Reflexiones de una librera Reflexiones de una librera

Reflexiones de una librera
actualizada y decidida a interactuar
con el prójimo a librazos,
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De viaje a ‘Hertamüllerandia’

Cuando me enteré de que el Nobel de Literatura le cayó este año a Herta Müller solté el plumero y me abalancé sobre En tierras bajas y El hombre es un faisán en el mundo, los dos ejemplares que tenía en reginaexlibrislandia de la recién nobelizada. Llevaba dos o tres años posponiendo su lectura, pero por fin la Academia Sueca me dio el empujoncito bibliófilo que necesitaba.

Pues bien, estaba yo sopesando por cuál de esos dos títulos editados por Siruela me adentraba yo en el universo hertamulleriano cuando, fiel a sus costumbres, la Providencia Librera tuvo a bien mostrarme un atajo materializando ante mi a un reginaexlibrislandiano oportunamente docto en la buena mujer:

 

– Cliente: ¡Hola, Regina!- Regina: ¡Hombre, don XXX! ¿Qué tal?

– C.: Bien, ya de vuelta. Pero por poco tiempo. Escucha, ¿tienes Juego de Tronos?

– R.: ¿de George R. Martin? Sí, ¿la edición de tapa dura?

– C.: Sí, se lo voy a regalar a mi ahijado. Vaya, veo que estás con la Müller

– R.: ¿Cómo? ¡Ah, sí! Con esto del Nobel sí o sí me pongo con ella en cuanto eche el cierre

– C.: ¿El NOBEEEL?

– R.: Sí, le acaban de dar el Nobel de Literatura

– C.: No tenía ni idea… Mmmm, pues apostaba por Roth, la verdad.

– R.: Sí, pero con estas cosas ya sabes. ¿A ella la leíste?

– C.: Sí, justo vivía yo en Alemania cuando publicó Niederungen y se formó un buen revuelo allá por los ochenta.

– R.: ¿Cuál?

– C.: Pues ése, el rojo: En tierras bajas. Son relatos ambientados en la Rumanía rural sobre alemanes exiliados. Bastante duros, y por las ampollas que levantaron en Rumanía más cerca de la realidad que de la ficción. Recuerdo uno de ellos, El canto fúnebre o La oración fúnebre, o algo así, que me dejó KO. Iba sobre una niña que contaba cómo era el funeral de su padre, y en lugar de presentar sus respetos al difunto los vecinos iban contándole a la pequeña las barbaridades que cometió su padre en vida: violaciones, poligamia, malos tratos, traición… ¡de todo! No sé, son abruptos pero condensan tanta verdad que te dejan perplejo.

– R.: ¿Y éste otro, el de El hombre es un gran faisán en el mundo?

– C.: En la misma línea, pero empezaría por el otro. Al ser relatos breves son más digeribles para empezar. Aunque lo inquietante de esta mujer es su dualidad, porque es capaz de describirte una escena con una carga poética tremenda mientras te clava en la retina una estampa perturbadora y casi animal.

– R.: Ya veo, bucólica en las formas y abrupta en el fondo, ¿no?

– C.: Ja, ja, ja, más o menos…

 

Y él se fue con su ejemplar de Juego de Tronos, primer volumen de la saga Canción de Hielo y Fuego, y yo me quedé entre pasmada y dubitativa, deslizando la mirada de En tierras bajas a El hombre es un faisán en el mundo, y vuelta a empezar hasta que finalmente dejé el segundo en su balda y enfilé mi portón con el ejemplar de En tierras bajas bajo el brazo.

Horas más tarde vengo a vosotros habiéndome leído ocho de los quince relatos del libro para deciros que, de momento, la disección de mi reginaexlibrislandiano asiduo fue tan lúcida como certera. Hertamullerandia es un universo literario que se asemeja horrores a una de esas bolas de cristal de nieve que encierran un hermoso paisaje: desde fuera regalan a los sentidos una imagen bucólica, pero si uno se adentra y asimila los detalles de da de bruces con una crudeza no apta para según qué sensibilidades o estados anímicos desfavorables.

