La crónica verde La crónica verde

Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

Archivo de junio, 2013

La naturaleza también depende del color de los cristales

gafas

Una de las experiencias más esperpénticas de mi vida fue asistir como periodista a la inauguración de una gran urbanización en Majanicho, en el norte de Fuerteventura. Rodeado de azafatas, aduladores y numerosas botellas de champán francés, el promotor inmobiliario agarraba el micrófono cual predicador para glosar su particular milagro:

“Antes aquí no había nada y en un par de años hemos levantado un emporio turístico”,

aseguraba ufano.

¿Nada?, me preguntaba yo. Y veía horrorizado esos arenales urbanizados donde hasta hacía muy poco reinaba la hubara (Chlamydotis undulata), una avutarda del desierto. Espacios vírgenes a los que la crisis del ladrillo ha convertido ahora en un triste erial de viviendas a medio construir.

Reflexionando en positivo, reconocía apesadumbrado que la percepción de la realidad es algo muy, pero que muy personal. Como ocurre con el bosque. Reserva natural para unos, reserva maderera para otros, y montón de árboles para la mayoría.

Otro ejemplo son los barbechos. Pocos, muy pocos, aprecian la importancia de dejar descansar un par de años las tierras de cultivo, sin labrarlas, a la espera de futuras cosechas bien surtidas. La mayoría se lamentará ante el supuesto abandono del campo, entregado a los rastrojos. U optará, si es agricultor moderno, por gastar ingentes cantidades de abonos y fertilizantes. Sin embargo, el ornitólogo valorará la presencia de campos incultos para el desarrollo feliz de aves esteparias como el sisón  (Tetrax tetrax).

Al final llegamos a lo de siempre: la educación. Fundamental para distinguir un campo abandonado de uno en barbecho, de apreciar la importancia de la avutarda y del sisón, la cultura, el paisaje, el arte o las tradiciones. Todo encierra un valor superior al directamente económico, aunque hace falta tener los conocimientos mínimos para apreciarlo. O las gafas. Porque como decía Campoamor:

“En este mundo traidor

nada hay verdad ni mentira;

todo es según el color

del cristal con que se mira”.

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Una de cada ocho especies de aves del planeta están en peligro de extinción

Dodo

Las aves son bellas, pero ante todo son un excelente bioindicador del estado de salud de nuestros ecosistemas. Fáciles de ver, también de identificar, pero muy frágiles a las alteraciones del hábitat, la evolución de sus poblaciones a mejor o a peor nos señalan con certera efectividad hacia dónde va la naturaleza, que es el planeta, nuestra casa y único hogar posible.

¿Hacia dónde vamos entonces? Hacia la pérdida irreversible de biodiversidad.

Una de cada ocho especies de aves en el mundo están en peligro de extinción según un reciente estudio de Birdlife International, la mayor coalición de organizaciones de conservación del mundo integrada por 121 ONGs de todos los países y que cuenta con 13 millones de socios y 7.000 grupos locales. El ‘State of the World’s Birds’ es un informe exclusivo sobre el estado de conservación de más de 10.000 especies de aves en el que han participado cientos de científicos. En él se avisa que tan dramática estadística podría ser una evidencia del «rápido deterioro del medio ambiente global y que podría afectar al género humano».

BirdLife International es la autoridad oficialmente designada por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN) para informar sobre las aves que deben ser incluidas en la Lista Roja de especies en extinción. En la última revisión, 1.313 especies (una de cada ocho del total mundial) fueron clasificadas como amenazadas de extinción. De ellas, 189 están consideradas “En Peligro Crítico”. Desde el año 1500 se estima que se han perdido ya 150 especies de aves, un ritmo de desaparición que supera varias veces la pauta natural de extinción.

Empezamos por el mítico dodó, pero ahora están en peligro especies tan familiares como los gorriones, casi desaparecidos del Reino Unido, o las codornices y las tórtolas comunes, que cada vez tienen menos de comunes.

Todas las alarmas están encendidas en esta loca carrera mundial hacia el desastre ambiental, pero nuestra disparatada nave planetaria no encuentra el freno. O no quiere pisarlo, que es peor.

