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"Lo que tenemos que hacer es montar un bar. Y si no funciona, lo abrimos". Viejo adagio periodístico

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Cuando tu empresa te dice en qué momento debes ser madre

(GTRES)

(GTRES)

Lo venden como una medida para evitar bloqueos en la carrera profesional de las mujeres, pero eso de que te paguen la congelación de tus óvulos jóvenes y sanotes  para que tu maternidad no sea un obstáculo en tu carrera, esconde mucha miga y abre muchas preguntas.

Para empezar, porque lo que te están diciendo sin decírtelo es lo siguiente: «Si eres madre antes de los xx años, olvídate de crecer profesionalmente en esta compañía». Estarás condenada a un puesto mediocre, que te permita prestarle a tu hijo la atención que necesita. Bonita manera de incentivar la maternidad, sí señor. Si fuera el título de una película, se llamaría Sutil coacción.

Porque, claro, es inconcebible (nótese la ironía) pensar en una mujer directiva o ejecutiva con un horario razonable; es decir, con una vida más allá de la oficina… Y es inconcebible porque nadie lo hace concebible.

En primer lugar, porque los puestos directivos siguen estando copados en su mayoría por varones. Y estos suelen estar casados con mujeres que les sacan las castañas familiares del fuego de manera sistemática (¡qué casualidad, oigan!): pediatras, actividades extraescolares, enfermedades infantiles, material escolar, cenas, meriendas, compra de ropa, tutorías… Por eso pueden dedicarse en cuerpo y alma a esas carreras profesionales. Y por eso las reducciones de jornada siguen siendo un coto casi exclusivo de ellas.

[Hace poco una amiga me decía que ella deseaba esa reducción de jornada para disfrutar de sus hijos, que la maternidad le había cambiado la perspectiva profesional. Muy comprensible. Pero, ¿por qué ellos casi nunca sienten ese deseo, esa necesidad de cuidar de sus hijos, que son tan suyos como de ella? ¡Ah, la igualdad…!].

También por eso, cuando una mujer accede a un puesto de responsabilidad suele ser mirada con lupa por sus ‘colegas’, más aún si ya es madre. ¿Será como ‘nosotros’ (…) o será como ‘ellas’ (…)?, se preguntan los que te han ofrecido el cargo. [Como ‘nosotros’ significa que tu trabajo es lo primero y que todo lo demás es secundario, incluidos tú y tu familia. Como ‘ellas’ significa que tu trabajo es una parte de tu vida, no el eje de tu existencia]. Ya te están juzgando. Mientras, los que hasta ese momento trabajaban contigo en otro escalafón, también tienen su granito que aportar en la máquina del café: «Ahora puede pagarse una chacha que le cuide los niños». Inquietudes todas, en unos niveles y en otros, que ¡oh! no tienen lugar cuando el que accede al puesto de responsabilidad es un varón, aunque este también sea padre.

La igualdad… y la disyuntiva. Porque al final lo que tu empresa te está diciendo cuando te ofrece congelar tus óvulos es que si quieres ser madre y tener éxito profesional, vas a tener que elegir, porque triunfar en tu carrera y ser madre al mismo tiempo son incompatibles.

Lo que no te dicen es qué pasará cuando ya te hayas desarrollado profesionalmente y decidas ser madre (si es que continúas trabajando para la misma empresa, porque es posible que en plena carrera meteórica te surjan ofertas de otras compañías y tengas que renunciar a los óvulos congelados que tu exempleador pagó… ).¿Cuándo podrá ser eso? ¿Te dirán Facebook y Apple cuál es la edad idónea para embarazarte? ¿Los 38? ¿Los 40? ¿O te despedirán entonces, porque sustituir a un directivo durante unos meses es bastante complejo? ¿O darán por sentado que estarás ya tan metida en el bucle del ‘éxito profesional’ que o bien renunciarás a tu permiso de maternidad o bien darás la teta a tu retoño mientras respondes mails con el smartphone?

¿Medida de conciliación o perversión empresarial disfrazada? Lo próximo: que nuestras empresas nos fijen también la hora idónea para el sexo.

El día que pensé que mi hijo había muerto sin todavía haberle visto la cara

El parto es un momento único: si estás en la media de la tasa de natalidad española, solo vas a tener un hijo, a lo sumo dos.

La mayoría de futuras madres leen mucho sobre el embarazo y las circunstancias posteriores al parto, pero no tantas se informan al detalle de cómo será el momento del alumbramiento, y la información que reciben por vías tradicionales (libros clásicos, consultas médicas…) es somera y superficial: poco más allá de las distintas posibilidades (parto vaginal, cesárea…), el trabajo de la parturienta (dilatación, respiraciones, pujos…), eventuales complicaciones, epidural sí/no/cuándo, etc.

Es un asunto que todas las partes suelen dar por zanjado con cuatro pinceladas, y las futuras madres, absortas a veces por la emoción de tener al bebé ya en sus brazos o por puro desconocimiento, pasan de puntillas por los procedimientos del parto, posiblemente también por temor al dolor y al esfuerzo físico de ese momento (recuerden aquello de «que sea una horita corta»).

Pero el alumbramiento es algo que ninguna de ellas olvidará en lo que le quede de vida. Y aunque solo sea por eso, todas deberíamos informarnos exhaustivamente de lo que nos espera, y de lo que podemos esperar y exigir de nosotras mismas y de quienes nos van a acompañar y asistir en ese momento. Porque como pacientes y como parturientas también tenemos derechos, y solo en nuestra mano está demandar que sean respetados. De cómo se desarrolle tu parto puede depender en una u otra medida la relación que establezcas con tu bebé, tu autoestima, tu salud física y psicológica… Y solo estando informada podrás elegir el parto que tú consideres más apropiado para ti y para tu hijo. Al fin y al cabo, es TU cuerpo, TU parto y se trata de TU hijo, no del de la matrona, el ginecólogo, el celador o el anestesista.

