Ya es oficial: la plaga de los topillos está controlada.
Tras arrasar más de 1,5 millones de hectáreas de cultivos en la meseta norte del país y provocar pérdidas en la agricultura cercanas a los 20 millones de euros, los topillos han desaparecido.
Pero en contra de lo que puedan pensar, el éxito no ha sido debido ni a la distribución masiva de venenos, ni a la quema de rastrojos, ni al arado en profundidad de los campos de cultivo, ni a la limpieza de cunetas, ni a la contratación del flautista de Hamelín.
El mérito exclusivo es de la Naturaleza, la misma que permitió este descontrol y que ahora vuelve a controlarlo; como siempre ha hecho en estos casos durante los últimos miles de millones de años, de forma paciente y absolutamente natural.
Según la consejera de Agricultura de la Junta de Castilla y León, la comunidad más afectada por el espectacular crecimiento poblacional de este micromamífero,
«intentar atribuir la erradicación de la plaga a las circunstancias naturales es no mirar el trabajo y esfuerzo de la Junta, de las organizaciones agrarias y de los agricultores».
Es lógico. Después de gastarse 24 millones de euros, nadie es capaz de reconocer que no han servido para nada. Como tampoco nadie es capaz de reconocer que los científicos tenían razón, que como ha sido comprobado hasta la saciedad, las propias poblaciones se autorregulan sin necesidad de matanzas colaterales de numerosas especies protegidas.
Lo explica perfectamente el biólogo Alfonso Balmori:
Una vez que se producen las densidades más altas empiezan a actuar varios factores, endógenos y exógenos, que devuelven la plaga a su nivel poblacional de partida. Intervienen, entre otros, los parásitos internos y externos, el contagio de enfermedades bacterianas (como la tularemia), la depresión del sistema inmunológico, la desnutrición, el incremento del estrés fisiológico, la agresividad intraespecífica por las altas densidades y el confinamiento en el espacio, y el efecto «llamada» que ejerce la abundancia de presas sobre los depredadores de todo tipo (cigüeñas, garzas, comadrejas, lechuzas, zorros.).
Precisamente los menos evidentes, como parásitos y bacterias, suelen ser muy eficaces en su trabajo.
Estos factores naturales, que actúan sinérgicamente, son los auténticos protagonistas de la victoria contra la plaga, independientemente de que se haya utilizado veneno o no.
¿Quieren pruebas? Las tenemos.
Un equipo de especialistas del Instituto de Investigación en Recursos Cinegéticos (IREC), del CSIC, y de la Universidad de Valladolid lo ha comprobado científicamente:
El final de la plaga de topillos ha sido igual de fulminante en las áreas llenas de veneno que en donde no se utilizó.
¿Magia o milagro? Ni lo uno ni lo otro, tan sólo lógica.
Aunque llegados a este extremo me asalta una terrible duda. Sin topillos en el campo, ¿qué haremos los ecologistas este verano, ahora que hemos dejado de criarlos y soltarlos desde helicópteros?
Se lo adelanto: después de una primavera tan lluviosa, este verano los ecologistas nos dedicaremos a soltar serpientes.
¿No se lo creen? Ya lo verán. Antes de un mes estarán acusándonos miles de dedos. Sólo espero que para entonces nuestros incultos políticos se queden tranquilos y no se pongan a fumigar el campo como hicieron esta semana con los tejados de un barrio de Motril. Aunque tampoco lo descarto.