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Nuevas mascotas: adopta una gallina

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La propuesta viene de Australia. Allí, en nuestras antípodas geográficas y muchas veces culturales, se está desarrollando un curioso fenómeno socio-ecológico: la adopción de gallinas maltratadas. La idea es sencilla: rescatar gallinas de granjas de explotación en batería y llevarlas a casa para cuidarlas como quien cuida de un perro o un gato.

Suena a auténtica frikada, pero sus promotores, The Battery Hen Adoption Project, aseguran que las gallinas rescatadas se adaptan rápidamente a su nueva vida doméstica y, gracias al cariño dispensado por la familia adoptiva, pueden disfrutar una vida feliz, lejos de los horrores y tensiones de la convivencia en terribles jaulas de batería. A cambio, estos animales nos ofrecen huevos de corral saludables producidos sin causar sufrimiento y se comportan como inmejorables recicladores de la basura orgánica doméstica.

Bien cuidadas, las gallinas ni son sucias ni huelen mal. Todo son ventajas, aseguran sus impulsores, pues los pollos pronto se convierten en maravillosos animales de compañía, mostrándose como criaturas muy sociales e inteligentes.

La verdad es que, si hiciéramos lo mismo en España, trabajo adoptivo no nos iba a faltar. Pollo y huevos baratos son la base low cost de nuestra alimentación, centrada más en la cantidad que en la calidad. Sólo en nuestro país hay 38 millones de gallinas ponedoras, de las que el 93% vive en jaulas frente al 41% de la media europea, donde los sistemas más civilizados de camperas, en suelo o en ecológico son seleccionados mayoritariamente por los consumidores.

Así que, si vemos muy complicado adoptar gallinas como hacen los australianos, por lo menos podríamos optar por productos de granjas menos tristes como hacen nuestros vecinos continentales. Adoptar (y disfrutar) huevos de gallinas felices.

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No se lo dije, pero estas cosas los animales las notan. Y más cuando se trataba de nuestra querida Elisa, la sensible gallina que, como os conté hace unos meses, había superado el trauma de la violencia de género y rehecho su vida en Fuerteventura como mascota. Cómo explicarle que su historia real, su rechazo valiente a ese gallo maltratador, a esas gallinas jóvenes y crueles, había sido tachado por el Instituto Andaluz de la Mujer de «producto» vejatorio y discriminatorio. «Por incurrir en prácticas sexistas«, resume la jefa del Servicio en la denuncia remitida por correo certificado.Denuncia Andalucía

Hace unos días ha muerto Elisa. No creo que fuera del disgusto. Había vuelto a poner huevos, se la veía feliz, ajena al revuelo montado en el Observatorio Andaluz de la Publicidad no Sexista por un relato que, lejos de resultar ofensivo, se apoyaba en el milenario recurso literario de la fábula para lanzar el mensaje positivo de rechazo a esos acomplejados machos con espolones, a esos camorristas adictos al bullying, mostrando así las ventajas de apartarse de tan malas compañías.

Pero no. En concreto, en la denuncia se me dice que el artículo sobre Elisa «promueve modelos que consolidan pautas tradicionalmente fijadas para mujeres y hombres«. Y eso que yo sólo hablaba de gallos y gallinas.

Ahora, que éstos de la Junta son personas muy prácticas. Ya puestos, y seguramente por ahorrar, en el mismo sobre me incluyeron información sobre la celebración en Jaén de un encuentro feminista titulado «El poder y el liderazgo de las mujeres«.

Ojoplático estoy. Aunque han ganado. No volveré a hablar nunca más de Elisa, a pesar de tener pruebas fundadas de que su muerte no fue accidental. Pero en esto de la violencia de género no admito bromas. Ese gallo cabrón tiene los días contados.

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Elisa Elisa fue víctima de violencia de género… en el gallinero, pues es una gallina.

Al principio todo iba bien. Estaban solos el gallo y ella, estupendamente cuidados en el jardín de mis amigos, mucho terreno para explorar en un pequeño pueblo de la isla de Fuerteventura. Vivían un idilio, alternando momentos locos de cópulas desenfrenadas con otros más plácidos aprovechados para poner algún que otro huevo, no muchos. Los suficientes para justificar el pienso.

Pero un buen día aparecieron Michelle y las otras tres nuevas. El gallo quedó deslumbrado con las recién llegadas de un gallinero vecino al que su dueña había dado cerrojazo. Y Elisa fue automáticamente repudiada, apartada de su pareja y del resto del grupo.

El pobre animal cayó en una terrible depresión. Se quedaba de espaldas a todos, mirando embobada la pared. Triste. No contentas con ello, las otras cuatro la picoteaban inmisericordes. Hasta que un día Elisa tomó una decisión trascendental. Abandonó el gallinero y se fue a vivir a la huerta. ¡Bendito cambio! Ha vuelto a recuperar la alegría. Mejor sola que mal acompañada.

Todas las noches se encarama sobre la malla del techo del pequeño invernadero y allí descansa plácidamente como si durmiera recostada en una hamaca. Cuando alguna vez el gallo se acerca a ella, orgullosa, lo desprecia.

Sus dueños están felices con el cambio. Aunque han perdido una ponedora han ganado una mascota. Sí, no te extrañes. Elisa es ahora una más de la familia. Le encanta el tomate y la corteza de ese buen queso de cabra que nunca falta en la casa.

Es verdad que algunas veces se pasa de confianzuda y hay que invitarla a salir del salón, no lo vaya a poner todo perdido, pero a mis amigos les merece la pena aunque ella no les pague con una sonrisa pues ¿pueden sonreír las gallinas?

En la foto la gallina Elisa junto a los pies de su dueña, esperando alguna corteza de queso majorero.

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