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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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En busca del pedo ecológico

Detrás del cambio climático no sólo están coches e industrias. Parece cosa de chiste, pero una vaca lechera puede contaminar cuatro veces más que un automóvil.

Estudios del Ministerio de Medio Ambiente confirman que el estiércol y las flatulencias ganaderas representan el 6 por ciento de las emisiones españolas a la atmósfera, unas 25.000 kilotoneladas equivalentes de CO2.

Y eso que aquí la crisis ha reducido nuestra cabaña ganadera. Porque en otros países como Nueva Zelanda, este aporte digestivo de gases supone el 50 por ciento de sus emisiones contaminantes. Allí incluso se barajó en 2003 la posibilidad de implantar como impuesto ganadero la Flatulence Tax, pero finalmente no prosperó.

Para luchar contra tan maloliente problema, los científicos se han puesto manos a la obra.

Los primeros fueron los investigadores de la Universidad de Hohenheim, quienes han fabricado unas pastillas vegetales que transforman el metano digestivo de los bóvidos en glucosa. Reducen así sus flatulencias como si tomaran pastillas de Aero-red, obteniendo cacas más dulces e inofensivas. Otros, como los del Instituto de Investigaciones Medioambientales de Aberystwyth (Gales, Reino Unido), proponen cambiar la dieta de esos animales para hacerla más digerible. Darles plantas más digestivas. Ignoro si también pastillas de Almax.

Y ahora son los australianos quienes anuncian su intención de trasplantar una bacteria propia de los canguros al estómago de las vacas con el fin de lograr pedos ecológicos, sin el venenoso metano. Los trabajos están, sin embargo, todavía en una etapa muy preliminar y aún deberá esperarse tres años antes de poder empezar a desarrollar la nueva técnica con éxito.

Menos que las vacas, pero nosotros también somos productores de metano. Hace años, escribiendo sobre los efectos de una ola de frío, una simpatiquísima señora me aseguraba entre risas que, contra las bajas temperaturas en casa, lo mejor era meterse en la cama y caldearla convenientemente a golpe de flatulencias. Ella era viuda y vivía sola, así que no tenía especiales problemas de convivencia. Supongo que no me haría ahora caso si le dijera que con su acción, además de calentar el lecho, estaba involuntariamente calentando la atmósfera. No se lo creería. Me diría que estamos exagerando con todo esto del cambio climático y seguramente tendría bastante razón ¿no os parece?

Al final, hasta por comer un plato de fabada vamos a tener remordimientos medioambientales. ¿Creéis que nos acabarán obligando a seguir una dieta estricta baja en hidratos de carbono por el bien de la atmósfera? Lo llevamos claro.