Reflexiones de una librera Reflexiones de una librera

Reflexiones de una librera
actualizada y decidida a interactuar
con el prójimo a librazos,
ya sea entre anaqueles o travestida
en iRegina, su réplica digital

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«Quiero dos libros que salían en Todo sobre mi madre»

Si hubiera algún aparato que midiera los niveles de bibliofilia en sangre os puedo asegurar que hoy reventaría cualquier baremo, porque sé que los tengo total y absolutamente desbocados.

¿La causa? Hace un rato la Providencia Librera tuvo a bien demostrarme que al fatídico triángulo de las Bermudas Cine-Literatura-Adaptaciones de libros en el que se pierden teóricos y críticos le falta un vértice.

Sí, queridos, porque a veces basta un fotograma para sugerir una lectura, o incluso dos, con lo que el flujo entre Cine y Literatura es de doble sentido. O, como reza el dicho: «¿Queréis sopa? Tomad dos cazos…»

Total, que el susodicho ni es triángulo, ni todo tiene por qué ser negativo en las relaciones bilaterales entre tinta impresa y celuloide.

¿La prueba? A mi se me materializó al pie de mi escritorio en la boca de una joven de entre 20 y 25 años:

 

– Clienta: Estooo, disculpe- Regina: ¿Sí? ¡Dime!

– C.: Verá, es que en una peli de Almodovar vi dos libros que quiero leer.

– R.: ¿Ah, si? ¿Cuáles?

– C.: Pues es que, a ver, era Todo sobre mi madre, ¿la vio?

– R.: Sí

– C.: Pues aparecían dos libros, uno de Truman Capote del que Cecilia Roth leía una cita a su hijo…

– R.: «Cuando Dios le entrega a uno un don, también le da un látigo; y el látigo es únicamente para autoflagerlarse» Creo que era más o menos así.

– C.: ¡Qué fuerte, si se la sabe!

– R.: Sí, es del prefacio de Música para Camaleones.

– C.: Es que me dejó clavada en el sofá. ¿Tiene el libro?

– R.: ¡Por supuesto! ¿Y el otro?

– C.: Del otro era el texto de la obra de teatro que sale, Un tranvía llamado deseo, pero no recuerdo bien el autor

– R.: Tennesse Williams, que es el autor de La gata sobre el tejado de zinc caliente, La rosa tatuada y El zoo de cristal… Igual te suenan las películas.

– C.: Sí, las películas sí, pero no leí nada de él. ¿Tiene el del tranvía?

– R.: Sí, lo tengo suelto, o en un volumen junto con El zoo de cristal

– C.: Pues mejor ese con las dos piezas.

– R.: Es curioso… ¿Adivinas a quién le dedicó Capote su Música para camaleones?

– C.: Mmmm, no.

– R.: Míralo tu misma en el ejemplar que te acabo de dar

– C.: ¿»PARA TENNESSEE WILLIAMS«????

– R.: Sí, tanto Capote como T. Williams eran de la misma cosecha de autores norteamericanos blancos nacidos y criados en el ‘viejo sur’. De la misma quinta eran Harper Lee, autora de Matar a un Ruiseñor y que ayudó a Capote a investigar para su A sangre fría, y Carson McCullers, autora de El Corazón es un cazador solitario

– C.: Vaya, no tenía ni idea

– R.: Pues, cuando puedas, léete cualquiera de ellos, o mejor todos. Son maravillosos.

– C.: Me los apunto, aunque ahora empezaré por Música para camaleones y Un tranvía… ¡Que Almodovar me picó!

 

Y se fue, y sentí como si una nube púrpura descargara con furiosa alegría sobre mi pelucón una tormenta de confeti librero.

Si, reginaexlibrislandianos de pro, porque para la que os teclea es fabuloso pensar que la jovencita llegó a Truman Capote y a Tennesse Williams de la mano de Almodovar y su fabulosa Todo sobre mi madre

 

 

Y vosotros, reginaexlibrislandianos de pro, ¿leísteis Música para Camaleones o Un tranvía llamado deseo? ¿Algo de Capote o de Tennesse Williams? ¿Visteís Todo sobre mi madre? ¿Recordabais las menciones a los dos libros? ¿Alguna vez una película os impulsó a leer a algún autor o título que apareciera de refilón en pantalla?

