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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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Ponen puertas (y alambradas) a los pueblos abandonados

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Muchos “pueblos del silencio”, abandonados durante décadas, vuelven a tener vecinos. ¿Regreso al campo? Pues sí y no. El retorno no es el de la vida rural, comunal, participativa. La mayoría de ellos se han transformado en fincas ganaderas y cinegéticas. Modernas explotaciones gestionadas desde la distancia por empresarios que contratan al personal como harían en una fábrica, sólo que añadiendo al salario la obligación de vivir junto a los animales.

Un único detalle los distingue de otras granjas. Ocupan como suyas casas, plazas, iglesias, ermitas, fuentes, huertas, dehesas. Ya sea en propiedad, alquiler o usurpación directa, lo que durante siglos fue de todos los vecinos lo es ahora de una Sociedad Limitada, de una empresa. Hasta los caminos públicos, cerrados con altas vallas alambradas o protegidos por violentos perros guardianes, han pasado a integrarse en el latifundio.

Las Merindades, en el norte de Burgos, es un terrible ejemplo de esta tendencia al acaparamiento de lo público. En Huidobro, el pueblo de mi suegra, la bella iglesia románica se ha convertido en garaje. Y para visitar la arruinada casa familiar es necesario esquivar perros, toros y miradas de desconfianza.

Fuente Humorera, que en la Edad Media fuera “coto cerrado” del ahora arruinado monasterio de Rioseco, ha pasado a ser finca cerrada de un emprendedor madrileño que aúna la producción de queso ecológico de cabra con la explotación de la caza mayor. Propiedad privada. Prohibido el paso.

Dice mi amigo Elías que mejor esto que las ruinas. Que algunos como en San Quirce o Bujedo de Juarros han convertido las iglesias en salones de bodas familiares, pero al menos las han restaurado. Quizá tenga razón, aunque no me gusta. Poner puertas a los pueblos no es recuperarlos. Es matarlos y enterrarlos.

Foto: Candado que impide el paso por el antiguo camino público entre San Martín del Rojo y Fuente Humorera (del blog Fuente Humorera)

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¿Qué harías tú con un monasterio abandonado?

¿Qué se puede hacer con un bellísimo monasterio cisterciense de claustro herreriano e iglesia gótica abandonado a su mala suerte, a la ruina más dolorosa, a la decadencia más absoluta?

En el burgalés Valle de Manzanedo, a orillas del río Ebro, en un paraje natural de extraordinaria belleza, se encuentran las ruinas de Santa María de Rioseco, de origen remoto e instalación definitiva en 1235. Todavía en 1963 se celebró en su sacristía la última boda, en un templo que aún conservaba por entonces los tres retablos principales y la pila bautismal. Hoy las piedras sagradas que no han sido expoliadas para adornar chalés de veraneo se las reparten por igual las zarzas y los escombros.

Un grupo de arquitectos de Castilla y León se reunió recientemente en la vetusta abadía para discurrir un plan de rescate. A pesar de su entusiasmo, los inconvenientes siguen siendo los mismos: dinero, ayuda, apoyos. La apuesta de los especialistas apunta por convertir el lugar en un jardín botánico de romántica decadencia, elevarlo a icono del turismo ecológico y cultural. Pero lo tienen difícil.

De momento, a los aprovechamientos tradicionales de destrucción del cenobio se han unido dos nuevas variedades, hijas de nuestro tiempo. En primer lugar misas negras, como evidencian las gallinas sacrificadas sobre sus altares o junto a las tumbas profanadas. En segundo lugar, las ridículas batallas incruentas del Paint Ball, culpables de los cientos de manchones de pintura multicolor mancillando la blanca caliza. Tan sacrílegos los unos como los otros, no por la santidad del lugar, perdida tras las desamortización de Mendizábal en 1835, sino por el desprecio mostrado por estas gentes hacia la importancia histórica y artística del lugar, salvajemente violada con tanta incultura.

Dicen algunos que en el monasterio hay espíritus, almas en pena. Que es un lugar magnífico para grabar espeluznantes psicofonías. Parece lógico. Viendo el abandono y la incuria de este fabuloso lugar, es normal que hasta las piedras se quejen.

Fotografías realizadas por Elías Rubio, periodista e investigador, uno de los más entusiastas defensores del patrimonio burgalés.