Reflexiones de una librera Reflexiones de una librera

Reflexiones de una librera
actualizada y decidida a interactuar
con el prójimo a librazos,
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Susan E. Hinton escribió Rebeldes, pero ¿quién es ella?

Como de ingratitud ya está el mundo lleno, he decidido saldar cuentas con los autores de esos libros que posibilitan que mi librería siga viva.

Pero no, no hablo de esos bombazos editoriales de temporada, sino de esos otros títulos que entran y salen constantemente de mis baldas, esos que, como librera, sé que debo tener, porque siempre me los piden.

Vale que no disparan mis cuentas de resultados como esos otros puedan hacer ocasionalmente, pero éstos otros me dan esa constancia que me mantiene a flote, y aunque conozco las obras lo cierto es que apenas se nada de algunos de sus creadores. Mea culpa.

Reparé en ese detalle hace unas horas, cuando una señora vino a pedirme un libro para su hija:

– Clienta: Buenas tardes. – Regina: Hola, ¿qué tal?

– C.: Bien, verá, busco un libro para mi hija, que está en el instituto.

– R.: ¿Cuál es?

– C.: Lo traigo apuntado, aquí está: Rebeldes, de Susan e. Hinton

– R.: ¡Ah! Muy bien, voy a por él.

Y se fue. Normalmente tengo tres o cuatro ejemplares -uno en balda y el resto en una pila, fronteados-, pero ese era el último.

Y me dije:

Regina, cielo, se te ha pasado hacer el pedido de Rebeldes. El lunes te llegaron 4 y ya estás a cero… ¿A qué esperas, tesoro?

Total, que me puse manos a la obra. Y mientras lo hacía la certeza de que mientras personajes como Johnny, Pony, Soda, Dally, Steve, 2 bit, o Darry eran parte de mi bagaje literario no tenía ni la más remota idea de quién era la tal Susan E. Hinton que tan a sus anchas entra y sale de mis confines me sacudió desde el espinazo al pelucón. A ver, leí Rebeldes y La ley de la calle, pero más allá de esas dos fabulosas novelitas… ¡nada, cero!

Lo tuyo no tiene nombre, Regina, no lo tiene. Bueno, si: INGRATITUD. Tu hinchándote a vender su libro y no tienes el detalle de llenar ese nombre con una historia. Tanta descortesía me abruma. ¡Investiga un po-qui.to, reina! Menuda anfitriona estás tu hecha…

Y eso hice, y casi me arde el pelucón al descubrir que Susan E. Hinton escribió Rebeldes con apenas diecisiete años, y que se puso a ello para encontrar en librerías el tipo de historia que ella siempre había buscado sin éxito.

Después vendría La Ley de la calle, entre otras, siempre con barrios norteamericanos conflictivos como telón de fondo y adolescentes problemáticos en primer plano. Fotografía social con la dosis justa de ternura y crudeza, palabra de Regina.

Susan, a la que por fin tuteo, vivió varios años en un pueblecito de Andalucía, y hace poco volvió a las Américas, concretamente a California, donde vive ahora dedicada a la ficción de Ciencia Ficción y Fantasía para lectores jóvenes. Chapó, querida, chapó.

Ahora creo que buscaré un rinconcito en reginaexlibrislandia donde exhibirla junto al resto de mis mecenas, esos a quienes sólo conozco en forma de nombre estampado en piel sobre un lomo; quizás monte un corcho donde fije sus fotos junto a unas letras que atrapen sus vidas. Será mi humilde tributo librero.

Y vosotros, queridos, ¿leísteis Rebeldes? ¿Y La ley de la calle? ¿Sabíais algo de Susan E. Hinton? ¿Hay algún libro que os haya marcado especialmente, pero de cuyo autor no sepáis nada?

Para terminar va el trailer de la maravillosa adaptación cinematográfica que F. Ford Coppola hizo de Rebeldes, en la que la propia Susan E. Hinton hizo un cameo como enfermera:

«Quiero una novela para que mi madre se la lea y me haga un trabajo de clase»

No sé, queridos, estoy confundida. Resulta que hoy amanecí con la Medea de Eurípides clavada en el pelucón, y creo que, de alguna manera, los hados se alinearon para que la protagonista del día fuera una sufrida madre anónima. Como si yo lo hubiera conjurado todo. ¿O no?

Os cuento. La inocente relectura de la Medea de Eurípides me caló tanto de madrugada que hasta mojé algunas de sus líneas en mi café mañanero y luego, de camino a reginaexlibrislandia, desfilé recitando fragmentos a viva voz para desconcierto de otros viandantes. Allá ellos, yo respondía a sus miradas elevando el tono e intensificando mis aspavientos para deshacerme de semejante carga dramática, que luego la que lo somatizo todo soy yo.