A mi primer parto llegué desinformada. Fue una inducción. Estuve casi 14 horas tumbada en una cama sin que me permitieran moverme. Progesterona, tactos vaginales… La ginecóloga entraba en la habitación, dejaba la puerta abierta de par en par y me metía la mano hasta la garganta sin casi mediar palabra y a la vista de cualquiera que quisiera otear el horizonte. Luego llegaron la oxitocina, los monitores, la epidural… Sin alternativa posible, porque no había opción a réplica. «Son lentejas», me dijo en una ocasión.

Sala de dilatación de un hospital de Madrid (foto cedida por Madre Reciente).

Sala de dilatación de un hospital de Madrid (foto cedida por Madre Reciente).

De pronto los monitores indicaron que algo no iba bien y me informaron de que se me iba a practicar una cesárea. En pocos minutos estaba tumbada en una sala de operaciones. Pregunté si la cesárea me la harían con la epidural y me respondieron que sí. Lo siguiente que recuerdo es despertar en una sala en la que no había nadie. Y cuando digo nadie, es nadie: ni médicos, ni enfermeras, ni familiares… ni mi bebé.

Intentando rastrear algo de lucidez entre los efectos de la anestesia general, alcancé a imaginar que posiblemente a mi hijo le había ocurrido algo durante el parto y que tal vez lo habían tenido que meter en la incubadora. Pero luego pensé que debía de haber sido algo muy grave para que me pusieran anestesia general sin avisarme, y buscando la razón de que no estuviera junto a mí, llegué a la conclusión de que había muerto. Una eternidad después (así lo recuerdo yo, aunque seguramente fueron solo unos minutos) oí unos pasos lejanos y decidí gritar para que alguien viniera. Le pregunté a la enfermera por mi hijo: me respondió que no sabía nada. Su aparente desconocimiento acrecentó mis temores de que el bebé había muerto. «No me lo quieren decir», pensé.

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Mi bebé no murió. Hoy es un preadolescente sanote, encantador, buen niño, generoso, charlatán, simpático y, como todos, a ratos insoportable. Su existencia matiza algunos recuerdos, los mejora, pero no los borra. Nunca olvidaré aquel día. Fue el más traumático de mi vida. Entonces no fui plenamente consciente ni de lo que estaba ocurriendo ni de las consecuencias que podría acarrear. Ese parto me costó casi un año de depresión, que llegó cuando mi hijo tenía ya dos años. Y mucho tiempo de reflexiones internas, de sentimientos de culpa, de asimilaciones y asunciones, de manejo del dolor y de las emociones.

Cinco años después nació mi segundo hijo. Fue también una cesárea, pero yo llevé las riendas desde el momento en que me quedé embarazada. Pacté con mi ginecólogo, mantuvimos largas conversaciones sobre mis expectativas y lo factible buscando siempre un equilibrio, hicimos un plan de parto, y llegado el momento, él me ayudó en mis tomas de decisiones, explicándome cada paso, cada movimiento, ayudándome a sopesar riesgos y a eliminar miedos.

La diferencia entre uno y otro parto la marcó la información. Lo leí todo. Busqué casos de madres que hubieran pasado por situaciones similares a la mía. Busqué opiniones de ginecólogos y matronas. Y así pude elaborar una aproximación a lo que yo esperaba de mi parto y a cómo quería que este se produjera. No fue todo maravilloso, pero me sentí respetada  y partícipe.

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Hoy, la asociación El Parto es Nuestro denuncia en un informe que el 96% de las maniobras de Kristeller se hacen sin el consentimiento de la madre. El 39% dice que pidió al personal que parara. De las 133 mujeres que lo solicitaron, solo 14 fueron escuchadas. Esta práctica provoca secuelas en el 26% de los bebés. Sobran más comentarios.

¿Es necesaria la formación en igualdad de género? Un discurso reivindicativo

El pasado 26 de mayo se graduó la primera y última promoción de la titulación universitaria de Igualdad de género, el único grado de esta especialidad que se impartía en España, en la Universidad Rey Juan Carlos. Este es el discurso que pronunció en la ceremonia Dori Fernández Hernando, como número 1 de esa promoción. Un discurso reivindicativo que arroja cifras / razones por las cuales este tipo de formación era necesaria antes y lo sigue siendo ahora.

“Todo lo legal no es moral (…), así que todo no vale”.

Con este marco de referencia inauguró el pasado 12 de noviembre la Decana de esta Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, Dña. Pilar Laguna Sánchez, el 5º Seminario de Innovación en Marketing, la disciplina con mayor incidencia en los roles que desempeñan mujeres y hombres en nuestras sociedades, y es como quiero empezar esta breve intervención en mi nombre y en el del resto de compañeras y compañeros que hoy se gradúan en este Grado de Igualdad de Género tan presente en la prensa –desafortunadamente- en los últimos tiempos por su desaparición.

Han sido cuatro años de esfuerzo hercúleo –o mejor dicho boloniano– para quienes estudiamos en el modo semipresencial: cinco asignaturas por cuatrimestre, prácticamente a un trabajo por semana, un examen parcial y uno final por cada una, y bibliografía que no daría tiempo a leer en dos vidas.

