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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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Desde enero, se acabó vivir (y sufrir) como un cerdo

Matanza del cerdo

Comer como un cerdo. Vestir, oler, sudar, gritar, comportarse como un cerdo, marrano, guarro, puerco, gocho, cochino. No salen bien parados estos pobres animales a pesar de su importancia para nuestra alimentación desde su temprana domesticación en tiempos neolíticos. Y eso que de ellos “nos gustan hasta los andares”. Pero no vivir como ellos. Mucho menos como los teníamos hasta ahora en las grandes fábricas de carne que algunos llaman granjas de producción industrial, de donde procede la mayor parte de los 42 millones de cerdos que cada año se sacrifican en España.

Las veces que entré en alguna de ellas quedé sobrecogido. Nada que ver con ese animal casi familiar cuidado con mimo en el pueblo, gigantesco y atemorizador desde una mirada infantil, pero siempre inmejorablemente alimentado. Cuando le llegaba su San Martín, la matanza, aunque salvaje a mis ojos, era toda una fiesta popular. Comida abundante, canciones, mil anécdotas, enseñanzas y trabajo para todos; pura universidad de la supervivencia.

Por suerte, desde enero pasado esa tortura injustificada de cerdos, al igual que se ha hecho con el resto de los animales de granja, se ha terminado gracias a la aplicación de las nuevas exigencias europeas sobre bienestar animal. Obligación, por ejemplo, a que los suelos no sean resbaladizos, a disponer de al menos 8 horas diarias de luz, poder salir al aire libre en espacios con cobertizos protectores de las inclemencias del tiempo y, lo más importante, tener espacio suficiente para moverse y tumbarse sin agobios, algo hasta ahora imposible.

¿Bienestar animal? Ya lo dijo Mahatma Gandhi:

“La grandeza de una nación y su progreso moral pueden ser juzgados por el modo en que se trata a sus animales”.

Y durante más de medio siglo, aquí en Europa les hemos tratado a los cerdos con sadismo, haciendo buenas las palabras del gran Leonardo Da Vinci, quien aseguraba:

“Verdaderamente el hombre es el rey de las bestias, pues su brutalidad sobrepasa la de aquellas”.

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Muerte digna para la abuela de los osos cantábricos

La abuela osa se sentía vieja, muy vieja, y un día de este verano decidió que ya no merecía la pena seguir viviendo. 25 años eran demasiados para sus debilitados huesos. Desdentada, famélica, cegata, sola y deprimida, se tumbó bajo un viejo roble de la Montaña Palentina a la espera de esa muerte tranquila reservada tan sólo para unos pocos afortunados.

Pero llegaron los hombres, esos de los que toda la vida había estado huyendo, y en vez de aprovecharse de su invalidez para rematarla decidieron ayudarla.

“La Güela” no sintió el pinchazo del anestésico y cuando despertó el bosque se había transformado en refugio artificial. Tan artificial como esas papillas energéticas que en dos meses le han devuelto las ganas de vivir, aumentando sus apenas 53 kilos en los actuales 104 kilos.

Con muy buen criterio, los responsables de la Junta de Castilla y León han decidido que el viejo animal, ya recuperado, debe volver a sus bosques palentinos. Allí ha sido liberada la pasada semana, en la seguridad de que morirá pronto pues está concluyendo su ciclo vital.

Aguantará un otoño que viene cargado de hayucos, castañas, bellotas, avellanas, moras y setas, pero quizá muera cuando llegue el invierno y se recoja en una cueva para hibernar. Nacida libre, morirá libre y feliz en esas montañas donde sobreviven apenas 30 ejemplares de la muy amenazada subpoblación oriental de oso pardo cantábrico, muchos de ellos familia suya.

La vieja osa lleva un collar con GPS que permite seguirla 24 horas al día. Sus primeros movimientos fueron cansinos. Tras ser liberada se sentó varias horas bajo una mata de roble, pues la anciana necesitaba tiempo para recuperarse del viaje y de la anestesia. Pero después demostró su buena forma física caminando dos kilómetros hasta el robledal donde pasó su primera noche en libertad.

A partir de ahora el futuro es sólo suyo. Los técnicos seguirán sus pasos pero han decidido no volver a intervenir aunque esté muriéndose. ¿Te parece justo? A mí sí que me lo parece. Morir es ley de vida y la vieja osa afrontará el trance con valentía. Porque como decía Gandhi, “la muerte no es más que un sueño y un olvido”.

En esta nota de prensa de la Junta de Castilla y León encontrarás más información sobre la vieja osa y su historia.

En la imagen superior, momento de la liberación de la osa en Cervera de Pisuerga, dentro del Parque Natural de Fuentes Carrionas y Fuente Cobre-Montaña Palentina.

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