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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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El diablo medioambiental se viste de faraón

Mírenlo bien y no me digan que no les causa risa. Si según la novelista Lauren Weisberger «el diablo se viste de Prada«, viendo la horterada salvaje que planea sobre el desierto de Los Monegros queda claro que el diablo medioambiental se viste de faraón.

Se trata del macroproyecto Gran Scala, un gran complejo de ocio integrado por 32 casinos, 70 hoteles y cinco parques temáticos, que aspira a atraer 25 millones de turistas al año, la mitad de los que recibe toda España ahora. Para ello será necesaria una inversión de 17.000 millones de euros, dos veces y media lo que costaron los Juegos Olímpicos de Barcelona. Y contratar a 65.000 trabajadores.

Una historia disparatada pero que, al menos sobre el papel, parece que sigue adelante.

La pasada semana el consorcio promotor International Leisure Development (ILD) celebraba el visto bueno recibido por el Gobierno de Aragón al emplazamiento decidido para levantar este gigantesco monumento a la aberración urbanística, social y ambiental: la hasta ahora y durante muchos siglos pacífica localidad de Ontiñena (Huesca), de 600 habitantes.

El entusiasmado alcalde de este pueblo, Angel Torres, ya a puesto a disposición del proyecto 1.400 hectáreas de suelo público y otras 1.300 de suelo privado, a la espera de que los inversores de ILD se saquen el dinero del calcetín y empiecen a comprar fincas a diestro y siniestro, ya que quieren empezar las obras el próximo verano.

Pirámides egipcias pero también guiños a la Grecia Clásica, pues aprovechando que el Meridiano de Greenwich cruza el terreno elegido, en este simbólico Punto Cero se emplazará la emblemática torre central del complejo, denominada Torre del Ágora. Un templo al consumo y la ludopatía.

Miro de nuevo el proyecto y sigo sin salir de mi asombro. Está claro que para diseñar el polémico megacasino Gran Scala se han inspirado en los proyectos más cutres y horteras de Las Vegas, ciudad sin ley a la que se trata de emular en Aragón.

¿A qué tipo de clientela se quiere atraer aquí? ¿Gente tan repleta de mal gusto como de dinero negro para poder derrocharlo a raudales?

Ya que se quieren cargar un espacio ambiental de interés comunitario, la estepa aragonesa, e inundar bajo el cemento un pueblo y su cultura, por lo menos lo podían hacer con elegancia, ¿no os parece?