelta les soltó la bomba: “He cumplido mi sueño”. Resulta que había conocido a Max Cortés, un conocido actor y director porno que, conmovido ante tanta insistencia, le dio una escenita en dicho festival. Sexo oral en vivo y en grupo, delante de cientos de personas, para su estreno. Estaba radiante de felicidad.

Desde entonces no ha dejado de alternar actuaciones de ese tipo con grabaciones y rodajes varios, aunque no para de quejarse porque “Internet lo ha cambiado todo”. Hoy tiene 33 años y lleva más de 10 casado con la única chica con la que ha estado aparte de sus compañeras de reparto. Le gustaba desde el colegio y ella lo sabía, pero nunca le hizo caso. Hasta que una noche, en plan película, entró en el bar en el que él estaba con sus amigos, los apartó a todos y se puso a besarlo como si al día siguiente fuera a reventar el mundo.

No han vuelto a separarse, aunque su relación es un misterio para todos los que los conocen. ¿Cómo puede ella transigir y aguantar la afición de su marido?, se preguntan. Una vez, borracho, se le escapó que para sobrellevarlo habían pactado ser una pareja abierta (ya hablaremos de esta opción más adelante…), pero lo cierto es que, a día de hoy, nadie les conoce ninguna historia extraconyugal. Todo está bien, pues, en principio, aunque yo, en plan cateta, no puedo evitar imaginármelo en plena orgía cada vez que lo veo, mientras ella espera en casa a que termine la jornada. ¿Cómo ha ido el día cariño? ¿Has eyaculado bien?.

Situaciones ridículas y embarazosas durante el sexo

En los libros y en el cine nunca pasa. Sobre el papel y en la pantalla, salvo excepciones, el sexo se suele mostrar en forma de encuentros de pasión desmedida y una erótica perfecta. Pero claro, luego uno vuelve a la vida real y, a veces, se encuentra con algunas situaciones que, o acaban en carcajada y complicidad, o equivalen a un barril repleto de dinamita. Depende, sobre todo, de la relación que tengamos con la otra persona y del nivel de confianza. No es lo mismo una pareja de años que alguien con quien lleves pocas semanas, no digamos ya si se trata de una persona a la que acabamos de conocer.

La horquilla es muy amplia y hay historias de todo tipo, aunque hay algunas, por recurrentes, que son casi míticas. A mí, esta en concreto nunca me ha pasado, lo juro, pero son varios los/las que me han contado que pasaron un momento realmente embarazoso cuando vieron que, al quitarse la ropa interior, ya fueran bragas o calzoncillos, una mancha parduzca de tamaño considerable arruinó la magia del momento. No sé quiénes pasaron más vergüenza, si los dueños de dicha ropa interior o quienes lo presenciaron. No quiero ni imaginarlo.

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Otro clásico son los pedos. Estar ahí, en plena faena, y que a uno de los dos se le escape un “gas” inoportuno. Si encima es de los que huelen mal, apaga y vámonos, sobre todo si es alguien con quien estamos “empezando” y estamos en esa etapa en la que tratamos de parecer perfectos. El colmo de los colmos, según me cuenta un amigo, es que suceda durante el cunnilingus o el 69. La chica le gustaba desde hacía tiempo, pero dice que aquello le cortó “el rollo” hasta el punto de que, al menos esa noche, no fue capaz de nada más.

En el caso inverso, o parecido, está el caso de otro amigo que me contaba, avergonzadísimo, que durante una noche romántica con su chica, con la que llevaba saliendo un mes, tuvo la necesidad imperiosa de ir al baño. El tipo se lo curró mucho, en plan disimulado, ni un ruidito ni nada de nada. Solo que, cuando volvió al catre, ella le avisó de que llevaba trocitos de papel higiénico pegados al culo.

Más de una (y de dos) me han contado a su vez el sonrojo que pasaron cuando, durante una felación, el chico eyaculó sin avisar y ellas, sin poder evitarlo, vomitaron de inmediato. Sobre él o sobre la cama, no importa. El mal rato se lo llevaron igual.

También hay que tener cuidado con el alcohol, que hace que nos desinhibamos y nos puede jugar malas pasadas. Que un streptease está muy bien, pero si el baile no es tu fuerte y te da por improvisar, es bastante probable que acabes haciendo el ridículo. Un amigo de mi ex siempre contaba espantado la performance a lo 9 semanas y media que le montó una chica a la que había conocido una noche y que, según sus palabras, hizo que se le helara la sangre. O el supuesto actor que, flipado perdido, empezó a hacer de Mr. Hyde sin previo aviso, provocando una mezcla entre patetismo y acojone en su compañera de cama.

