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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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El árbol de la vida se está muriendo de éxito

Hace un par de años os hablé del árbol más solitario y gafe del planeta. La única acacia en 400 kilómetros a la redonda del más terrible de los desiertos, el Teneré. Contra la que chocó un camionero borracho en 1973 poniendo violentamente fin a la leyenda.

Y hoy descubro con horror cómo el heredero de tan discutible honor tiene todas las papeletas para acabar igual, en símbolo de la estupidez humana. Se conoce con el pomposo nombre de «El árbol de la vida» y no, no tiene nada que ver con la famosa película de Brad Pitt. Es una acacia de Bahréin, el país más pequeño del golfo Pérsico, a la que se ha dado el título de «el árbol más solitario y aislado del planeta«. Y aunque no os lo vayáis a creer, se está muriendo por culpa del turismo.

Milagro de la vida, pues parece mentira que un árbol pueda encontrar agua en ese secarral, se le calculan 400 años de edad. Y por ello son cientos, miles de personas las que acuden a verlo, tocarlo, treparlo, pintarlo e incluso escribirlo a cuchillo en su dolorida corteza. Le han puesto una mínima valla alrededor, pero da lo mismo. También le podrían poner una papelera para recoger tantas inmundicias como arrojan los turistas a su lado.

Ya os he contado en otras ocasiones cómo los viejos árboles monumentales pueden morir de éxito. Le pasa a la famosa sabina milenaria de El Hierro y le ocurre a esta fabulosa acacia arábiga. Demasiada gente, demasiada curiosidad, demasiada poca educación.

¿Cuándo entenderemos que los árboles centenarios son monumentos vivos tan antiguos como una catedral, tan bellos como un paisaje, pero tan frágiles como una flor? Que su contemplación es un regalo hecho por nuestros abuelos a nuestros hijos. Que los árboles se ven de lejos, no desde abajo pisándoles las raíces. Que no se abrazan sino que se respetan. Que hay cariños (y curiosidades) que matan.

En este vídeo podeís ver el famoso árbol y su triste conversión en objeto turístico.

Un árbol al que incluso una entidad financiera local le ha dedicado un anuncio.

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¿Cuántas especies hay en el planeta?

¿Habrá vida fuera de nuestro planeta? Es muy posible, pero dada su lejanía astronómica probablemente nunca lo sabremos. La única certeza es que en nuestro “pálido punto azul” que diría Carl Sagan hay vida, mucha y muy frágil vida, aunque en realidad tampoco sabremos nunca su dimensión. ¿Cuántas especies de seres vivos pueblan la Tierra?

Un equipo de científicos acaba de dar con la cifra más fiable: 8,7 millones de especies. 6,5 millones en la tierra y 2,2 millones en las profundidades del océano; 7,77 millones de animales, 298.000 de plantas y 611.000 de hongos.

¿Te parecen muchas? Depende. Para empezar no se incluyen los virus, esos extraños seres reducidos a apenas infeccioso material genético. Sí se tiene en cuenta a las bacterias, aunque no la extrema diversidad genética de sus cepas, prácticamente diferentes en la flora intestinal de cada uno de nosotros y que en su mayor parte heredamos vía materna a través de la lactancia. En insectos puede haber cerca de un millón de especies, pero algunos investigadores suben esta cifra hasta los 10 millones. Máxime cuando en un árbol de la selva tropical un investigador identificó 1.200 especies de escarabajos, de las cuales 163 eran exclusivas de ese único ejemplar. Según los cálculos de los expertos, aproximadamente el 86 por ciento de las especies terrestres y el 91 por ciento de las marinas aún no se han descubierto.
Conocer la biodiversidad no es un ejercicio de coleccionistas. Muchas de estas especies atesoran soluciones a nuestras enfermedades o a nuestros problemas tecnológicos. Pero estamos acabando con ellas a un ritmo endiablado, olvidando que el éxito de nuestra especie reside en que llevamos miles de años copiando a la naturaleza. De continuar la actual tasa de destrucción humana de la biosfera, la mitad de todas las especies del planeta se extinguirán en 100 años, la mayoría antes de que supiéramos de su existencia y de sus posibles beneficios.

De hecho, mientras leías este artículo acaba de extinguirse otra especie del planeta. Por eso, más que preguntarnos cuántas especies hay en la Tierra, habría que preguntar: ¿cuántas especies dejaremos?

En este vídeo se resume perfectamente la importancia de la biodiversidad, os lo recomiendo.

Y este otro es un precioso cortometraje realizado para conmemorar el 50º aniversario del WWF, donde se recuerda las muchas especies animales recién descubiertas y lo mucho que nos queda por conocer.

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Matar a la zorra

Decenas de miles de cazadores se manifestaron ayer en Madrid en defensa de su sangrienta afición y en protesta por las «limitaciones» que impone a su actividad la ejemplar Ley de Patrimonio Natural y Biodiversidad. Están en su derecho. También nosotros de no estar de acuerdo con ellos. De no entenderlos.

Carlos González Fraile ha escrito un precioso texto sobre su experiencia el pasado fin de semana con unos cazadores matazorros. Lo publicó en un foro sobre naturaleza extremeña, y con su permiso os lo adjunto a continuación. Me encanta su reflexión sobre lo que nos diferencia a los amantes de la naturaleza viva de los amantes de la naturaleza muerta:

Bajan de los coches (chalecos verdes, botas de campo). Son cuatro. Del maletero sacan las escopetas. Uno de ellos se dirige a mí, que estoy llamando a uno de mis perros, pues se ha alejado:

-“Sí, que se dé el bote, que ahora mismo vamos a matar una zorra en estos zarzales”.

Yo sé que allí suele esconderse una zorra, al menos, pues en una ocasión vi dos. Es una mañana de viento áspero. Sigo llamando al perro y éste, por fin, algo confuso por los hombres que le rodean, me hace caso. A lo lejos suenan los disparos continuos de una montería (en Guadalperal, Cáceres). Los cuatro cazadores se distribuyen y aguardan a que la zorra salga de su escondrijo.

Yo me alejo, apenado por el animal que está a punto de morir. Pienso en que tal vez ellos, como yo, amen la naturaleza. ¿Qué nos diferencia entonces? Yo no amo sólo la naturaleza: también a la vida.

Durante todo el camino de vuelta agudizo el oído, temiendo el golpe de un disparo en el cielo gris. Entro en los olivares aledaños al pueblo. El canto de los verdecillos me anima. También el vuelo de alguna cigüeña en dirección al pueblo. Me adentro en las calles y el disparo no ha sonado. Quizás la zorra se haya salvado por esta vez…

Dos zorros cazados y colgados de una encina en una dehesa cacereña, probablemente por los guardas del propio coto de caza. El zorro no se come, sólo se mata «por deporte» o «por limpiar el campo de alimañas». ¿Cuándo lograremos parar toda esta barbarie?