Reflexiones de una librera Reflexiones de una librera

Reflexiones de una librera
actualizada y decidida a interactuar
con el prójimo a librazos,
ya sea entre anaqueles o travestida
en iRegina, su réplica digital

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«¿Tienes el libro de la ‘pilingui’ de Barcelona?»

Si para Vargas LLosa el paraíso estaba en la ‘otra esquina’ para mi el jardín del Edén es, sin duda, una reginaexlibrislandia atestada de libros y frecuentada por gentes de todo pelaje en busca del título más inesperado. Y es que, queridos, esa es una de las grandezas de mi profesión: nunca se por dónde me van a atizar el golpe bibliófilo.

Por ejemplo, el de hace unas horas me dejó literalmente aplastada bajo el peso de mi propio pelucón. Estaba yo revisando unos catálogos cuando se internaron en mis confines un hombre y una mujer con un pie en la séptima década. Fue ella la que, sin mediar saludo ni soltar a su marido, me inquirió:

Clienta: ¿Tienes el libro de la pilingui de Barcelona?Regina: ¿Perdón?

C.: Sí, uno que es la biografía de una catalana que tuvo un prostíbulo… algo de moral juguetona o una cosa así…

R.: Pues, déjeme pensar, ¿no tienen algún dato más?

Aquí fue cuando el hombre tomó la alternativa:

Cliente: Salió en el Buenafuente hace poco. La mujer llevaba un prostíbulo en la guerra y después, ¿sabe?Clienta: ¡Si! Pero el libro no lo escribió ella, sino un periodista. Vamos, que ella le contó si vida y él sacó el libro.

Regina: Ya veo, ¿y dicen que lo vieron el la tele hace poco?

Cliente: Sí, vamos, no ayer, pero tampoco hace dos años. Es reciente, es reciente…

Clienta: Yo recuerdo que el título decía algo de moral juguetona o algo así, ¿sabe?

Regina: ¿Tiene prisa? Si me dejan un segundo veo a ver qué puedo hacer.

Clienta: Es que estamos de paso, venimos de XXX y creíamos que aquí sería más sencillo encontrar el libro, pero es la tercera librería por la que pasamos y nada, oiga, a nadie le suena…

Más o menos cuando ella terminaba su frase yo sentía cómo de epidermis para adentro todas y cada una de mis neuronas respondían al ‘código rojo’ desplegando una actividad frenética.

En menos de un segundo decidieron por unanimidad que metiera el pelucón en el ordenador para sortear el que era, sin duda, un reto bibliófilo catalogado en mis confines como ‘googlelizable’, a saber: meter a capón en el buscador las pistas y ver qué nos deparan los mares de bits.

Tres, dos, uno… ¡EUREKA! En cosa de un minuto y medio di con la referencia:

Regina: ¿No será Sra. Rius, de moral distraída, de un tal Julián Peiró? Clienta: ¡Ese, ese! Sí, seguro que es ese. ¿Moral distraída? ¡Pues sí que estamos buenos, Juan!

Cliente: En efecto, ahora que lo dice ese era el periodista.

Clienta: ¿Y lo tienes?

Regina: Pues ahora mismo no, pero puedo pedírselo a la editorial, aunque tardará una semana en llegarme.

Cliente: ¡Pídalo, pídalo! Al menos usted se tomó la molestia de vernos el título…

Clienta: Es que, ¿sabe? No es que seamos morbosos, pero según dijo Buenafuente por la Rius esa pasó la flor y nata del artisteo de la época: Gala, Cela y demás. ¡Tiene que ser curioso!

Total, que les tomé los datos y abandonaron reginaexlibrislandia retorciendo de nuevo el título del libro. Cierto es que a mi ni me sonaba, y mentiría si dijera que no me pica la curiosidad, así que probablemente le echaré un ojo en cuanto llegue a mis regias manos. Hasta ese momento, me tengo que conformar con la sinopsis de su editorial, Comanegra:

 

Por primera vez una auténtica profesional del mundo de la prostitución da la cara para desmontar los consabidos tópicos acerca del trabajo del sexo. Frente a la avalancha de libros y programas televisivos que oscilan entre lo frívolo y la sordidez, esta mujer real alza la voz para explicar un trabajo del que se siente orgullosa.La Sra. Rius es una leyenda en Barcelona y una institución a nivel nacional. En estas memorias, compartidas junto al conocido periodista Julián Peiró, seguiremos su trayectoria. Desde que una joven Lydia empieza a ejercer, por consejo de su madre, hasta que, tras pasar por los mejores locales de la ciudad, llega a la creación de su propio negocio. Allí, ya como Sra. Rius, se convertirá en una más que peculiar madame: por un precio razonable les ofrecerá siempre las mejores chicas, pero le exigirá ser el mejor de los clientes.