Como homenaje regino a don Pedro Almodovar por contribuir tan gloriosamente a la cruzada bibliófila os dejo unas imágenes de Todo sobre mi madre:

 

«No me engañe, sé que el de Cornelia Funke ya se vende»

Qué injusta es la vida, queridos. Apenas llevaba unos minutos flotando tras uno de mis subidones libreros cuando llegó a mis confines un desaprensivo con vocación de acupuntor emocional y me reventó la burbuja, atravesándola con dos frases cargadas de alfileres.

Empecemos por lo bueno: la visita mañanera y fugaz de un reginaexlibrislandiano que había estado en la librería el jueves pasado.

Como aquel día buscaba ‘un novelón de esos que te arden en las manos y que encierran un curso acelerado de supervivencia social’, yo no titubeé y le di Las amistades Peligrosas, de Pierre Choderlos de Laclos.

Parece que acerté, y él tuvo el detallazo de pasarse para contármelo:

«Perdona… pero tenía que venir a decírtelo: me pasé todo el fin de semana pegado a Las Amistades Peligrosas. ¡Vaya libro! Yo no sé cómo no di con él antes, de verdad. Ufff. Ahora tengo prisa, pero quería que lo supieras. Me paso otro rato esta semana y lo comentamos si quieres…»

Y se fue, y me dejó plácidamente acomodada en mi pompa gigante, meciéndome en mi ego librero a metro y medio sobre el suelo con una sonrisa de satisfacción que me daba la vuelta a la cara, y pensando en el librito y en cómo lo disfruté yo en su día, queridos.

Si, porque más allá de que la adaptación al celuloide de 1988 fuera sublime y con un reparto de escándalo, la novelita epistolar es una auténtica maravilla que radiografía el alma de dos seres tan maquiavélicos como seductores de la nobleza de una ya decadente Francia dieciochesca.

Las cartas, impregnadas de sus pasiones -altas, pero especialmente las más bajas– revelan al lector el pulso entre la Marquesa de Merteuil y el Vizconde de Valmont, dispuestos a todo por masacrar al rival y salir airosos en un entorno en el que cada beso sabe a un veneno, en cada gesto late una traición y donde la inocencia se paga con la vida.

Así que ahí me tenéis a mi, empolvándome el pelucón dentro de mi burbuja de autosatisfacción para metamorfosearme durante un rato en la Marquesa de Merteuil, cuando llegó el cliente-acupuntor:

– Cliente: Oiga, ¡OIGA!- Regina: Si, buenos días, ¿qué desea?

– C.: Quiero Muerte de Tinta, de Cornelia Funke.

– R.: Ah, si, el que cierra la trilogía de Sangre de Tinta y Corazón de Tinta. Pues lo siento, caballero, pero sale a la venta el día 23… aún no está en las librerías. Quizá en algunas ofrezcan pre-venta, pero nada más.

– C.: Se equivoca.

– R.: A ver, un segundo que lo compruebe… Justo, Muerte de Tinta sale a la venta el 23 de Mayo y un par de semanas después Cornelia Funke vendrá a Madrid a presentarlo. Al menos es lo que me escriben desde Siruela, que es quien lo edita en castellano.

– C.: OIGA USTED SEÑORA O SEÑORITA, NO ME MIENTA SOLO PORQUE USTED NO LO TIENE AÚN O PORQUE NO ME LO QUIERE VENDER, PERO SÉ QUE EN OTRAS TIENDAS YA ESTÁ AGOTADO. ¡ADIÓS!

¡CHOFFF! A mi se me reventó la burbuja y caí de morros sobre mi regio suelo con una mueca de interrogación en el rostro y el pelucón del revés.

Para cuando reaccioné él ya se había esfumado, dejando tras de sí una estela de energía negativa reconcentrada que pulvericé aferrándome a otro ejemplar de Las Amistades Peligrosas.

Además la escenita me dio pie para recordar uno de los grandes momentos de mi adorada Marquesa de Merteuil que es toda una clase magistral sobre cómo actuar de cara al público cuando éste no te muestra su lado más, ejem, agradable y una tiene que capear el chaparrón de grosería e irracionalidad con elegancia:

“Aprendí a sonreír mientras por debajo de la mesa me clavaba un tenedor en la palma de la mano”

Decidme, queridos, ¿hace falta ser tan desagradable en esta vida? ¿Cuelgo un cartel invitando a que la gente deje fuera de reginaexlibrislandia sus neurosis? ¿Habéis leído Las Amistades Peligrosas? ¿Y algo de Cornelia Funke?