Pero hay una característica clave entre el alumnado de esta primera promoción: somos personas con responsabilidades familiares y personales, nadie nos hace la comida, ni lava nuestra ropa, ni nos paga la hipoteca o el alquiler, en definitiva, nadie nos cuida, sino todo lo contrario. A pesar de nuestra edad que dobla la de cualquier estudiante, hemos llegado a la universidad –muchos por segunda y hasta por tercera vez– como fruto de la reflexión personal: la especie humana tiene sus días contados si no conseguimos dar un cambio de timón a las políticas públicas y configuramos un tipo de sociedad en la que todas las personas tengan asegurados sus derechos fundamentales recogidos en nuestra carta magna, fundamentalmente el derecho a la vida, y no a una vida cualquiera, a una digna como establece el art. 1 de la CE.

La dignidad de la persona, los derechos inviolables que le son inherentes, el libre desarrollo de la personalidad, el respeto a la ley y a los derechos de los demás son fundamento del orden político y de la paz social (art. 1 CE).

Amartya Sen, premio nobel de economía en el año 1998, definió el desarrollo de los pueblos como un proceso de expansión de las libertades reales de las que disfrutan los individuos, alejándose así de la visión que asocia el desarrollo con el simple crecimiento del PIB; un desarrollo sostenible que a la vez habrá de ser capaz de responder a las necesidades del presente sin poner en peligro la capacidad de las generaciones futuras de responder a las suyas.

Y la realidad es que estamos en el año 2014, en pleno siglo XXI, y nuestro país se enfrenta a un gravísimo problema, el mismo que el resto de países europeos (a excepcion de los nórdicos): tenemos una tasa de fecundidad de 1,32 hijos/mujer, muy por debajo de la tasa de reposición poblacional, que está en 2,1, y una tasa de dependencia demográfica del 51%. Esta tasa, que es la ratio entre el número de personas de la tercera edad y el número de personas en edad de trabajar, llegará, según las estimaciones del INE, hasta valores cercanos al 60% en los próximos diez años. Así que en muy poco tiempo será imposible atender las necesidades del grueso principal de la población, y que no se hagan ilusiones las mentes paleolíticas: tampoco habrá mujeres para cuidar de los demás, sino para ser igualmente cuidadas. Sobre este grave problema y sus soluciones abunda María Pazos Morán en su reciente libro Desiguales por Ley, que les recomiendo.

Porque la caída en picado de la demografía –y por tanto de la vida en el planeta– no es el resultado de una moda: la tasa de reposición poblacional es la cifra que coincide, segun las encuestas del CIS, con el número de hijos deseado por las familias, y que no depende sino de las condiciones materiales que hagan viable la decisión de ser madres y padres. Y las condiciones materiales, como es fácil deducir, tienen mucho que ver con la igualdad de género, con el derecho que las sociedades democráticas ofrecen a sus ciudadanos y ciudadanas en cuanto a las posibilidades de desarrollo vital. Evidentemente, no serán iguales las condiciones materiales de una familia en la que trabajen ambos progenitores que en la que sólo trabaje uno.

La brecha de género salarial, la que se da entre una mitad de la ciudadanía –las mujeres– y la otra, sigue rondando el 23 %, lo que significa que una mujer, además de trabajar en dos sitios a la vez (en casa y en el trabajo formal), tiene que trabajar 84 días más al año para ganar lo mismo que un hombre realizando el mismo trabajo. La misma brecha en las tasas de empleo se sitúa en el 9,6%, siendo significativos los datos sobre empleo a tiempo parcial: un 6,6% de los hombres que trabajan lo hacen a tiempo parcial, frente a un 24,5% de mujeres. Pero lo llamativo son las razones: ellos declaran en primer lugar que es por no poder encontrar trabajo a jornada completa (65,9%), por seguir cursos de enseñanza o formación (9,6%) y por otros motivos que no especifican (15,8%); mientras que entre las mujeres, las principales razones son: no encontrar empleo a tiempo completo igualmente (56,3%), por tener que cuidar de niños o adultos enfermos, incapacitados o mayores (14%) y por otras obligaciones familiares o personales (6,6%). Con estos datos, es fácil entender que los cargos directivos varones en las empresas españolas doblen a los ocupados por mujeres, o que sólo el 18,1% lleguen a ser catedráticas en nuestras universidades a pesar de representar un 37% más entre el alumnado graduado en estudios superiores. Demasiado trabajo para las únicas 24 horas que tiene un día.

En lo único que mujeres y hombres ya somos prácticamente iguales, es decir, en lo único que tenemos el mismo tratamiento como seres humanos equivalentes que somos, es en las tasas de paro: 6 décimas nos separan solamente.

Pero hay otro dato que defiende la necesidad de apostar por la igualdad de género de forma urgente, y sin duda es el más importante: desde que alcanzan los datos fiables, el año 1995, en nuestro país han sido asesinadas 1.292 mujeres a manos de sus parejas o exparejas varones (72 víctimas mortales más de las que el terrorismo ha ocasionado en 41 años).

La igualdad entre mujeres y hombres no es sólo un imperativo legal, sino, sobre todo, es un imperativo ético y moral. El funcionamiento de nuestro sistema democrático no garantiza el derecho a la vida a la mitad de la ciudadanía (ni al resto, puesto que muchos de los hombres que asesinan a sus parejas después se quitan la vida). Es urgente incluir la transversalidad de la igualdad a la que obliga la Ley 3/2007 en todas las esferas públicas y privadas. La igualdad tiene que calar en las personas y cambiarles su ADN socioemocional, de forma que los hombres vean a las mujeres como sus equivalentes humanos y las mujeres se vean a sí mismas como equivalentes a los hombres, con el mismo grado de valor humano y de posibilidades de desarrollo.

