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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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Una golondrina se llevó a mi amigo más indignado

Hoy el día amaneció en Fuerteventura extrañamente gris, frío, triste. A primera hora de la mañana una golondrina nerviosa se cruzó por delante de mi camino nerviosa, tenaz. Estaba empeñada en la titánica tarea de llegar a Europa contra viento y marea, arrostrando con decisión casi suicida un fresco alisio que la empujaba en sentido contrario, hacia el océano. Poco a poco iba avanzando hacia ese lejano lugar grabado en el cerebro como el mejor posible para sacar adelante su pollada una primavera más, quizá la viga de una cuadra en un pueblecito de La Cabrera. En ese momento un mensaje me llegó al teléfono móvil: «José Luis ha muerto«.

No soy nada espiritual ni menos religioso, pero por influencia de mis estudios etnográficos tengo tendencia a tratar de leer los símbolos de la naturaleza como antiguamente lo hacían pastores y brujas. Sin creer en ellos, me gusta pensar que son ciertos. Y en esta ocasión, para mi desgracia, lo ha sido.

José Luis Estrada Liébana fue mi director durante una larga década en que trabajé en Diario 16 de Burgos. Compañero, amigo y confidente, se empeñó en hacer de mí un periodista de raza, más allá de los temas históricos y medioambientales a los que yo me aferraba como refugio profesional. Me puso al frente de la sección de Economía, me empujó a los puestos de redactor jefe, y me convirtió en su mano derecha durante unos durísimos años de lucha periodística de trincheras contra la corrupción en una ciudad que, como él repetía, seguía sin enterarse de que Franco había muerto.

A pesar de las muchas cicatrices que le infligió la vida seguía siendo una persona profundamente idealista. Se sumó con entusiasmo al movimiento del 11-M en León y llegó a publicar un pequeño libro de lectura obligatoria: «¡A la plaza! Panfleto para jóvenes sin futuro y adultos mal aparcados por la crisis«.  Un texto dirigido a los jóvenes para que su hartazgo se convirtiera en indignación y ésta en movilización para reconquistar un futuro que la crisis nos ha robado.

Como cada vez que se nos muere un ser querido, lo que más nos duele son esas miles de cosas que ya no podremos compartir con él, esas conversaciones truncadas, esas emociones sin reciprocidad. Cuando un amigo se va algo se muere en el alma, es verdad. Y apenas nos queda como presencia ese vuelo tenaz de la terca golondrina leonesa y los versos amargos de Miguel Hernández:

«A las aladas almas de las rosas

del almendro de nata te requiero,

que tenemos que hablar de muchas cosas,

compañero del alma, compañero».

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