La crónica verde La crónica verde

Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

Entradas etiquetadas como ‘desarrollo sostenible’

Un pueblo de Cáceres se moviliza contra el suicidio demográfico

Los pueblos de España se mueren. Es una tragedia terrible. Sin ellos perdemos nuestra historia, nuestro paisaje, nuestras raíces.  Según el último informe de la Federación Española de Municipios y Provincias (FEMP) con datos actualizados del INE, más 4.000 pueblos españoles están en peligro de extinción. Suponen la mitad de todos los existentes. Tienen un censo inferior a los 500 vecinos, apenas nada para poder adaptarse con dignidad a los nuevos tiempos.

Por eso cada vez hay menos gente dispuesta a vivir en ellos. Se están quedando vacíos. El paro, la nula (que no baja) natalidad y el envejecimiento amplían hasta límites insospechados la brecha social existente entre la España urbana y rural.

A la espera de medidas estatales concretas que frenen este avance imparable del desierto demográfico, algunos pueblos se han puesto a trabajar con la intención de impedirlo. Como Acebo, un maravilloso pueblo de la sierra cacereña de Gata, 590 habitantes censados, que ha decidido emprender su propia política preventiva. Ofrece gratuitamente tierras, asesoramiento y facilidades para que nuevas familias puedan instalarse allí a dedicarse a algo tan moderno y rompedor como la agricultura o la ganadería. Lee el resto de la entrada »

¿Estamos dispuestos a pagar más por contaminar menos?

El 72 % de los españoles está dispuesto a cambiar sus hábitos de consumo para luchar contra el cambio climático, y un porcentaje similar (80%) apoya la imposición de etiquetas para conocer el impacto ambiental de lo que compran. Al menos así concluye una encuesta electrónica de la Fundación Entorno, divulgada por la Agencia EFE, donde se contradice la idea generalizada de que los españoles somos mayoritariamente «irresponsables» en nuestros hábitos de consumo.

Estos datos me producen una tormenta de preguntas. ¿Somos los españoles consumidores verdaderamente responsables? ¿Estamos dispuestos a cambiar nuestros hábitos de consumo, a reciclar más y a gastar menos? Y la pregunta del millón: ¿Estamos dispuestos a pagar más por ayudar a nuestro planeta?

Sinceramente, pienso que esa encuesta realizada por Internet a 700 personas tiene un alto margen de error, como evidencian los estudios del Observatorio de la Sostenibilidad, que demuestran como la mitad de nuestros residuos no se recicla.

La realidad es testadura, y no hay más que acercarse a los contenedores de basura para encontrar en ellos inmensas cantidades de cartones y plásticos sin separar, a escasos metros de los puestos de reciclaje. Para ver toda clase de aparatos electrónicos averiados y no llevados a un punto limpio. Para acercarnos a las tiendas de moda y comprobar la manera compulsiva en que compramos de todo sólo por el vicio de atrapar chollos innecesarios. Esto último, la nueva cultura de la ganga, cada día más enquistada en nuestro registro genético, casa muy mal con la cultura del desarrollo sostenible que decimos apreciar pero que en realidad muchos prácticamente han desterrado de sus hábitos, ¿no os parece?

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¿Somos ecologistas o tan sólo ahorradores?

La crisis Libia ha desatado todos los miedos que la crisis económica no había logrado aún despertar. El precio del petróleo se ha disparado y es necesario reducir nuestra fuerte dependencia energética con el exterior. De la noche a la mañana los políticos se han convertido en preocupados gurús del desarrollo sostenible, defensores de las bombillas de bajo consumo, del transporte público, de reducir la velocidad de los automóviles, dar prioridad a las bicicletas, bajar las calefacciones y el aire acondicionado, reciclar.

Hemos pasado del eufórico “consume hasta morir” de la despilfarradora época de la burbuja inmobiliaria al modelo de la “slow life”, la vida pausada y respetuosa con el entorno. ¿Nos estaremos convirtiendo en ecologistas o tan sólo en obligados ahorradores?