Entre estas políticas públicas urgentes, está una con un gran potencial de cambio y que, curiosamente, se ha caído de los programas electorales de los tres partidos mayoritarios que en principio la aplaudían (PP, PSOE e IU): la equiparación de los permisos de maternidad y paternidad que defiende la PPiiNA (Plataforma por Permisos Iguales e Intransferibles de Nacimiento y Adopción) de la que formamos parte muchos compañeros, compañeras y profesorado de este Grado; la existencia de dos progenitores productores- sustentadores y cuidadores a la vez permitiría, junto a otras medidas como la educación pública universal de 0-3 años y unas jornadas de trabajo más reducidas para todos, resolver los problemas demográficos, las altas tasas de pobreza infantil (30%, una de las mayores entre los países desarrollados), y sobre todo, facilitaría ese cambio de ADN socioemocional en las personas, permitiendo el aprendizaje de roles igualitarios alejados de los actuales sexistas, causantes de las tremendas injusticias sociales y humanas que hemos desgranado.

Y un dato relevante que no podemos dejar de mencionar: en los currículos educativos de los Grados de Educación Infantil y Primaria del grueso de universidades de nuestro país, donde el alumnado se prepara –en teoría- para coeducar, es decir para educar a niños y niñas en igualdad de oportunidades, no existe ninguna asignatura que les prepare en el principio constitucional de igualdad.

Así que, cerrando con el mismo marco que inicié esta intervención, como todos ustedes podrán comprender, la decisión de eliminar este Grado de Igualdad de Género de la parrilla de estudios de esta universidad –el único en España– será legal, pero bajo ningún concepto podrá calificarse de moral.

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Igualdad (Eneko).

Igualdad (Eneko).

«La feminización de la pobreza es un hecho. La falta de oportunidades de empleo acordes con la formación, otro. El acoso y, cuando cabe, la violencia, otro más. Todo ello para un colectivo cuyo único defecto visible parece ser el no haber tenido la previsión de nacer con otro sexo». Amelia Valcárcel, en ´La política de las mujeres’.

Variaciones machistas: del intelecto de Arias Cañete al despido de Jill Abramson

En apenas tres días han pasado ante mis ojos algunas variaciones machistas que me han dejado atónita. Atónita, a pesar de todo: a pesar de ser mujer, a pesar de mi edad y a pesar de mi posición profesional, tres factores que, sumados, deberían haberme inmunizado hace ya tiempo contra la indignación y el cabreo ante ciertos comentarios.

Pero no. Sigo siendo virgen en lo que respecta a la aceptación de ciertas actitudes machistas, aunque admito que mis poros ya absorben sin provocar graves enrojecimientos cutáneos ese machismo cotidiano, de alcoba o de fogón, esa rutina de acero inoxidable que provoca la asunción generalizada de una serie de responsabilidades por parte de la mujer, y la interpretación -obviamente interesada- de que son los genes, el instinto femenino y no sé qué estupideces más los elementos que nos convierten en idóneas, simplemente perfectas, para ciertos desempeños, no más complicados de desentrañar que el mecanismo de un chupete.

Luego están los machismos de todo a 100: los del vocativo que tan bien cumple desde tiempos inmemoriales su función apelativa (los «cállate, bonita, que no tienes ni idea») o los físico-exclamatorios para cuando una mujer adquiere una posición relevante en cualquier entorno («pero qué fea es»; cámbiese «fea» por «gorda», «vieja», «buenorra», «tonta», «imbécil», «qué acento tiene», etc.). También a la orden del día, en la calle y en otros ámbitos (incluso parlamentarios). Sin ir más lejos, hace solo un par de días, me topé con esta conversación en Twitter, en este caso, entre reconocidos periodistas:

Sobra cualquier añadido a la respuesta de Carme Chaparro. 140 caracteres fueron más que suficientes para explicarse con meridiana claridad.

Otro ejemplo, este ya de hace unas semanas, puede aún consultarse en los comentarios de este mismo blog. En un texto sobre la muerte de Gabriel García Márquez, el primer comentario rezaba así:

«Felicitaciones por el artículo y por su rebosante salud física».

Sí, me sobran unos kilos. Nada que no sea obvio mirando la foto que preside este blog; nada que haya pretendido ocultar nunca. Lo que no creí yo que fuera tan evidente es la relación entre intelecto, capacidad periodística y talla de ropa… Pero está claro que esa relación a tres bandas solo debe de darse entre las mujeres, porque no recuerdo ni un solo comentario en un blog firmado por un varón que haga referencia a su apariencia física.

Arias Cañete y Valenciano se saludan antes del debate (EFE).

Arias Cañete y Valenciano se saludan antes del debate (EFE).

Por si las mujeres no tuviéramos suficiente con eso, hay señores aspirantes a representar a parte de la ciudadanía (incluidas nosotras) que se descuelgan con comentarios tan ilustrativos y poco ilustrados como el que sigue, haciendo gala de otro tipo de machismo, el de plató, menos extendido por las consecuencias que podría tener (aunque en España nunca las tiene): «Si el hombre demuestra superioridad intelectual, da una impresión machista». Arias Cañete, ex ministro y aún no ex candidato a las europeas por el PP, suelta esta perla el día después de un tedioso y nada europeo debate con su contrincante: una mujer, Elena Valenciano (PSOE).

