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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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Récord de buceo… para un pájaro

Cuesta creerlo, pero en esto del deporte los pájaros nos ganan por goleada.

Tal es el caso del submarinismo. Aunque no se trata en sí misma de una especialidad olímpica, el buceo, parte fundamental de los espectaculares saltos de trampolín, es un popular evento deportivo que se introdujo por primera vez en unas Olimpiadas en 1904.

Los atletas olímpicos se tiran desde una altura de 10 metros a una piscina con menos de 5 metros de profundidad, algo ampliamente superado por charrranes, alcatraces o piqueros, capaces de lanzarse en picado desde alturas inverosímiles y salir con un pescado en el pico como si tal cosa.

Otra especialidad deportiva mucho más peligrosa, la apnea o buceo a pulmón, está igualmente superada no sólo por los cetáceos, sino también por algunos pájaros. El récord mundial entre los humanos lo tiene de momento el neozelandés Dave Mullins, quien ha sido capaz de descender (y ascender) a la increíble profundidad de 244 metros con una única inspiración.

Pero hay un pájaro que ha llegado mucho más abajo. Ha pulverizado nuestro récord, tras bajar sin lastre ni cuerdas hasta los 540 metros de profundidad.

Los ornitólogos nos presentan la hazaña como si fuera un concurso deportivo donde compiten las aves más amenazadas del Planeta. ¿Cuál de estas cuatro especies es la campeona olímpica?

– El mérgulo de pico corto (Brachyramphus brevirostris).

– El pingüino emperador (Aptenodytes forsteri).

– El albatros viajero (Diomedea exulans).

– El arao de Brunnich (Uria lomvia).

¿Lo han adivinado?

El ganador es el pingüino emperador, quien frente a los cuatro minutos aguantados bajo el mar por nuestro plusmarquista mundial, con apenas 25 kilos de peso es capaz de mantener la respiración hasta 18 minutos, algo que no logra ninguna otra ave, descendiendo a profundidades mesopelágicas donde apenas llega la luz del sol.

Exclusivo de las Antártida, tal fenomenal adaptación de un ave al submarinismo no le ha permitido escapar del peligro de extinción al que el cambio climático le está abocando. Tampoco su desbordante belleza y extraordinaria biología, famoso por los «corros con relevo» que hace como método térmico para luchar contra la terribles tormentas antárticas, o sus asombrosos viajes a pie para anidar y reproducirse.

Es el emperador de las aguas heladas, campeón olímpico de buceo pero, si no lo remediamos, acabará pronto convertido en rara atracción de los zoológicos y de bellísimos documentales como El viaje del emperador.

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¡Viva el turismo inactivo!

Este domingo se clausura en Madrid la trigésima edición de la feria de Fitur, el gran escaparate mundial del turismo. La mayoría de las 11.000 empresas e instituciones allí reunidas han intentado y siguen intentando captar la atención del turista global, ese curioso impenitente capaz de gastarse grandes cantidades de dinero en descubrir lo que hay al otro lado del mapa.

Los griegos ya se iban de Olimpiadas, y seguramente antes ya había largas romerías y peregrinaciones, algo así como un incipiente turismo religioso. Ahora somos cerca de 1.000 millones los que nos movemos por todo el mundo cada año de un país a otro, sólo por diversión. Gastándonos la nada despreciable cifra de 625.000 millones de euros anuales. Mucho movimiento, mucho gasto, pero también muchos desequilibrios y mucho despilfarro energético.

En los últimos 50 años la estrella fue el turismo de sol y playa. Un sector en el que España se especializó de una forma tan terrible como terriblemente destruida quedó su costa. Agotados de este modelo, hemos vuelto ahora la atención al mundo rural, al turismo ecológico y cultural. Sin embargo, somos seres inquietos. Llegamos a un lugar nuevo y preguntamos: ¿qué se puede hacer aquí? Nació así el turismo activo y de aventura: rafting, surf, kayak, puenting, 4×4, quads,… Ser superhéroes durante unas horas, antes de regresar a la realidad de la oficina.

Yo sin embargo, cada vez soy más partidario del turismo inactivo o, mejor dicho, del turismo plácido. Ir a zonas rurales para pasear, leer, hablar con la gente, extasiarme ante el vuelo de una mariposa o el color de una flor. Lo que los italianos denominan “dolce far niente” y podríamos traducir como “refinada holgazanería”. Es lo más cómodo y ecológico, pero también lo más económico, saludable y lógico. ¿No os parece que al final nos estresamos más con esas vacaciones tan activas que con el propio trabajo? Entonces ¿para qué correr tanto?

Como reza un viejo proverbio árabe,

“la simplicidad es un tesoro infinito, si no puedes alcanzar lo que anhelas, conténtate con lo que tienes”.

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