El caso es que la imagen de una madre masacrando a sus hijos por puro desamor y despecho, y para protegerlos de una muerte por venganza a manos del enemigo me envolvía y estrujaba los órganos blandos, como si las palabras del griego se hubieran materializado en una enorme serpiente enroscada en torno a mi.

Así que ahí estaba yo, dándole vueltas a las dimensiones del concepto de maternidad, cuando entró una jovencita en mis confines y me arrancó de mi propia tragedia griega:

Clienta: Buenos días.Regina: Hola, ¿qué tal?

C.: Bien. Mire, necesito una novela histórica breve para mi madre, que tiene que leérsela en cuatro días y hacerme un trabajo para clase porque a mi me ha pillado el toro.

(Aquí Medea, que ya se estaba retirando a las bambalinas de mi mismidad, giró sobre sus pasos y emergió toda poderío y bravura, como una pantera acechando desde el límite de mi epidermis)

R.: Perdona, ¿cómo has dicho?C.: Pues eso, que tengo que leerme una novela histórica y hacer un trabajo sobre ella para clase, y como no me da tiempo me lo va a hacer mi madre. Tampoco es que lea mucho, por eso mejor que sea breve.

R.: Ah, bueno. Y a tu madre, ¿le interesa algún período? Lo digo porque ya que se la tiene que leer que al menos la disfrute…

C.: Pues no realmente, la verdad.

R.: Entonces lo mejor es que tiremos hacia los clásicos del género…

Y le propuse quince títulos:

‘Memorias de Adriano’, de M. Yourcenar.

‘Yo, claudio’, de Robert Graves.

‘El muchacho Persa’, de Mary Renault.

‘Los episodios nacionales’, de Galdós.

‘Aníbal, de Gisbert Haefs.

‘Akhenaton: el rey hereje’, de Mahfuz.

‘Juliano el apóstata’, de Gore Vidal.

‘Sinhué, el egipcio’, de Mika Waltari.

‘El nombre de la rosa’, de Umberto Eco.

‘De parte de la princesa muerta’, de Kenizé Mourad .

‘La dama del Nilo’, de Pauline Gedge.

‘La plata de Britannia’, de Lindsey Davis.

‘Ben Hur’, de Lewis Wallace.

‘A la sombra del granado’, de Tariq Ali.

‘El puente de Alcántara’, de Frank Baer.

R.: Todos son novelones fenomenalmente escritos y con intachable rigor histórico, así que puede leérselos bien y escribir un buen trabajo. Aunque quizás Galdós, a no ser que separe un o dos episodios, será excesivo…C.: Pues igual, no sé, entonces igual el de Adriano.

R.: Yourcenar siempre es una buena opción. Luego tiene otro ambientado en el medievo, Opus Nigrum, sobre alquimistas y peregrinos que es una delicia…

C.: ¡Uy, calla! Creo que tiene que ser más reciente, porque acabo de recordar que la asignatura es Historia Contemporánea de España, o algo así…

A estas alturas Medea me estaba apretando desde dentro los globos oculares con la misma pasión con la que se cargó a su prole… No sé ni cómo no me salieron disparados, palabrita de Regina.

R.: Ah, vaya, eso lo cambia todo. ¿Qué tal algo ligerito sobre la Guerra Civil? Igual Homenaje a Cataluña, de George Orwell. El escritor luchó en el Frente de Aragón y luego redactó esta novelita deliciosa sobre el día a día de un miliciano de las Brigadas Internacionales. Las comidas, las mujeres, las noches en las trincheras, los piojos. Es muy realista e inesperadamente divertidaC.: Puede ser, pero quizás a mi madre le interese más algo con mujeres de protagonistas. Ella es muy echada palante…

R.: ¿Ligerito, que se lea bien, con mujeres y de la Guerra Civil? Pues Rosario Dinamitera, de Carlos Fonseca. También escribió Las Trece Rosas, que inspiró la película homónima, pero por eso mismo mejor que se lea la de Rosario Dinamitera.

C.: ¡Ah, perfecto! Si, me llevo esta, a ver si se la empieza esta misma tarde porque ya va pillada de tiempo…

Menos mal que la muchacha tenía prisa y se esfumó con su Rosario Dinamitera, porque fue cerrarse la puerta tras de sí y mi Medea se abrió paso por entre mis carnes entre furiosa y desconcertada.

¿Una madre leyéndose una novela histórica para hacerle un trabajo a su hijita para una asignatura de la que apenas si recuerda el nombre? Ay, si Eurípides levantara la cabeza me temo que haría que su Medea se cargara a esa hijita a librazo limpio.

Y vosotros, queridos, ¿qué novela le hubierais recomendado para su madre? Como estudiantes, ¿empapelasteis así alguna vez a vuestras madres? ¿Lo haríais? Y, ¿lo haríais por vuestra prole?

Yo, desde luego, no…