Un resumen del State of the World’s Birds puede descargarse desde este enlace. La imagen que ilustra este post es el dibujo que Roland Savery hizo en 1626 de uno de los últimos dodós, ave ya extinta.

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Estas vacaciones, no te olvides de visitar jardines históricos

jardin_botanico_atlantico_gijon

Escribo este post en el avión, de regreso a España después de un largo (e intenso) viaje por Polonia. Allí he participado en un congreso internacional dedicado a los árboles monumentales, oportunidad que me ha permitido conocer unos espacios naturales únicos. Bosques míticos como el de Bialowieza, en la frontera con Bielorrusia. O montañas alpinas como los Montes Tatras. Pero lo que sin duda más me ha admirado han sido sus jardines botánicos e históricos. ¡Qué maravilla! Impecablemente cuidados, llenos de gente, repletos de información, cuajados de multicolores flores de cientos de especies. La comparación con España resultó inevitable. ¿Cómo tenemos nuestros jardines públicos? Bastante mal.

En primer lugar los tenemos olvidados o, aún peor, ni sabemos que existen. Sí los más populares, como el Real Jardín Botánico de Madrid, el Generalife y la Alhambra o La Granja de San Ildefonso. ¿Pero qué me dicen del Botánico de Valencia, los sevillanos jardines de María Luisa o los del Palacio Real? Pocos, muy pocos, incluyen estos lugares en sus listas turísticas de “lo que hay que ver”. Pero no lo dudan a la hora de recorrer los de Versalles, Tokio o Nueva York.

Esa falta de interés por nuestros jardines públicos, ese terror a pagar entrada para ver árboles y flores, explica el escaso presupuesto en conservación que dedicamos a ellos. Y es ahí donde se ven las diferencias.

En Polonia (o Francia, Reino Unido, Italia,…) la gente ama sus jardines. Disfruta paseando por ellos, aprendiendo botánica, relajándose bajo sus acogedoras sombras, comprobando el paso de las estaciones.

¿Dónde está la diferencia? En la sensibilidad. Pero ese sentimiento también se aprende. Aprovechemos pues este verano el privilegio de contar con algunos de los jardines más bellos del mundo. Visitémoslos. Disfrutémoslos. Son nuestra cultura y, aún más importante, nuestra conexión estética con la naturaleza.

En la foto superior, un detalle del maravilloso Jardín Botánico Atlántico de Gijón. De obligada visita para todo amante de la belleza y/o de la naturaleza.

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¿Has visto alguna vez una luciérnaga?

Lampyris_noctilucaEs un insecto relativamente común en España. Nocturno pero con luz propia, así que resulta muy fácil distinguirlo en la noche. Y sin embargo, ¿has visto alguna vez una luciérnaga? O también: ¿Cuánto tiempo hace que no ves una?

En mi caso años. Y eso que acostumbro a salir a ver estrellas o escuchar lechuzas y chotacabras.

Las enigmáticas luciérnagas son cada día más difíciles de ver. Por eso me ha encantado la iniciativa de un grupo de naturalistas españoles, empeñados en recuperar la popularidad de unos escarabajos con luz propia que durante siglos acapararon la atención de niños y mayores durante las cálidas noches de verano. Su página web gusanosdeluz.es aporta una abrumadora información sobre estos misteriosos animales, con tanto rigor científico como sencillez. No es que os la recomiende. Resulta de obligatoria lectura para todo curioso de la naturaleza.

Primer dato importante a tener en cuenta si se quieren observar luciérnagas: buscarlas en verano. Los adultos viven escasamente una semana y tan sólo desde finales de junio y hasta principios de agosto, época en la que podremos descubrir sus bombillitas encendidas.

Las larvas viven mucho más tiempo. Dos años. Pero en el suelo, alimentándose de caracoles y babosas como si fueran pequeños leones succionadores de proteínas. Al ser bianuales, en el mismo lugar hay siempre en realidad dos poblaciones casi genéticamente aisladas, las que nacen en los años pares y las que lo hacen en los años impares.

Son las hembras, más grandes, las que iluminan su abdomen para atraerse la atención de los machos, mucho más pequeños que ellas. Apenas un par de horas, de 10 a 12 de la noche. Y cuando logran aparearse apagan la luz para dedicarse a poner los huevos. Así que cuanto más éxito tienen en el cortejo menos posibilidades tenemos nosotros de verlas.