Como todo en la vida, habrá quien se lo tome con más o menos humor, pero lo que está claro es que son anécdotas que no se olvidan y que forman parte del bagaje vital que siempre recordaremos. Por si acaso, ya se sabéis: echad un vistazo a vuestra ropa interior antes de quitárosla.

¿Por qué escribo este blog?

¿Por qué escribo esta bitácora? Muchos blogueros de 20minutos hemos recogido el guante que la semana pasada arrojó Daniel Díaz en su ‘Nilibreniocupado’, dentro del post ‘Al otro lado’. Él daba razones de peso y yo, como siempre, me quito el sombrero. En mi caso, es fácil de entender, aunque escribir, lo que se dice escribir, con mayúsculas, es algo que desde este pequeño espacio me parece demasiado grande.

escribirDejémoslo, pues, en que lo intento. Porque eso es lo que me ofrece este blog: oportunidades. Oportunidades de experimentar, de descubrir, de reinventarme. De aprender cada día, de ponerme a prueba, de superarme. Y de acercarme a vosotros, los lectores, que me ponéis del revés con vuestros comentarios y opiniones al hacerme saber que estáis ahí, que existís, que al otro lado hay gente y que sois de carne y hueso.

Porque, al fin y al cabo, este blog habla de eso, de vosotros, de mí, de las relaciones que tejéis y tejemos entre nosotros y de cómo nos mantenemos atados a la vida a través de lo más elemental, básico y ancestral: el amor, el sexo y todo el universo que gira en torno a ellos.

Pocas cosas me dan más miedo que un folio en blanco; pero también es cierto que me he enfrentado a ello muchas menos veces de las que me gustaría; muchas menos veces de las que debería.

Así que no puedo más que estar agradecida.

Orgasmos fingidos por ellas… y ellos

Como casi todo el mundo, también yo vi este fin de semana el flashmob en el que 20 mujeres realizan su particular homenaje a la película Cuando Harry encontró a Sally. Para ello han recreado, en el mismo restaurante de Nueva York en el que fue rodada, la mítica escena en la que una jovencísima Meg Ryan fingía ante un atónito Billy Crystal un monumental orgasmo. En la cinta, el personaje de Sally pretendía explicarle a su amigo Harry que muchas chicas simulaban llegar al clímax y que la mayoría de los hombres ni se enteraban. Bien, han pasado 24 años desde que se estrenó aquella célebre comedia, pero la realidad no parece haber cambiado mucho.

Los últimos estudios realizados sobre esta práctica revelan que entre el 60 y el 68% de las mujeres han fingido un orgasmo alguna vez. Dichos estudios están publicados, por ejemplo, en Journal of Sex Research o LiveScience, pero os juro que no miento cuando digo que coincide con los sondeos que he realizado entre mis amigas y conocidas. Pero aunque ellas lo tienen más fácil, los hombres tampoco se libran: entre el 19 y el 33%, dependiendo de los distintos estudios o encuestas, fingen un orgasmo. Las diferencias siguen siendo muy elevadas entre un sexo y otro, pero todo apunta a que se van acortando con el tiempo. Tengo que admitir, no obstante, que he encontrado un solo hombre entre mis amigos y conocidos que forme parte de ese porcentaje. Eso, o alguno miente, claro.

¿Las razones? Las mismas de siempre. Presión por satisfacer a la otra persona, querer poner fin al acto sexual pero sin herir los sentimientos del otro, la obsesión por hacer un buen papel, etc. “Me ha pasado dos veces”, me cuenta una amiga. “En las dos ocasiones me di cuenta rápidamente de que aquello no funcionaba. Quería acabar ya con el lío, pero sin hundirles la moral, y no me iba a poner de charla terapeútica…”, añade. Otra me reconoce que no ha llegado a simular el éxtasis, pero que sí le ha echado mucho teatro al asunto para subirle el ego a su chico y para animar el ambiente: “No recuerdo ningún fingimiento, pero sí alguna exageración”.

