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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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El astronauta que descubrió a Dios en el zodiaco

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El astronauta Charles Duke, durante la conferencia que pronunció en el Festival Starmus.

“El suelo de la Luna está cubierto de un polvo finísimo, como de harina. Al pisarlo lo notas blando y suave. Y la Tierra es una bola azul suspendida en la oscuridad del espacio, muy arriba. Una vez me caí de espaldas y fue un susto tremendo pues me encontré con la Tierra en lo alto. Lo primero que hice al alunizar fue dormir; había que descansar. En el vehículo espacial podíamos hacer hasta 100 kilómetros, pero apenas nos alejamos 5 por si se rompía y había que volver caminando. A 17 kilómetros por hora parecía que volábamos”.

Éste es un breve extracto del relato preciso, sensible, vivencial, que nos regaló el astronauta Charles M. Duke a quienes asistimos en Tenerife al festival científico Starmus.

Duke es una de las 12 únicas personas que han caminado por la Luna. Fue un largo paseo de 20 horas en 1972. Recuerdo haberle visto en la tele, sonriente, subiendo a la nave con un maletín gigante de la mano y ese traje copiado de Bibendum, el muñeco Michelin.

Su conferencia fue maravillosa hasta que se puso a hablar de Dios. De un cristianismo raro basado en los 12 signos del zodiaco y para el que dice tener pruebas científicas irrefutables.

Sin embargo luego negó la evidencia del cambio climático, asegurando que todo son maniobras políticas encaminadas a perjudicar a los Estados Unidos.

A su lado, el premio Nobel de Química Harold Kroto se hacía de cruces, convencido de que no hay peor ciego que el que no quiere ver. Y ése es el problema. Con toda la incertidumbre que queramos incorporar a los actuales modelos, la Tierra se está calentando y nuestra especie es la culpable.

Que se lo digan por ejemplo a las 35.000 morsas varadas ahora mismo en Alaska ante la falta de hielo. A las aves africanas que han colonizado Europa siguiendo un desierto en expansión. A las extinciones masivas de la mitad de las especies de vertebrados en los últimos 40 años. Este desastre no es una teoría. Es una verdad incómoda refrendada por los más importantes científicos del mundo.

Así que lo siento señor Duke. Le admiro por lo que ha hecho, pero no por cómo piensa.

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Pavo real

Lo reconozco. Soy un ateo muy espiritual. Recolector de tradiciones populares, estos días no he podido evitar el recordar muchas de ellas, buscando solución a la actual crisis económica, al pasear por las frondas misteriosas de la Selva de Irati, en el Pirineo navarro, el hayedo más extenso y primario de Europa.

Fue allí donde, embarrado en mitad del bosque, escuché con asombro el poderoso machaqueo sobre un árbol del picamaderos negro (Dryocopus martius), un ave de leyenda. No estaba haciendo su nido. Tan sólo tamborileaba un viejo tronco para advertir a sus semejantes machos que el territorio estaba ocupado, y en la esperanza de ver aparecer alguna hembra dispuesta. Dice la gente mayor que, cuando se oye el golpeteo de un pájaro carpintero, las oportunidades llaman a tu puerta. Aún estoy esperando su llegada, pero no desisto.

Oportunidad la que tuve media hora después, al escuchar en un claro del bosque el inconfundible reclamo del cuco (Cuculus canorus). Recordé que era el primero del año, así que casi maquinalmente hice lo que un viejecito me recomendó hace tiempo. Llevarme la mano al bolsillo. “Si tocas monedas será un año de dinero”, aseguran. Desgraciadamente, sólo llevaba el teléfono móvil y, efectivamente, desde entonces no deja de sonar, pero pidiendo, no dando.

Dentro de mi relación mágico-descreída con el mundo animal la guinda se la lleva el pavo real (Pavo cristatus). En la tradición cristiana es signo de inmortalidad, pero también de vanidad. Siempre ha sorprendido que un animal tan bello emita como único canto un destemplado trompeteo, terrorífico cuando se oye por las noches. Estos días en Gran Canaria, el señor Anselmo me dio una nueva explicación sobre tan estentóreo canto. “¿Lo ves hermoso y ufano?”, me dijo señalando al más elegante. “Pues lo que grita sin parar es ‘A peor, vamos a peor’, así que aplícate el cuento”.

¿Veis por qué es mejor no creer en estas cosas?

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