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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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Disfruta las greguerías camperas de Gómez de la Serna

Ramón Gómez de la Serna en su abarrotada mesa de trabajo, una pura greguería.

Los aforismos vuelven a estar de moda. Dicen que la culpa la tiene Twitter, por eso de tener que concentrar las ideas del mundo en un puñado de caracteres. Dicen que también tiene la culpa, o el mérito, vaya usted a saber, nuestra frenética vida actual, incapacitada para la lectura sosegada de textos largos, ávida de píldoras que nos permitan seguir viviendo sin caer en la estulticia.

Pero en realidad esto de los aforismos no tiene nada de nuevo ni está provocado por los tiempos modernos. Vienen de muy lejos, de nuestros orígenes como seres pensantes en la Grecia clásica (Hipócrates, Epícteto). Y a partir de ahí es ya un género asentado en la literatura universal.

En España, los comienzos del siglo XX fueron una época de oro para el aforismo, cultivados por grandes plumas como Unamuno, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Max Aub, Jardiel Poncela, José Bergamín [dijo Bergamín que «el aforismo no es breve sino inconmensurable»], Eugenio d’Ors y, cómo no, el gran Gómez de la Serna, inventor de sus personalísimas greguerías.

Confieso mi debilidad por las greguerías de Ramón Gómez de la Serna (Madrid, 1881​-Buenos Aires, 1963), deliciosos aforismos tan personales, tan agudos, mezcla de humor y metáfora, que siempre me provocan una sonrisa. Y que hoy me gustaría compartir con todos vosotros en este post, seleccionado tan solo los más relacionados con los gustos de ésta vuestra ambiental Crónica Verde.

¿Mi greguería favorita? El libro es un pájaro con más de cien alas para volar Lee el resto de la entrada »

Las dos Españas también se conocen por sus fiestas con animales

Herrerillo y carbonero en un comedero artesanal

Herrerillo y carbonero en un comedero artesanal. Foto © Chris Gomersall / RSPB

Mi compañera y bloguera Melisa Tuya nos dejaba ayer boquiabiertos a todos con su último post:

El ayuntamiento de Casarrubios del Monte, un pueblo de Toledo con algo más de 5.000 habitantes, organiza como espectáculo estrella de las fiestas llenar de matojos y conejos la plaza de toros y soltar luego perros «conejeros» para que los cacen. No se me ocurre una estupidez mayor. Se supone el coso repleto de vecinos, aplaudiendo cómo los canes persiguen como locos a los lagomorfos. Muy parecido a las carreras de galgos que también organizan, sólo que aquí en lugar de liebre mecánica hay aterrorizados conejos buscando inútilmente refugio bajo aulagas de quita y pon.

Tampoco es para tanto, explicará al juez el alcalde, el socialista Jesús Mayoral. Sí, al juez, porque tanto al edil como a los dos concejales de festejos les ha caído una contundente denuncia por maltrato animal. No sólo por ser el acto contrario a la Declaración Universal de los Derechos de los Animales, sino porque también vulnera la normativa regional de Protección de Animales y de Espectáculos Públicos.

¡Serán brutos! No tan bestias como los salvajes de Tordesillas y otros amigos de torturar morlacos, para quienes si no hay sangre en las fiestas no hay diversión, pero burros y/o paletos a fin de cuentas.

Es normal que se hagan estas cosas en pueblos pequeños, justificará más de uno. Con algo se tienen que entretener cuando no hay presupuesto para otras cosas, replicará el de al lado. Pues no. Lo siento pero no.

Frente a esa España torturadora y cateta hay una España moderna y sensible. Por ejemplo la del pueblo madrileño de Venturada, apenas 2.000 habitantes pero mira qué diferencia:

Este sábado 24 de septiembre celebran la #FeriaSierraNorte y lo hacen por todo lo alto en inteligencia. Con presentación, degustación y venta de alimentos de proximidad y artesanos, productos ecológicos de huerta, lácteos procedentes de ganadería local, miel y vinos de la zona. Además coincidirá con la presencia allí del mercado itinerante “La Despensa de Madrid”. Habrá típico desayuno serrano de migas con chorizo y para comer, igualmente gratis, patatas con costillas. También alimentarán el espíritu. El plato fuerte vendrá de la mano de Enrique Baquedano, director del Museo Arqueológico de Madrid, quien presentará el Parque Arqueológico El Valle de los Neandertales. Tampoco faltará la música, la danza y el teatro. E incluso pateos por el campo y hasta una quedada ciclista.