En el caso del chico, el único que me lo ha reconocido, al menos, es distinto. A veces, con los nervios, eyaculaba demasiado pronto, y cuando esto le ocurría, se callaba, hacía como si nada y seguía dale que te pego. Cuando ya veía que la cosa empezaba a flaquear, escenificaba un orgasmo que él consideraba que lo dejaba a salvo del fantasma de la eyaculación precoz. Doble fingimiento. Menudo horror.

orgasmo femeninoHay otros casos, de los que no he encontardo ejemplos cercanos, pero que la psicóloga y sexóloga Pilar Cristóbal explica muy bien en un artículo de El País: “En el hombre el orgasmo está regido por el sistema nervioso parasimpático -el que relaja-, mientras que la eyaculación pertenece al simpático –el que estimula-, y para que ambos coincidan deben ponerse de acuerdo, que es lo que normalmente sucede. Pero si hay estrés, presión o excesivo afán de control este equilibrio se rompe y puede ocurrir que el hombre eyacule sin experimentar un orgasmo, lo que resulta bastante doloroso, o viceversa”.

En cualquier caso, aunque parezca que para ellas es más fácil fingir, cualquier hombre (o mujer) que se tome las molestias necesarias puede percibir, casi siempre, si el orgasmo que están presenciando es real o no. “Todo se pone mucho más duro, durísimo, justo antes. Siempre sé que le va a venir por eso. Y luego, durante, noto como contracciones, como espasmos”, me dice el novio de una amiga. Él lo explica de forma muy coloquial, pero lo que sucede es exactamente eso. Contracciones en los músculos de la vagina.

De todas formas, yo creo que no hay que volverse locos con esto. El sexo, como todo en la vida, hay que aprenderlo y disfrutarlo, pero no hay que sacar las cosas de quicio por que se haya fingido un orgasmo de forma ocasional. Otra cosa es que se convierta en un hábito, porque entonces solo generará angustia y frustración. Nada bueno.

Polvos que curan

A veces pasa. Cuando más jodido está uno, cuanto más pisoteado el corazón y anémica la autoestima, se cruza alguien que pone del revés nuestro dolor, lo relativiza y nos ayuda a encontrar el camino para curar las heridas. No hablo de amigos, sino de completos desconocidos/as que la vida te pone delante en el momento adecuado para darte justo aquello que más necesitas. Eso sí, durante un breve espacio de tiempo, el justo.

No, no es un rollo utilitario, ni un polvo cualquiera para intentar olvidar. Son una especie de ángeles enviados por no sé quién para provocar auténticas catarsis. O al menos así los consideran quienes han tenido la suerte de cruzarse con uno. Mi amiga Beatriz es una de ellas. Llevaba con su chico desde el instituto, un amor de los de toda la vida. Se casan y a las pocas semanas él se va tres meses a hacer un master a México. El día anterior a su marcha, Beatriz recibe la noticia de que su padre, al que adora, tiene un cáncer inoperable, y a partir de ahí todo explotó.

Mujer se acaricia el hombroEl marido se debió de trastocar con el tequila y las rancheras y decidió que era el mejor momento para tener una amante, una que lo sacara de la rutina de su compañera de tantos y tantos años. Su matrimonio duró lo mismo que su padre: ocho meses. Ocho meses de infierno en los que su marido no dudó en pasárselo todo por el forro y decirle a bocajarro que él necesitaba vivir experiencias, entrar, salir y hacer lo que le saliera del alma.

Ella se convirtió en una piltrafa; la sombra llorosa y arrastrada de la mujer que un día fue y que no se podía creer lo que le estaba pasando. Se engañaba pensando que el viaje lo había cambiado pero que pronto se daría cuenta de todo y volvería a ser él, el de siempre. Pero no. Solo juergas, copas, cuernos y más cuernos. Mientras, ella fingía ante su padre, al que le ocultó todo. El día que murió, su aún marido no estuvo a su lado: resulta que la música del bar en el que estaba no le permitió oír las 15 llamadas perdidas. “Cómo lo siento, Bea, sabes que lo quería muchísimo, no creía que estuviese tan mal…”

Semanas después ella estaba sentada frente al palacio real, en Madrid, leyendo. Y un hombre con acento norteamericano se acercó a preguntarle que qué leía. No miente cuando dice que era muy atractivo, he visto las fotos. Duró solo el fin de semana porque él, productor de cine, tenía que volver el mismo domingo a Los Ángeles, donde vivía. Ella, tan blanquita, acabó con moratones y la piel enrojecida de tanto roce. 48 horas sin casi salir de la cama, salvo para comer, hidratarse e ir al baño.

