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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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Tráfico ilegal de monos para experimentos contra la malaria

Nuestra especie humana es terrible. Como un dios chapucero, todo lo que intentamos arreglar lo estropeamos. Seguíamos con ilusión el trabajo del inmunólogo colombiano Manuel Elkin Patarroyo, descubridor de la primera vacuna sintética contra la malaria, una enfermedad que, cada año, afecta a entre 300 y 500 millones de personas y mata a cerca de tres millones, en su mayoría niños y mujeres embarazadas. Sabíamos que su lucha era contra el virus, pero también contra las reticencias de las multinacionales farmacéuticas, pues no resulta rentable intentar salvar las vidas de los pobres. Nos alegramos cuando le concedieron en 1994 el Premio Príncipe de Asturias. Y ahora nos entristecemos con las acusaciones que le responsabilizan de estar acabando con las poblaciones de unos pequeños monos nocturnos en el corazón del Amazonas, a los que utiliza como conejillos de Indias en sus estudios. Le han autorizado a capturar 1.500 micos, pero el número real puede ser mucho mayor.

La médica veterinaria Lina María Peláez abandonó el trabajo junto a Patarroyo precisamente por ello. En su carta de renuncia alegó como razones para su salida:

«El daño ecológico que causan las personas que sin previo entrenamiento capturan en forma indiscriminada a los micos de la especie Aotus nancymae y arrasan con los bosques primarios; la falta de permiso para experimentar con esta especie, pues el permiso es para otra; el incentivo para el tráfico indiscriminado de especies silvestres, ya que cualquiera viene a vender los micos, y la falta de resultados».

Rápidamente Patarroyo ha rechazado el supuesto maltrato y tráfico ilegal de monos con Perú y Brasil para sus investigaciones. Desgraciadamente, el espléndido trabajo de los periodistas de la revista colombiana Cambio deja poco espacio para la duda. Como sobrecogedoras son las imágenes aportadas por ellos.

El fin supremo de salvar millones de vidas humanas podría justificar la extinción de una especie animal. También incluso el sufrimiento de estos pobres animales en el laboratorio. Pero me surgen dos dudas sin respuesta.

La primera: ¿No es más fácil y civilizado poner en marcha un programa de cría en cautividad de esos micos?

La segunda: ¿De verdad Patarroyo conseguirá algún día esa necesaria vacuna, o todo quedará en el sueño de un ambicioso visionario como una parte de la comunidad científica internacional ya le señala, junto a miles de monos inútilmente muertos y una selva empobrecida?