Pero no se vayan de este maravilloso pueblo porque aún hay más: exhibiciones de oficios antiguos y talleres de apicultura, de comederos para aves, de jabones a partir de los derivados de la fabricación de biodiesel e incluso un taller de huellas de animales. ¿No es todo increíblemente atractivo?

Decía el genial Antonio Machado:

Españolito que vienes

al mundo te guarde Dios.

Una de las dos Españas

ha de helarte el corazón.

No sé a ti, pero a mí me hiela el corazón la España de Casarrubios del Monte y me lo inflama de alegría la España de Venturada.

Gracias a Melisa por darme la idea de este post y a Carmen Jiménez por promover con tanta ilusión la Feria de la Sierra Norte.

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Mucho cuidado con los ambientadores

Olfato

© Dennis Wong / Creative Commons

¿A qué huele el pasado? Para Neruda era una fragancia de lilas. Para Antonio Machado un limonero maduro. Y para nuestras abuelas lavanda y sábanas almidonadas. El presente huele mucho peor. Huele a ambientador, a supuestos aromas de fresa, manzana, orquídea, chocolate y hasta a Spa. Falsos aromas artificiales que no eliminan los malos olores. Los ocultan bajo otros más intensos… y peligrosos.

La pasada semana, la Comisión de Sanidad del Congreso de los Diputados aprobó una proposición no de ley por la que insta al Gobierno a retirar del mercado aquellos ambientadores, velas perfumadas, inciensos y otros productos análogos que pudieran originar emisiones nocivas para la salud.

Como demostró el año pasado la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU), algunos de estos artículos desprenden sustancias tóxicas, cancerígenas, alergénicas y contaminantes que, lejos de crear ese pretendido bienestar publicitario, empeoran considerablemente la calidad del aire.

Porque al contrario que en los tiempos de las abuelas, cada vez pasamos más horas (y días) encerrados en los mismos espacios enrarecidos. Se nos olvidó la saludable costumbre de ventilar todas las mañanas las habitaciones, el mejor ambientador del mundo: aire puro.

No se trata de alarmar. No todos los ambientadores e inciensos son peligrosos. Pero lo increíble es que después de casi 50 años de uso continuado y masivo, nuestras autoridades caigan ahora en la cuenta del desconocimiento que tenemos sobre sus efectos para la salud. En pequeñas cantidades, es verdad, pero durante larguísimos tiempos de exposición.

Espero un estudio rápido que elimine los productos más peligrosos. Mientras tanto seguiré el ejemplo de mis abuelas. Ventilar y poner saquitos de lavanda y jabones entre la ropa. Los olores de mi pasado.

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Pikachu vence al quebrantahuesos

Ayer hice una prueba desoladora con mi hijo de 10 años. Le enseñé una revista de turismo ornitológico y sólo fue capaz de identificar la fotografía de un águila imperial, ignorando los nombres de grulla, avutarda, cigüeña negra y mirlo.

A continuación seguí los consejos de Alejandro Sánchez, el director de la Sociedad Española de Ornitología (Seo/BirdLife), y le pregunté por los Pokémon. Ahí mi hijo se mostró un experto, señalándome los alias de decenas de esos estrambóticos seres, con sus consabidas generaciones y evoluciones. Crecido por el éxito, pasó luego al contraataque con los Gormiti, “los invencibles señores de la naturaleza”, preguntándome uno por uno los nombres de los muñequitos de raras formas de su preciada colección. Por supuesto, no supe ni uno.

El resultado me ha dejado sumamente preocupado. Nuestros hijos lo saben todo sobre seres irreales, pero muy poco sobre las plantas y animales que les rodean, aquellos que pueden observar con sólo salir a la calle.

Ven gorriones en el patio de la escuela y para ellos son sólo pájaros, igual que las palomas, los vencejos o los buitres. Ven camelias y son sólo flores, los trigales quedan convertidos en hierbas, las encinas en anónimos árboles, las madreselvas en arbustos.

Cuando Antonio Machado habla en sus poemas de

“los álamos cantores

que guardan el camino y la ribera,

habitado de pardos ruiseñores”,

¿a qué se estará refiriendo?

La razón es sencilla, nuestra sociedad cada vez es más urbana, más de televisión, más encerrada en burbujas de cemento y cristal.