Junto a ella descubrimos las pasiones sexuales de personajes famosos, la evolución en los gustos de la clientela y la manera de gestionar una casa de citas. Pero también el día a día de unas mujeres que son mucho más que las horas compartidas con un hombre.

Y vosotros, reginaexlibrislandianos de pro, ¿habíais oído hablar del libro o de la Señora Rius? ¿Qué recursos utilizáis para dar con referencias de libros? ¿Cómo hubiérais buscado vosotros esta? ¿Os interesa el libro de Peiró?

‘La hija del sepulturero’, ¿novela o novelón?

Si hay algo que corroboro a diario en mi librería es que las formas de pedir un libro son, y que Borges y su Asterión me perdonen, catorce . Vamos, que son infinitas, y cada cual más inesperada que su antecesora.

Por ejemplo, hace unas horas se adentró en reginaexlibrislandia un caballero enorme que se movía como a cámara lenta sobre dos pies descomunales.

Cuando se detuvo ante mi mostrador, entrelazó sus inmensas manos sobre una prominente barriga. Luego observé cómo la sacudida de su poblado bigotón proyectaba hacia mi una frase que retumbó en mis baldas:

 

– Cliente: Oiga, ayúdeme.- Regina: ¡Claro, usted dirá!

– C.: Quiero un NOVELÓN.

– R.: ¿Un NOVELÓN? ¿A qué se refiere?

– C.: Pues eso, a un NOVELÓN.

 

La frase me atizó en el cráneo con la fuerza del mazazo de un magistrado del Juicio Final.

Y es que aquí fue cuando, contra todo pronóstico, el gran señor perdió la

paciencia a velocidad titánica. Y digo contra todo pronóstico porque, imbuida toda yo de estereotipos, asocié su magnitud física a cierta cualidad pachorrona que para nada poseía el caballero. El buen señor contenía en sí toda la impaciencia del mundo.

Y, elevando aún más el tono, agarró de nuevo el mazo:

 

– Cliente: ¿No me oye? ¡Quiero un NOVELÓN!- R.: Sí, sí, disculpe, pero es que no sé que…

– C.: ¡Mire ahí! ESO ES UN NOVELÓN.

– R.: ¿La hija del sepulturero?

– C.: Sí, démela. ¡Me la llevo!

 

Me quedé tan pasmada que sólo cuando hubo desaparecido de mis confines se me llenó la boca con las preguntas que me hubiera gustado hacerle:

¿Por qué cree él que la de Joyce Carol Oates es, sin habérsela leído, un Novelón? ¿Qué lo es y qué no? ¿Se basa en el tamaño? ¿En el espacio temporal que abarca la historia? ¿En que piensa que La hija del sepulturero es un libro escrito al uso de las novelas decimonónicas o por entregas?

Nada, no obtuve respuesta. Así que opté por la opción más práctica y aséptica y me abalancé sobre el diccionario de la RAE:

 

 

La definición me enfrentó a mi propia ignorancia. Porque, queridos, cuando yo hablo de ‘novelón’ pienso en la Ana Karénina, de Tolstói, por ejemplo. Por lo que identifico ‘novelón’ con Gran Literatura. Y lo seguiré haciendo, pero sólo de epidermis bibliófila para adentro, porque con mis clientes habré de buscar otro vocablo…

Y vosotros, reginaexlibrislandianos de pro, ¿en qué tipo de libro hubiérais pensado al oír que os pedían ‘un NOVELÓN’? ¿Habéis usado ese término alguna vez? ¿En qué sentido?

Independientemente de si es o no un ‘NOVELÓN’, aprovecho para sugeriros la lectura del maravilloso La hija del sepulturero, de Joyce Carol Oates:

NOTA DE REGINA: Pocas maneras hay más fascinantes de sumergirse en la América del desarraigo de los años cuarenta y cincuenta que hacerlo de la mano y la pluma de Joyce Carol Oates. Para prueba su maravillosa La hija del sepulturero un novelón que, pese a sus casi 700 páginas, se hace corto. En la voz entre quebrada, temerosa y reflexiva de Rebecca Schwuartz -luego Hazel Jones y después señora Gallagher- se condensan la rabia, el sentimiento de culpa y la añoranza de quienes, como ella, llegaron de milagro a EEUU huyendo de la Alemania nazi en busca de un futuro que, sin embargo, quedará irremediablemente asfixiado entre las atrocidades que dejaron al otro lado del charco, el antisemitismo que les aguardaba en la ‘tierra prometida’ y una carencia total de anclajes emocionales con la realidad.