¿Cómo logran producir esa luz tan brillante? Gracias a la bioluminiscencia, una reacción química que se produce de forma natural en el interior de su cuerpo.

Y la pregunta del millón: ¿Hay ahora menos luciérnagas o es que no las buscamos? Pues todo indica que cada vez hay menos. Insectos a fin de cuentas, el abandono y mecanización del campo, uso generalizado de insecticidas e incluso la contaminación lumínica, que desorienta a los machos, han reducido su número. Pero también es verdad que vamos mucho menos a pasear por la noche a la luz de la Luna. Pregunta a tus padres y abuelos. Seguro que te dicen que antes se veían más.

De este año no pasa. Gracias a  gusanosdeluz.es me ha entrado el gusanillo (luminiscente). Voy a ponerme a buscar luciérnagas en la noche. Espero ver muchas y enviar la información a estos entusiastas amigos de las luciérnagas. ¿Te apuntas?

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Más restaurantes para los buitres

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Os lo he contado varias veces en este blog. Los buitres se mueren de hambre. La rígida aplicación de normativas generales europeas surgidas a raíz de la enfermedad de las vacas locas trajo consigo, además de una carga económica considerable para muchos ganaderos, graves problemas para las poblaciones españolas de buitres. La ley obliga enterrar todo animal muerto, ajena a que en países como el nuestro gran parte de esas carroñas son sabiamente aprovechadas por las aves necrófagas, especialmente buitres, alimoches y quebrantahuesos.

Gracias a la presión de naturalistas y ornitólogos, Europa aceptó finalmente incluir una serie de enmiendas que abrían la posibilidad de volver a dejar en el campo restos animales disponibles para la alimentación de los buitres. Y ha sido ahora Castilla y León la región que ha dado un importante salto al aprobar un decreto que recupera la práctica de los muladares, esos lugares alejados de los pueblos donde se pueden dejar restos de ganado. Como se hizo toda la vida. Restaurantes para los buitres. Ellos nos limpian el campo de animales muertos y nosotros les damos comida abundante para que nos sigan regalando con la impagable imagen de sus ingrávidos vuelos.

Uno de los objetivos de la nueva normativa es reducir los ataques de buitres a ganado vivo, provocado por el hambre que pasaban los pobres bichos mientras los animales muertos debían de ser destruidos por empresas autorizadas, con el consiguiente coste para el ganadero.

Según datos de la Junta, Castilla y León cuenta con el mayor censo en España de aves necrófagas de Europa, con unas 6.000 parejas de buitre leonado, el 24 por ciento del total nacional; 380 de alimoche, el 26 por ciento; y el 15 por ciento de buitre negro y de águila real, pues esta última tampoco hace ascos a un animal muerto. No parecía lógico seguir matando de hambre tan extraordinaria riqueza natural.

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Los biopiratas se aprovechan de los saberes de Panchito

Campesino

Pancho Cárdenes era un viejo yerbero de Gran Canaria. Pasó poco por el colegio, pero tenía unos conocimientos extraordinarios sobre plantas medicinales, ungüentos y tisanas capaces de aliviar las enfermedades más comunes de sus vecinos de Valleseco en unos tiempos en los que llamar al médico era un lujo imposible por lo inalcanzable.

Hoy, solucionado el problema sanitario, esos curanderos han desaparecido. Ganamos en salud, eso nadie lo duda, pero a cambio de perder unos saberes maravillosos capaces de aliviarnos los males más frecuentes y menos graves. De ser autónomos frente a las pequeñas dolencias.

Donde ahora vemos hojas y flores anónimas ellos veían remedios. Aferrados a la botica de diseño ya no nos interesa saber cómo se distingue y para qué sirve la manzanilla, la cola de caballo o la hierba clin. ¿O sí?

Una delegación del Instituto de Medicina Tradicional China de Pekín ha visitado recientemente Canarias para conocer con detalle las aplicaciones terapéuticas tradicionales de las plantas isleñas. Otros, representantes de multinacionales farmacéuticas, escudriñan el campo buscando medicinas donde las gentes del campo siempre supieron que estaban, donde siempre las usaron.