Desde su nacimiento hace poco más de medio siglo el ecologismo ha sido criticado con dureza por defender un modelo de desarrollo diferente al actual que siempre se tachó de ir en contra del progreso, de querer volver a la Edad de Piedra.

Y ahora, de repente, no sólo se acepta esta filosofía sino que ya empieza a verse como tabla salvadora de nuestra economía. Aunque se nos nota todavía algo verdes. Porque mientras se anuncia que Fomento apagará la mitad de las farolas de las autopistas para ahorrar electricidad, los nuevos tramos se siguen diseñando con más luces que la Feria de Sevilla y los monumentos se iluminan toda la noche para regocijo de las aves nocturnas.

Ni ahorradores ni ecologistas. Lo único que sufrimos es un ataque de sentido común. Porque como dice muy acertadamente el profesor emérito de Economía de la Universidad de París, Serge Latouche,

“cualquiera que piense que es posible crecer ilimitadamente en un planeta con recursos finitos es, o bien un loco, o bien un economista”.

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Llega la comida sana con pedigrí

Mientras en España nos lanzamos al consumo de alimentos amparados en las marcas blancas de procedencia incierta, fuera de nuestras fronteras la revolución alimentaria se llama denominación de origen.

Dirán que eso también lo tenemos aquí, es verdad, pero sólo para productos caros y selectos como vinos o legumbres, de consumo esporádico. Inconscientemente, cuando queremos comprar un alimento de calidad elegimos marcas conocidas. Su familiar logo nos da confianza, pero casi nunca nos indica procedencia, apenas un lugar de envasado.

Esto está cambiando. Más concienciado, el consumidor europeo exige conocer la trazabilidad del producto, su origen exacto, la raza o variedad concreta, el tipo de cultivo o alimentación; incluso el paisaje y paisanaje que mantiene. Ante la globalización alimentaria, son cada vez más frecuentes en los supermercados las secciones de productos nacionales y locales. También los restaurantes se están apuntando al “kilómetro cero”, platos a base de ingredientes producidos en el entorno más cercano. Es la comida sana con pedigrí.

¿Moda de ricachones? En absoluto. Tan sólo conciencia de consumidor, cada vez más educado y activista. Sabedor, por ejemplo, que consumiendo carne o derivados de razas autóctonas criadas en el campo tienes un producto de calidad excepcional, pero al mismo tiempo das de comer a pastores e incluso a buitres y lobos.

La actual crisis, lejos de lastrar la tendencia la está acelerando, pues mucha gente ha vuelto a la huerta en busca de un complemento a sus maltrechas economías. Y lo hacen con respeto, cuidando al máximo el producto sin encarecerlo. Mimando una tierra donde saben que está el secreto de su futuro.

Como siempre, las revoluciones se hacen desde abajo, y ahí están nuestros mercados tradicionales marcando el camino. Ya no nos venden fruta o verdura “a secas”, nos explican su variedad y de dónde viene, nos hacen protagonistas del mantenimiento de un mundo rural que sólo conservando sus diferencias locales podrá sobrevivir. El consumidor lo sabe y empieza a apostar por el cambio ¿no os parece? Porque para productos baratos de mala calidad ya tenemos el mercado mundial.

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La tragedia de Haití también es ambiental

Pobre Haití. Dicen que «la pobreza nunca alza cabeza», pero en el caso de este malaventurado país podríamos señalar el viejo refrán colombiano:

Cuando el pobre va de culo, no hay barranca que lo ataje.