Pero no fue solo sexo… fue mucho más. Besos en heridas abiertas en carne viva, palabras medicinales, charlas interminables sobre lo divino, lo humano y los secretos del averno. Vendas caídas y ojos abiertos. Y de repente, algo cambia. A los dos días su marido pasa por casa para decirle que todo ha pasado, que se ha dado cuenta de lo mucho que la quiere, que lo perdone pero que era un proceso por el que tenía que pasar.

Ella asegura que hasta compasión llegó a sentir entonces, cuando le dijo que le diera las llaves de la casa alquilada que compartían y que no quería volver a verlo nunca más. Le costó creérselo, al tipo, hasta que el abogado de Bea, el único con el que pudo hablar desde entonces, acabó por convencerlo. Hoy es un hombre divorciado y libre, pero me cuentan que ya no tiene tantas ganas de juerga.

Masajes y orgasmos

Me lo había contado varias veces, pero nunca la creí del todo. Ni yo ni ninguna de nuestras amigas comunes. Pero anoche volví a verla, después de casi un año, y nada más mirar su cara reluciente y brillante supe que había vuelto a pasar. Resulta que la tipa, que ahora vive en París y por eso nos vemos poco, afirma que cada vez que va a un centro de estética a que le hagan una limpieza facial tiene un orgasmo como la copa de un pino.

Siempre ocurre en la parte final, cuando le hacen el masaje y ella se relaja. La primera vez no podía creérselo; pensó que sería algo excepcional. Pero no, sucedió todas y cada una de las veces. Al principio lo pasaba mal, pensaba que acabarían por notarlo y se moría de la vergüenza. Luego lo asumió y se dijo: “Qué narices, a relajarme y a disfrutar”. Se lo contó a sus parejas cuando las tuvo y a ellos les pareció superexcitante. Entusiasmados, enseguida intentaron hacer ellos de masajista, pero nunca lo consiguieron. “Se pensaban que era tocar y listos, como si hubiera un botón mágico”, solía decir.

masaje facialNi que decir tiene que todas nos lanzamos en tromba a pedir cita en uno de estos centros… pero nada. Ni uno. Ella está ahora felizmente emparejada y a punto de casarse, pero sigue disfrutando de sus ocasionales sesiones de belleza. El funcionamiento de estos orgasmos, no obstante, le siguen resultando un misterio. Porque ocurre cuando le masajean la cara, concretamente la zona de la frente, pero lo que es sentirlos, los siente entre las mismas piernas. Después asegura que le recorre todo el cuerpo.

Rebuscando por ahí leo que los procesos biológicos requeridos para entrar en este tipo de estado incluyen la estimulación y elevación progresiva y equilibrada de los sistemas nerviosos simpático y parasimpático. Por otro lado, la sexóloga Pilar Cristóbal explicaba hace años en 20minutos que es posible experimentar un orgasmo estimulando cualquier parte del cuerpo.

“El mapa erótico humano, que es esa parte del cerebro que codifica los estímulos como sexuales, es muy complejo y está relacionado con experiencias infantiles, con aprendizajes sociales y con lo que cada uno fantasea como erótico. Físicamente cualquier zona del cuerpo que tenga terminaciones nerviosas puede desencadenar un orgasmo, aunque estos, que son una respuesta que se desencadena en la médula espinal, se sientan siempre en el mismo sitio”.

La evidencia más clara la proporciona el informe del doctor Kinsey, cuenta Cristóbal. Este profesor de entomología de la Universidad de Indiana recogió datos de más de 18.000 personas de toda condición que podían conseguir orgasmos con caricias en los labios, con pequeños golpecillos en los dientes y hasta con roces de la pestañas en las mejillas. Un 27% de las mujeres encuestadas podían conseguir un orgasmo solo con caricias en los pezones.

Madre mía. Lo que tiene una que aprender…

¿Cuanto más sexo se tiene, más se quiere?

¿Cuál es el máximo de tiempo que habéis pasado sin practicar sexo? Con otra persona, se entiende. La masturbación, en este caso, no cuenta. Esa fue la pregunta que lancé al aire ayer mientras comía con varios compañeros y compañeras de trabajo. Me costó que se soltaran, la verdad, porque a muchos les da vergüenza luego ver sus historias reflejadas, pero al final acabaron por animarse.

