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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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Apartamentos camuflados en una Reserva de la Biosfera

Pocos lugares hay en España más mágicos y maravillosos que el Parque Natural Sierra de Grazalema, entre Cádiz y Málaga. Andaluz y sureño por los cuatro costados, es el lugar donde más llueve de España, superior incluso a Santiago de Compostela. También el refugio de uno de los bosques más amenazados del mundo, el pinsapar (Abies pinsapo). Por éstas y otras características únicas la Sierra de Grazalema fue declarada en 1977 Reserva de la Biosfera por la UNESCO, el primer espacio en España en lograr este preciado galardón y el primer parque natural de Andalucía.

Os imaginaréis que un sitio así estará cuidado como oro en paño, a salvo de amenazas y agresiones, pero desgraciadamente estáis equivocados. No se hace tan a las claras como en otros sitios, pero como ha denunciado la semana pasada Ecologistas en Acción, la pasividad de las administraciones competentes –Ayuntamientos y Junta de Andalucía- para con las ilegalidades urbanísticas en el Parque Natural Sierra de Grazalema está permitiendo toda clase de subterfugios. Algunos tan increíbles como reconvertir naves ganaderas en apartamentos turísticos, como ha sucedido en la población de El Bosque.

Allí se han construido hace un año unas naves ganaderas con autorización de la Consejería de Medio Ambiente, que posteriormente se reconvirtieron en apartamentos turísticos de forma ilegal, sin que nadie haga nada para ordenar su derribo. Naves ganaderas con sus dormitorios, cuartos de baño, cocinas y televisión, que para colmo se publicitan con todo el descaro pues saben que nadie les hará nada.

Desgraciadamente no es un problema andaluz. En Canarias se han autorizado (y se siguen autorizando) miles de «cuartos de aperos» que incluyen entre su dotación piscina y sauna, segundas y terceras residencias en el campo luego rentabilizadas como ilegales casas rurales promocionadas por toda Europa a través de Internet.

Con la escusa de ayudar al ganadero y al agricultor, de defender el sector primario, se está permitiendo una destrucción salvaje del paisaje.

¿Quien le puso el cascabel al buitre?

En los últimos días se ha hablado mucho en la Red de estas impresionantes fotografías subidas a la página de Iberia Nature. Es exactamente lo que parece, sin trucos ni photoshop. Un buitre leonado (Gyps fulvus) adulto con un cencerro colgando del cuello.

La imagen fue tomada en febrero de este año por un guía de la naturaleza en pleno Parque Natural de Grazalema, en Cádiz. Aunque parezca mentira, el pobre animal se había adaptado bastante bien al ruidoso trasto, estaba emparejado y criaba sin problemas un pollo en su nido. Incluso en vuelo se le escuchaba llegar desde lejos, con su tolón tolón permanente.

Tras la sorpresa inicial, y como en la famosa fábula de Esopo, la pregunta surge automática: ¿Quién le puso el cascabel al buitre?

Está claro que la gente del pueblo, seguramente algún pastor inquieto pero aburrido. Les parecerá raro, pero ésta ha sido una viejísima costumbre practicada en nuestro país desde hace siglos. Una gamberrada propia de la gente más joven, que todavía hoy se recuerda en la mayoría de los pueblos con buitreras en sus inmediaciones. Probad si no y preguntad a la gente mayor. Seguro que os contarán historias parecidas como me las contaron a mi muchas veces en Burgos, en Navarra, en Cáceres, y en prácticamente todos los sitios donde lo he preguntado.

Pero aunque sabemos quién fue, nos queda conocer lo más difícil ¿Cómo lo hizo?

Eso también se lo contarán todos. Había dos métodos. El menos utilizado consistía en subirse al nido y colocarle el sonoro cacharro al pollo cuando ya estaba grandecito.

Pero lo habitual fue esconderse cerca de donde los buitres se estaban comiendo una gran carroña (una vaca, un caballo) y esperar a que las aves llenaran bien sus buches. De repente salían los mozos corriendo y los grandes pájaros, extremadamente torpes por culpa del sobrepeso alimenticio, eran capturados vivos. Aquí en Fuerteventura hacían lo mismo con los alimoches. Dicen los pastores majoreros que estas aves se asombran con los gritos, que se asustan, y que por eso no pueden volar. También a ellos les colocaban el dichoso cencerrito al cuello, ante el regocijo general de los más brutos. Cosas de la España profunda.

¿Y para qué lo hacían?

Pues como gamberrada. Para que luego, cuando andaban por el campo y oían por entre las nubes el ruido de un cencerro, pudieran tomar el pelo al compañero más inocente anunciándole la llegada de una vaca voladora.

También por la primaria satisfacción de saber que ése, entre varios cientos, era el buitre que en una ocasión habían tenido en sus manos. Una hazaña así les daba popularidad, todo el mundo hablaba de ella y de ellos.

Y como los buitres pueden vivir hasta 50 años, el pobre animal se pasaba medio siglo haciendo sonar la esquila por toda la comarca. Como el de la fotografía, que supongo será la vieja acción de algún joven ahora ya jubilado y no una charlotada reciente.

Porque nos parecerá gracioso, pero eso de colgarle un cencerro a un buitre, de molestarlo y poner en peligro su vida es, además de algo ilegal, una salvajada propia de gamberros hoy felizmente olvidada. O al menos eso espero.