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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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Muletas para una encina milenaria

La encina más grande del mundo, la más vieja y venerable de todas ellas, probablemente la más querida, sin duda la más hermosa e impresionante que conozco, ha salido con éxito de una delicadísima intervención quirúrgica, la primera de estas características realizada hasta la fecha en España a un árbol multicentenario.

Maltrecha pero feliz, la encina Terrona, el símbolo vivo de Extremadura, orgullo de Zarza de Montánchez (Cáceres), se apoya ahora en 15 gigantescas muletas de acero, garantía de su eterna fortaleza. Si se fijan bien en la fotografía realizada una vez concluida la operación, pueden apreciar claramente el esbozo de una sonrisa clarividente de agradecimiento entre sus ramas. Ella está feliz y nosotros más.

Esta monumental encina acaba de ser intervenida “a vida o muerte” por uno de los equipos de médicos geriátricos de árboles más afamados de Europa, el dirigido por el botánico valenciano Bernabé Moya y los técnicos José Moya y José Plumed. Desde que en 1998 una de las tres grandes ramas de este excepcional ejemplar casi milenario se partiera por la mitad, Moya ha visitado a la venerable enferma decenas de veces, hasta convertirse en su particular médico de cabecera. Sólo así ha logrado tener un conocimiento excepcional del ejemplar rama a rama, arruga a arruga, primavera tras primavera, que diez años después le llevó a emitir un terrible diagnóstico. El árbol se iba a partir, se venía abajo. Cuando hablé con él, preocupado como estaba por el estado de mi venerada encina cacereña, este defensor apasionado de los viejos árboles me lo explicó gráficamente:

“Es como si tuviera osteoporosis, su frágil estructura no puede sostener ya tanto peso”.

Árbol de dehesa, sombra de una increíble piara de cochinos ibéricos, su forma actual es producto artificial de innumerables podas. ¿Pero quién se atreve ahora a podar un árbol simbólico y a podarlo bien?

Finalmente, tras valorar varias opciones, Moya optó por apear la encina como el mejor método posible. Por sostener las ramas más grandes y frágiles con grandes muletas rematadas en horcones, al estilo de como se hace con los grandes manzanos o nogales cuando se cargan de fruta, sólo que metálicas y de proporciones colosales.

La Junta de Extremadura, tutora del ejemplar desde que en 2001 iniciara con él la protección de los árboles más emblemáticos de la región, estaba de acuerdo en la necesidad de intervenir cuanto antes, pero faltaba el placet del propietario, Alonso Mateos.

Panadero de profesión, muchos señalaban la paradoja de que alguien así no hubiera convertido hace ya mucho tiempo en leña de horno a la Terrona. Esa sólo idea lo enfurecía, pues para Alonso el árbol es su más querida herencia y lo venera como si fuera una risueña bisabuela. Hombre de campo, apenas necesitó de cinco minutos de explicaciones de los especialistas para dar su consentimiento.

“Bernabé es un cirujano fuera de serie, con sólo verla ya sabía por dónde se iba a partir; sé que la Terrona está en las mejores manos”.

Concluidos los trabajos, cuando le pregunté a Alonso si estaba satisfecho con el resultado obtenido, éste no lo dudó un segundo:

“Cómo no lo voy a estar, ha quedado estupendamente. Morirán mis nietos y sé que seguirá en pie, no hay más que verla”.

Su clarividente visión me dejó impresionado, máxime por venir de un sencillo hombre del campo. El sabio Alonso, las buenas gentes de Zarza de Montánchez, son todo un ejemplo para nosotros, tan urbanitas y tan alejados de la realidad natural ¿no os parece?

Como podéis ver en estas fotografías de José Plumed y los hermanos Moya, el resultado logrado tras la intervención hecha al árbol es espectacular. Además de útil, vital para la encina, a mí me parece una auténtica obra de arte de vanguardia, una delicada pieza de land art o arte terrestre. ¿No pensáis vosotros lo mismo?