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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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Los ecologistas matan

Los ecologistas envenenan. Los ecologistas nos quieren ver a todos volviendo a vivir en las cavernas. Los ecologistas sólo piensan en los animales y nunca en las personas. Los ecologistas crían víboras y topillos para soltarlos en el campo. ¡Estoy harto de los ecologistas! Son los culpables de todos nuestros males.

Las terribles inundaciones de este mes en la Comunidad Valenciana, Andalucía y Baleares son la prueba irrefutable de la perversidad de este colectivo. ¿Quién ha tenido la culpa de ellas? No el cambio climático provocado por nuestra irresponsable contaminación del Planeta Tierra. No la salvaje urbanización de la costa mediterránea española, hormigonando el campo y favoreciendo así el salvaje fluir del agua por cauces sin vegetación ni tierra que atenúe su veloz marcha destructora. No la inoperancia de nuestros gestores públicos, más preocupados en políticas de imagen que en el mantenimiento de los cauces. Los culpables son los ecologistas.

Así lo acaba de refrendar el presidente de AVA-ASAJA, Cristóbal Aguado, quien ha animado a los responsables medioambientales valencianos a “huir de las tesis ultraconservadoras del ecologismo radical, que rechazan la limpieza de los cauces y barrancos a costa del bienestar y la seguridad de los ciudadanos”. Al mismo tiempo, en una emisora nacional de radio, el miembro de una de las cuadrillas encargadas habitualmente de este tipo de trabajos criticaba con dureza a los ecologistas, “porque en cuanto aparece un pato nos paran las obras”. Ni uno ni otro hablaron de leyes europeas de obligado cumplimiento, de la impune política desenfrenada del ladrillo, de corrupción, de chapuzas, de dejadez, de improvisación, de ineptitud. Los culpables son siempre los ecologistas.

¿Pero tanto poder tienen los ecologistas?

Políticamente cero, pues en España prácticamente están fuera del espectro de partidos con alguna responsabilidad de gobierno. Socialmente casi cero, pues aunque existen cientos de grupos ecologistas, su número de afiliados es ridículo frente a, pongamos por caso, peñas futbolísticas.

Entonces, ¿cómo pueden impedir a la Administración la limpieza de un cauce a sabiendas de que ponen en peligro la vida de miles de personas?

Sencillamente no pueden; todo es mentira.

Los ecologistas son el chivo expiatorio de los políticos cobardes, como con Franco lo fue antes el contubernio judeomasónico. La excusa perfecta de un alcalde, un funcionario, un presidente autonómico débil, sin convicciones: “Yo te lo autorizaría sin problemas, pero los ecologistas no me dejan”, aseguran. No las leyes, no la opinión pública, no el sentido común. Tan sólo los ecologistas.

Mienten como bellacos, pero no les importa. Están acostumbrados a cubrirse las espaldas con mentiras.