Así, flotando sobre el abismo, dos generaciones de emigrantes que se abrieron paso con una única esperanza: su propia descendencia. La de Rebecca será su hijo Niles –luego Zach- y su talento innato para el piano, un don en el que ella encuentra una razón para sobrevivir a dos hombres en su vida: un padre desquiciado y atormentado, y su primer amor. Fabulosa.

¿Amenizaría El Pequeño Nicolás ‘las quimio’ de un niño?

Soy de las que piensan que son los libros los que buscan a sus lectores, y no a la inversa. Sí, queridos, y aunque la Providencia Librera se valga de mil y un ardides para hacernos pensar lo contrario mi bibliofilia congénita no me permite creer otra cosa.

De ahí que, como librera de profesión, mi tarea sea la de conectar libro-lector en el momento adecuado.

Pero hay veces que no es fácil porque, como en la vida, en reginaexlibrislandia hay retos y retos… y el de hace un rato me ha sobrecogido, y el temor a no haber acertado cae ahora sobre mi ánimo librero como una masa gelatinosa de la que no logro desprenderme.

Veréis, la cosa ha sido así: estaba yo correteando de un lado a otro con mis cajitas cuando una chica de unos treinta años irrumppía en mis confines reginos.

 

– Clienta: Oye, perdona…- Regina: ¿Sí? ¡Díme!

– C.: Verás, busco un libro para un niño de once años

– R.: Muy bien, ¿y le gusta leer o es remolón?

– C.: Pues antes le encantaba, pero ahora lleva un año que no.

– R.: Mmmm. La clave está en uno que tenga un protagonista con el que se sienta identificado…

– C.: Ya, pero es que su circunstancia es especial..

– R.: ¿Y eso?

– C.: ¿Qué libro amenizaría las quimio de un niño?

– R.: Vaya…

– C.: Claro, ahora le toca una temporadita intensa en el hospital y con un libro se le haría más llevadero, ¿sabes?

– R.: No sé, según me lo has dicho me ha venido a la cabeza El Pequeño Nicolás… Es un clásico, es divertido, y el protagonista tiene más o menos su edad. Pero, sobre todo, porque lo que va a leer es el punto de vista del pequeño tunante: cómo ve a sus padres, los castigos, sus travesuras… Aunque si te parece, no sé, frívolo, miramos otra cosa…

– C.: ¿Sabes? No, me parece que sí me lo llevo… ¡es que, además, mi niño se llama Nicolás!

 

Y se llevó cuatro de los libros de la colección de El Pequeño Nicolás que, justo ahora, cumple medio siglo deleitando a unas cuantas generaciones europeas.

No sé, mi intuición bibliófilo-librera habló por mi quizá sin pensarlo demasiado…

Y aunque lo cierto es que creo que ahora le haría la misma sugerencia lectora para su Nicolás, espero que el pequeño tunante galo logre hacer más llevadero el calvario clínico del niño.

Espero volver a ver a la mujer o, mejor aún, al propio Nico, y que me cuénten qué tal…

Y vosotros, reginaexlibrislandianos de pro, ¿cómo veis la sugerencia? ¿Qué habríais recomendado vosotros? ¿Leísteis a Nicolás?

«¡Y yo sin Chesil Beach, de McEwan!»

Los mejores augurios bibliófilos parece que se cumplen y en estas ‘navidades sin blanca’ el libro ha sido uno de los regalos estrella, queridos. Al menos en reginaexlibrislandia.

A un par de horas del cierre de campaña es pronto para dar cifras y modelar análisis certeros, pero la caja registradora humea y mis libreros parecen sacados de un maratón de baile a lo ¿Acaso no matan a los caballos? de H. McCoy

En cuanto a mi… la sombra de María Callas interpretando Lucia di Lammermoor de Donizetti tenía más energía que yo, que me muevo por entre mis baldas como flotando pero, eso sí, con el ceño fruncido, el pelucón encrespado y los puños apretados.

