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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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La crisis vuelve a poner de moda la caza de pajaritos

Eran escenas de los años de hierro, de los tiempos de la pobreza extrema, el hambre y el analfabetismo. Gentes sin oficio ni beneficio, obligadas a ganarse unas pocas perras gordas cazando pajaritos con cepos de ballesta hechos de chatarra reaprovechada. Que luego se comían fritos en casa o vendían en los bares para ser consumidos como esquelética tapa entre chato y chato de vino.

Zorzales, colirrojos, currucas, gorriones, petirrojos, mirlos,… Ave que vuela a la cazuela. O a la sartén.

¿Escenas del pasado? Desgraciadamente no. Entre otras muchas calamidades esta crisis nos ha traído de nuevo a los pajareros. Especialmente en el sur de la Península, mayoritariamente en los extrarradios de las grandes ciudades, la caza de pajarillos vuelve a estar de moda. De triste moda.

No os confundáis. No es una necesidad. Esta raquítica caza ni da dinero ni aplaca el hambre. Se hace más que por otra cosa por aburrimiento de parado. Por hacer algo. Ajenos a la barbaridad de matar unas avecillas insectívoras que han elegido nuestro país para pasar el invierno. Protegidas con cariño en sus lugares de cría y comidas en el nuestro. Vergonzoso.

Está prohibido, es verdad, pero da lo mismo. Este método es ilegal y la utilización de tales trampas mortales puede suponer desde multas hasta penas de cárcel. El problema es que muchos de quienes deberían perseguirlos les permiten seguir matando con esa condescendencia que da la lástima. Pobre gente. Sólo son unos pajarillos. Unos pocos miles, cientos de miles de pajarillos, de aves canoras, de beneficiosas aves.

Yo no estoy de acuerdo. Seremos pobres pero nos queda la cultura y el respeto a las leyes. Con los cazadores de pajaritos tolerancia cero. ¿No opinas tú lo mismo?

Foto: Ecologistas en Acción-Jaén

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Un mes matando pajaritos en Castellón

Decenas de cazadores de pajaritos de Castellón darán rienda suelta desde esta semana y durante más de un mes a su pasión más primaria: matarlos.

Hasta el próximo 22 de noviembre, la Guardia Civil y los agentes de Medio Ambiente no podrán hacer nada contra ello por una razón de peso. Dicha matanza es legal, está autorizada, y cuenta con todas las bendiciones políticas pues, supuestamente, no se matan, tan sólo se capturan. Se encarcelan.

Los pajareros castelloneses hacen gala de dos eufemísticas denominaciones, clara muestra de hasta dónde se puede manipular el lenguaje. Se les llama silvestristas otoñales o, más técnicamente, «cazadores de enfilat Opción-B». Son más de medio millar.

A pesar de las protestas de la Unión Europea y de los grupos conservacionistas españoles, cazaron el otoño pasado y lo vuelven a hacer ahora durante 35 días seguidos, como también se lo permitieron hacer este verano. ¿La razón? Una única. Es un sistema de caza tradicional, algo tan supuestamente divertido como la caza inglesa del zorro, sólo que con aves y en versión valenciana.

Les explico el método. Cada pajarero sale al campo con 20 pequeñas jaulas donde tienen encerrados jilgueros, pardillos u otros pequeños fringílidos capturados en otras ocasiones con el mismo método. Montan grandes redes abatibles de 8 metros de largo por dos metros de ancho, en unos amplios cazaderos fijos construidos a propósito en sitios estratégicos por donde pasan habitualmente los mayores bandos de pajarillos, la mayoría de ellos agotados migradores europeos en su viaje otoñal hacia el sur de Europa y norte de África.

Allí los cazan a diario por cientos, haga frío o llueva, y sin ningún control especial ni de los agentes de Medio Ambiente ni del Seprona. Tampoco lo necesitan, pues el final último de la mayoría es siempre el mismo e inconfesable. Muchos de esos amantes de la naturaleza los matan con sus propias manos, asfixiándolos o retorciéndoles el pescuezo, para tras desplumarlos y destriparlos guardarlos en arcones congeladores para su aprovechamiento culinario. Como pajaritos fritos o, mucho más tradicional, en paella de pajaritos. ¿Delicioso? Deleznable.

Me dirán algunos que no, que muchas de esas decenas de miles de aves así capturadas se utilizan como aves de jaula.

Pues tampoco. Para esa clase de gente está la licencia valenciana del Enfilat Opción-A que les permite hacer capturas todos los fines de semana de julio y agosto, pero sólo de pajarillos jóvenes machos,

“por ser los únicos aptos para aprender el canto limpio y sin copiar notas de otras especies”.

Desengañados, los conservacionistas ya han presentado dos denuncias en el Juzgado, una por la vía civil y otra por la vía penal, con las que confían tanto en desenmascarar a estos pajareros asesinos como a esos funcionarios presuntamente corruptos, que a sabiendas de que las aves acabarán en la sartén, conceden estas 500 licencias sin ningún control.

No es por desanimarlos, pero dudo que lo consigan. Tradición, política, gastronomía y pasteleo van siempre demasiado unidos.