Noqueada por la deshojadora de libros

Tengo que dejar de ser tan escandalosamente permeable a estímulos literarios y/o cinematográficos, queridos. O eso o enloquezco del todo.

Es como si mi regia existencia estuviera vertebrada en tres que se despliegan en paralelo: la de las ficciones de libros y películas que me llenan las horas ajenas a la librería, la vida propia de reginaexlibrislandia y la carga vital de quienes se adentran en mis confines. Mientras cada una de ellas permanezca en su espacio no hay problema. Pero cuando hay escapes y encuentros fortuitos entre elementos de las tres a mi se me cortocircuita el pelucón y me pierdo en una dimensión desconocida: la cuarta.

Mi última visita a esa cuarta dimensión fue hace unas horas. Resulta que la noche anterior volví a ver la Rebeca de Hitchcock, porque tengo un debate pendiente con reginaexlibrislandiano asiduo sobre la adaptación del maestro británico de la novelita de Daphne Du Maurier, cuya relectura terminé hace un par de días.

Así que ahí me teníais a mi, de nuevo plumero en mano, tejiendo mentalmente mi red argumental sobre la comparativa entre novela y su versión en celuloide y mascando una de las gloriosas frases de la película:

«¿Verdad que no se puede estar cuerdo viviendo con el diablo?»

Ya que estamos os diré que ambas, novela original y adaptación, logran inquietarme hasta el delirio, así que mentiría si no os dijera que tenía el ánimo ligeramente desbocado.

Y ahí fue cuando entró ella en mis confines, una mujer de mediana edad, pelo encanecido y unas facciones tan duras que parecían horadadas en granito y que enmarcaban una mirada entre vacua y ausente. Cuando me habló lo hizo con una carga de autoridad tal que os juro por la pluma de Shakespeare que hubiera podido detener en seco una espantada de búfalos en el medio oeste norteamericano:

Clienta: Buenas tardes, señortita.

Regina: Buenas tardes, ¿puedo ayudarla?

C.: Eso espero. Quiero dos ejemplares de Nada, de Carmen Laforet; dos de El hereje, de Delibes; dos de Calígula, de Camus. Ah, si, y dos del nuevo de Ruiz Zafón.

R.: Disculpe, ¿dos de cada, o solo del de Zafón?

C.: No, dos de cada uno de ellos.

R.: Bien, a ver qué puedo hacer, un segundo.

Mientras recopilaba lo que me pidió trataba de separar mentalmente las dos figuras que mi enfermiza mente cuatridimensional acababa de solapar. Eran, claro, las de la mujer y la de la Señora Danvers, la perversa y oscura ama de llaves de la mansión Manderley obsesionada con la primera señora de la casa.

Claro, queridos, que la buena mujer aún no hubiera hecho nada definitivamente sospechoso no era obstáculo para que yo la arrastrara a mi cuarta dimensión ni para que yo me hubiera metamorfoseado en la joven e inocente segunda esposa de Maximilian de Winter…

R.: Bueno, parece que hubo suerte: aquí los tiene.

C.: Perfecto, muchas gracias. Lo normal es que me toque ir de una librería a otra porque no es fácil que siempre tengan más de un ejemplar salvo que se trata de una novedad.

R.: Disculpe pero, ¿siempre compra dos ejemplares de cada?

C.: Si, siempre.

R.: ¿Y puedo preguntarle por qué?

C.: Verá, mi biblioteca es como un santuario, así que uno de los ejemplares va directo a sus baldas. El otro es el que me leo y el que llevo encima porque me muevo mucho, tanto dentro de la ciudad como a otras ciudades. Por eso lo que hago es ir arrancando páginas según me las voy leyendo.

R.: ¿Arrancándolas dice?

C.: Si, las voy arrancando. Y cuando termino la última la tiro, junto con las pastas, al cubo de basura más próximo. Si ya me leí el libro y si el otro ejemplar ya está en mi biblioteca, ¿para qué iba yo a quererlas? Dígame usted, ¿Para qué IBA YO A QUERERLAS, SE-ÑO-RI-TA?