Y es que el agotamiento existencial y librero sólo me deja ver lo que yo llamo mis ‘reginazos’ o, lo que es lo mismo: errores… de cálculo, de previsión, de lo que queráis, pero errores. Ajenos o propios, pero erroresssssssssss.

En estos momentos son cuatro de esos patinazos reginos los que me revientan los higadillos… cuatro títulos que mis reginaexlibrislancianos asiduos y ocasionales no han dejado de pedirme, de los que me quedé sin existencias antes de lo previsto y sin opción de hacerme con más, no ya por temas vacacionales en editoriales y distribuidoras, sino porque ‘ellos’ también patinaron calculando sus tiradas, y se quedaron cortos. Os hablo de:

Los hombres que no amaban a las mujeres, de S. Larsson.- Eclipse, de S. Meyer.

Tercer viaje al Reino de la Fantasía (Gerónimo Stilton)

Chesil Beach, de Ian McEwan

Y dicho lo cual aprovecho para recomendaros éste último, el de MacEwan, porque me pareció fabuloso y porque de los otros tres ya hemos hablado más de una vez:

La novela os clava en la Inglaterra de inicios de los 60 el sexo era todo un tabú: ni se hablaba sobre él ni por supuesto se practicaba antes del matrimonio. Y esa represión será precisamente la bomba de relojería que lleven en su equipaje Edward y Florence en su viaje de novios a un lugar llamado Chesil Beach, donde la promesa de una luna de miel idílica les estallará en mil pedazos. El deseo insatisfecho de él y la mezcla de repulsión y culpa de ella por no ser capaz de entregarse a quien ‘supo esperar’ durante el noviazgo volatilizan su relación y revelan otras diferencias insalvables de la pareja. Ian McEwan disecciona, entre aséptico, irónico y tierno, la desventura de la pareja mientras dibuja un glorioso retrato de los claroscuros de una época.

 

Y a vosotros, queridos, ¿hubo algún libro estas fiestas que quisisteis comprar y que os resultó más difícil de lo previsto porque os dijeran que estaba agotado? ¿Leísteis Chesil Beach? ¿Os gustó?

 

¿Qué regalas más, libros o colonias?

Con un pie en esta Nochebuena ‘sin blanca’ en reginaexlibrislandia la caja registradora humea y los libreros no damos a basto. Sí, queridos, parece que la Providencia Librera atiende nuestras plegarias y la gente ha optado por regalar libros en estas fiestas de cinturones prietos, hologramas de vacas flacas y números rojos.

Con tanto trajín, tanta sugerencia de libro-regalo por segundo y tanto indagar en inquietudes bibliófilas de terceros a velocidad de crucero echamos el cierre tan exhaustos como pletóricos, pero siempre con tiempo para entregarnos a nuestro particular aquelarre librero.

El ritual es sencillo: tirados en el suelo y al abrigo de frondosos árboles de hoja impresa ponemos en común anécdotas del día, comentamos tareas pendientes y nos retamos unos a otros con los mismos ardides con los que la Providencia Librera tuvo a bien desafiarnos horas antes.

Pues bien, hoy uno de mis libreros lanzó un misil tierra aire en forma de pregunta que abrió el debate. Según él, ha observado que la gente este año, además de libros, opta por regalar perfumes, y así nos lo dejó caer en plena sesión:

– Librero2: ¿Qué regalo prefiere la gente, un libro o una colonia?- Regina: Mmmm, buena pregunta. Pero creo que la respuesta depende del destinatario.

– Librero3.: ¿Qué dices?

Regina.: Sí, depende del apego que le tenga a su esencia y de si ha leído o no El Perfume.

– Librero2.: ¿El de Süskind?

– Regina: Sí, ese. Veréis, yo siempre pensé que hay una o dos fragancias para cada persona, no más, hasta el extremo que llevo veinte años con la misma colonia. Pero desde que leí ese libro supe que estaba en lo cierto, y el respeto que de forma innata tenía al universo aromático se multiplicó por mil.

– Librero3: Sigo sin ver a dónde quieres ir, Regina.

– Regina: Que hay gente que opta por regalar colonias porque es más sencillo elegirlas y porque creen ir sobre seguro, mientras que sienten que meterse a elegir libros es terreno pantanoso, algo más complicado y con menos posibilidades de éxito.

– Librero 2: Visto así, la verdad es que tengo más colonias sin abrir que libros sin tocar.

