Hubo un tiempo, lejano, en el que los nobles querían ser pastores. Recitaban románticas églogas y se vestían como tales en un bucólico intento por acercarse a lo más amoroso de la naturaleza, el idilio. Luego llegaron hembras poderosas, como La Serrana de la Vera, y se torció el asunto. Al final los pastores quedaron sumidos en el último eslabón laboral, a pesar de que su trabajo era fundamental para garantizar la subsistencia de todo un pueblo. Quien no valía para otra cosa, o no tenía tierras, terminaba de pastor.
Todo ha cambiado. A peor. La ganadería agoniza y, a pesar de que seguimos necesitando pastores para apacentar nuestros rebaños, prácticamente nadie quiere hacer este trabajo. O no sabe hacerlo. Una necesidad tan acuciante que ha obligado a desarrollar escuelas de pastores.
Ofertando un futuro mejor para los jóvenes en el medio rural, las hay ya en Picos de Europa, Andalucía, Cataluña o Arantzazu (Guipúzcoa). Y no son cursos fáciles, pues para un hombre o mujer de ciudad, acceder a los mínimos conocimientos y saberes ganaderos para mejorar la rentabilidad de una explotación obliga a un elevado esfuerzo.
En realidad nuestros ganaderos en extensivo del siglo XXI son pastores de biodiversidad. Ya lo eran antes, pero no lo sabíamos. Su sabio manejo de pastos y montes favorece el desarrollo de muchas especies animales y vegetales amenazadas. Los dientes del ganado actúan como inmejorables cortafuegos, manteniendo un paisaje agroforestal que gracias a ellos ha permanecido casi invariable a lo largo de miles de años. El estiércol fertiliza el suelo y da vida a insectos y aves. Involuntariamente, sus reses garantizan la supervivencia de lobos, osos, buitres y quebrantahuesos. Y todo ello produciendo una carne, leche y quesos de calidad excepcional.
Son tiempos difíciles, es verdad. Pero a estos jóvenes que ahora se enfrentan a la aventura de ser pastores es difícil que les falte trabajo. Y su visión moderna de la profesión seguro que les permite dignificar una profesión que nunca deberíamos haber arrinconado. Nos va en ello la supervivencia.
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