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Contar hasta 10 cuando estamos enfadados… ¡Funciona!

La ira es una emoción básica, genética, primitiva, universal; es una de las sensaciones que se viven con mayor impulsividad, aparece de 0 a 100, es una de las más intensas y genera cambios importantes en nuestra fisiología, aumenta nuestro ritmo cardíaco y la presión sanguínea, nuestra adrenalina se dispara y nos posee la impaciencia, la necesidad inmediata de resolver aquello que nos frustra.

La ira es la única emoción que consigue anular nuestra razón, nos obnubila, paraliza nuestro pensamiento más humano y nos catapulta a la conducta de actuación más ‘animal’.

Diez segundos. Aproximadamente este es el tiempo que tarda la información que percibimos desde nuestra vía del cerebro más primitiva, más emocional, a una vía más racional, a la corteza cerebral, nuestra estructura más evolucionada. Ese lapso de tiempo es el que nos separa de actuar de una manera impulsiva o que nos frena para actuar de una forma más meditada, ‘pensándolo dos veces’ antes de decir o hacer algo de lo que nos podamos arrepentir.

Este camino rápido de procesamiento de la información que nos hace actuar sin pensar puede parecer una lacra, pero nada más lejos de la realidad. Esta ‘mecha corta’ es menos precisa pero muy rápida y nos ha ayudado a sobrevivir y reaccionar de forma casi automática ante fuertes amenazas y situaciones peligrosas.

Imaginaos si nuestros antepasados cavernícolas vieran a una voraz bestia acercándose hacia ellos y se pararan a meditar y decidir sobre si ese estímulo que están viendo es malo o no, hubiera desaparecido nuestra especie. En cuanto el cerebro percibe una posible amenaza nos activa un sistema de lucha o huída instintivo que nos permite reaccionar sin necesidad de reflexión.

Por tanto, contar hasta diez antes de responder a algo que consideramos una gran afrenta o amenaza es un útil consejo que en muchas ocasiones conviene seguir, en muchas ocasiones. Sin embargo, las respuestas impulsivas se han conservado porque nos ayudan a evitar males mayores.

Fijaos que hablamos de amenazas físicas que atentan contra nuestra supervivencia, la vía corta funciona, pero, ¿qué ocurre con las amenazas psicológicas? Éstas también activan rutas parecidas que desembocan en una respuesta de lucha o huída, igual que una amenaza física. Por ejemplo, la valoración de nuestro trabajo por parte de nuestro jefe, o en el ámbito familiar, la respuesta a una crítica.

Aquí sí que conviene respirar hondo y contar hasta diez. El motivo es que, el aprendizaje emocional, la forma en la que respondemos en situaciones que consideramos amenazantes, aunque sean psicológicas, depende de rutas que no pasan por la corteza cerebral, como explica Joseph Ledoux en “El cerebro emocional”.

La corteza cerebral, también denominada neocórtex, es la estructura responsable del pensamiento, el razonamiento y la consciencia. Por eso, en estos casos, antes que contestar impulsivamente (vía amígdala), es preferible contar hasta diez y dar tiempo a que el lóbulo frontal tome las riendas y elabore una respuesta más meditada.

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*Fuente de consulta: ABC Ciencia.

¿Sabías que no hay dos gritos iguales y por qué lo hacemos?

Tenemos claro que en el reino animal, las distintas especies utilizan el grito como una forma útil de comunicarse, asustar, intimidar, atacar a un posible depredador o, en animales sociales, de reclutar ayuda cuando están en problemas. Sorprendentemente, se sabe mucho menos acerca de cómo funcionan los gritos humanos en la comunicación, o cómo son los gritos humanos de similares o diferentes a los de otras especies.

En el lado opuesto del silencio, que llama a la relajación, el grito es una expresión (no verbal) destinada a alertar. A veces sobre algo positivo, pero casi siempre sobre un hecho no tan agradable. Por lo general, un grito expresa descontrol, desbordamiento de las emociones.