¿Cómo vamos a conservar el día de mañana osos, linces, quebrantahuesos, hayedos, robledales, incluso escribanos palustres o violetas de Sierra Nevada, si no los conocemos?

Está claro, hace falta más educación ambiental a pie de calle, más salir con nuestros hijos al campo para descubrir toda esa gran riqueza natural que nos rodea. O acabaremos declarando a Pikachu especie protegida.

¡Malditas pelusas!

No falla. Cada mes de junio ocurre lo mismo, llegan las grandes nevadas primaverales a Castilla. Y las protestas. Son las pelusas de los chopos, un peculiar sistema de reproducción que logra enviar muy lejos las semillas de estos árboles envueltas en un ligero algodón flotante.

Algo natural para quienes amamos el campo, pero odioso para ciertos urbanitas. Tanto que algunos han pasado a la acción y reclaman con pasión la tala de todas las choperas y su sustitución por otras especies menos incómodas. Molestas durante unas pocas semanas, se las acusa injustamente de provocar graves alergias, la muerte por asfixia de otras plantas y hasta incendios forestales.

¿Alergias? Son simples semillas, nada que ver con el polen, por lo que aunque se nos metan por la nariz es muy raro que provoquen poco más que un estornudo. Y los incendios los hacemos nosotros y nuestros niños con los mecheros, prendiendo esos fugaces fuegos que más de una vez se nos van de las manos. Además, puestos a buscar culpables, la culpa es exclusiva de las chopas, de los ejemplares hembra, por lo que plantando machos desaparecerían esas nieves de primavera.

Pero siempre es más fácil acusar al más débil, al inocente árbol. Y para el político, tan sensible a las críticas de sus convecinos, nada hay más sencillo que hacerles caso, arrancar las choperas y poner otras especies menos impopulares. Como en Vigo, donde acaban de decretar la muerte de 450 chopos para solucionar el problema de las pelusas.

Luego llegará el otoño y nos quejaremos de las hojas. En invierno del peligro de sus ramas. Y sólo en la siguiente primavera nos daremos cuenta de lo tristes y solos que estaremos sin esos chopos del río que, como cantaba Antonio Machado,

“acompañan

con el sonido de sus hojas secas

el son del agua cuando el viento sopla”

.

Foto: Blog Notas de campo y jardín, del biólogo Jesús Dorda, donde podéis leer más información sobre este tema.

Los olmos se siguen muriendo

«De los parques, las olmedas son las buenas arboledas», aseguraba el poeta Antonio Machado. Desgraciadamente, resulta prácticamente imposible hoy en día encontrar tan frescas sombras. El “olmo viejo, hendido por el rayo y en su mitad podrido” hace muchas primaveras que no reverdece. Desde que en 1980 apareció una terrible enfermedad en Europa, la grafiosis, millones de estos maravillosos árboles han muerto (25 millones sólo en el Reino Unido), algunos con más de cinco siglos en sus ramas, queridos por todos, como el negrillón de Boñar o el legendario de Rascafría.

Menos de un diez por ciento ha sobrevivido a la implacable peste, pero sólo los más jóvenes, los de corteza delgada y porte arbustivo. Despiadada con los viejos venerables, apenas ha dejado alguno con vida. Porque esta enfermedad perversa se la contagia un escarabajo de la madera, vehículo de un hongo que rápidamente le tapona los vasos conductores de savia, ahogándolo. Primero marchita y amarillea sus hojas más altas, matándolo en pocos meses. Respeta a los jóvenes, pero aniquila con insidia a los adultos, condenando a la especie arbórea a convertirse en arbustiva.

Cada verano me ocurre lo mismo. En las orillas de las carreteras o junto a los ríos descubro espesas manchas de olmo sanas, lustrosas, rebrotadas hace cuatro o cinco años de las raíces de antiguos ejemplares cuyos esqueletos continúan todavía fantasmagóricamente en pie. Y me digo: “Por fin el olmo ha vencido a la enfermedad, ha logrado inmunizarse”. Vana ilusión. Llegan los calores y ahí está de nuevo la rama marchita, señal inequívoca de la presencia del mal persistente. Antes de agosto las oscuras arboledas volverán a desnudarse, a morir. Ni fumigación ni poda. No existe remedio contra la grafiosis.

Hoy he vuelto a ver los álamos cantores en la ribera del Duero, un siglo después de la llegada del poeta a Soria, y sus rumores evocaban soledad. Ya no quedan olmos vivos junto a ellos para darles conversación.