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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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Nos quedamos sin túneles de bosque

Olmeda del Maripinar

Olmeda de Maripinar. Cieza (Murcia)

Cuando era niño y salía de viaje con mis padres, las carreteras se me antojaban extraordinarios túneles de bosque. En esos tórridos caminos castellanos hacia la playa, apretujados los cinco en el Seiscientos, larguísimas alineaciones de árboles en las cunetas nos daban protección solar; también entretenimiento.

Recuerdo perfectamente esa gruesa línea blanca pintada en los troncos. En mi imaginación infantil pensaba cómo lo harían los pintores del arbolado. Seguramente, montados en un camión, sacando la mano por la ventana y sosteniendo en ella una gigantesca brocha que chocaría contra los troncos. Plaf, plaf, plaf. Kilómetros y kilómetros de chopos, castaños de Indias y acacias rayados en blanco. Kilómetros de verde frescor para nuestro recalentado automóvil.

¿Lo recuerdas? Quedamos pocos con ese recuerdo. Porque en los últimos 30 años nuestro país se ha empeñado en talar la mayor parte de los árboles de carretera. Dicen que es por seguridad vial. Los sustituyen por quitamiedos, jalones reflectantes, canales y puentes, vallas, gigantescas señales electrónicas, radares, postes SOS, carteles,… Según parece, acero y plástico son menos peligrosos que esos árboles viarios plantados desde el siglo XVI o, muy probablemente, desde la época de las calzadas romanas.

A pesar de su importancia natural, paisajística y cultural, las líneas de árboles en las cunetas de las carreteras están desapareciendo de forma masiva en España por ampliación de las calzadas o justificando razones de seguridad vial.

Pero lo normal no es cortarlos. De hecho, lo normal es protegerlos, como me han explicado en una reciente reunión para expertos en arbolado singular en la que he participado en la ciudad polaca de Breslavia.

Esas avenidas arboladas son estrechos bosques que actúan como excelentes corredores ecológicos entre zonas de gran importancia natural, pero al mismo tiempo forman parte de un paisaje tradicional que nos une con la naturaleza y nos hace mucho más agradable los viajes.

Incluso más. En países como Polonia, Alemania o Chequia se están haciendo nuevas plantaciones de este tipo entre sus fronteras para que las avenidas vegetales unan ecosistemas y personas en lugar de separar pueblos. ¿No te parece una maravilla?

Seguridad vial y naturaleza son compatibles. El manejo cuidadoso de esos árboles, recuperando la señalización de sus troncos con pinturas reflectantes, así como extremando los controles de velocidad, permitirían a los conductores poder seguir disfrutando del placer de circular bajo un dosel arbolado. Especialmente ahora en otoño.

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Demasiada sal contra la nieve mata árboles

Vivimos en un país de excesos. Ante un problema, o no hacemos nada o nos pasamos tres pueblos. Nos ocurre con la nieve. Para garantizar unas carreteras libres de hielo, el Plan de Nevadas del Gobierno prevé arrojar este invierno 16.524 toneladas de sal sobre el viario público, que se añaden a las tiradas a mansalva por los Ayuntamientos. De paso se matan miles de árboles, contaminando gravemente arroyos y acuíferos, por no hablar de la corrosión de los vehículos. Son los previsibles «daños colaterales» de los que nadie parece acordarse.

Diréis que primero es la seguridad vial y tenéis razón. Pero como en todo, en la medida está la virtud. Y con la sal en las carreteras las cantidades arrojadas sólo por precaución, o por si acaso, son a todas luces excesivas.

La primera alternativa sería esa, utilizar el cloruro sódico para impedir la formación de hielo en el asfalto sólo cuando sea necesario.

La segunda posibilidad es utilizar siempre que se pueda los métodos mecánicos, como palas y quitanieves.

Y una tercera posibilidad es usar otros productos químicos menos agresivos para con el medio ambiente, por que los hay. Como arena, salmuera (sal disuelta en agua, lo que reduce la concentración), e incluso sustancias del tipo del acetato de calcio y magnesio o el acetato de potasio, base de los anticongelantes comerciales libres de cloro.

En Berlín son los ciudadanos quienes deben limpiar la nieve de sus aceras o portales, y si usan sal para facilitar el trabajo pueden ser multados con hasta diez mil euros.

Aquí en España la arrojamos en cantidades ingentes en nuestras ciudades, sin control alguno, y cuando pasa el temporal el sobrante suele terminar en los alcorques de nuestros sufridos árboles urbanos, en las cunetas y en los ríos.

¿No os parece que en estos preciosos días invernales se puede usar la sal con más cabeza medioambiental?