Los seres humanos gritamos porque no encontramos o no queremos encontrar otra manera de expresar lo que sentimos o deseamos. En situaciones felices, el grito es liberador. Permite dar rienda suelta a un sentimiento, sin una razón diferente a la satisfacción de expresarlo. El ejemplo más potente de ello es el gol, ese momento único en donde hay un grito de júbilo casi siempre compartido. También nace de lo inesperado, del dolor, del miedo o de la agresividad, nos ‘carga’ de energía para reaccionar, huir o luchar.

Cuando oímos un grito, nuestro cerebro no lo procesa como cuando escucha un sonido propio de la comunicación verbal, como un fonema, sino que el grito viaja directamente desde el oído hasta la amígdala cerebral, encargada de recibir los ruidos con esas modulaciones y de procesar la información de peligro.

Para ayudar a desentrañar los secretos de los gritos humanos, el profesor de psicología Harold Gouzoules y sus estudiantes en la Universidad de Emory realizaron varias investigaciones sobre el tema, y los resultados fueron sorprendentes.

La mayoría de los voluntarios confundió el sonido de un silbato con un grito humano. Los investigadores descubrieron que los sonidos que se clasificaban con mayor frecuencia como gritos compartían ciertos factores acústicos, entre ellos un tono alto (agudo), así como una gran rugosidad. Extrañamente, hubo un sonido decididamente que no era de grito, un silbato, que el 71% de los participantes calificó como un grito. «Esto tenía sentido, sin embargo, cuando analizamos las cualidades acústicas del silbato, ya que tenía muchos de los rasgos que generalmente se asociaban con los gritos», como el tono alto, el llamado arco, y la rugosidad moderada-alta.

Las vocalizaciones de personas identificadas como gritos provienen de una amplia gama de contextos emocionales, explica Schwartz. «Algunas tenían miedo, mientras que otras estaban enfadadas, sorprendidas o incluso emocionadas», dijo. «En casi todas las demás especies, los gritos están reservados para una situación particular, como un ataque de un depredador o rival; con los seres humanos no ocurre lo mismo».

No hay dos gritos iguales.

El equipo de Gouzoules encontró una gran variación acústica entre los gritos humanos, es decir, no hay dos que suenen igual. Esto plantea la pregunta: ¿Los humanos usan gritos de diferentes sonidos en diferentes situaciones, y podemos discriminar esos gritos e interpretarlos? «En el futuro, planeamos incorporar imágenes de resonancia magnética funcional (fMRI) para examinar los fundamentos neurológicos de las reacciones de las personas a los gritos», dice Gouzoules.

«Los gritos son vocalizaciones intrínsecamente interesantes, pero también hay aplicaciones potenciales de la salud humana en la investigación de gritos, ya que existen múltiples trastornos psiquiátricos que involucran el comportamiento de gritar», concluye Gouzoules.

 

 

*Fuente: Información de Agencia – MADRID, 16 May. 2019 (EUROPA PRES) –

El bloqueo en la víctima de La Manada tiene explicación

El juez que votó la absolución total de ‘La Manada’ aludió al lenguaje corporal de la víctima para justificar su resolución.

«No sintió disgusto, rechazo, asco, sufrimiento, dolor o descontento«. «No aprecio en los vídeos cosa distinta a una cruda y desinhibida relación sexual en un entorno sórdido». «No puedo interpretar en sus gestos, ni en sus palabras intención de burla, desprecio, humillación, mofa o jactancia de ninguna clase. Sí de una desinhibición total y explícitos actos sexuales en un ambiente de jolgorio y regocijo en todos ellos, y, ciertamente, menor actividad y expresividad en la denunciante. Y tampoco llego a adivinar en ninguna de las imágenes el deleite que describe la sentencia mayoritaria salvo que con el término se esté describiendo la pura y cruda excitación sexual». «La expresión de su rostro es en todo momento relajada y distendida y, precisamente por eso, incompatible a mi juicio con cualquier sentimiento de miedo, temor, rechazo o negativa«, añade.