– Regina: ¡Claro! Un perfume o una colonia es de los regalos más personales que se pueden hacer… Acertar con la fragancia X para la persona Y es una lotería, salvo que vayas sobre seguro y te limites a regalar a tu destinatario ‘su’ colonia.

– Librero 3: Sí, y además a la larga tienes más probabilidades de leer un libro que en su momento no te atrajo que de echarte una colonia que te repele, o que simplemente no huele bien en tí.

– Regina: ¿Lo ves? En el libro de Süskind aprendes que una misma colonia no huele igual en todas las pieles, el secreto está en que armonice con tu fragancia personal.

– Librero 2: Pues aún así, creo que la mayoría prefieren regalar una colonia…

Y en esa espiral olfativo-bibliófilo-especulativa seguimos dando vueltas un par de horitas más antes de abandonar reginaexlibrislandia…

Y vosotros, queridos, ¿qué regaláis con mas frecuencia, libros o colonias? Y cuando os toca recibir, ¿qué os hace más ilusión? En vuestra experiencia, ¿con cuál de las dos opciones hay más probabilidades de éxito? ¿Creéis que el perfume es un regalo más personal que un libro?

Nota de Regina. Para quienes tengáis la suerte de no haberos leído aún El Perfume, de Patrick Süskind, haceos con un ejemplar cuanto antes. En el libro Jean-Baptiste Grenouille no despide ningún olor, pero posee un olfato prodigioso que hará de él un afamado perfumista, cuyas creaciones enloquecen a media Francia.

Sin embargo, la esencia definitiva que le obsesiona exige el sacrificio de jóvenes vírgenes para licuar sus fluidos corporales. Exquisita, inquietante e inesperadamente reveladora logra que uno no afronte con tanta ligereza el ritual cotidiano de elegir colonia…..

Y para despedirme por hoy os dejo el trailer de la adaptación cinematográfica homónima del novelón de Patrick Süskind que filmó en 2006 Tom Tykwer :

Ah y para todos vosotros, reginaexlibrislandianos asiduos y efímeros… ¡¡¡¡¡¡¡FELIZ NAVIDAD!!!!!!

¿Y por qué La elegancia del erizo?

Mi pelucón y yo llevamos horas en ‘modo peonza’, dándole vueltas y más vueltas a un reginaexlibrislandazo que hemos dado esta mañana.

El miedo a haber patinado en la elección de una sugerencia bibliófila nos tiene total y absolutamente paralizadas, con la mirada fija en la nada y disparándole al vacío la misma frase, como si en lugar de boca tuviéramos una escopeta de repetición y necesitáramos vaciar el cargador a toda costa:

¿Y por qué La elegancia del erizo? ¿Y por qué La elegancia del erizo? ¿Y por qué La elegancia del erizo? ¿Y por qué La elegancia del erizo? ¿Y por qué La elegancia del erizo? ¿Y por qué La elegancia del erizo? ¿Y por qué La elegancia del erizo? ¿Y por qué La elegancia del erizo? ¿Y por qué La elegancia del erizo? ¿Y por qué La elegancia del erizo? ¿Y por qué La elegancia del erizo?…

Ha sido otro de mis libreros el que se ha decidido a arrancarme de mi estado de flagelación mántico-librera:

– Librero: ¿Regina? ¡OYE, RE-GI-NAA!- Regina: ¿Qué, qué, QUEEEEEEEE?

– L.: ¿Te pasa algo? Llevas ahí un rato, farfullando algo de un erizo. Cualquiera que te vea te toma por chiflada.

– R.: Es que no se me va de la cabeza, no se me va, ¿te lo puedes creer?

– L.: ¿El qué?

– R.: Pues esta mañana, que ha venido una chica con ojos llorosos a pedirme un libro.

– L.: ¿Y?

– R.: Me dijo que no era para ella, sino para un primo suyo que tiene leucemia y que esta tarde se internaba para someterse a un tratamiento. No sabía qué libro llevarle, a ella no le gustaba mucho leer, pero por lo visto a él si.

– L.: Vaya. ¿Y te dijo algo más?

– R.: Que le dijera uno yo, que no podía pensar. Me contó que como su primo sí lee no quería algo ‘muy bestseller’, y tampoco algo que le hundiera. Literalmente me dijo: ‘algo divertido, oh, bueno, irónico. Juan es muy irónico. Y profundo.’

– L.: Bueno, ¿y qué le diste?

