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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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La posible extinción de las abejas ya tiene novela y es sensacional

Hace ahora 55 años Rachel Carson horrorizó al mundo al explicar en un libro cómo la generalización en el uso del DDT, un peligroso y cancerígeno insecticida, llevaría al mundo hacia una Primavera Silenciosa. Un planeta sin aves canoras. Bosques y campos sin otros sonidos que el viento y nuestros coches. Una década después de publicado su trabajo se prohibía la producción y uso del DDT. Pero no hemos aprendido nada.

Ahora el uso masivo de los plaguicidas sistémicos o neonicotinoides es un factor clave en el declive de las abejas. Se une a otros factores graves como el cambio climático, la contaminación de aire, suelos, agua y hasta sonora, la homogeneización del paisaje, la agricultura industrial, nuevas enfermedades e incluso la llegada de terribles invasores como la asesina avispa asiática. Tantos males unidos están poniendo contra la espada y la pared a las abejas del planeta. Lee el resto de la entrada »

Los plaguicidas nos arrastran hacia un mundo silencioso… y hambriento

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Imagen: © Colin Grey / Wikimedia Commons

En 1962 Rachel Carson horrorizó al mundo al explicar cómo el DDT, peligroso y cancerígeno insecticida, arrastraba al mundo hacia una Primavera Silenciosa. Un planeta sin aves canoras. Bosques y campos sin otros sonidos que el viento y nuestros coches. 10 años después se prohibía su producción y uso. Pero no hemos aprendido nada.

Una revisión de la literatura científica publicada en los últimos años sobre los plaguicidas sistémicos o neonicotinoides confirma que están causando daños significativos a un gran número de especies de invertebrados beneficiosos y son un factor clave en el declive de las abejas.

Según los autores del estudio, el uso generalizado de estos productos está teniendo un impacto similar al del DDT y su efecto va más allá de las tierras de cultivo.

Según explica SEO/BirdLife a través de un comunicado, lejos de asegurar la producción de alimentos, estos plaguicidas están amenazando la propia capacidad productiva a largo plazo, pues reducen o eliminan los polinizadores y los controladores naturales de las plagas, elementos clave del buen funcionamiento de los sistemas agrarios.

La preocupación sobre el impacto de los plaguicidas sistémicos o neonicotinoides en una amplia variedad de especies beneficiosas ha crecido en los últimos 20 años, pero hasta ahora las evidencias no habían sido consideradas concluyentes.

Para realizar un análisis completo de la situación, el Task Force on Systemic Pesticides, un grupo internacional de científicos independientes que asesora a la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN), ha revisado durante cuatro años toda la literatura científica disponible, más de 800 estudios publicados en revistas de alto impacto sometidas al sistema de revisión por pares.

Este meta-análisis, el Worldwide Integrated Assessment (WIA), será publicado próximamente en el Journal Environment Science and Pollution Research. Su conclusión es que hay claras evidencias de que los plaguicidas sistémicos causan un impacto tan grave que exigen una imperiosa regulación de su uso.

 

Las aves agrarias están en declive 

Para SEO/BirdLife, ésta es una prueba más de la degradación ambiental de los sistemas agrarios, detectada ya a través de sus programas de seguimiento de aves, que muestran un declive continuado de las especies comunes asociadas a los paisajes agrarios.

Por ejemplo, la golondrina, Ave del Año de 2014, muestra una reducción de su población de más del 30% en la última década. Y otras, como la codorniz, el sisón o la calandria están en una situación similar.

El uso de plaguicidas se une a otros factores que influyen en este escenario de pérdida de biodiversidad, como la reducción directa de hábitats favorables o enfermedades nuevas traídas con el comercio internacional de mercancías.

Aunque la UE ya ha prohibido temporalmente el uso de estos productos en algunos cultivos, el problema tiene una escala global. De acuerdo con SEO/Bird Life, sería necesario empezar a trabajar en un cambio profundo del modelo agrario, reconectando los sistemas productivos a los ciclos naturales.

Esto podría tener un impacto en los rendimientos por hectárea en ciertas zonas, pero igualmente acabaría reduciendo los costes crecientes en inputs y ofrecería más garantías de futuro sobre el suministro de alimentos. Cuestión que por otra parte requiere atajar también otros problemas como la distribución, el acceso y el desperdicio de comida, junto con los modelos de consumo y las dietas.

En todo caso, lo fundamental ante los neonicotinoides sería aplicar el principio de precaución, pero no se hace. El principio máximo de nuestra sociedad actual es el del negocio. Los que vengan detrás, ya sean abejas, pájaros o nuestros hijos, que arreen.

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Los plaguicidas ponen en peligro a las abejas y a toda la agricultura

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En 1962 Rachel Carson nos habló de esa Primavera Silenciosa, un planeta sin aves canoras al que estábamos condenados si seguíamos utilizando el DDT, peligroso y cancerígeno insecticida. 10 años después se prohibía su producción y uso, aunque todavía hoy la leche materna presenta altas concentraciones de este tóxico; las mujeres españolas el doble que la media europea.

En la India un antiinflamatorio, el diclofenaco (Voltarén), utilizado tanto para la artritis en humanos como para tratar afecciones del ganado, provocó en una década el exterminio del 95% de los buitres, decenas de millones de ejemplares. Los medicados cadáveres reventaban los riñones de las carroñeras, al provocarles una mortal insuficiencia renal. Su uso veterinario está ahora prohibido.

Como con los buitres, algo muy parecido está ocurriendo con las abejas. Desaparecían por millones y nadie sabía la razón. El misterio de las colmenas vacías ha sido finalmente desvelado. La culpa la tienen los plaguicidas neurotóxicos. Ante las muchas evidencias científicas, la Comisión Europea propuso en enero pasado prohibir tres de estos insecticidas (imidacloprid, tiametoxam y clotianidina). Pero es una solución parcial. En realidad se deberían prohibir todos. Urgentemente.

Un mundo sin abejas es mucho peor que un mundo sin pájaros. Por cada euro que estos insectos producen en forma de miel, polen, cera, jalea real o propóleo, revierten 20 euros en forma de polinización. Sólo para Europa este desinteresado trabajo vale 22.000 millones de euros, pues de él depende la germinación del 84 % de los 264 principales cultivos agrícolas. Lo mismo ocurre con las plantas silvestres.

Empeñados en convertir la producción mundial de alimentos en una beneficiosa factoría de enormidades enlatadas no nos damos cuenta de lo evidente: sin abejas no hay paraíso. Ni futuro.

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