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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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Arte, naturaleza y buena onda en Santo Domingo de Silos

Te gusta viajar, pero muchas veces no le sacas a esta experiencia todo su partido. Algunos se conforman con visitar un lugar, ver todo lo que nos dicen las guías que es necesario ver, hacerse unos cuantos selfis para las redes, buscar un lugar donde comer (esto al final es lo que más tiempo nos lleva) y volverse a casa con la falsa sensación de que «ya lo has visto todo». Otros somos menos turistas y más viajeros. Nos gusta disfrutar de los viajes con los cinco sentidos. No buscamos tan solo lugares. Buscamos paisajes. Y los catamos intensamente, con los cinco sentidos.

Aprovechando mi participación en el programa de Radio Nacional de España «No es un día cualquiera«, dirigido en su edición del verano por el periodista Carlos Santos, he intentado condensar en una sección viajera lo mucho que un lugar nos puede decir y evocar. Una vez emitida, le voy ha dar formato de blog, para que así muchos viajeros puedan aprovecharse de esta información.

Nuestra primera cata de paisaje nos lleva hoy a Santo Domingo de Silos, en Burgos. Que no es tan solo un famoso monasterio benedictino. Es naturaleza, historia, arte y muy buenos alimentos.  Lee el resto de la entrada »

Así matamos a los gigantes del bosque

Desde niño siempre me fascinaron las secuoyas. Especialmente un fabuloso ejemplar al que abrieron un gran túnel en su tronco para cruzarle una carretera. Me preguntaba ¿no sería más fácil rodearlo que atravesarlo? A través de Twitter, un reportaje publicado en Amusing Planet me ha recordado mis dudas y fascinaciones infantiles con este árbol. Muestra una serie de fotos de leñadores realizada en 1915 en Humboldt County, California, cuando la tala de secuoyas estaba en su apogeo. Las imágenes son parte de las colecciones de la Universidad Estatal de Humboldt y fueron realizadas por el fotógrafo sueco A.W. Ericson.

Cuando se descubrió oro en el noroeste de California en 1850, miles de personas se lanzaron a las remotas regiones donde crecían las secuoyas en busca del preciado metal. Fracasaron y se tuvieron que conformar con explotar otra riqueza, la madera de esos bosques milenarios donde crecen las coníferas más altas del planeta. Algunos de esos gigantes caídos tenían más de 2.000 años. Nacieron varios siglos antes de que lo hiciera Jesucristo, pero les dio igual. Los talaron.

El impacto fue terrible, a pesar de que fotografías como las del sueco Ericson pusieron en marcha los primeros movimientos ciudadanos para lograr su protección. En esa época las secuoyas cubrían más de 8.100 kilómetros cuadrados de la costa de California. Cuando finalmente el Redwood National Park fue creado en el año 1968, casi el 90% de los bosques originales de secuoyas habían desaparecido.

¿Imágenes del pasado? En absoluto. Las grandes secuoyas están finalmente protegidas, incluidos gigantes como Hyperion, una secuoya roja de 115,55 metros, el ser vivo más alto del mundo. Pero en las selvas del Amazonas, Borneo o Congo seguimos derribando gigantes únicos, los más viejos, grandes y hermosos del planeta, para convertirlos en papel higiénico. Sólo que ahora hemos aprendido. Ya no nos hacemos fotos delante de ellos.

Por cierto, que el nombre de secuoya tiene su gracia. Está dedicado a un jefe cheroqui llamado Sequoyah, aunque este pueblo era propio del centro-este de América del Norte donde nunca ha crecido uno de estos árboles. Un fallo del botánico.

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