O siguiendo con el refranero popular, «a perro flaco todo son pulgas». Las pulgas haitianas son tan antiguas como su propia historia. Descubierta la isla por Cristóbal Colón en 1492 y bautizada La Española, nuestra desidia patria dejó en total abandono al sector occidental. Desde la famosa isla de La Tortuga, piratas, bucaneros y otras gentes de mal vivir, en su mayoría oriundas de Francia, se fueron instalando en esta zona, donde desarrollaron un fortísimo sistema esclavista. Ante la evidencia, en 1697 España cedió la mitad de la isla al Estado galo, convirtiéndose así en su primera colonia de Ultramar. En 1804 será el primer país latinoamericano que logrará la independencia, pero al estar integrado mayoritariamente por esclavos libertos (el 95% de la población es de ascendencia africana), recibió el rechazo internacional. Aislado del mundo, satanizado, se radicalizó, acabando con todas las grandes haciendas que simbolizaban el viejo dominio blanco. Luego aparecieron los dictadores (nunca se fueron) y todo fue a peor.

Y es aquí donde, tras el desastre social, llega la tragedia medioambiental de la que emana la terrible pobreza histórica de Haití. Más seco que su vecina República Dominicana, rápidamente sus selvas fueron eliminadas para abastecer los ingenios de caña de azúcar. En la actualidad, con tan sólo un cuatro por ciento de sus bosques originales, la falta de árboles protectores ha provocado una pérdida dramática de suelo fértil. Su agricultura de subsistencia apenas da para escapar del hambre. Y como pobres, el único combustible para sus paupérrimas cocinas proviene de una leña cada vez más escasa. También por no tener árboles, los efectos de los huracanes y las inundaciones son aquí más devastadores que en el país vecino.

>>¿Cuáles son a largo plazo las necesidades de Haití?

Está claro. Más allá de las ayudas urgentes, Haití necesita cambios profundos en su economía que pasan por una recuperación social y ambiental de país. Atajar el problema desde la raíz, logrando su desarrollo a largo plazo.

>En primer lugar es necesaria una profunda e intensa campaña de reforestación que deberá mantenerse durante décadas. Con árboles volverá el agua y el suelo fértil a la isla.

>En segundo lugar necesita una reforma agraria. El país y las ayudas deben centrarse en el desarrollo de una agricultura sostenible que permita alimentar a sus habitantes y producir excedentes con los que poder comerciar en el extranjero, pues para cubrir sus necesidades mínimas Haití necesita ahora importar más de la mitad de los productos agrícolas que consume. Lo ha dicho el responsable de la FAO:

«La prioridad es el suministro de semillas, fertilizantes, pienso para el ganado y vacunas, así como aperos agrícolas».

>También debe darse prioridad al desarrollo de las energías renovables, a ese sol y a ese viento del que tanto tienen y tan poco utilizan.

>Y por supuesto, la mejor manera de que este país pueda salir algún día de la pobreza pasa por cancelar de forma inmediata su deuda externa, que ahora mismo asciende a casi 2.000 millones de dólares.

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Las diferentes fotografías que ilustran este post están hechas en la frontera entre Haití y la República Dominicana. No existe ningún otro lugar en el mundo donde la deforestación tenga tan marcados contrastes políticos (Fotos de Yann Arthus Bertrand, ImageShack y Getty Images).

Pero no quiero terminar sin una visión positiva. Por ejemplo el gran bálsamo de este país, su maravillosa y desconocida cultura, especialmente su música. Para ello, nada mejor que escuchar el programa de Radio3 ‘Cuando los Elefantes Sueñan con la Música‘ donde se rinde justo homenaje al pueblo haitiano.

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¿Esquí todo el año?

Las cerca de 30 estaciones de esquí españolas recibirán esta temporada 7,5 millones de visitas de entusiastas del deporte blanco. Su llegada supone una avalancha de dinero a las tradicionalmente desfavorecidas zonas de montaña, pero también acaba con la tranquilidad de los últimos lugares vírgenes del país.

Ambas opciones, ocio y protección de la naturaleza, son perfectamente compatibles, aunque pocas veces se logra el tan ansiado equilibrio. El cambio climático por un lado, responsable de que cada vez nieve menos, está obligando a suplir artificialmente con cañones esas precipitaciones heladas que la naturaleza nos niega, a poner las pistas a mayor altura, a buscar nuevos lugares más rentables. Y por otro lado está el interés empresarial, ávido de ampliar las temporadas el máximo de meses posible, de desarrollar grandes proyectos inmobiliarios y comerciales lo más cerca del millar de pistas de las que disponemos en la actualidad.