A mi, por ahora, me desborda, repele y atrae a partes iguales. Es intensamente demoledora pero yo no puedo soltar el libro.

Y vosotros, reginaexlibrislandianos de pro, ¿leísteis algo de Herta Müller? ¿Qué os pareció? Si no la conocíais, ¿os animaréis tras el Nobel de Literatura a leerla? ¿Por qué libro empezaréis?

«Me rendí al tambor de Günter Grass»

Por muy escurridizo que resulte un lector, cuando un libro se propone ser leído por alguien lo logra. ¡Vaya si lo logra, queridos! Quizás tarde semanas, meses o incluso años, pero irremediablemente se materializa en sus manos, cautivándole.

Y no puede ser de otra manera, porque resulta que son los libros los que buscan a sus lectores, y no a la inversa. En dos años enterrada entre anaqueles lo he visto a diario. Observo cómo se aparean lector y ejemplar, y no deja de maravillarme ese delicioso don de los libros para emitir su señal silenciosa en el momento y lugar adecuados.

Pero la Providencia Librera también me ha demostrado que la cacería no siempre tiene lugar en una librería, en una biblioteca o en una casa. Un libro, si te busca, te encuentra. Y cuanto más te resistes más surrealista será el momento en el que haga de ti su presa.

Por ejemplo, un reginaexlibrislandiano asiduo me contaba hace unas horas cómo, tras años de empecinados desaires, finalmente no tuvo más remedio que leerse El tambor de Hojalata, de Günter Grass, una de las novelas más grandes y alegóricas de la literatura europea del SXX de cuya primera edición se cumplen ahora cincuenta años.

Y justo de eso, del aniversario y de una inminente reedición conmemorativa, hablábamos otro librero y yo cuando nos entró al quite mi buen amigo, mejor cliente y fantástico bibliófilo:

 

– Cliente: ¿Cómo? ¿Van a reeditar El tambor de hojalata?- Regina: Sí, por el cincuenta aniversario de su primera edición.

– Librero: ¿Ya? ¿Tanto? Uy, yo pensé que mucho era más reciente. ¿No es una especie de autobiografía novelada muy polémica?

– Regina: Querido, te confundes con Pelando la cebolla, que se publicó hace un par de años y en la que reconocía su oscuro pasado en las juventudes nazis.

– Cliente: Si, hombre, el otro marcó un hito. Mi historia con ese libro es curiosa.

– Librero: ¿Y eso?

– Cliente: Pues veréis, me echaba para atrás. Casa donde iba, casa en la que había un ejemplar y, para colmo, una novia que tuve estaba emperrada en que me lo leyera y me lo regaló. Luego mi hermana apareció con otro para mi unas navidades porque me pilló una época en que se puso de moda el dichoso librito y, para remate, un día me dieron otro ejemplar con un periódico, esta vez en inglés. Yo le fui dando largas, pero años después no me quedó más remedio que leérmelo, tal cual.

– Regina: ¿Por qué?

– Cliente: A finales de los noventa estaba tirado en un maldito aeropuerto estadounidense esperando un enlace que, para mi desesperación, se retrasó entre ocho y diez horas. No había restaurantes abiertos, ni periódicos ni nadie con quien charlar, y para colmo me estaba hinchando de café de máquina porque me aterraba quedarme dormido y perderme una llamada a mi vuelo. Agobiado, fui a un rincón y me senté, pero lo hice justo sobre un bulto. Cuando miré qué era casi me da algo: ¡un ejemplar en español de El tambor de hojalata perdido en el aeropuerto de Denver!

– Librero: ¿No jodas? ¿De quién era?

– Cliente: No sé, lo habían dejado allí tirado. Solté una carcajada histérica, lo hojeé y lo dejé en el asiento de al lado.

– Regina: ¿Lo abandonaste?

– Cliente: Sí… aunque tardé cero coma en recuperarlo. Fui a por otro café y me dije ‘bueno, mejor esto que mirar esa odiosa moqueta azul’. Y después me puse a leerlo y antes de darme cuenta habían pasado ocho horas y mi vuelo reapareció en el monitor de salidas. Me empapé más de la mitad del tirón, y la otra cayó antes de aterrizar en España.

