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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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El ciprés de Silos está sano y seguirá creciendo

El ciprés del claustro románico de Santo Domingo de Silos, uno de los árboles más famosos del mundo, está sano y lozano.

Lo ha certificado su médico personal, el ingeniero agrónomo Juan Tuset, del Departamento de Protección Vegetal del Instituto Valenciano de Investigaciones Agrarias (IVIA).

Fue a él a quien acudieron los monjes benedictinos en 1990, cuando una extraña enfermedad hizo saltar todas las alarmas. Se temía por su vida, pero nadie acertaba a descubrir la razón de aquel preocupante mal.

Tuset dio con el diagnóstico preciso. El árbol de los poetas se moría no por viejo, no por un virus, no por una plaga. El árbol de los poetas se moría por exceso de cuidados.

En concreto, por exceso de riego. Se había plantado césped a su alrededor, y el agua de la zona, altamente caliza, estaba provocando un altísima acumulación de carbonato cálcico en sus raíces. Al disminuir la llegada del oxígeno, literalmente el agua lo estaba asfixiando. Debilitado, también empezaba a sufrir la acción de los hongos en sus ramas.

Retirado el césped y reducido el aporte hídrico a tan sólo dos riegos anuales pero abundantes, en verano y en otoño –de los que se encarga el padre Dionisio Rubio–, el árbol volvió a reverdecer.

Debido a la instalación en febrero pasado de un gran andamio alrededor del ciprés con la intención de limpiarlo y sanearlo, el abad volvió a llamar al ingeniero agrónomo valenciano para que le hiciera un chequeo general. Y los resultados son esperanzadores.

Como explican los propios monjes en el último número de su boletín Glosas Silenses,

«el ciprés goza de muy buena salud y está todavía en periodo de crecimiento, de suerte que aún podría alcanzar unos siete metros más de altura».

En la actualidad mide 28 metros, así que podrá llegar con facilidad a los 35 metros, todo un récord en su especie.

Aunque tampoco es muy viejo. Fue plantado por los monjes restauradores franceses del cenobio en 1882, cuando ajardinaron el claustro, así que tiene ahora unos 125 años.

Como ya he explicado en alguno de mis libros sobre árboles singulares, inicialmente se plantaron cuatro ejemplares, uno en cada esquina, pero tan sólo ha sobrevivido uno de ellos, el situado en la zona con más luz.

¿Y porqué es tan famoso este árbol?

Muchos ya lo sabéis. Principalmente, por el bellísimo soneto dedicado por el poeta Gerardo Diego al “enhiesto surtidor de sombra y sueño”, aunque también le cantaron Unamuno, Machado y Alberti.

Ayer volví a Silos y una vez más acudí a saludar a este querido amigo vegetal. Hoy ya nadie puede imaginarse el claustro románico del viejo cenobio benedictino, cuna del castellano, sin su silueta espiritual y poética.

Se lo enseñé a mis hijos como quien les presenta a un viejo amigo, pues me conoce desde que era niño como ellos.

Confío en que dentro de mucho tiempo, cuando yo ya sólo sea un recuerdo, siga siendo tan buen amigo suyo como lo ha sido mío.