Arde Doñana y me lloran los ojos no por eso humo negro que ha cubierto con un manto de recio luto, de muerte terrible, el corazón verde de Europa. Me lloran porque Doñana es nuestra casa, la casa de todos, y está en llamas. Arrasada. La herencia que recibimos de nuestros antepasados y deberíamos entregar indemne o recrecida a quienes aún no han nacido está dando sus últimos estertores en nuestros brazos irresponsables. Oigo los lamentos de Lorca en su Sangre derramada:
¡Que no quiero verla!
Dile a la luna que venga,
que no quiero ver la sangre
de Doñana sobre la arena.
Escucho el grito desesperado de Juan Ramón Jiménez, quien comparte con su burro Platero el terror por un incendio en su Moguer natal que un siglo después vuelve a calcinar sus amados pinares y jaguarzos. Tocan a rebato.
¡La campana gorda!… Tres…, cuatro toques… ¡Fuego!
Y como en Platero y yo, una vez más el fuego ha sido provocado por un ser indigno, siniestro, obediente a extraños intereses.
Siento como si acabara de pasar junto a mí aquel hombre que yo creía en mi niñez que quemaba los montes, una especie de Pepe el Pollo—Oscar Wilde moguereño—, ya un poco viejo, moreno y con rizos canos, vestida su afeminada redondez con una chupa negra y un pantalón de grandes cuadros en blanco y marrón, cuyos bolsillos reventaban de largas cerillas de Gibraltar.
«No se preocupen», nos piden los políticos. Ya estamos aquí al pie del cañón para coordinar las labores de extinción del incendio. Pregunten, pregunten, que lo sabemos todo. Pero a nosotros los consejeros y ministros, no a los técnicos y especialistas, qué sabrán esos de medios de comunicación, de cámaras y de postureos. Nos hemos puesto flamantes chalecos de exploradores recién estrenados para la ocasión, incluso algún casco, y nuestra cara de seriedad circunspecta es perfecta. Pregunten, pregunten. Y no se preocupen, las llamas no llegarán al Parque Nacional de Doñana. Tan sólo están arrasando todo el Parque Natural, el verdadero pulmón del delta del Guadalquivir, el último refugio de linces ibéricos y águilas imperiales, de carracas y elanios azules, de gatos monteses y azores. Lee el resto de la entrada »