– R.: Pues La elegancia del erizo, de Muriel Barbery. No sé por qué, sólo podía pensar en él. Otras veces se me ocurren varios y dejo que la otra persona opine, pero ésta vez no sé por qué lo único que veía cuando volvía la mirada hacia adentro era La elegancia del erizo.

– L.: ¿Y se lo llevó?

– R.: Si. Pero antes me preguntó: ¿crees de veras que a él le gustará, que le irá bien ahora?

– L.: ¿Y qué respondiste?

– R.: Que sí, que creía de veras que, por lo que ella me había dicho, era el libro adecuado para su primo.

– L.: Entonces, ¿cuál es el problema?

– R.: No sé, estaba muy segura. Pero fue irse ella y a mi se me agrietó el firme suelo librero sobre el que suelo corretear. Me aterra que no le guste o que no sea el libro adecuado para su estado anímico, que si está en un precario equilibrio emocional una lectura inadecuada le remate…

– L.: Regina, eso no está en tu mano. Tú has hecho lo que has podido y con la mejor intención, ¿no?

– R.: Si

– L.: ¡Pues ya está!

Decidí sacudirme la inquietud espiritual moviendo unas cuantas cajas.

Mientras lo hacía reflexioné sobre el fenómeno de La elegancia del erizo, una de las lecturas que más me ha impresionado en los últimos dos años y que, por suerte, sigue circulando sin cesar y por obra y gracia del ‘boca a boca’ y del ‘ojo al ojo’, que es como llamo yo al fenómeno de recomendación silenciosa y anónima vía ver un desconocido enfrascado en la novelita en cuestión.

Y vosotros, queridos, ¿leísteis La elegancia del erizo? ¿Cómo llegasteis a ella? ¿Qué lectura le hubierais sugerido a la chica? ¿Acerté? ¿Patiné?

NOTA DE REGINA EXLIBRIS: El gran milagro de la Literatura se agazapa como en pocas en La elegancia del erizo, una novelita de esas que te cauteriza la melancolía y te cautiva a golpes de ironía, ternura, humor y píldoras sobre el amor, la sociedad, la amistad, el Arte y la felicidad. Sus dos protagonistas, la portera de un edificio del París burgués y la niña superdotada de uno de los apartamentos, diseccionan su entorno mientras se empeñan en pasar inadvertidas para el resto del mundo, hasta que aparece un nuevo vecino que desencadenará la catarsis espiritual de estas dos almas gemelas. Muriel Barbery teje una trama maravillosa y tremendamente divertida, cargada de esas verdades veladas que todos miramos pero que sólo algunos ven a la que vuelves una y otra vez con la certeza de una sonrisa y el temor del inevitable punto y final. Conmovedora y deliciosamente inesperada.

¿Cómo hacer que alguien se lea El Quijote?

Hoy es un día especial para quienes tenemos el corazón encuadernado y el alma silueteada en forma de caballero de la triste figura.

Sí, hoy hace la friolera de 461 años nació Miguel de Cervantes y, con él, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, uno de los artefactos narrativos más fabulosos, divertidos, tiernos y cargados de sabiduría de todos los tiempos.

Comentándolo con otro librero nada más poner los pies en reginaexlibrislandia, el muy desconsiderado me ha amargado el primer café de la mañana sin titubear con un baño de realismo desgarrador:

Mira, Regina, no seas ilusa. El Quijote es el libro que todo el mundo dice haberse leído, pero que nadie se ha leído.

La frase me ha pulverizado el pelucón. Lo peor de todo es que si me ha afectado tanto es porque algo de razón tiene, las cosas como son.

Así que me he dicho:

Regina, cielo, no te me pongas en modo ‘zarzamora-lloraquellora’ y haz algo por la causa cervantina, como esbozarte un argumentario tan aplastantemente cautivador que quien te oiga correrá de cabeza al ejemplar de El Quijote más próximo… Que ya lo decía Alonso Quijano: «Sábete Sancho, que no es un hombre más que otro, si no hace más que otro

Y en ello estoy y, de paso, aquí estoy, reginaexlibrislandianos de pro: Sincerémonos ahora que nadie nos oye… ¿Os habéis leído el Quijote? Si es que no, por favor, ¡a por él!

Si es que si, ¿qué le diríais a alguien que no se ha leído El Quijote para despertarle unas ansias irrefrenables de hacerse con uno?

