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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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Realidad tozuda: así arruinan las macrogranjas a los ganaderos

Cerdos en una explotación ganadera. Foto: EUROPA PRESS

Supongamos por un momento que la polémica (política y tendenciosa) de las macrogranjas no existe y que, en nuestro imaginario como consumidores acríticos la única diferencia frente a las microgranjas y la ganadería en extensivo es el precio final de la carne. Supongamos que pensamos que en el mercado hay sitio para todos, igual que convive un centro comercial al lado de una tiendita de barrio. Supongamos, como defiendo en este artículo de opinión en 20Minutos, que el jamón del bueno no existe.

Pero dejemos de suponer, o de hacer caso a babiecas interesados, y veamos qué dicen los expertos de Europa respecto a este modelo. Porque la verdadera realidad es tozuda, la señale Agamenón o su porquero: las macrogranjas están arruinando a los ganaderos españoles. Y lo que es peor, lo hacen a un precio altísimo, provocando graves daños ambientales, sociales, ecológicos y, por supuesto, económicos.

El trabajo se titula «El sector de la carne de porcino de la UE» y puede consultarse su versión completa en este enlace. Es un documento redactado hace casi ya dos años por el Think Tank del Parlamento Europeo, preparado y dirigido a los diputados y al personal parlamentario como material para ayudarles en su trabajo parlamentario.

Veamos ese estudio, aunque hay que destacar que los problemas aquí expresados para el sector porcino son muy parecidos a los que ocurren con las macrogranjas de vacas (carne o leche) y de gallinas (carne y huevos). Para ello me voy a basar en un excelente resumen que hace en Facebook el biólogo sevillano que publica bajo el perfil de Meles meles marianensis. Lee el resto de la entrada »

Desde enero, se acabó vivir (y sufrir) como un cerdo

Matanza del cerdo

Comer como un cerdo. Vestir, oler, sudar, gritar, comportarse como un cerdo, marrano, guarro, puerco, gocho, cochino. No salen bien parados estos pobres animales a pesar de su importancia para nuestra alimentación desde su temprana domesticación en tiempos neolíticos. Y eso que de ellos “nos gustan hasta los andares”. Pero no vivir como ellos. Mucho menos como los teníamos hasta ahora en las grandes fábricas de carne que algunos llaman granjas de producción industrial, de donde procede la mayor parte de los 42 millones de cerdos que cada año se sacrifican en España.

Las veces que entré en alguna de ellas quedé sobrecogido. Nada que ver con ese animal casi familiar cuidado con mimo en el pueblo, gigantesco y atemorizador desde una mirada infantil, pero siempre inmejorablemente alimentado. Cuando le llegaba su San Martín, la matanza, aunque salvaje a mis ojos, era toda una fiesta popular. Comida abundante, canciones, mil anécdotas, enseñanzas y trabajo para todos; pura universidad de la supervivencia.

Por suerte, desde enero pasado esa tortura injustificada de cerdos, al igual que se ha hecho con el resto de los animales de granja, se ha terminado gracias a la aplicación de las nuevas exigencias europeas sobre bienestar animal. Obligación, por ejemplo, a que los suelos no sean resbaladizos, a disponer de al menos 8 horas diarias de luz, poder salir al aire libre en espacios con cobertizos protectores de las inclemencias del tiempo y, lo más importante, tener espacio suficiente para moverse y tumbarse sin agobios, algo hasta ahora imposible.

¿Bienestar animal? Ya lo dijo Mahatma Gandhi:

“La grandeza de una nación y su progreso moral pueden ser juzgados por el modo en que se trata a sus animales”.

Y durante más de medio siglo, aquí en Europa les hemos tratado a los cerdos con sadismo, haciendo buenas las palabras del gran Leonardo Da Vinci, quien aseguraba:

“Verdaderamente el hombre es el rey de las bestias, pues su brutalidad sobrepasa la de aquellas”.

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