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Anestesia para capar a los cerdos

El viejo cerdo Major, el orwelliano dirigente de Rebelión en la granja, debe de estar muy satisfecho. Los Países Bajos han acordado prohibir la castración de cerdos sin anestesia antes del año 2015. La decisión, que supone un importante avance en los derechos de los animales domésticos, se ha logrado gracias a un ejemplar acuerdo suscrito entre ganaderos, ecologistas, supermercados y gobierno. A partir de ahora, los animales machos serán adormecidos antes de proceder a su esterilización sea cual sea su edad. Como para ello hace falta un veterinario, se ha acordado repercutir el sobrecoste en el consumidor, cada vez más sensibilizado con estos temas.

En España, la actual legislación permite la castración rutinaria y sin anestesia de los lechones machos en su primera semana de vida, y sólo los dedicados a sementales se salvan de tan terrible práctica. Pero por ser una operación muy dolorosa a cualquier edad, es muy probable que en los próximos años la Unión Europea prohíba definitivamente esta praxis.

En mi opinión, debería adoptarse cuanto antes. Aunque sólo sea para que esos 40 millones de cerdos que matamos al año en nuestro país no sufran más de lo que ya les hacemos sufrir en su anodina vida de engorde. Y que contradiciendo a Orwell, la primera regla de la granja deje de surtir efecto: “Todo lo que camine en dos piernas es un enemigo”.

¿Y por qué se capan los cerdos?

Hace ahora diez años, precisamente por estas mismas fechas, publicaba en Diario 16 de Burgos un reportaje costumbrista sobre la celebración de San Antonio Abad en el castizo barrio de Las Huelgas. En él señalaba que, como manda la tradición, se habían bendecido dos hermosos cerdos, rifados al final de la jornada por los miembros de la cofradía de esa parroquia.

Ante mi asombro, al día siguiente me visitó en la redacción una indignada comisión de cofrades, con su prior a la cabeza, exigiéndome una rectificación de la noticia. Querían saber además de qué barrio era yo para tenerles tal odio. Me quedé de piedra.

-¿Pero qué he escrito yo que les haya podido ofender así?, les pregunté asombrado. ¿No rifaban dos cerdos?

-“Otra vez”, respondieron indignados. “Lo ha vuelto a decir otra vez”.

-¿El qué?

-Que rifamos dos cerdos, cuando en realidad eran dos cerdas bien hermosas de casi 200 kilos cada una. Por su culpa se tiene que estar riendo todo Burgos de nosotros.

-¿Pero que más da cerdo que cerda?

Mi pregunta les dejó desconcertados. Nunca pensaron que un periodista pudiera ser tan inculto.

-Usted y todo el mundo sabe que la carne de cerdo sin capar no se puede comer pues tiene un olor y un sabor muy fuerte a verraco. Las nuestras eran cerdas, buenísimas para jamones y chorizos

Les juro que no lo sabía. Y que desde entonces no lo he vuelto a olvidar.