Las respuestas fueron de lo más variopintas. “Tres meses”, dijeron dos chicas. “Ocho meses”, dijo un chico. El resto fueron seis meses, año y medio y dos años. Estos dos últimos casos fueron los que más llamaron mi atención. No por el tiempo transcurrido, oye, que cada uno hace lo que puede, sino por la diferencia de argumentos y actitud.

El tipo del año y medio asegura que no fue algo premeditado. A un primer mes de bajón tras un abandono inesperado siguieron otros siete de “mala racha”. “Era incapaz de ligar, y eso que le puse mucho empeño”, admite. La falta de práctica fue aumentando y un día, cuando quiso darse cuenta, había dejado de pensar en ello. “Sencillamente me acostumbré. Dejó de importarme”, cuenta. En este sentido los expertos sostienen que, cuanto menos sexo se practica, menor es la necesidad, debido a que el nivel sexual del cuerpo se regula a sí mismo minimizándose.

chocolateLa otra chica, la de los dos años, por el contrario, lo vivió de manera muy diferente. Los primeros meses no le preocuparon porque también estaba, digamos, de duelo. Hasta que un día se hartó, se quitó el “luto” y se dio cuenta de que el cuerpo le pedía mambo. Tras años de estar fuera del mercado se sentía poco ducha en las artes del ligoteo, así que, mientras se ponía las pilas, no dudó en comprarse todo tipo de artilugios y juguetitos con los que pasar el tiempo.

En su caso la falta de piel no disminuyó la sexualidad, sino que aumentó su deseo, sus ganas. Que los juguetitos están bien, a falta de pan buenas son tortas, pero no es lo mismo… Y así anduvo hasta que se apuntó a clases de yoga, donde además de paz y relajación encontró a un gran compañero de cama. O sea, que paz y relajación por partida doble. “Al principio me preocupaba si de alguna manera se notaría mi falta de práctica, pero no, el sexo es como montar en bicicleta, nunca se olvida”.

La antropóloga Helen Fisher va más allá y lo compara con el chocolate: “Cuanto más se tiene, más se quiere”. ¿Alquien más comparte esa apreciación?

Del amor al rencor en un minuto… y viceversa

Poco a poco, muy lentamente, va mejorando. Aunque tiene sus días, claro. Lo que más me sorprende es que, asumido ya que él no la quiere y que la decisión de divorciarse es irrevocable, lo que la obsesiona es si él lo está pasando mal, o no. “Necesito saber que también está sufriendo, que esto no le sale gratis”, me repite.

No puede soportar la idea de no dolerle, de no importarle, de no escocerle. Siente que, de otra forma, su vida a su lado habría sido una gran mentira y se pone enferma de solo pensarlo. “¿Cómo es posible dar ese paso, de un día para otro, sin mirar atrás, sin que te tiemble el pulso, sin una duda”?, dice una y otra vez. Ella piensa con su lógica, pero olvida que cada uno tiene la suya propia, y que si sigue por ese camino acabará volviéndose loca. No malgastes tu tiempo y tu energía en especulaciones sobre lo que piensa o siente, eso solo lo sabe él, le digo, pero no sirve para nada. Qué fácil es hablar cuando ves la historia desde fuera…

De alguna manera el dolor de él, cuando cree que lo padece, la alivia. Pero cuando al otro lado solo encuentra indiferencia, su historia se reduce a la nada y se siente vacía, estafada. Entonces, tras el hundimiento inicial, le sobreviene una oleada de rencor, un rencor tan intenso que casi puedo tocarlo. Su cabeza no puede parar de imaginar situaciones en las que él está feliz con sus amigos, con una nueva mujer, con una nueva vida, indolente. Y es ahí cuando no puede evitar desearle lo peor, querer verlo desahuciado, solo y hundido. Un despecho tan grande que asusta.

Anoche, tras una agotadora sesión de llantos y ataques de odio a partes iguales, me acordé de una canción de Albert Pla incluida en la banda sonora de Carne Trémula, una peli de Almodóvar. Se llama Sufre como yo y dice algo así: Yo quiero que tú sufras lo que yo sufro/y aprenderé a rezar para lograrlo/yo quiero que te sientas tan inútil/como un vaso sin whisky entre las manos/Que sientas en tu pecho el corazón/como si fuera el de otro y te doliera/yo te deseo la muerte donde tú estés/y aprenderé a rezar para lograrlo. Heavy, pero real como la vida misma. Aquí os dejo la escena completa (la canción empieza en el segundo 52).