Ay de mi, queridos, sólo le faltó rematarme con la también mítica frasecita de Rebeca:

«Y otra cosa: no se ponga nunca un vestido negro, ni un collar de perlas, ni tenga nunca 36 años.»

Me dejó aterrada y muda, con las facciones congeladas en una mueca de estupor total.

Me hubiera gustado preguntarle que cómo podía deshojar libros impunemente, descuartizar historias y reconocérmelo con esa frialdad. Quise saber por qué no cedía esos ejemplares sobrantes a bibliotecas o cómo era que no los llevaba a librerías de ejemplares usados…

Pero no pude, la deshojadora-Danvers me noqueó, queridos. Me temo que hoy soñaré con ella…

Y vosotros, ¿qué opináis de su afición por descuartizar novelas? ¿Habíais oído algo semejante? ¿Qué diríais a la buena señora? Es más, ¿qué le digo si vuelve?

 

De librera a ‘flapper’ para irme de fiesta con F. Scott Fitzgerald y Budd Schulberg

He llegado a la conclusión de que si me he hecho librera ha sido no sólo por vocación, sino también por higiene mental.

Los años de ingesta indiscriminada de historias han hecho -y hacen, y harán- de mí un ser desdoblado en cientos de personajes que coexisten apretujados bajo mi piel.

El estar cada día sacándolos a la luz a petición de clientes a mi me airea el alma y a ellos los revitaliza, pues por unos instantes los rescato de un entorno tan oscuro y claustrofóbico como sólo puede llegar a serlo ésta, mi regia mismidad.

Y como hoy en parte las afortunadas fueron las flappers, os escribo ataviada con un collar de perlas de tres vueltas, jazz de fondo, mares de champagne y mi plumero reconvertido en tocado porque por unas horas quiero ser deliciosamente ligera de cascos, ancha de miras, fumar en boquilla y saciar esta sed enfermiza de espumoso semiseco mientras espero que mi inminente marido, el escritor de éxito y siempre divino Scottie venga a recogerme para quemar de una vez esta maldita noche. Si, queridos, hoy soy Zelda Fitzgerald.

¿Y quién tiene la culpa de mi mutación? Una clienta encantadora, naturalmente. Llegó a reginaexlibrislandia pidiendo ayuda:

Clienta: Buenas tardes… Verás, me da un poco de apuro porque resulta que quiero un libro pero no sé mucho de él. Salgo del cine y escuché a dos amigos hablar de él, pero sólo me quedé con algunas cosasRegina: A ver qué podemos hacer…

C.: Pues hablaban de una novela de un americano con un apellido europeo que estaba muy metido en el mundo de Hollywood. Por lo visto un guionista tenía que colaborar con un escritor muy famoso pero alcoholizado…

R.: Uy, ¡no me digas más! Creo que hablas de El Desencantado, de Budd Schulberg.

C.: Si, oye, sí, dijeron algo de «Desencantado»

R.: Es un libro absolutamente fascinante en el que un F. Scott Fitzgerald alcohólico y arruinado se ve obligado a trabajar a sueldo para Hollywood. Es un relato impecable del mundo del cine, los locos años veinte y la gran Depresión, en el que el genio y un joven coescriben un guión y enfrentan, sin saberlo, dos épocas irreconciliables.

C.: Si, algo dijeron de Fitzgerald, pero no pensaba que estuviera relacionado…

R.: Digamos que Schulberg habla de él sin citarlo, pero es que Fitzgerald encarna divinamente a toda una generación de plumas gloriosas que se sienten perdidos en la nueva década, y como necesitan dinero venden su talento a la industria del cine. Además era una época y un entorno que Schulberg conoció de primera mano, porque su padre era uno de los fundadores y magnates del cine. De hecho también se ha publicado en España De Cine, Memorias de un príncipe de Hollywood, donde ahonda en el tema…

C.: Pero, ¿Cuál me recomiendas de los dos?

R.: Yo empezaría por la novela, desde luego. Y si no has leído a Fitzgerald para que la experiencia de El Desencantado fuera incluso mejor te diría que te leyeras algo de él.

C.: ¿Es el de El Gran Gastby, ¿no? Vi la película con Robert Redford, pero no leí el libro.