– Librero: ¿Tan bueno es? A mi me impone un poco, la verdad. Es de esos ‘por leer’ sobre el que no termino de abalanzarme.

– Regina: Es impresionante, conmovedor, cínico, lúcido y cruel. A veces me pregunto cómo Günter Grass fue capaz de imaginar una alegoría tan demoledora de una realidad tan difícil de encajar. Una vez que Oskar Matzerath entra en tu vida ya no sale.

– Cliente: ¡Sí, ni él ni su tambor!

– Librero: Pero, ¿va de un tamborilero?

– Cliente: Más o menos. Verás, el día que un niño llamado Oskar cumple tres años marcará el resto de su existencia porque recibe su tambor de hojalata y porque decide que no va a crecer más.

– Librero: ¿Qué no cumplirá más años? ¡Anda, como mi madre! Solo que ella se detuvo a los 50…

– Regina: Ja, ja, ja. Sí, solo que Oskar lo hace para tratar de detener el tiempo como rechazo a un ambiente enrarecido política y socialmente. Date cuenta de que hablamos de Polonia y Alemania de Preguerra, justo cuando Hitler emprende su ascenso al poder. Una vez en la cumbre, vendrían la derrota polaca, la peste nazi en Europa, los exterminios, la Segunda Guerra Mundial, la derrota germana y, finalmente, la fragmentación de Alemania…

– Cliente: Total que, entre otras cosas, Oskar se pasó parte de la guerra en una banda de enanos que entretenía a los soldados tocando su tambor. Lo impactante del libro es descubrir esa parte de la historia desde la óptica de uno de esos seres que, según los nazis, no merecían vivir su propia vida: homosexuales, disminuídos, judíos, etc, mientras el resto de personas aún no ‘nazinizadas’ lo toleraban todo. Vamos, una crítica a la Alemania y a los alemanes de la época escrita por quien, de joven, fue reclutado por las juventudes hitlerianas.

– Librero: mmm, suena cuando menos interesante por el punto de vista, ¿no?

– Regina: Es tan imprevisible, demuestra una imaginación tan desmesurada que te desarma, la verdad.

– Librero: Pues nada, en cuanto llegue la reedición me adjudico un ejemplar.

– Cliente: Sí, no te arrepentirás. Yo, desde luego, jamás lo hice. Pero, ¿sabéis lo más curioso de todo?

– Regina: ¿Qué?

– Cliente: Que en el ejemplar de aquel aeropuerto, que estaba muy manoseado y lleno de lamparones pegajosos descubrí una dedicatoria que decía: «Donde vayas iré yo. Cuando llegues, te estaré esperando. Por siempre, Yo.»

– Librero: Ja, ja, ja, lo que no te pase a ti…

 

Horas después, mientras echaba el cierre regino me imaginaba a mi reginaexlibrilandiano asiduo una década más joven y a la deriva en un desangelado aeropuerto yankilandiano en plena noche. Visualicé cómo se topó con el ejemplar y hubiera dado mi pelucón por poderle ver la cara y, mejor aún, por haberle podido contemplar metido de lleno en El tambor de Hojalata

La historia de mi encuentro con el libro no es tan alucinante, pero os puedo asegurar que recuerdo su lectura como uno de los momentos bibliófilos más intensos de mi existencia lectora, palabra de Regina. Y sí, por suerte los ecos de Oskar aporreando su tambor aún resuenan en lo más recóndito de mi pelucón…

Para hacer boca a quienes aún no os lo leísteis os dejo imágenes de la maravillosa adaptación cinematográfica homónima realizada por Volker Schlöndorf en 1979, queobtuvo el Oscar de Hollywood a la mejor película extranjera:

 

Y vosotros, reginaexlibrislandianos de pro, ¿leísteis El Tambor de hojalata? ¿Qué os pareció? ¿Y algo de Günter Grass? ¿Creéis vosotros que son los lectores los que buscan libros o pensáis que es a la inversa? ¿Os pasó algo similar a lo de mi cliente?