Es interesante en este caso explicar la respuesta del miedo en términos de exprexión emocional y los mecanismos de bloqueo que a veces pueden surgir en situaciones de impacto emocional intenso. Efectivamente trabajamos con emociones esperadas-emociones presentadas. Pero el miedo es una emoción reactiva muy peculiar ya que tiene 3 respuestas posibles: lucha, huída o bloqueo (inmovilidad absoluta). Es un mecanismo de defensa que ocurre también en el mundo animal, cuya función es la autoprotección ante una amenaza o peligro inminente para nuestra supervivencia.

Nuestro cerebro es capaz de paralizarnos a nivel mental y muscular, hay regiones que actúan como un importante punto de convergencia para las diferentes redes de supervivencia con el fin de reaccionar ante una situación emocionalmente difícil, capaz de ralentizar la actividad cardíaca (bradicardia) y paralizar los movimientos, incluyendo la activación expresiva de los músculos de nuestro rostro.

El miedo funciona de forma autónoma, no podemos racionalizar cuál será nuestra respuesta hacia una amenaza, nuestro sistema nervioso autónomo (apenas genera reacciones conscientes) es el que evalúa por nosotros, en décimas de segundo, si tenemos posibilidades de sobrevivir luchando, si tenemos alguna vía de escape, o si la respuesta defensiva de inmovilidad y pasividad es la más adecuada en ese momento.

Por tanto, no podemos juzgar la parálisis como una respuesta incongruente asociada al terror que sufre una víctima de cualquier tipo de agresión sexual.

 

El lenguaje corporal de Puigdemont revela sus intenciones

Programa ‘Salvados’. Puigdemont y Évole

Charla tensa, muy tensa a mi parecer, entre Carles Puigdemont y Jordi Évole, a quien felicito como entrevistador por sus preguntas sorpresivas, por el modo en que las realiza, su insistencia y su réplica vehemente. Quizá hable/corte demasiado en algunas ocasiones pero en general su estilo de entrevista, desde luego, da pie a un buen material interpretable.

Puigdemont comienza seguro en su discurso y su corporalidad pero se desestabiliza rápidamente ante los planteamientos ‘complicados’ de Évole.

Se nota sobre todo en: la fluidez del habla (acaba prácticamente tartamudeando), en los silencios (las latencias de respuesta al principio son casi nulas y se amplían significativamente hacia el final), el contacto visual (en el inicio es constante con su interlocutor y acaba desapareciendo) y en las pistas fisiológicas (bebe constantemente agua y traga saliva, lo que indica la sequedad en la garganta producto de la tensión experimentada).

Respecto a las emociones clave durante la entrevista, destacaría las siguientes:

  • Convicción total de que «sí se va a celebrar el referéndum», independientemente de lo que pasé el 1-O, Puigdemont siente y cree que se llevará a término, su lenguaje corporal es coherente con las respuestas verbales afirmativas en este sentido.
  • Falta de convicción, sin embargo, al hablar de las «garantías del referéndum», su gestualidad aquí queda paralizada, su cuerpo no ilustra el mensaje, hay un cambio de actitud que genera duda.
  • Emociones muy intensas de ira cuando se refiere al gobierno español y sus acciones ante la consulta del 1-O.
  • Muy curioso, sin embargo, que cuando manifiesta la negativa de Mariano Rajoy al diálogo con él podamos apreciar en su rostro una microexpresión de tristeza (caracterizada por la elevación del músculo central de la frente, las cejas quedan formando un triángulo).
  • Microexpresiones de asco y desprecio ante la idea de la retirada de urnas por los Mossos.
  • Finalmente, emoción de miedo y postura de huida ante la pregunta de sobre su posible detención, curioso que no muestre ira y sí dudas por la elevación de hombros, podemos pensar que contempla todas las posibilidades.

¿Cómo reaccionar en un ataque terrorista? La clave del comportamiento no verbal

Por desgracia, y a tenor de los últimos acontecimientos, no podemos dejar de preguntarnos cómo actuaríamos nosotros si nos viéramos envueltos en un ataque terrorista de las características, por ejemplo, de la última barbarie sucedida en Londres; en la que existen otras personas implicadas (víctimas y atacantes), tiempos de reacción, toma de decisiones y un abanico de emociones variopinto.

En este tipo de situaciones influyen diferentes factores que hacen que no haya fórmula matemática de predicción del comportamiento, todo depende del contexto, la personalidad, las experiencias previas, los recursos disponibles, principios, valores, educación y un largo etc… Mi colega de profesión, Ana de Puig Olano, ha tratado el tema desde un punto muy interesante, la relación directa que se establece entre la emoción primaria del momento y la conducta, es decir, por qué nuestra conducta será una u otra en función de la emoción.

Cuando aún no se había desarrollado el cerebro racional, cuando aún no existía el lenguaje verbal, las emociones nos permitieron sobrevivir. Al sentir una emoción como el miedo, por ejemplo al percibir un depredador, por un lado se ponía en marcha una reacción interna a varios niveles (noradrenalina, transpiración extra, flujo sanguíneo hacia las extremidades inferiores…) que favorecía físicamente la huída, y por otro lado, externamente, adoptábamos una expresión facial específica para esa situación que, unido al salir corriendo, comunicaba no verbalmente a los demás miembros del grupo que había un peligro. Las emociones no han evolucionado nada desde entonces, y seguimos sintiendo y respondiendo igual a como sucedía hace millones de años.

Con la emoción de ira, las respuestas interna y externa son diferentes, ya que nos predisponen para otro fin: el ataque ante algo que nos enfurece, que consideramos injusto, que supone una agresión a nuestros valores… Por eso la frecuencia cardíaca aumenta y la sangre se dirige a manos y pies: para favorecer físicamente el ataque (aunque sea para defender lo nuestro). ¿Qué sucede entonces con las situaciones como las de Londres? ¿Si vemos a alguien atacando con un cuchillo? La clave estará en cómo interpretemos en ese momento lo que percibimos: ¿es una situación peligrosa en la que nuestra vida corre peligro?, ¿es una situación que nos provoca una ira irrefrenable? Según cómo valoremos el escenario, en cuestión de una fracción de segundo, nuestro impulso será uno u otro, huida o ataque.

Si tomamos como ejemplo a Ignacio Echeverría, uno de los amigos que iban con él explicaba que vieron a una chica que era atacada por un hombre con un cuchillo. Es posible que Ignacio interpretara esa situación como una escena de violencia de un fuerte contra alguien más débil (armado vs sin arma), y que eso le pareciera terrible, injusto: por lo que en él se desencadenara la respuesta de la ira y le hiciera ir a atacar al agresor y golpearle con el único recurso a su alcance, su monopatín.

Sus amigos, al ver más tarde en cambio que había 3 hombres con cuchillos y una situación caótica, percibieron ese estímulo como una situación de peligro extremo y huyeron; conducta que resulta absolutamente natural, ya que cuando tememos por nuestra vida el cuerpo nos prepara para la huida. Sintiendo un miedo intenso, solo si no nos queda escapatoria podremos atacar: se trataría de luchar por la vida como último recurso. Esto es algo que vemos constantemente en los animales.

¿Sería posible “saltarse” el comportamiento no verbal asociado al miedo, y no dejar que nuestros pies nos lleven? No podremos controlar la emoción, pero sí la conducta. Si conseguimos aplacar esa emoción pasados los momentos iniciales, podremos recurrir al pensamiento racional y buscar soluciones para salvarnos o defender a los demás de una forma que sea efectiva (seguiremos sintiendo miedo, la respuesta interna).

Sin embargo, en situaciones extremas como un ataque terrorista, ya con armas en mano, las cosas suceden en cuestión de segundos y posiblemente haya poco margen para el pensamiento racional; cuando hay emociones tan intensas, el cuerpo dedica recursos energéticos a la respuesta emocional y no quedan energías para un pensamiento racional. Se requeriría tiempo para relajarnos y que la emoción baje poco a poco de intensidad, y poder así pensar y decidir.

 

*Referencia: Ana de Puig Olano – En clave no verbal