¿Será esa la verdadera razón de que el señor Cañete haya preferido no desplegar esa superioridad intelectual ni siquiera como ministro? Hace apenas unas semanas dijo «ignorar» las actividades de la petrolera de la que es accionista tras publicar 20minutos que pugnaba por adquirir un negocio en Ceuta valorado en 600 millones de euros. Un pequeño despliegue intelectual, minúsculo, le habría evitado decir tal sandez. Lo hizo en los Los Desayunos de TVE ante una presentadora (mujer). ¿Debemos buscar ahí la razón de su contención intelectual? ¿Se habría ella sentido acorralada si el hasta ese momento ministro de Agricultura hubiera sacado a pasear su intelecto?

Podríamos seguir hablando de machismos y sus tipologías hasta completar una enciclopedia del disparate, pero me detendré solo en uno más: el que le acaba costando el puesto de trabajo a una mujer o pone fin de una manera u otra a su carrera profesional. Me viene a la mente el reciente despido de Jill Abramson, la primera directora mujer del New York Times. Es seguro que su salida del periódico se ha producido por una confluencia de circunstancias (asuntos «de gestión», argumentó el editor del diario), pero también en este caso se dan algunos factores que apuntan a ciertas consideraciones de género como motivadoras de su marcha.

Por un lado, y según apuntan distintos medios, Abramson se enteró hace relativamente poco de que su salario y pensión eran inferiores a los del anterior director (en el caso de la pensión podía tener sentido ese desequilibrio, dado que su antecesor en el cargo llevaba más años que ella al frente del diario). Al parecer, reclamó al equipo gestor la iguala de sus condiciones. A quién se le ocurre…

Jill Abramson (Fuente: Wikimedia).

Jill Abramson (Fuente: Wikimedia).

Por otro, parece que Abramson era un tanto ‘brusca’, una ‘borde’, en definitiva, con los integrantes de su redacción, y que esto también ha influido en su salida forzosa del NY Times. Pregunten ustedes en distintas redacciones si los directores (varones) que han pasado por ellas eran dechados de dulzura y amor fraternal. Luego me cuentan la respuesta.

Hace algo más de un año ya se levantó cierta polvareda por un artículo publicado en Politico en el que se relataba una discusión entre la directora y uno de los máximos responsables editoriales (varón) del diario; este salió airadamente del despacho de ella, dio un golpazo en la pared con una mano y abandonó la redacción durante toda la tarde. Sin embargo, el foco de las críticas de la redacción se centró en la directora, a la que algunos calificaban como «obstinada y condescendiente» o «imposible». El airado responsable editorial del puñetazo en la pared, Dean Baquet, es desde esta semana el nuevo director del periódico.

Durante los tres años de mandato de Jill Abramson, el New York Times ha logrado ocho premios Pulitzer, ha alcanzado 800.000 suscriptores digitales y ha vuelto a ganar dinero. Pero esto, en el caso de una mujer, no parece ser relevante frente a su ‘bordería’ o a sus conflictos con el editor.

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También puedes encontrarme en Twitter (@virginiapalonso) y en Facebook.

‘Mujeres trinchera’ en Colombia: cuando tu cuerpo es un arma de guerra

Luz Marina Becerra, María Eugenia Urrutia y Blanca Nubia Díaz (de izda. a dcha). Tres mujeres víctimas de la violencia en Colombia. Ahora, activistas.

Luz Marina Becerra, María Eugenia Urrutia y Blanca Nubia Díaz (de izda. a dcha). Tres mujeres víctimas de la violencia en Colombia. Ahora, activistas.

Hoy me enfrento por primera vez a las notas que tomé en Bogotá hace seis meses, durante un viaje organizado por Oxfam Intermon, un recorrido monográfico por la violencia sexual contra las mujeres en Colombia en el marco de un conflicto armado que dura casi 50 años.

Una guerra. Sin más. Sin menos. Con sus muertos, desplazados, familias rotas. Con sus miserias; las que se ven y las que se entierran bajo una lápida. Con sus armas; las evidentes y las que no portan munición en forma de metralla. Con su utilización de las mujeres como estrategia bélica, tan terriblemente eficaz como vehículo de terror colectivo e individual que se repite en casi cualquier conflicto conocido, desde el génesis de la antigua Roma (recuerden la leyenda del rapto de las sabinas), a los ya más recientes de Bosnia, Ruanda, Congo, Sierra Leona o la propia Colombia.

Las mujeres como trinchera de guerra, parapetos defensivos para construir un ataque al enemigo a base de su humillación, su sometimiento, controlando sus cuerpos como señal de dominación; violándolos, mutilándolos, torturándolos… porque son ‘propiedad’ de otros, y desde esa perspectiva constituyen un simple y perverso botín con el que desestabilizar al colectivo oponente. Pura mercancía; puro instrumento.

Solo hay una diferencia entre las mujeres víctimas de entonces y las de ahora: aquellas vivían, sufrían y morían en silencio; pero hoy muchas de las que han sobrevivido al horror han tomado las riendas de sus vidas, luchando por que sus historias se conozcan, por que los delitos cometidos contra ellas no queden impunes, por que su dignidad y la de otras quede intacta y no vuelva a ser objetivo bélico en ningún rincón del mundo. Muchas de ellas lo han perdido todo, y aun así arriesgan su vida de nuevo en esta lucha.

Estas son las mujeres que conocí en Bogotá. Fuertes, valientes, ejemplares, sólidas, «berracas», como ellas mismas dicen. Con hijos, sin ellos, de origen humilde, de clase media, desplazadas, bogotanas. Negras, indígenas, blancas. Mujeres que abrazan y se dejan abrazar, que lloran y comprenden el llanto ajeno, por eso saben que no hay que ponerle freno. Mujeres de mirada limpia que dan las gracias por nada, por unos minutos de escucha, de acompañamiento en su sufrimiento, en su proceso de cura. Mujeres con historias tan terribles a sus espaldas que produce sonrojo sentir dolor al releer las notas con sus testimonios.

Una decena de mujeres compartieron estas vivencias con nosotros en Bogotá. Son ‘solo’ el 0,002% de las 489.687 víctimas que fueron objeto de la violencia sexual entre 2001 y 2009 en ese marco del conflicto armado colombiano. Un 0,002% que tiene nombre: Rosalba, Blanca, María Eugenia, Luz Marina, Johana, Nora, Jennifer, Yovana, Jineth… Un 0,002% que da sentido a la palabra ‘empoderamiento‘.

Porque sacan fuerzas de algún sitio del que solo ellas deben de tener la llave y se ponen al frente de otras mujeres para ayudarlas a salir de un agujero al que otros las arrojaron; para hacerlas entender que no están solas, que ellas no tienen la culpa, que sus cuerpos son bellos porque son suyos y de nadie más, incluso mutilados, incluso torturados; que los asesinos de sus hijos pueden y deben ser capturados, al igual que sus violadores y torturadores; que juntas solo pueden sumar; que solo juntas podrán evitar que sus hijas, sus vecinas y sus compatriotas tengan que pasar por su mismo doble calvario: el de la agresión y el de esa impunidad que alcanza cotas sobrecogedoras en Colombia, inasumibles, inaceptables, insoportables.

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A quienes vamos y regresamos, a quienes en seis meses olvidamos sus nombres y los detalles de las narraciones de sus vidas, a quienes borramos sin quererlo sus timbres de voz, el calor de sus abrazos, la amargura de sus lágrimas, a quienes seguimos con nuestras vidas a más de 8.000 kilómetros de distancia… A nosotros solo nos queda obligarnos a releer nuestras notas cada poco tiempo para volver a sentir aunque sea una millonésima parte de ese dolor, e intentar esculpir con palabras, una y otra vez, el relato de sus vidas para que entendamos y hagamos entender que la lucha por su dignidad es la batalla por la dignidad de todos. Es lo único que ellas nos piden: «¡Cuéntelo!».

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Tras dudar mucho sobre el género periodístico que debía utilizar para contar la historia de estas ‘mujeres trinchera’, me decidí por hacerlo de una manera más personal en este blog. La razón es sencilla: no soy buena reportera. Me cuesta alejarme de las historias, poner tierra de por medio, aparcar sentimientos y emociones cuando soy yo quien tiene que narrarlas. Los derroteros profesionales me han llevado por caminos muy diferentes al del periodismo que hace años deseaba para mí misma, el del narrador solo ante su historia, capaz de construirse a sí mismo a partir de las vidas ajenas, hábil para tejer un relato con retazos bien escogidos, para desarrollar esa especie de ‘periodismo patchwork’ que protege o desprotege a quien lo lee, que puede transmitir la calidez más confortante o el frío más glacial solo con palabras que tan pronto te cubren y arrullan, como te descubren y desnudan. Por eso encuentro refugio en los textos de otros; por eso leo, no sin cierta envidia y con enorme admiración, a periodistas como Ramón Lobo, Jon Lee Anderson, Bru Rovira, Jordi Pérez Colomé, Leila Guerriero, Olga Rodríguez y alguno más. Por eso les recomiendo que no se queden solo con este post, y que lean y se dejen empapar por estos dos extraordinarios reportajes de Ander Izagirre, con quien compartí algunas de las experiencias que acabo de relatar. En ellos refleja excepcionalmente bien lo que yo solo he sido capaz de esbozar aquí:

Siete razones y un recordatorio para llamar por su nombre a la violencia contra la mujer

«Violencia en el entorno familiar». Con este eufemismo se refirió este lunes la nueva ministra de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, Ana Mato, al asesinato de una mujer en Roquetas de Mar (Almería) a manos de su pareja (un varón). Llamó «violencia en el entorno familiar» a lo que se denomina, incluso por ley, «violencia de género». Hace unas horas, la ministra quiso quitarle hierro al asunto: «Da igual el nombre, al final es un asesinato y nosotros queremos tolerancia cero en el ministerio frente a todo tipo de actuación contra cualquier mujer».

No sé si «violencia de género» es la mejor nomenclatura para los asesinatos de mujeres a manos de sus parejas/maridos; tal vez sea más adecuado «violencia contra la mujer» -aunque a mí particularmente me parece más apropiado «violencia machista»-. Pero «violencia en el entorno familiar» elimina toda la carga de desprecio que estos individuos sienten por la mujer (por usted, ministra; por mí) y les permite arrebujarse cómodos y tranquilos en ese sentimiento de posesión material que manifiestan con esa brutalidad hacia sus esposas/compañeras.

Hace ya más de 60 años que el gran Miguel Mihura escribió la comedia El caso de la mujer asesinadita. Mihura se podía permitir el sarcasmo porque tras él escondía la crítica social más feroz. Pero usted, ministra, no se puede consentir a sí misma errar con el uso de las palabras, porque puede parecer que intenta maquillar una realidad que solo en los últimos doce meses ha costado la vida a 59 mujeres. Llamemos a las cosas por su nombre o terminaremos cayendo en el ridículo más teatral -como el título de la obra de Mihura-, solo que en el siglo XXI y con la memoria de las víctimas de esta lacra recordándonos que la sacarina, para el café.

Aquí tiene siete razones y un recordatorio para entender por qué esa «violencia en el entorno familiar» se llama en realidad «violencia de género»:

  1. Más de la mitad de las 545 mujeres asesinadas en España entre 2003 y 2010 murieron a manos de su pareja o expareja (varones), según el IV Informe Anual del Observatorio Estatal de Violencia sobre la Mujer*, publicado hace tan solo un mes (los últimos datos que contiene son de 2010).
  2. El Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) realizó entre 2000 y 2010, dentro de sus Barómetros, un total de 280.622 encuestas para palpar la percepción social de la violencia contra la mujer. Del 2,8% que respondió «sí» a la pregunta «¿Constituye la violencia contra la mujer uno de los tres principales problemas de España?», el 71,2% eran mujeres y el 28,8% hombres.
  3. La violencia de género no se reduce a unos casos aislados, sino que se trata de un fenómeno bastante extendido en España para el 87% de los 3.000 entrevistados para una encuesta de la Delegación de Gobierno para la Violencia de Género realizada entre 2009 y 2010 (y contenida en el IV Informe Anual mencionado anteriormente).
  4. Según esta misma encuesta, una cuantiosa minoría (35,8%) cree que la violencia de género es un problema compartido ya entre ambos sexos y la mayoría (62,7%) lo sigue viendo como algo que preocupa sobre todo a las mujeres. Además, una mayoría significativa (60,85%) exculpa a las víctimas de la violencia de género de su situación, pero casi la mitad de los varones (45,3%) y un 28,6% de las mujeres las consideran culpables del maltrato que sufren por seguir conviviendo con su agresor.
  5. El término que se utiliza mayoritariamente en los medios de comunicación para definir el maltrato de un hombre a su pareja o expareja es el de «violencia de género» (65%), seguido del de “violencia doméstica” (en torno al 30%), «violencia contra la mujer» y «violencia machista», según una encuesta realizada a través de Internet entre 2009 y 2010 por la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género entre 900 profesionales de medios de comunicación y 3.009 personas no vinculadas con el periodismo.
  6. Dicha encuesta refleja que una considerable mayoría de la muestra de no profesionales (76,6%) descarta abiertamente el carácter doméstico del problema, pronunciándose en el sentido de que la violencia de género es un asunto de interés público. El 85,8% de los profesionales y el 84,1% de los no profesionales se manifiestan de acuerdo con que los casos de violencia de género deben ser explicados como un delito contra los derechos humanos.
  7. El 10% de los nuevos ingresados en prisión son maltratadores. Este delito es desde hace ya tiempo la tercera causa de ingresos en prisión, por detrás de los robos y del tráfico de drogas.

 

Recordatorio

El término «violencia de género» está recogido en el propio enunciado de la Ley que regula las medidas para atajar este tipo de violencia: Ley Orgánica 1/2004 de Protección Integral contra la Violencia de Género.

No hace falta bucear mucho en el texto legislativo para darse cuenta de por qué «violencia en el entorno familiar» no es la mejor manera de definir la violencia de género o contra la mujer. En la primera línea del preámbulo de la exposición de motivos de dicha Ley, puede leerse: «La violencia de género no es un problema que afecte al ámbito privado. Al contrario, se manifiesta como el símbolo más brutal de la desigualdad existente en nuestra sociedad. Se trata de una violencia que se dirige sobre las mujeres por el hecho mismo de serlo, por ser consideradas, por sus agresores, carentes de los derechos mínimos de libertad, respeto y capacidad de decisión».

Artículo 1. Objeto de la Ley:

1. La presente Ley tiene por objeto actuar contra la violencia que, como manifestación de la discriminación, la situación de desigualdad y las relaciones de poder de los hombres sobre las mujeres, se ejerce sobre éstas por parte de quienes sean o hayan sido sus cónyuges o de quienes estén o hayan estado ligados a ellas por relaciones similares de afectividad, aun sin convivencia.

3. La violencia de género a que se refiere la presente Ley comprende todo acto de violencia física y psicológica, incluidas las agresiones a la libertad sexual, las amenazas, las coacciones o la privación arbitraria de libertad.

*El Observatorio Estatal de Violencia sobre la Mujer es un organismo dependiente del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad.

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Supermujeres

Aún están dormidos cuando sales de casa. En el mejor de los casos los llevas tú al colegio, y para cuando llegas al trabajo la sensación es de que ya has corrido media maratón. En el peor, es la canguro quien se ocupa de ellos. En cualquier caso, si además vives en una gran ciudad y los atascos forman parte de tu vida, ni la cafeína de la máquina entera de vending de la oficina -la que dispensa ese café que sacude tus intestinos mejorando los efectos de cualquier yogur ‘regulador’– consigue arrancarte de la mente la imagen de una cama XXXXL.

En el mejor de los casos eres jefa (con peor sueldo que tu homólogo varón, claro). Así que en el trabajo haces, deshaces, organizas y asumes las consecuencias. En el peor de los casos, haces, deshaces, organizas y asumes las consecuencias, pero tu sueldo está a años luz del de cualquier jefe (varón).

Si algo pasa en el cole, tu teléfono es el que suena, estés en una reunión o en una comida de trabajo. Tal vez es en esa reunión cuando caes en la cuenta de que no hay nada para cenar; en el mejor de los casos, es posible que tu horario te permita hacer la compra. En el peor recurrirás a ese típico plato de la dieta mediterránea que cae sobre tu mesa tras hacer una llamada telefónica: la pizza.

Aprovechas cuando vas al baño, entre reunión y reunión, para hablar con la canguro, que te ha dejado 15 llamadas perdidas. Y aprovechas también esos tres minutos de soledad para sentirte culpable un rato: «¡Qué poco veo a los niños! ¿Me lo tendrán en cuenta cuando crezcan? ¿Cómo era aquello de la calidad y la cantidad del tiempo que pasas con ellos?…». Y en medio de tanta reflexión… «¡¡Mierda!!» (sí, gritado en ese sitio tan oportuno): ¡La pequeña tiene que ir mañana disfrazada de pez beta y se te había olvidado por completo! Tranquila, no hay problema, seguro que tu marido/pareja se ha acordado… ¿Seguro?

En el mejor de los casos tienes un smartphone con geolocalizador que te ayuda a buscar tiendas de chinos en cinco kilómetros a la redonda. En el peor de los casos, prescindirás de tu hora de comer para ir a la caza del disfraz (que casualmente es el más demandado de la temporada y estará agotado allá donde preguntes).

Claro que las buenas madres hacen los disfraces a mano, con un retal de aquí, otro de allá y con esos maravillosos papeles de charol y celofán que venden en las papelerías y que tú no has vuelto a ver desde que tenías clase de Pretecnología, allá por el Paleolítico medio (cuando, por cierto, tu madre te cosía los disfraces con primor).

Flagélate, sí, porque tu madre te va a mandar al carajo si le pides que te cosa el disfraz… Y eso significa que esta noche te toca trabajo manual si, con suerte, encuentras todos los materiales para el j***** disfraz. Flagélate también por ser, de nuevo, tan mala madre, por acordarte de la familia del profesor que ha imaginado una preciosa clase de retoños peces beta nadando a sus anchas por el acuario escolar, y no olvides flagelarte por ser tan egoísta y por no pensar en lo feliz que va a estar tu niña cuando se levante por la mañana y vea el precioso disfraz que le ha hecho su mamá.

Pero eso será mañana. Ahora toca recoger a los peques del cole, si es que tienes la suerte de poder hacerlo; haces la compra mientras ellos trepan por el carro a lo Indiana Jones, y en cuanto llegas a casa los pones a hacer los deberes mientras preparas la cena. Te suena el teléfono diez veces: tu madre, tu suegra, la oficina… Con una mano en la sartén y tu tortícolis amarrando el aparato consigues mantener media conversación mientras tu hijo mayor reclama tu ayuda con sus deberes, la vecina del quinto llama al timbre y tu pequeña aprovecha tan entretenido momento para convertir el brazo del sofá en un caballo de carreras y está a punto de abrirse la cabeza con la mesa de centro. Con suerte, tu pareja está ya en casa y se ocupa bien de la jinete, bien de la cena, bien de los deberes; incluso, en el mejor de los casos, baña a los niños y, ya el colmo de la fortuna, ¡¡les corta las uñas!! En el peor de los casos, estás divorciada, eres soltera o tu pareja es de las que cruzan la puerta justo cuando los niños han dado su primer ronquido, y además la canguro tiene hoy el día libre, así que te comes el marrón tú solita, y sin patatas. Porque, tras un día como este, ¿a alguien le queda humor para cenar?

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Este texto no es más que una caricatura de ese día a día que vivimos muchas mujeres-madres-trabajadoras. Aparte de denunciar esa ‘soledad’ en la que a veces nos ahogamos muchas madres, este post no pretende más que arrancar una sonrisa a quien lo lea. Porque, aunque no lo parezca, el post solo relata «el mejor de los casos»: «el peor de los casos» no está contenido en ninguna de las frases.

En el peor de los casos, en el peor de verdad, tu hijo tiene un problema que le impide ser un niño como los demás. A partir de ese momento, tu vida orbita, aún más si cabe -y siempre cabe-, en torno a ese pequeño que tanto te necesita, y el resto pasa a un plano secundario. Las mamás de estos niños pasan a diario por todo lo que describo más arriba, y por mucho más. Por eso les dedico este texto especialmente a ellas, a esas supermujeres como Madre reciente, las mamás de Guillermo Ortolá y de Teresa y tantas otras cuya generosidad y entrega son un ejemplo de superación para el resto.

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Maltratadas y engullidas por la estadística

Sabemos de ellas casi todos los días, pero siempre demasiado tarde. Conocemos sus vidas robadas cuando ya no existen, cuando de ellas solo queda la marca de tiza en el suelo, la foto en el salón, un nombre huérfano. Nos llevamos las manos a la cabeza cuando ocurre, vemos la escalera de su casa, la puerta que contuvo sus gritos y los insultos, el umbral que el sufrimiento atravesaba cada día sin avisar; hablan los vecinos, pensamos en sus hijos, en sus madres, en sus padres… Pero al día siguiente la estadística las engulle: en lo que va de 2011, 61 mujeres asesinadas por sus parejas; 85 en 2010, 68 en 2009, 84 en 2008…

María, Claudia y Raquel dieron esquinazo a la estadística: escaparon a tiempo de su calvario. Las madres de Rebeca, Natalia y Sonia no pudieron contarlo, por eso ellas lo hacen en su nombre (el vídeo es del año pasado por estas fechas, pero merece la pena recordarlo):

(Hoy se celebra el Día Internacional de lucha contra la violencia de género. Os recomiendo que le echéis un ojo a esta campaña promovida por el Instituto de la Mujer y la Secretaría de Igualdad y puesta en marcha con la colaboración de reconocidas blogueras. ¿Cómo maquillar un ojo morado? o ¿Cómo llorar sin que se corra el rímel? son los títulos de algunos de los vídeos que recoge esta campaña).

*Teléfono gratuito de ayuda contra los malos tratos: 016. NO QUEDA REFLEJADO EN LA FACTURA.

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