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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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Este libro (gratuito) te enseña a cocinar sin calentar el Planeta

Hoy quiero recomendarte un buen libro. Interesante y gratuito. Recetas Cocina Comprometida por el Clima. Platos bajos en carbono para chuparse los dedos. Sin necesidad de ser un masterchef. Lo acaba de presentar la Fundación Ecología Desarrollo ECODES y pretende enseñarnos a comer mejor mientras colaboramos en la reducción de emisiones de CO2 a la atmósfera. Son recetas sencillas ganadoras y finalistas del Concurso de cocina comprometida por el clima.

Libro

En líneas generales, los requisitos de una dieta baja en carbono están relacionados con:

  • Consumir productos de temporada y cercanos y si es posible ecológicos.
  • Consumir más alimentos de origen vegetal que animal.
  • Utilizar la energía de forma eficiente antes, durante y después de cocinar.
  • Reaprovechar los restos de comida para elaborar otras recetas.

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Milán convoca al mundo en torno a un banquete

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En la Expo de Sevilla nos preocupaba la historia. En la de Zaragoza el agua. En Shanghái la calidad de vida en las ciudades. Y la próxima Exposición Universal, que será inaugurada dentro de apenas 40 días en Milán, apuesta por nuestra última y más acuciante preocupación: la comida.

El lema elegido para esta incomprensiblemente poco publicitada convocatoria es «Alimentar el planeta, energía para la vida«. Se trata de reunir a 145 países, que por sí mismos representan el 94% de toda la población mundial, para reflexionar sobre los grandes retos de la humanidad: el hambre, la seguridad alimentaria, la agroganadería sostenible y el cambio climático. Espera recibir más de 20 millones de visitantes.

El pabellón español sacará pecho con la calidad de nuestros productos y nuestra cocina, pero también con su gran atractivo turístico. Otros países como Israel nos van a sorprender con lo último de cultivos en ambientes tan imposibles como ese desierto que se nos viene encima. Los holandeses presentan tractores drones impulsados por energías renovables, capaces de arar y cosechar con exactitud milimétrica bajo las órdenes de un ordenador. Los norteamericanos proponen campos de cultivo verticales instalados en las fachadas de los edificios.

Habrá mucha tecnología, es verdad, pero sobre todo se dará prioridad a los productos agroalimentarios tradicionales de alta calidad. Porque por muchas innovaciones científicas y tecnológicas que presentemos en esta época de globalidad mundial, la mesa y el mantel se han convertido en lo poco que nos queda verdaderamente auténtico, el sabor de las culturas. Unos productos que además son modeladores del paisaje, el otro gran atractivo identitario y turístico de los países.

Por si teníamos dudas, la comida es nuestra patria… y su correcta gestión nuestro futuro.

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El derroche del bufé «todo incluido»

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© Joe Ross / Wikimedia Commons

¡Qué bien estaba el hotel! Sobre todo el bufé, con muchísima comida hasta hartarte. Habré engordado 5 kilos en una semana.

Así me lo ha contado un amigo, encantado de la vida y del resultado de sus vacaciones en un hotel de los del «todo incluido«. Por lo que le costaba un alojamiento semejante con sólo desayuno, ha tenido acceso a toda la comida y bebida de la que ha sido capaz de ingerir de 7 de la mañana a 11 de la noche. Vaya juerga ¿verdad?

Pocas horas después me encontré con otro colega que también se ha pasado el verano en uno de esos hoteles, sólo que como cocinero. Su visión es totalmente diferente. Lo que más le sorprendió no fue ni el sueldo (bajo) ni el trabajo (mucho), sino el derroche: «Ni te imaginas la cantidad de comida que tiramos todos los días a la basura». Y me lo explicó con detalle.

Hay que trabajar rápido, así que no se pierde el tiempo en apurar las piezas a filetar. Puntas y zonas que se salen de lo homogéneo son desechadas con generosidad.

Pero hay más. Todo lo que llega al bufé queda en el bufé o va al cubo de basura. Nada se reaprovecha. Tampoco ese montón de pollos asados llevados a última hora al comedor y que nadie tocó. Qué buena idea usarlos para hacer unas buenas croquetas. Pero no. Punto uno: da mala imagen. Punto dos: tendríamos problemas con Sanidad. Punto tres: sale más barato comprar croquetas congeladas.

¿Por qué no dar toda esa comida sobrante a Cáritas o a personas necesitadas? Por lo mismo. Problemas con Sanidad y con la imagen. ¿Y si alguien se intoxica con ese alimento? Todo a la basura.

Otra idea. La comida rechazada se podría usar como abono para ese huerto ecológico orgullo turístico del establecimiento, o para alimentar gallinas que les surtieran de huevos de altísima calidad, pero pasa lo mismo. Sale más barato comprar hortalizas que cultivarlas.

Están confundidos con el precio. Estamos muy confundidos. Con un planeta sobreexplotado, sobrepoblado y sobredimensionado, tantos excesos nos van a salir muy caros.

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Toneladas de pan acaban en la basura

Los españoles no podemos comer sin pan. Es nuestro alimento estrella, el más natural y básico. También el más diverso, pues sólo en España tenemos más de 300 variedades diferentes de todos los tamaños, formas y texturas.

No por casualidad, su consumo ha estado siempre rodeado de un aura de sacralidad. ¿Recuerdas? Nuestras abuelas lo besaban si se caía al suelo, nunca se podía poner boca abajo («Llora la Virgen»), se le hacía una cruz al amasarlo y se guardaba en bolsa blanca. “Está bendito”, nos decían. Si se tiraba al fuego se alimentaba al diablo, y si se le pinchaba con el tenedor se atraían desgracias a la casa.

En los pueblos se cocía a lo sumo un par de veces a la semana y, a decir de nuestros mayores, cuanto más duro se quedaba más rico estaba. Nunca se desperdició un solo mendrugo, por lógica y por que hacerlo daba mala suerte. El sobrante, si es que alguna vez sobraba, se usaba para empanar carnes, hacer torrijas o dar consistencia a las sopas, tanto las de leche de los desayunos como las de ajo de las comidas. Pero todo eso era antes.

Ahora seguimos comiéndolo, aunque ajenos a supersticiones ya no lo reverenciamos. En realidad lo desperdiciamos. Al día siguiente de comprado lo consideramos duro y lo tiramos. Da igual que caiga hacia arriba o hacia abajo. Como resultado, miles de toneladas de pan fresco acaban todos los días en el vertedero. Según las estadísticas más conservadoras, un 30 por ciento de todo lo que se elabora al año en España, 660 millones de kilos de los 2.200 producidos, terminan en el cubo de la basura.

Pienso en el hambre en el mundo, en la tragedia de Haití, y se me cae la cara de vergüenza. Con todo este despilfarro podríamos ayudar a mucha gente, reciclándolo, repartiéndolo, pero no lo hacemos. Preferimos comprar todos los días el pan calentito.

Pero seamos positivos. Aportemos entre todos soluciones.

Una fantástica es la de la ONG francesa Pan contra el Hambre. Sus voluntarios recogen por las panaderías todo ese pan duro, lo preparan como comida para animales, y el dinero de la venta lo destinan a proyectos de ayuda al Tercer Mundo.

Seguro que se pueden hacer otras muchas cosas para acabar con este despilfarro. ¿Qué ideas se te ocurren a ti para no desperdiciar el pan duro? Por ejemplo, nosotros en casa hacemos unas crepes y un puding buenísimos.

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