Todos los excesos son malos, y llevar nuestros humos, ruidos, basuras y masificación a 2.000 metros de altura no deja de ser otro exceso más. Si muchos de los amantes del esquí visitaran esas pistas maravillosas durante el verano se quedarían aterrorizados al ver lo que se esconde bajo la nieve: arroyos canalizados y contaminados, montañas dinamitadas, carreteras, aparcamientos, escombros, tendidos eléctricos, microciudades fantasmas.

La gente de la montaña necesita al esquí para vivir con dignidad en esos lugares tan difíciles y hermosos. Pero no se puede hacer a cualquier precio. Hay que mejorar las instalaciones, hacerlas más sostenibles, no más grandes, no más artificiales, no más numerosas. O acabaremos convirtiendo nuestros paisajes alpinos en unos parques temáticos más, ajenos al entorno, a la población local y a su cultura. Podremos esquiar en esas pistas todo el año, es verdad, pero será como hacerlo bajo una nave climatizada de Dubai.

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Os dejo un vídeo de Ecologistas en Acción donde se critica el desmesurado consumo de combustible que supone la semanal invasión de fin de semana a las montañas con nieve.

La foto superior corresponde al «telesilla del amor» instalado en la estación aragonesa de Cerler. Sin comentarios.

Oro de olivos milenarios

Es tiempo de olivos y aceitunas. Como cada otoño, las almazaras inundan con ese olor único del alpechín los pueblos de media España. El aceite, el oro de las olivas, comienza a manar generoso; un millón de toneladas para un año no demasiado bueno en producción por culpa de la sequía.

Pero también en los olivares se notan los nuevos tiempos. Los “aceituneros altivos” que cantara el genial Miguel Hernández habían dado paso a jornaleros inmigrantes africanos. Sin embargo, con esto de la crisis, los puestos están volviendo a ser cubiertos por parados locales, quienes como diría el poeta alicantino, acuden ahora a trabajar a las fincas “sonriendo con la alegre tristeza del olivo”. Aunque llegan más tecnificados, pues los olivareros han solicitado al Gobierno central permiso para poder utilizar quads en las labores de recolección más costosas.

Ajenos a tanta modernidad, todavía quedan hermosos lugares donde el aceite de oliva es hijo de la tradición. Como el procedente de los olivos milenarios de la mancomunidad de la Taula del Sénia, a caballo entre Castellón, Tarragona y Teruel.

Frente al expolio generalizado de estos árboles excepcionales para acabar adornando urbanizaciones y campos de golf, o muriendo de tristeza en una rotonda, aquí los cuidan como lo que son, grandiosos monumentos naturales. Y son muchos, más de 4.000. Supieron conservarlos y ahora se han convertido en reclamo turístico e importante fuente económica diferente y diferenciada. Los que vendieron los suyos por cuatro perras se mueren de envidia, desposeídos de una herencia irrecuperable. ¿Os imagináis qué aceite puede salir de unos ejemplares tan soberbios? Oro líquido.

Vuelvo al poeta cabrero. Decía Miguel Hernández que “el olivo sabe a tiempo”. Estos olivos milenarios saben a historia, pero también a futuro para el campo.

El espíritu de Félix sigue vivo

La semana pasada disfruté de uno de los momentos más emocionantes de mi vida. Odile, la hija menor de Félix Rodríguez de la Fuente, abrió una tosca puerta y un espíritu bueno nos recibió con un abrazo de aire cálido.