R.: Pues ya que conoces la trama empieza por Hermosos y Malditos, una gloriosa novelita en la que dos recién casados (podrían ser perfectamente ellos, Scott y Zelda Fitzgerald) de la alta sociedad estadounidense viajan, bailan y se beben los dorados años veinte en juergas interminables hasta que llega el fin de la fiesta, el de su relación y el de una sociedad hedonista donde la belleza y la fortuna son siempre demasiado fugaces.

C.: Suena bien…

R.: Si te lees Hermosos y Malditos y después El Desencantado creo que no te arrepentirás… Aunque por supuesto cualquiera de las tres son soberbias por separado.

C.: No, no, me llevo las dos. ¡Estoy deseando ponerme con ellas!

Y se fue con sus dos libros y la promesa de volver para contarme qué le parecieron, dejándome con un pie fuera a la flapper que llevo dentro. Y aquí sigo, de fiesta y jugueteando con mi collar de perlas de tres vueltas. Y este Scottie sin aparecer…

Decidme, queridos, ¿alguno leyó El Desencantado? ¿A Fitzgerald, quizás? ¿Qué opináis?

Ménage à trois con Woody Allen y Groucho Marx

Siempre tuve una ajetreadísima vida interior. Cuando la realidad me cercaba y no tenía un libro por el que escaparme solo tenía que activar la regina ex-libris automática, programada para parpadear cada dos segundos y emitir algún que otro ‘A-ha’, ‘M-hm’ de forma aleatoria y, ¡ta-chán! podía seguir a lo mío, como una reinona.

Pero ahora, queridos, eso se acabó. En la librería nada de desdoblarme. Allí soy yo en todo mi esplendor y con todas mis sombras. Y esta Regina hoy decidió que reginaexlibrislandia era no una sucesión de baldas a reventar de libros, sino un hotel con aspecto de corrala donde escritores y personajes pasaban largas temporadas.

 

Y ahí estaba yo, la gobernanta, observándoles y reflexionando, como no, sobre el mejor modo de asignar las habitaciones, cuando llegaron dos huéspedes de excepción: Groucho Marx y Woody Allen.

Primero se presentaron ellos y, después, registraron a sus acompañantes.

Con el señor Groucho llegaron Camas, Groucho y yo, Memorias de un amante sarnoso, Groucho&Chico, abogados y Las cartas de Groucho.

Apenas a dos pasitos por detrás de Allen aparecieron Pura Anarquía, No te bebas el agua, Cuentos sin plumas, Adulterios, La bombilla que flota, Delitos y Faltas, Manhattan, Hannah y sus hermanas, Cómo acabar de una vez por todas con la cultura, Balas sobre Broadway, Annie Hall, Interiores, Maridos y mujeres, Misterioso asesinato en Manhattan, No te bebas el agua, Perfiles, Recuerdos, Sueños de un seductor, Todo lo que usted quiso siempre saber acerca del sexo y Zelig.

Una vez despachado el papeleo llegó la hora de asignarles estancias. Allí estaban ellos, dos hombrecillos minúsculos de talentos titánicos acodados en mi mesa y observándolo todo con ansia voraz y nerviosa.

Regina, tesoro, me dije, ¿dónde les pongo, en cine o en narrativa?

Debieron leerme la mente, porque se abrió la veda y me entregué sin reparos a un ménage à trois cinéfilo-literario con Woody Allen y Groucho Marx. ¿Son del celuloide o de literatura? ¿Guiones a cine? ¿Relatos a narrativa? ¿Reflexiones a filosofía?

He de reconocer que yo era la más moderada en las opciones que planteaba.

– «¿Y en Cocina, señorita? Hacemos tragable lo intragable, como una buena salsa», sentenció Groucho bajo su bigote de pega.

– «A mi no me importaría ir a Manualidades-Papiroflexia… Siempre tuve tendencias origámicas», dijo Allen a media voz.

La súbita irrupción de Kafka en batín y ligeramente alterado aceleró la decisión.

De momento, Groucho y Allen se han quedado en narrativa. Pero, ¿dónde los buscaríais vosotros?

En cuanto a Kafka, necesitaba un ungüento para su compañero de cuarto, Gregorio Samsa, que según parece no se hace con la distribución de los muebles y se está escorando la espalda a golpes con la esquina de la mesa, el pobre.

Si me perdonais, voy a Narrativa-europeos a darles su cataplasma.