No les empuja la curiosidad. Buscan la rentabilidad económica de un legado que es de todos pero que muchas veces pasa a ser propiedad de unos pocos. Algunas de estas especies autóctonas, únicas en el mundo, atesoran remedios contra el cáncer, la diabetes o el alzhéimer.

Lo lógico sería que fueran investigadores nacionales quienes hiciesen este trabajo, y empresas españolas quienes patentaran el resultado, pero no se hace. ¿Investigar en España? Qué inventen ellos… con lo nuestro.

Si Panchito levantara la cabeza no se lo creería. Todo su saber se lo estamos regalando a los biopiratas.

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Así se mata a los lobos en España. El vídeo que nunca querrías ver

Lobo

Desde hace unos días, un terrible vídeo nos ha sumido a los amantes de los animales en la tristeza más amarga. Es el momento en que un disparo acaba con la vida de un lobo ibérico. Quien lo ha subido a YouTube asegura que sucedió en el Principado de Asturias, supuesto Paraíso Natural donde el noble cánido salvaje es perseguido con saña, igual por ganaderos que por funcionarios de medio ambiente.

En realidad no sabemos con certeza ni el lugar ni la fecha exacta, pero da lo mismo. Puede ser Asturias o Castilla y León. Puede ser ahora o hace 10 años, ya que en realidad nada ha cambiado desde entonces. Podría ser también un acto de caza legal, pues al norte del río Duero sigue permitido su «control» cinegético.

Controlar. Gestionar. Quitar. Minimizar. Racionalizar.

Yo lo llamo matar. Y me parece una salvajada impropia de una sociedad mínimamente civilizada.

No sigo escribiendo porque me enfado aún más. Mira el vídeo y dame tu opinión. No hace falta insultar. Tan sólo me gustaría saber si tú, como yo, todavía estás llorando por la muerte de tan bello animal.

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La crisis resucita a los furtivos

Mejillones

Llaman a la puerta de casa. Un coche rojo, pequeño pero con apariencia de deportivo, está aparcado con el motor encendido. De pie, un joven de unos 25 años espera mi aparición. Dentro del vehículo está su novia.

¿Quiere mejillones fresquitos, recién cogidos esta mañana?

Su pregunta me sienta como un bofetón. En Fuerteventura, donde vivo, la especie nativa de mejillón (Perna perna) es diferente a la popular gallega. Y está en peligro de extinción, estrictamente protegida, precisamente por culpa de la sobrepesca. Hace 40 años los había, literalmente, a paletadas. Casi nadie los cogía y los pocos que tenían interés por ellos los arrancaban de las rocas con una pala hasta llenar sacos de 25 kilos. Pero ahora está prohibido.

Así que no me aguanto. Y le amenazo con llamar a la Guardia Civil. El chaval se queda helado, vuelve al coche y se marcha, aunque a su compañera le da tiempo para insultarme mientras me grita eso de que «esto se hizo siempre así y no es ilegal».

Jóvenes, en paro, ociosos, con coche y móvil de última generación. Amigos del dinero fácil, de buscarse unos extras aprovechando un recurso que, según ellos, sólo los muy listos son capaces de obtener. Son los nuevos furtivos.

“Por lo menos hacen algo y no roban”, me comenta la vecina, siempre tan positiva. No se da cuenta de que sí que roban. Las riquezas naturales de todos, también las suyas y las mías.

La imagen de estos furtivos de nuevo cuño poco o nada tiene que ver con los de antes. Gentes como José Escobar, mítico cazador del Coto de Doñana que hacia 1950 tuvo en jaque y durante años a toda la guardería. Dicen que cuando finalmente el guarda mayor lo capturó iba desnudo para no espantar a la caza con el olor y el ruido de sus ropas. Aunque poca ropa tendría, añado yo, pues era el hambre y la miseria la única razón de su furtiveo.

Pajarillos fritos, marisco vedado, verdura y fruta robada en las huertas, pezqueñines, … Como en la terrible postguerra española vuelven los furtivos, los robaperas, los timadores, aunque de momento la mayoría son de guante blanco. Aún no lo hacen por necesidad. De momento.

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