Félix Rodríguez de la Fuente no fue al colegio hasta los 10 años. Su escuela fue el monte; sus profesores los pastores. La que él mismo denominó “agreste infancia” en Poza de la Sal marcó su futuro profesional, pero ante todo forjó una arrolladora personalidad de éxito: aventurera, curiosa, entusiasta.
Esta semana he estado con Francesco Tonucci, el famoso psicopedagogo y dibujante italiano empeñado en rediseñar las ciudades pensando en los niños.
- Ciudades donde los más pequeños jueguen solos en las calles y vayan también solos al colegio.
- Ciudades con grandes parques en los que poder adentrarse sin adultos.
- Ciudades que les permitan aprender del riesgo y la aventura de explorar el mundo por sí mismos.
En su opinión, cuanto más curiosos e independientes sean nuestros hijos, más y mejor desarrollarán sus capacidades pero, sobre todo, más felices serán.
Félix sería la demostración de lo acertado de estas teorías. Aunque seguramente más de uno dirá:
“Eso de jugar los niños en la calle o en el campo se podría hacer antes, pero ahora es imposible. Los pueden raptar o atropellar un coche”.
¿Imposible? No tanto. Precisamente también estos días se ha presentado en Cerceda (Madrid) la primera Bosquescuela de España. Educación infantil al aire libre, bilingüe y homologada, un sistema ya implantado con gran éxito en el norte de Europa.
Según un estudio de la Universidad de Heidelberg, los niños que estudian en el bosque, haga frío o calor, siguen mejor el ritmo de la clase, prestan más atención, hacen sus deberes de forma más autónoma, respetan mejor las reglas, resuelven conflictos de forma más pacífica, se expresan y argumentan mejor, son más creativos y tienen más fantasía.
No por casualidad, la promotora de esta peculiar escuela forestal es la Fundación Félix Rodríguez de la Fuente.
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