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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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Un mes matando pajaritos en Castellón

Decenas de cazadores de pajaritos de Castellón darán rienda suelta desde esta semana y durante más de un mes a su pasión más primaria: matarlos.

Hasta el próximo 22 de noviembre, la Guardia Civil y los agentes de Medio Ambiente no podrán hacer nada contra ello por una razón de peso. Dicha matanza es legal, está autorizada, y cuenta con todas las bendiciones políticas pues, supuestamente, no se matan, tan sólo se capturan. Se encarcelan.

Los pajareros castelloneses hacen gala de dos eufemísticas denominaciones, clara muestra de hasta dónde se puede manipular el lenguaje. Se les llama silvestristas otoñales o, más técnicamente, «cazadores de enfilat Opción-B». Son más de medio millar.

A pesar de las protestas de la Unión Europea y de los grupos conservacionistas españoles, cazaron el otoño pasado y lo vuelven a hacer ahora durante 35 días seguidos, como también se lo permitieron hacer este verano. ¿La razón? Una única. Es un sistema de caza tradicional, algo tan supuestamente divertido como la caza inglesa del zorro, sólo que con aves y en versión valenciana.

Les explico el método. Cada pajarero sale al campo con 20 pequeñas jaulas donde tienen encerrados jilgueros, pardillos u otros pequeños fringílidos capturados en otras ocasiones con el mismo método. Montan grandes redes abatibles de 8 metros de largo por dos metros de ancho, en unos amplios cazaderos fijos construidos a propósito en sitios estratégicos por donde pasan habitualmente los mayores bandos de pajarillos, la mayoría de ellos agotados migradores europeos en su viaje otoñal hacia el sur de Europa y norte de África.

Allí los cazan a diario por cientos, haga frío o llueva, y sin ningún control especial ni de los agentes de Medio Ambiente ni del Seprona. Tampoco lo necesitan, pues el final último de la mayoría es siempre el mismo e inconfesable. Muchos de esos amantes de la naturaleza los matan con sus propias manos, asfixiándolos o retorciéndoles el pescuezo, para tras desplumarlos y destriparlos guardarlos en arcones congeladores para su aprovechamiento culinario. Como pajaritos fritos o, mucho más tradicional, en paella de pajaritos. ¿Delicioso? Deleznable.

Me dirán algunos que no, que muchas de esas decenas de miles de aves así capturadas se utilizan como aves de jaula.

Pues tampoco. Para esa clase de gente está la licencia valenciana del Enfilat Opción-A que les permite hacer capturas todos los fines de semana de julio y agosto, pero sólo de pajarillos jóvenes machos,

“por ser los únicos aptos para aprender el canto limpio y sin copiar notas de otras especies”.

Desengañados, los conservacionistas ya han presentado dos denuncias en el Juzgado, una por la vía civil y otra por la vía penal, con las que confían tanto en desenmascarar a estos pajareros asesinos como a esos funcionarios presuntamente corruptos, que a sabiendas de que las aves acabarán en la sartén, conceden estas 500 licencias sin ningún control.

No es por desanimarlos, pero dudo que lo consigan. Tradición, política, gastronomía y pasteleo van siempre demasiado unidos.