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Reflexiones de una librera
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Katharina Blum, mártir literaria del amarillismo rapaz

De ingratitud e inconsciencia está el mundo lleno. Basta que el pobre Heinrich Böll se preocupara por augurar en 1974 en forma de novela hasta qué punto era peligroso el sensacionalismo rapaz para que nosotros no sólo desoigamos sus advertencias, sino que aplaudamos a cuanta Katharina Blum de pacotilla ofrezca sus órganos blandos al mejor postor.

Porque, eso sí, mientras que la heroína silueteada a palabras por el escritor alemán era una víctima indefensa y arrastrada a la fuerza al epicentro del circo mediático, muchas de sus replicantes de carne y hueso hacen lo que sea por conquistar sus ‘quince minutos’ de fama warholiana.

En fin, queridos, de mediocres con delirios de starlettes de serie B están los platós llenos, no me diréis que no.

La lucidez de Heinrich Böll y su brillante crónica de una lapidación mediática siempre tienen su hueco en las baldas de reginaexlibrislandia.

Y aunque me lo piden menos de lo que yo quisiera hoy la Providencia Librera decidió darme una alegría bibliófilo-periodística materializando ante mi a un joven que, sin saberlo, buscaba su ejemplar de El honor perdido de Katharina Blum.

El muchacho, reginaexlibrislandiano con un pie en la asiduidad, titubeó un par de minutos antes de acercarse a mi escritorio y dirigirse a mi:

– Cliente: Estooo, perdona…- Regina: ¿Sí? ¡Ah, hola!

– C.: A ver si me puedes ayudar…

– R.: Lo intentaré, ¿qué necesitas?

– C.: Mira, tengo que hacer un trabajo que relacione periodismo y literatura, y no doy con lo que busco.

– R.: pero, ¿sabes lo que buscas? ¿Nuevo periodismo? ¿Capote? ¿Periodismo Gonzo? ¿Escritores-articulistas? ¿Novelas publicadas por entregas en periódicos? ¿Reportajes novelados de García Márquez?

– C.: No, no, alguna de esas sería mi última opción. Verás, mi padrino vivió unos años en Alemania, ¿sabes? Como siempre dije que quería ser periodista él me hablaba de un libro que se publicó cuando él vivía en Berlín y que iba sobre la prensa rosa. Como no sabía alemán no lo llegó a leer, pero su novia sí y le contó de qué iba. Era algo sobre una mujer. Él siempre lo quiso leer en español, pero no sé si llegó a encontrarlo. Murió hace tres años, y ahora con lo del trabajo este me acordé del libro famoso…

– R.: Mmmm, mmm… Prensa, Alemania, mujer. Mmmm, ¿sabes más o menos cuándo vivió tu padrino en Alemania?

– C.: Cuando yo aún no había nacido, por los setenta.

– R.: Bueno, pues apostaría mi biblioteca personal a que lo que buscas es El honor perdido de Katharina Blum, de Heinrich Böll. Se publicó en 1974 y es una crítica feroz al sensacionalismo rapaz que, además, tiene una estructura a caballo entre la crónica y la novela. Es uno de mis favoritos.

– C.: ¡No me digas! ¿Y lo tienes?

– R.: Sí, está ahí, por la B de Böll.

Y se lo llevó. Él estaba entusiasmado con su libro, y yo no cabía en mi regio pelucón de euforia librera. No sólo iba a leerse un novelón e imagino que a reflexionar sobre su desalentador mensaje, sino que con su trabajo sobre la obra de Böll quizás diera qué pensar a algún que otro aprendiz de plumilla de su misma promoción.

Y vosotros, reginaexlibrislandianos de pro, ¿leísteis El honor perdido de Katharina Blum? ¿Conocíais la novela? ¿Y algo de Heinrich Böll? ¿Recordáis alguna que otra obra literaria que arremeta contra el sensacionalismo periodístico?

Nota de Regina. Testigo del affaire que una joven anónima mantiene con un hombre que resulta ser un prófugo, un periodista sin escrúpulos difama a la mujer hasta volatilizar su reputación. Después de hacer de su vida un infierno, el paparazzi será asesinado por su víctima mediática, incapaz de reconstruir una intimidad ultrajada y sobreexpuesta. Así de actual es El honor perdido de Katherine Blum, una novela tan breve como certera y visionaria.

Por cierto, que un año después de su publicación el cineasta germano Schlöndorff filmó su versión de El Honor perdido de Katharina Blum, con cuyo trailer me despido por hoy:

 

Si vas en bus llévate a Capote

(Detalle portada de Retratos / Anagrama)

(Detalle portada de Retratos / Anagrama)

No puedo mentir, esta vida de librera me estimula tanto como me frustra.

Es obvio que una no puede saber de todo, habérselo leído todo ni tener el título perfecto para cada persona en el momento exacto y a la velocidad de la luz. Por mucha Regina Ex Libris que una sea mi bagaje, cuando no mi memoria, hacen aguas, y hay momentos en que todo lo que leí y creí asimilar se disuelve en mi cerebro.

Si, queridos, bajo el pelucón y la corona mi cabeza humeante se convierte en un bol a rebosar de sopa de letras.

La frustración de no saber tiene remedio: leer más, estudiar un poco cada día, y de ahí lo estimulante de mi nueva vida. Pero el no ser lo suficientemente rápida, el no saber interpretar las señales me debilita, me martiriza, me jode.

Y me visualizo como una Regina ExLibris chapoteando entre mares de volúmenes embravecidos. Entonces y como leí alguna vez:

En mi trágica desesperación me arranco, brutalmente, los pelos de la peluca.

Menos mal que hoy el capote me lo lanzó mi amigo Truman. En plena sesión de auto-reproches apareció una clienta:

Buenas, mira… es que buscaba algo para leer en el metro y en el bus. Me refiero a algo ligero y de capítulos cortos, que si no pierdo el hilo. Pero con algo de contenido. Y no te voy a mentir, es que tampoco soy muy de cuentos.

Yo, abatida, miré al frente y justo antes de sincerarme con ella y decirle que no podía ayudarla la luz se hizo en forma de un rostro de pelo pajizo, mirada insaciable, voz aflautada y labios tras los que se atrincheraba una lengua feroz: Truman Capote.

Y su cara dio paso a la imagen mental de la portada de uno de mis grandes tesoros, sus Retratos. Más allá de que siempre esté dispuesta a recomendar cualquier título de Truman Capote, siento especial devoción por esa colección impagable de semblanzas de personajes que pueblan el Olimpo de las deidades del siglo XX.

Claro, por si fuera poco el carisma per se de criaturas como Marilyn Monroe, Chaplin, Coco Chanel, W. Somerset Maugham, Marlon Brando, Liz Taylor, Picasso o Tenessee Williams, el colmo del éxtasis intelectual se alcanza si es el genio afilado y tierno de Capote quien te disecciona al ser humano que hay bajo la máscara del icono.

En cuestión de segundos tenía un ejemplar en la mano y parloteaba sobre su contenido con mi entusiasmo revitalizado. Y esa pasión es contagiosa, porque algo que hace sentir tanto a alguien no puede ser una mediocridad.

Total, que la mujer se llevó sus Retratos de Capote y yo hice las paces con mis fantasmas. Y con el resto del mundo también, porque ya en la calle unos diez minutos después la vi literalmente metida en el libro mientras esperaba el autobús.

A sus pies, don Capote. Regina Ex Libris dixit.