Amistad, amor… y traición

Eran tres parejas jóvenes, de treinta y pocos, y parecían muy amigos. Puede que estuvieran de celebración o, simplemente, que hubieran salido a cenar solo por el placer de disfrutar de su compañía mutua. Resultaba obvio que no era la primera vez.

Entre el ruido de ambiente propio de un restaurante en Malasaña (Madrid) un sábado por la noche era difícil alcanzar a entender nada de lo que hablaban, pero saltaba a la vista que lo estaban pasando en grande. Bromas, anécdotas, carcajadas… Desprendían complicidad y buen rollo, con risas que sobresalían del resto y contagiaban a todos los presentes. Parecían felices.

copas y amigosReconozco, que, desde mi mesa, alguna vez los miré con envidia. Podría decir que era de “la buena”, pero ¿realmente eso existe? Yo estaba allí porque mi amigo Nacho es uno de los camareros y, cada vez que puede, se tira el rollo y nos hace suculentos descuentos a los amigos más pobres. Era él quien atendía a la mesa del amor y la diversión.

El caso es que terminamos la cena, pagamos y nos fuimos al garito de al lado a tomar una copa mientras esperábamos a que Nacho terminase su turno. Al salir dediqué una última mirada al grupo de amigos, que allí seguía, a lo suyo. Pude ver a una de las chicas con lágrimas en los ojos de la risa, mientras otra chocaba la palma de la mano con el chico que tenía enfrente, en plan equipo.

Una hora y media después, cuando apareció Nacho, sacó algo del bolsillo del abrigo que nos dejó a cuadros. Un posavasos. “Lo he encontrado al recoger la mesa de esos seis”, dijo. En el reverso podía leerse: “Llámame luego, cuando Laura esté dormida. A la hora de siempre. Me muero de ganas de ti”.

¿Luz encendida o apagada?

Ver o no ver, ser vistos o no, esa es la cuestión. Porque “no hay nada donde la vergüenza sea más dominante que en el sexo”, afirma Anita Clayton, psiquiatra y profesora de Ciencias Neuroconductuales de la Universidsad de Virgnia.

Muchos de los que optan por el “luces fuera” sostienen que así, en la oscuridad, pueden concentrarse solo en sentir, en apreciar a la otra persona agudizando el resto de los sentidos. Otros hablan de la necesidad de crear un espacio propicio para dejar volar la imaginación y las fantasías.

No digo que no sea verdad, que ya se sabe que entre el blanco y el negro hay miles de grises, pero lo cierto es que muchas de las veces, aunque no se reconozca, el trasfondo está lleno de inseguridades, de complejos, de pudor, de falta de confianza, de sensación de suciedad y de conciencias maltrechas. Que tantos años de opresión, de castración y mentes manipuladas por los preceptos sociales, culturales y religiosos acaban por pasar factura.

Sexo en penumbra“Ningún aspecto del ser humano está más cargado de denigración y deshonra que el sexo“, añade Clayton, al tiempo que explica que todos, en algún momento, nos hemos avergonzado de nuestras pasiones o de la sexualidad en sí misma, de lo que envuelve. El caso es que, por esa y otras razones, muchos no quieren ser vistos en ese proceso.

Es el caso de María. Tiene 49 años y lleva más de 30 casada. Jamás ha encendido la luz para tener relaciones con su marido. Se siente gorda, la acomplejan las estrías de sus tres embarazos y como casi toda mujer, tiene celulitis. Detesta su cuerpo y cree que no merece algo mejor, que el sexo y su disfrute son para otro tipo de personas.

Afortunadamente, cuando pregunto, cada vez son más las personas que me responden que a la hora de hacer el amor (o follar, según cada cual) prefieren tener la luz encendida y disfrutar así de todos los sentidos. Claro que, casi siempre, se trata de personas más o menos jóvenes. Normalmente, a mayor edad, más fácil es que alguien te conteste que su opción es la oscuridad y su amparo. Especialmente las mujeres, siempre sometidas a mayores niveles de exigencia.

Para aquellos que huyen de la luz, una buena opción siempre son las velas, el ámbito intermedio de la penumbra. Un buen lugar para sacar tu sexualidad de las sombras y enriquecerla. No ya por placer, sino por salud. Mental y física.