De ‘¿Acaso no matan a los caballos?’ a ‘Mira quien baila’

Vivir encerrada en una gloriosa jaula de baldas y libros y arrastrar un pasado de devoradora compulsiva de letra impresa es lo que tiene: que a todo lo que veo, ¡ZAS! le busco mentalmente un referente novelesco previo.

Lo que antes de embutirme en la piel de una librera era mi afición secreta ahora forma parte de mis quehaceres libreros diarios, así que en reginaexlibrislandia soy una especie de mujer araña a tiempo parcial y, como tal, a ratos voy tejiendo redes que enlazan libros con realidades. Es algo tremendamente útil, porque con lo creativa que se pone a veces la Providencia Librera nunca sabes qué extraña petición te va a formular ese día cualquier cliente que se adentre en tus confines.

Por ejemplo ayer le tocó un turno a un matrimonio. Rondarían los sesenta y muchos y venían a por el nuevo libro de Antonio Gala, Los papeles del agua, para un regalo. Mientras se lo preparaba, charlaban sobre un programa televisivo:

– Ella: Pues me dijo la niña que leyó en la prensa que ya preparan otro de ¡Mira quien baila!- Él: ¿Oooooootroooooo? Pero, mujer, ¿es que no te cansa? El primero vale, pero tanto aburre ya.

– Ella: ¡Anda éste! ¿Y el fútbol? ¡Eso si que aburre!

– Él: Pero, ¿qué dices? ¡Que tendrá que ver una cosa con la otra!

– Ella: Bueno, sí, pero en el nuevo, ¿sabes quienes bailarán?

– Él: No, pero estoy a punto de saberlo…

– Ella: ¡Ortega Cano, Terelu Campos y Ana Obregón!

-Él: Pues ya ves tu, no tendrán otra cosa mejor que hacer. Y tu hija, ¿es eso lo que le interesa de las noticias cuando se está cayendo la banca internacional?

– Ella: Mira tú con qué me sale éste ahora…

– Él: Mercedes, por Dios, hay una crísis tremenda, la niña está hipotecada y lo único que le preocupa es el programita de los cojones.

Y aquí es donde reaparecí yo ante sus ojos con el libro de Gala en la mano y, sin quererlo, me unieron a la charla:

– Él: Y a usted, ¿también le interesa el programita con la que está cayendo en las bolsas del mundo?- Regina: Bueno, no exactamente. A mi me interesan los libros.

– Él: ¿Qué quiere decir?

– R.: Pues que, como usted sabrá, ni los concursos de baile ni las crisis galopantes son una novedad, y hay quien escribió novelas sobre ambos fenómenos,

– Él: ¿No me diga? ¿Si? ¿Como cual?

– R.: Horace McCoy, sin ir más lejos. En 1935 publicó su ¿Acaso no matan a los caballos? (en inglés original They Shoot horses Don’t they? ).

– Ella: ¿Y de qué va ese libro?

– R.: En un maratón de baile personajes desesperados danzan hasta la extenuación y por comida durante la Gran Depresión de los años 30, hasta que la joven Gloria, exhausta y desesperada, pide que la liberen de su sufrimiento, tal y como se hacía con un caballo malherido. Es algo brutal y descarnada, pero reflejo de una realidad en la América Miserable del Crack del 29 que Sydney Pollack filmó en 1969 con un título homónimo que aquí llegó como Danzad, Danzad Malditos.

– Él: Sí, si, la película me suena. ¿No salía la rubia esa, cómo se llamaba?

– R.: Jane Fonda, sí.

– Él: ¿Y dices que es buena la novela?

– R.: Es uno de los clásicos del género negro y, para mi, una maravilla. Da mucho que pensar, la verdad, y más ahora según nos sopla el viento…

– Él: ¿Lo tienes?

– R.: Si, sí, aquí está: ¿Acaso no matan a los caballos?

– Él: Pues me lo llevo también. Me lo voy a leer y luego se lo paso a la niña…

Y se fueron de mis confines con los dos libros. Y yo traté de recordar sin éxito en qué momento mi pelucón yo nos metamorfoseamos en araña-librera y unimos esas dos realidades con el novelón de MacCoy.

Y vosotros, queridos, ¿leísteis la novela? ¿Qué os pareció? A quienes tengáis la suerte de no haberla leído aún y os gusten las emociones fuertes haceros con un ejemplar en cuanto podáis, que no os arrepentiréis. Palabra de Regina.

