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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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Nos hicimos la ruta del bacalao noruego certificado

Bacalao

He tenido la inmensa suerte de viajar a las islas Lofoten, un paraíso helado en el Ártico con algunos de los paisajes polares más impresionantes del Planeta. Y de navegar por sus frías y peligrosas aguas en un pequeño barco patroneado con pericia por Børge Iversen, quien al mismo tiempo era el único miembro de la tripulación.

Børge es uno de los miles de pescadores noruegos que todas las mañanas, a las 4 de la madrugada, cuando todavía centellea en el horizonte la aurora boreal, salen en busca del skrei, el rey de los bacalaos. Un animal fabuloso que cada invierno llega desde el mar de Barents para alimentarse de su marisco y desovar frente a unos espectaculares fiordos nevados.

También he visitado sus lonjas e incluso modernas factorías de procesado desde donde son capaces de hacernos llegar a España en menos de tres días el mejor bacalao fresco del mundo. Pero lo más importante es que toda esta riqueza pesquera está certificada. Una institución internacional de ecoetiquetado, el MSC, garantiza tanto la sostenibilidad del producto, lo que incluye evitar capturas accidentales de aves marinas y otras especies, como su trazabilidad, a fin de mantener unos ecosistemas marinos saludables y productivos.

El resultado me lo reconocían todos los pescadores con los que hablé. Después de décadas muy malas en las que estuvo a punto de desaparecer el caladero, ahora hay más bacalao que nunca en las Lofoten.

En España el exigente sello MSC todavía es poco conocido. Lo empiezan a tener las merluzas gallegas, el bonito del Norte, las anchoas y algunos enlatados, pero mientras los consumidores no lo exijamos en mercados y restaurantes, las empresas nunca asumirán el compromiso. La nueva revolución se llama comprar sólo productos certificados. Mójate por el futuro de los océanos.

MSC

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Llega la comida sana con pedigrí

Mientras en España nos lanzamos al consumo de alimentos amparados en las marcas blancas de procedencia incierta, fuera de nuestras fronteras la revolución alimentaria se llama denominación de origen.

Dirán que eso también lo tenemos aquí, es verdad, pero sólo para productos caros y selectos como vinos o legumbres, de consumo esporádico. Inconscientemente, cuando queremos comprar un alimento de calidad elegimos marcas conocidas. Su familiar logo nos da confianza, pero casi nunca nos indica procedencia, apenas un lugar de envasado.

Esto está cambiando. Más concienciado, el consumidor europeo exige conocer la trazabilidad del producto, su origen exacto, la raza o variedad concreta, el tipo de cultivo o alimentación; incluso el paisaje y paisanaje que mantiene. Ante la globalización alimentaria, son cada vez más frecuentes en los supermercados las secciones de productos nacionales y locales. También los restaurantes se están apuntando al “kilómetro cero”, platos a base de ingredientes producidos en el entorno más cercano. Es la comida sana con pedigrí.

¿Moda de ricachones? En absoluto. Tan sólo conciencia de consumidor, cada vez más educado y activista. Sabedor, por ejemplo, que consumiendo carne o derivados de razas autóctonas criadas en el campo tienes un producto de calidad excepcional, pero al mismo tiempo das de comer a pastores e incluso a buitres y lobos.

La actual crisis, lejos de lastrar la tendencia la está acelerando, pues mucha gente ha vuelto a la huerta en busca de un complemento a sus maltrechas economías. Y lo hacen con respeto, cuidando al máximo el producto sin encarecerlo. Mimando una tierra donde saben que está el secreto de su futuro.

Como siempre, las revoluciones se hacen desde abajo, y ahí están nuestros mercados tradicionales marcando el camino. Ya no nos venden fruta o verdura “a secas”, nos explican su variedad y de dónde viene, nos hacen protagonistas del mantenimiento de un mundo rural que sólo conservando sus diferencias locales podrá sobrevivir. El consumidor lo sabe y empieza a apostar por el cambio ¿no os parece? Porque para productos baratos de mala calidad ya tenemos el mercado mundial.

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