Será cuestión de perspectiva, pero hace quince días miraba al inminente fenómeno Ken Follet y pensaba que la cosa no iba a ser para tanto. Ahora sé que mi miopía-librera exige no unos anteojos, sino unas lentes telescópicas.
Maticemos, obviamente Un mundo sin fin en plena campaña navideña iba a ser un bombazo, pero puestos a sincerarme he de decir que calculé mal el radio de su onda expansiva.
Creía que la editorial (Random House preparó una hornada inicial de 500.000 ejemplares, y horas después anunciaba la reedición de otros 175.000) sobredimensionaba sus expectativas. Pues no, queridos, la única sobredimensionada aquí es la que suscribe. Por lista.
A día de hoy 700.000 personas se han hecho ya con su ejemplar de Un mundo sin fin, pero su goteo desde las librerías es constante.
La humilde aportación de mi librería es de 400 ejemplares (y subiendo), y a eso hay que sumar las reediciones de Los pilares de la tierra, su predecesora, en todos los formatos imaginables, cuya demanda se ha disparado por eso que los expertos llaman ‘efecto llamada’.
O, como yo lo vivo:
-¿Tienes los Pilares de la Tierra? Como todo el mundo habla del otro, del nuevo, creo que ahora es el momento de empezar por este. Y si me gusta luego me compro el segundo.
Atrás quedarán pronto los 5.5 millones de ejemplares vendidos en nuestra piel de toro de Los Pilares de la Tierra.
En fin, se supone que todos los amantes de los libros y, como no, los libreros deberíamos brindar por Ken Follet, por Los Pilares de la Tierra, por Un mundo sin fin y por el día en que a este hombre le dio por las catedrales, porque de lo que se trata es de que la gente lea.
Pero observando el fenómeno a pie de librería me invade un sentimiento agridulce. Algo me dice que el espacio físico que ocupa Un mundo sin fin perjudicará a otros títulos menos mediáticos.
Por cierto, para los que ya estéis metidos en harina con Un Mundo sin fin… ¿promete la cosa?
Os dejo un vídeo con la presentación de Un Mundo sin fin en Vitoria: