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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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Quieren cargarse nuestros parques

No tengo dudas. Los especuladores, de la mano de nuestros políticos (o los políticos de la mano de nuestros especuladores) quieren robarnos el corazón de las ciudades, los parques urbanos. Hambrientos de suelo, tras urbanizar hasta la última parcela de sus municipios están ahora devorando nuestros más queridos oasis de calma y verde. No se dan cuenta de la importancia de estos remansos de serenidad, sólo ven árboles y césped donde en realidad palpita el espíritu de nuestras ciudades, lugares de juegos infantiles, de amores adolescentes, de calma en medio de la marabunta urbana, de ensoñación y también de nostalgia.

Van a por ellos. Un ejemplo es el Parque de Arriaga en Vitoria-Gasteiz. La instalación bajo sus parterres de una estación intermodal (tren y autobús) acabará con 548 árboles y arbustos. Aunque sea subterránea, las plantas tienen raíces y necesitan de suelos profundos. Pero es que además está previsto levantar a su lado un gran edificio de oficinas de 15 plantas, un hotel y un centro comercial.

Otro polémico proyecto es el que se comerá un tercio del Parque de los Castillos en San José de Valderas (Madrid), donde se construye el Centro de Creación de las Artes de Alcorcón.

Dos buenas ideas en lugares equivocados, aunque hay muchos más parque amenazados como en Sevilla (Prado de San Sebastián), Madrid (La Cornisa-Vistillas), Ordizia (Oihangu). ¿Sabes tú otros?

Por suerte, en todos los casos la movilización vecinal está poniendo muy difícil que ambos planes salgan adelante. Parece mentira que tengamos que ser nosotros, la gente de la calle, quienes expliquemos a los técnicos que los árboles no son farolas de quita y pon, que son seres vivos a los que amamos, que queremos nuestros parques como están ahora, o mejorados, pero nunca reducidos, inutilizados, muertos.

Aparcamientos, edificios públicos y privados, hormigón. Cuando las excavadoras entran en estos refugios de la ciudad les parten el alma, ya nunca volverán a ser iguales. Por eso la gente se rebela, se asocia, lucha, defiende, se planta. ¡Salvemos nuestros parques!

Foto: Una de las muchas manifestaciones organizadas en Vitoria a favor del Parque de Arriaga.

Castillos en el aire contra árboles en Alcorcón

El Pleno municipal de esta tarde en Alcorcón será movidito. Cientos de vecinos del barrio de San José de Valderas, convocados por el colectivo ciudadano Salvemos el Parque, han anunciado su presencia para lograr que el alcalde al menos les escuche. Están en contra del faraónico proyecto de construir el CREAA (Centro de Creación de las Artes de Alcorcón) en el Parque de los Castillos, una buena idea en un lugar equivocado. El complejo (184 millones de euros de inversión) pretende dinamizar culturalmente una ciudad de 180.000 habitantes, a cambio de mutilar gravemente una tercera parte del bellísimo parque de 14 hectáreas de jardines, fuentes, historia y arboledas, lugar de encuentro, deporte, juegos y oxígeno de los vecinos. Nada que objetar salvo quizá el sitio elegido, el pulmón verde del barrio, cuando sobran nuevas urbanizaciones despersonalizadas en los extrarradios del municipio donde el centro artístico haría el mismo o mejor servicio.

La de Alcorcón es una vieja historia. Cuando en 1989 el arquitecto estadounidense de origen chino Leoh Ming Pei levantó una gigantesca pirámide de cristal en el patio principal del museo del Louvre, todos se lanzaron primero a criticarlo y después a copiarlo compulsivamente por medio mundo. Lo mismo había ocurrido en 1977 con el Centro Georges Pompidou, de Piano y Rogers, una patada visual en el barrio parisino más clásico que ayudó en gran manera a revitalizar su viejo casco antiguo. Un cuarto de siglo más tarde España se sumó al carro del icono arquitectónico de la mano del bilbaíno museo Guggenheim, de Frank Gehry. Desde entonces, prácticamente ya no queda una ciudad española sin su museo de arte contemporáneo “de autor”, donde desgraciadamente los fabulosos (y carísimos) edificios construidos superan con creces las colecciones artísticas depositadas en su interior. Paralelamente, a su alrededor y a la sombra de esta “radical transformación artística” se suelen dar fabulosos pelotazos urbanísticos a golpes de recalificaciones, derribos y, se supone, jugosas comisiones.

Una vez más, los vecinos protestan por una renovación urbanística de su ciudad tomada en los despachos, sin una extensa y previa consulta general con el pueblo que ha dado el mando a estos políticos. Como en el siglo XVIII, a la sombra de este despotismo ilustrado de nuevo cuño todo se hace por el bien del pueblo pero sin escuchar al pueblo.

Hoy el alcalde de Alcorcón tiene la oportunidad de oír a una parte de sus electores. Prefieren un parque sin museo a un museo sin parque. Deberá tratar de convencerles o dejarse convencer por ellos. Pero por favor, no actúe como los Marqueses de Valderas, no levante un nuevo castillo donde ahora hay tan bellos árboles.