Como siempre que la ocasión lo merece, os dejo el trailer original de la adaptación de Pollack, They Shoot horses Don’t they? y/o Danzad, danzad malditos, que se estrenó en 1969:

Si no vas a querer un libro… ¡No lo encargues!

Me ha vuelto a pasar. Aunque ocurre en uno de cada treinta encargos de clientes siempre hay alguien que, llegado el momento de pasarse a recoger un título cuya adquisición te encomendó, resulta que no lo quiere. ¡NO LO QUIERE! Y entonces el librero, ¿qué hace? ¿SE LO COME?

Es indignante, descortés y desconsiderado, queridos. Dejadme que os explique por qué.

Porque no hablamos ya del tiempo que uno tarda en tramitar el pedido, que puede oscilar entre quince minutos y un par de horas, según la rareza del ejemplar en cuestión, y en los gastos de envíos, y en todos los eslabones de la cadena humana que intervienen en un proceso que no llega a buen puerto por intervención divina ni telequinesis…

No, me refiero a que una vez que el libro entra en mis confines una de dos: o se lo lleva el cliente que me lo encargó y todos contentos, o me lo quedo yo en mi librería y, por tanto, lo pago yo-librera, yo, y entonces alegrías las justas. Las justas o ninguna, queridos.

Digo las justas o ninguna porque puede ser que se trate de un ejemplar ‘vendible’ o ‘de fondo’ en cuyo caso el daño a mis cuentas es relativo, pero muchas veces hablamos de un título que no voy a vender ni en un millón de años, motivo por el cual probablemente no estaba en mis baldas cuando el cliente se adentró en mis confines buscándolo.

Y como en este caso la dinámica del mercado editorial se impone, los proveedores se aseguran de dificultar mi rauda devolución a sus almacenes. Cada día que ese libro está en mi tienda pierdo dinero, así de simple. Total, que me como ése librito. Y el otro, y el otro, y el otro… Y al cabo de un tiempo cuelgo el cartel de cierre definitivo por simple indigestión.

Para colmo, de los supuestos posibles que explican el rechazo del libro solicitado días atrás (que haya perdido el interés o que se haya hecho con él bien comprándolo en otra librería, bien porque se lo hayan regalado en el lapso que va desde el encargo a mi llamada ejemplar en mano) hoy me he topado con el que me inmola el pelucón de pura rabia.

Transcribo conversación telefónica de hace unas horas:

Cliente: ¿Diga?Regina: Buenas tardes, le llamo de reginaexlibrislandia, la librería de XXXX.

C.: Ah, sí, qué pasa.

R.: Era para decirle que me acaba de llegar el ejemplar de Nunca fuimos reinas que me encargó hace una semana.

C.: ¿De qué librería dice que llama? es que lo encargué en tres distintas…. para asegurar.

R.: De Reginaexlibrislandia

C. ¡Ah, de ésa! Bueno, en cualquier caso ya lo compré…

Y ¡Clic! Me colgó.

La carga de desconsideración que entraña esa respuesta para conmigo y para con los otros libreros afectados es absolutamente escandalosa. Pensadlo un segundo:

¿De qué librería dice que llama? es que lo encargué en tres distintas…. para asegurar

Así aquí es donde yo me abalanzo como tantas otras veces a la balda de narrativa anglosajona en la que descansa el ejemplar de El corazón es un cazador solitario, de Carson McCullers, para desfogarme a párrafo limpio. Y recito a pleno pulmón:

«El médico aguardaba la aparición de la negra, de la terrible cólera como la de una bestia que surge en medio de la noche (…) Descendió a las profundidades hasta que finalmente no quedó más abismo. Tocó el sólido fondo de la desesperación, y se sintió algo aliviado»

A vosotros, queridos, ¿se os ocurre actuar así?

Sincerémonos todos… ¿encargasteis alguna vez un libro que, llegado el momento, rechazasteis? Si lo hicisteis, ¿por qué? ¿pensasteis cómo puede afectar eso al librero en cuestión?

NOTA DE REGINA EXLIBRIS: Aprovecho este mi ciber-púlpito librero para rogaros encarecidamente que, por favor, aviséis al librero de turno si cambiáis de idea con respecto a un libro que habéis encargado o si os hacéis con él por otro lado. Para entonces igual ya es tarde para el librero y el título está en camino, pero os aseguro que esa llamadita de cortesía hará que el afectado digiera un poco mejor el ejemplar que se tiene que tragar. ¡Gracias por adelantado en nombre del gremio en pleno!