Entre la penumbra pude ver un pequeño sofá frente a la chimenea renegrida de hollín, caperuzas de rapaces colgando de las paredes, recuerdos de viajes, fotos, dibujos, plumas. Acababa de entrar en el refugio secreto del gran naturalista, el lugar íntimo, desconocido, escondido en el corazón de un apretado encinar de La Alcarria, donde descansaba de maratonianas jornadas de rodaje en las cercanas hoces del río Dulce. Todo está como lo dejó poco antes de morir en 1980.

“Aquí tenía previsto retirarse para escribir libros”, me explicó Odile no sin pena.

Con un ferviente entusiasmo que le viene de herencia, aupada por un espléndido equipo de señalados especialistas, esta inteligente mujer capitanea ahora la Fundación Félix Rodríguez de la Fuente (FFRF) con la que pretende ir más allá de mantener el legado y la memoria del burgalés universal. Licenciada en biología y producción de cine, Odile se ha empeñado en buscar la convergencia entre el mundo rural y el urbano, en mantener vivos los pueblos para de esta forma preservar un paisaje donde se refugia la biodiversidad, reconociendo a sus habitantes la ingente labor que desarrollan a favor del desarrollo sostenible. Y tiene razón.

Si los pueblos se mueren la naturaleza será más pobre, desaparecerá lo mejor de nuestra intervención en el entorno, también nuestra cultura. Sólo nos quedará lo peor, nuestras locas ciudades.

No es la suya una visión moderna. Me cuenta Odile que Félix siempre defendió este concepto. Por eso sus documentales eran El Hombre y la Tierra. No entendía el campo sin el pastor, sin el agricultor.

Nos lo explica ahora su hija en una luminosa mañana de otoño, en medio de un encinar, a la sombra de la vieja casa-refugio de madera, mientras un petirrojo no para de mirarnos desde una rama. Luego, de repente, llegó una multitud de libélulas como mensajeras de las buenas noticias. Yo sonreí. El espíritu de Félix sigue con nosotros.

Los egoístas apagaremos las luces

Soy un egoísta, lo reconozco. Por eso apoyo la iniciativa del apagón de esta noche, cinco minutos entre las 20:00 y las 20:05 horas de la tarde. Se lo explico.

Vivo en un gran laboratorio real sobre el cambio climático y el desarrollo sostenible. En realidad lo he dicho mal. Vivo en un gran laboratorio real sobre el desastre climático y el desarrollo insostenible. En Fuerteventura, desde donde les escribo, no hay más agua potable que la que se obtiene por desalación del mar. Una intrincada red de cañerías se extiende a lo largo de 1.660 kilómetros cuadrados de desierto para dar de beber a sus 120.000 habitantes, 90.000 cabras, 7.000 palmeras, cuatro campos de golf y 1,5 millones de turistas anuales. Para ello se consumen cantidades ingentes de electricidad producidas en los gigantescos motores diesel de una única central térmica ubicada en la capital, más contaminante que todo el parque móvil de vehículos majorero.

El día en que por un conflicto político, una guerra o un desastre natural, los petroleros no lleguen periódicamente a la isla, todos nos tendremos que ir de aquí. Nuestra economía isleña es por tanto un gigante con pies de barro, pendiente de una carísima electricidad que nos llena de agua las piscinas y nos refresca el bochorno gracias al omnipresente aire acondicionado. Y si quisiéramos seríamos una potencia energética, pues somos el territorio con mayor número de horas de sol y de viento de toda Europa. Pero no queremos.

Dar la vuelta a esta gravísima dependencia sería tan sencillo como aparentemente imposible. Nuestro crecimiento económico es vertiginoso y la máquina de hacer dinero no se puede detener para planificar un desarrollo sostenible a medio y largo plazo. A no ser que cambie nuestra mentalidad, políticos y empresarios incluidos.

El apagón de esta noche no lo logrará, está claro, pero quizá empiece a modificar algunas actitudes. Si el aleteo de una mariposa en Hong Kong puede desatar una tormenta en Nueva York, quizá este apagón de cinco minutos puede llevarnos a un mundo mejor. Al menos yo así lo espero. Me gusta esta isla y quiero seguir viviendo en ella.